martes, 25 de febrero de 2020

A caballo regalado... Algunas imágenes idiomáticas argentinas que se asemejan, o no, a las venezolanas [CCXCII]

Álvaro Durán Hedderich



¡Hoy celebramos nuestro séptimo aniversario!
¡Gracias a todos por cada minuto que nos 
han dedicado!

 
“Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires”,
dicen los argentinos

 

 

 

         Los refranes y expresiones idiomáticas denotan imágenes que nos acercan a la cultura y tradición del lugar donde se originan. Si tomamos en cuenta que nuestro hablar y pensar se ven influidos por nuestra historia, geografía, política y demás elementos, podríamos decir que entre Venezuela y Argentina hay una marcadísima distancia (4.992 kilómetros, según Google). Después de todo, uno está al norte del sur y el otro al sur del sur.

         Sin embargo, y a pesar de que mis amigos argentinos me consideran más centroamericano que sudamericano por tener el Caribe, unas cuantas expresiones idiomáticas han sido punto de encuentro entre nuestros gentilicios, casi funcionando como punto de complicidad. Por supuesto, siempre hay interesantes matices de diferencia.

         Un ejemplo de lo parecido y diferente que somos: a caballo regalado no se le mira colmillo versus no se le miran los dientes. En determinado momento parece que a los venezolanos nos interesó ser quisquillosos con los colmillos. Si no somos expertos hipólogos, tenemos esperanzas en la gastronomía: la masa no está pa bollo. Pero Diego me corrige: “El horno, che. El horno no está para bollo”. Yo pienso en masa. Él piensa en horno. Pero el punto es que “no están para bollos”.

         Por cierto, hablando de visiones e imaginarios sociales, nosotros hablamos español, ellos sí hablan castellano. Y de ahí se explican a sí mismos la razón del famoso yeísmo rehilado. En todo caso, tanto a venezolanos como a argentinos nos molestan los aduladores, conocidos entre todos como chupamedias. No, jalabolas no se usa en el sur.

         Si hay un elemento indiscutible que une a los latinoamericanos es tener pésimas administraciones políticas desde tiempos inmemorables y que causan grandes desigualdades según el lugar donde se viva, lo que a su vez genera frases como Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra. Ésta se da la mano con Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires. Pero, pero, pero... no son equivalentes perfectos porque la referencia de la centralización argentina la dicen en provincia como crítica al sistema que da privilegios a los porteños. En Caracas lo dicen con aires de superioridad hacia el interior del país.

         Cuando en Venezuela hablamos de una persona brillante, decimos coloquialmente: “Es un duro”. Estar o ser “duro” en Argentina significa que se ha consumido alguna sustancia ilícita. Por el contrario, les dicen capos a los duros; y si el capo está drogado, es un capo duro. ¿O un duro duro...? ¡Zape, gato! (no hay equivalente argentino). Lo que nosotros llamamos tapado como sinónimo de torpe o tonto, acá le dicen comúnmente tarado, cosa que entendemos, pero también está el refrán Uh, no le llega agua al tanque, que hace alusión a la irónica, cruel y célebre frase ¡le cuesta al pibe...!, que se da la mano con ¡este si es tapado!

         Si vamos por el camino soez, marico es puto, cachapera es torta, un tipo que es perro puede ser un gato. Si eres un mangazo, las chicas te llaman potro y para que no les digan putos, los chicos te llaman fachero, que también se usa como insulto si eres un pantallero, creído. Caballota no se dice, pero yegua sí, sólo que es cualquier persona malvada. Y mejor no entremos en el tema del lunfardo, porque con eso de poner las palabras al revés, decir el anglicismo happy con ingenuidad pasa a ser incómodo porque piensan en... mejor dejémoslo hasta aquí.

         —¿Aquí decís vos? Acá se dice acá.

         —Bueno, tú entendiste.


alvdh27@gmail.com



Año VIII / N° CCXCII / 25 de febrero del 2020
EDICIÓN DEL SÉPTIMO ANIVERSARIO

lunes, 17 de febrero de 2020

Las 101 cagadas del español [CCXCI]

Luis Roberts


 
No es un eufemismo: es Barack (foto: AP)


         Quienes me conocen saben que no soy ni amigo ni usuario de las redes sociales, sólo Twitter para informarme y con reservas. Pero me acaba de llegar la noticia comentada de un libro que apareció en 2014 en Espasa, Las 101 cagadas del español, debido a un equipo de periodistas dirigido por María Irazusta y cuyo origen es un hilo que se abrió en Facebook bajo el titulo Reaprender el español. En él se recogen los errores (por no repetir el sustantivo del título) que se vienen cometiendo usualmente en nuestro bello idioma, algunos de los cuales ya cometieron Cervantes, Lope y hasta Delibes y Umbral.
         Sus capítulos tienen títulos tan sugestivos como “Femeninos travestidos”, “Anglicismos a full”, “No te comas la coma” o “La Pacheca por el corral y la Bernarda por...”; sólo ya el título del primer capítulo nos anuncia lo que viene después: “Sin eufemismos: Obama es negro”. En este se lee:

Nuestro lenguaje es un reflejo de la sociedad. Y nos estamos volviendo, con perdón, un poquito tontos. A la gente no se la despide, se la ‘desvincula’. No hay pobres, solo ‘desfavorecidos’. Y claro, no hay negros, solo personas ‘de color’. ¿De qué color? Llegamos al ridículo.

         Que se tomen un poco a guasa la caterva de desmanes en castellano no es óbice para que la RAE haya sido la Biblia que seguir para el rigor de estas lecciones. Aunque también carraspeen ante algunas decisiones de los académicos:

¿Cómo no pueden reconocer el superlativo negrísimo y admitir almóndiga o madalena? Voy a decir una cosa un poco irreverente, sobre la tilde del solo: Yo hago el amor los fines de semana solo [risas]. ¿A que puede significar dos cosas?

         Por cierto que esta almóndiga aceptada por la RAE —¿por qué no aceptar también la mal usada cocreta?— es una de las varias metátesis (cambiar de lugar un sonido dentro de una palabra) como murciégalo (malhechor causante del terrible “corovanirus”), asín o vagamundo, que junto al consejo —¡ojo!, sólo aconseja o recomienda, no obliga— de eliminar la tilde del sólo, no sólo me hace carraspear sino rechazar, respetuosamente, algunas decisiones de la RAE.
         Ya el genial Gabriel García Márquez pidió en un polémico artículo —yo diría que no fue sino una pirueta surrealista de su genio— suprimir la tildes del castellano. Como dice al respecto Ángel Lucas Sucasas: “¿A que no es lo mismo presidió que presidio?”. Aunque para algunos la diferencia puede ser sólo de esperar un poco. Lo que no sé, porque aún no he leído el libro, es si entre los 101 deslices, o des-heces, incluyen los pleonasmos, o redundancias, que tantos usan normalmente, como lleno completo, desenlace final, obsequio gratuito, hace tiempo atrás, sorpresa inesperada, adelantar un anticipo y tantas otras.
         Quien esté libre de haberlas dicho o escrito alguna vez, que tire la primera... lo que sea, pero yo no lo haré. Lo que sí haré en cualquier caso, para ilustrarme y divertirme, es precipitarme a leer el libro.

luisroberts@gmail.com



Año VII / N° CCXCI / 17 de febrero del 2020



Otros artículos de Luis Roberts:

lunes, 10 de febrero de 2020

¡Aguaitá, muchacho, aguaitá! [CCXC]

Ninson Mora
  
 
Baralt, el primero que llamó a Maracaibo
tierra del sol amada en el poema
“Adiós a la patria” de 1845

 

          En mis años de inquieto y curioso mozalbete, como para escapar (al menos mentalmente) del incesante calor que caracteriza a mi añorada “tierra del sol amada”, acostumbraba sentarme en el piso justo al lado de la silla de mimbre de mi abuela bajo una grande y piadosa enramada. Ella, refrescándose con aquel sencillo abanico que más bien parecía ser una extensión de su mano, solía contar historias de un pasado muy distante que súbitamente se escabullían a través de las grietas del olvido, como impulsadas por una imperiosa e impostergable necesidad de trascender.
         Durante aquellos embelesadores relatos, Mabuela (como la llamábamos cariñosamente) evocaba historias que tuvieron lugar en sus distantes años de moza en su natal terruño andino y que, las más de las veces, para mí resultaban tan entretenidas y cautivadoras como maravillosas e inverosímiles (algo que más de una década después aprendí que se llamaba “realismo mágico”, una corriente literaria de la que nunca tuvo conocimiento).
         Sin embargo, de aquellas cuasiconfidencias (contadas con sumo sigilo, como para que los personajes de sus memorias no fueran a sentirse delatados) siempre he recordado ciertas expresiones o palabras que Mabuela solía usar y a las que yo, en aquel entonces (cual carajito impertinente y desdeñoso de no más de ocho años), frecuentemente reaccionaba o bien con una sonora carcajada o bien con una osada y arrogante corrección, basado en lo que mi muy limitado vocabulario infantil indicaba como apropiado.
         Una de las expresiones que más me hacían reír al principio, y que luego más me crispaba porque nunca logré “corregir” en ella, surgía cuando la historia parecía alargarse demasiado y mi impaciencia pueril me empujaba a preguntar ansioso por el tan esperado desenlace. Entonces, Mabuela, con cierta picardía, decía: “¡Aguaitá, muchacho, aguaitá!, su preciosa versión supuestamente autóctona (pensaba yo que probablemente de origen indígena) de lo que años más tarde terminé asociando más a la expresión anglosajona “hold your horses” por su contenido y, por supuesto, más específicamente al verbo await de la lengua del inmortal Guillermo Agitalanza, por su forma. El DRAE presenta la entrada aguaitar como un derivado del catalán guaita (vigía, centinela), claramente vinculado a las acepciones de ‘cuidar’, ‘guardar’ y ‘mirar’, pero no me cabe la menor duda de que la abuela usaba el verbo exclusivamente con el sentido de ‘esperar’ o ‘aguardar’, por lo que inevitablemente sospecho de algún tipo de influjo inglés.
         Ahora, divagando un poco de la sabrosísima forma de hablar de la abuela, pero en el mismo orden de ideas, también recuerdo con una sonrisa de oreja a oreja cómo mi madre solía emplear el inusual eufemismo de “porfiadito/a” para aludir a una persona físicamente muy poco agraciada, o aquella vez cuando, al verme tratando de imitar a mis hermanos mayores mientras aprendían el nombre formal de los dedos de la mano y al concluir que aquellas denominaciones resultaban demasiado complicadas para un niño tan pequeño, jocosamente me dijo: “Te voy a enseñar una forma más divertida de aprender cómo se llaman los dedos”, y entonces, con tono solemne, actitud relajada y un gran rigor didáctico, soltó: “Chiquito y bonito, galán de sortijas, largo y bobo, chupaplatos y matapiojos”. Creo que no tuvo necesidad de decirlo más de dos veces, lo aprendí de inmediato, y entonces corrí al lugar donde mis hermanos mayores aún se devanaban los sesos para aprender nombres “tan complicados y sin sentido”, ¡y me burlé de ellos porque yo sí aprendí rapidito los verdaderos nombres de los dedos!
         En conclusión, de cómo el verbo await del idioma inglés o el sustantivo guaita del idioma catalán pudieron haber devenido en aquel aguaitar, tan extraño para un niño que nunca lo escuchó antes (y hasta donde logro recordar, tampoco después) de ninguna otra persona en su entorno familiar o colegial y que solo unos cuantos años más tarde (con marcada sorpresa e incredulidad) encontró registrado y claramente descrito en el DRAE, no tengo idea, y honestamente no tengo la intención de averiguarlo, pero lo que sí sé con toda seguridad es que desearía enormemente retroceder en el tiempo y disfrutar y nutrirme, sin ningún tipo de prejuicio, de aquel rico léxico folclórico que doña Juana y doña Josefa regalaban a manos llenas y que tristemente no supe aprovechar.
(Con mi eterno amor y agradecimiento)

eventum2006@gmail.com



Año VII / N° CCXC / 10 de febrero del 2020

lunes, 3 de febrero de 2020

Paideia [CCLXXXIX]

Adiadna Voulgaris



Werner Jaeger, autor de Paideia, los ideales
de la cultura griega (lit.: M. Liebermann)



         Hablando de Andrés Bello en la edición del 13 de enero de este año, Edgardo Malaver, nuestro director, escribió que la educación era la que garantizaba el crecimiento honroso de los ciudadanos. Es verdad. Lo que me incita a escribir esta vez es que inmediatamente pone un paréntesis en que cambia el término por uno, según él, más preciso y dice paideia. También es cierto, pero no es todo.
         Para este momento, ya he comentado con Malaver lo que pensaba refutarle, y por lo que me ha dicho entiendo que tenemos la misma visión, así que ya no puedo pelear, pero de igual modo vale la pena decirlo.
         Digo que no es todo porque la palabra griega paideia no puede traducirse fácilmente a los demás idiomas. Sucede como con otras palabras que nadie logra traducir con precisión y entonces utilizamos la misma que en el idioma original. Por ejemplo, saudade, tsunami o scanner. La idea de paideia de los griegos antiguos no abarcaba únicamente la educación. Era todo lo que entrara e hiciera falta en la formación humana, intelectual, cívica, artística y espiritual del niño y también del hombre adulto.
         Ya lo dijo Werner Jaeger en su monumento de obra titulada justamente Paideia, los ideales de la cultura griega (1933):

Es imposible rehuir el empleo de expresiones modernas tales como civilización, cultura, tradición, literatura o educación. Pero ninguna de ellas coincide realmente con lo que los griegos entendían por paideia. Cada uno de estos términos se reduce a expresar un aspecto de aquel concepto general, y para abarcar el campo de conjunto del concepto griego sería necesario emplearlos todos a la vez.

         En el mundo griego antiguo, el ideal era que todo hombre bien educado (que no de otro modo era realmente digno del nombre de griego) tenía que ser capaz de todas las artes y las ciencias, de todos los oficios y todas las empresas: política, agricultura, aritmética, esgrima, comercio, filosofía, teatro, atletismo, gramática y poesía.
         En conclusión, considerando que Andrés Bello era propiamente, en términos de Platón, un espíritu de oro, un auténtico intelecto helénico, una paideia en sí mismo, es verdad que su obra tendría que influir en todos nosotros y en muchas generaciones futuras. De hecho, ha estado influyendo desde sus tempranos tiempos caraqueños.
         “Y en forma de paideia, de ‘cultura’”, dice Jaeger, “consideraron los griegos la totalidad de su obra creadora en relación con otros pueblos”. La medida más cierta de este hecho es que el Imperio Romano concibió su propia misión en función de la noción de cultura de los griegos. “Sin la idea griega de la cultura no hubiera existido la ‘Antigüedad’ como unidad histórica ni ‘el mundo de la cultura’ occidental”.
         Imagínense, sin paideia, no habría Torre Eiffel ni Canal de Panamá ni Independencia de Sudamérica. Sin paideia, nuestra mente colectiva transitaría aún la Edad de los Metales.

adiadnavoulgaris@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXIX / 3 de febrero del 2020



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