lunes, 27 de febrero de 2017

Picnic [CXLI]

Edgardo Malaver


 
El picnic (1846), obra de Thomas Cole,
albergada en el Museo de Brooklin



         Uno escucha un día que la palabra picnic, por lo menos en Estados Unidos, es delicada para algunas comunidades y uno pregunta por qué, y le responden: “Porque significa ‘capturar negros’, pick niggers, es mejor no usarla”. Y, aunque siempre pareció extraño que no se escribiera pick nick, parece razonable, se ve creíble. Y sigue sonando la idea, y entonces uno estudia inglés y ya no hace falta que le traduzcan la dichosa palabra, ni hacia el español ni hacia el inglés. Pero un día se le ocurre a uno, como Ritos nació en un picnic en el 2013, que sería magnífico celebrar el cuarto aniversario escudriñando en la biografía de esta palabra. Y descubre así que el razonamiento aquel era pura falacia, nacida quizá del fanatismo de algún grupo o del remordimiento de otro.
         El primer descubrimiento es que picnic, incluso en inglés, proviene del francés —no del inglés mismo—, pero no de cualquier época: del siglo XIII, según el Diccionario histórico de la lengua francesa de Robert. (Es importante la fecha porque en ese siglo no existía lo que en este momento se llama Estados Unidos.) En francés, el nombre está compuesto por el verbo piquer (‘picar’, ‘pinchar’) en tercera persona singular del indicativo (pique) y el sustantivo nique, que equivale a ‘cosa de muy poco valor’. Es bien sabido que en un picnic cada quien trae alguna comida sencilla que suele consumirse en su totalidad durante la reunión.
         Por alguna razón, que habrá que investigar más adelante, la palabra adoptó en inglés una ortografía que parece más típica del español, y parece que siempre se ha escrito así en inglés. Dice también en el Robert histórico que existen documentos escritos en Inglaterra en el siglo XVIII que ya traen la palabra picnic, aunque el Merrian-Webster dice que apareció en 1826.
         No deja de ser cierto que miles de esclavos americanos murieron linchados, colgados e incluso quemados vivos mientras grupos de hacendados blancos (hombres y mujeres, niños y ancianos, civiles y militares, autoridades y aristócratas de a pie) disfrutaban de sandwiches, tocino, galletas, frutas, quesos y vino. No deja de ser cierto, triste y vergonzoso, pero no es ese el origen del nombre.
         En español, por su lado, existe una palabra que pareciera ser la traducción perfecta de picnic: jira. (Sí, con jota; sí, como jirón, ¿el pedazo de tela en que uno se sienta?) El diccionario de la Academia define jira como ‘banquete o merienda, especialmente campestres, entre amigos, con regocijo y bulla’. La Academia y Fundéu recomiendan escribir pícnic. En Venezuela no le ponemos ni le pronunciamos la tilde.
         En febrero del 2013, un grupo de amigos de la Escuela de Idiomas fuimos a un picnic en el Parque del Este de Caracas y llevábamos todo lo pertinente para cantar cumpleaños. Perseguimos lo que siempre perseguimos: palabras, pero ese día sólo cazamos a Ritos. Y aquí lo tienen.

emalaver@gmail.com





Año V / N° CXLI / 27 de febrero del 2017
EDICIÓN DEL CUARTO ANIVERSARIO



sábado, 25 de febrero de 2017

Lágrimas de cocodrilo [CXL]

Edgardo Malaver



Hoy cumple Ritos de Ilación cuatro años. 
Para celebrarlo, regresamos de nuestro involuntario receso de cinco lunes, esperando 
que aún se acuerden de nosotros los amigos 
que nos han acompañado hasta ahora. 
Gracias por la fidelidad.



Esta especie de cocodrilo habita sólo en el Orinoco, entre 
Colombia y Venezuela (foto: Colombia Magia Salvaje)



         Cualquiera diría que exageramos cuando decimos que alguien se ríe como una hiena; pero cuando uno es fanático de los documentales sobre el reino animal, termina tropezándose con alguno en que las hienas, realmente, a pesar de que parezca una metáfora, en lugar de ladrar, maullar o rugir... se ríen.
         Bueno, eso es lo que parece. Si los loros parecen hablar, las hienas parecen reírse. Ha de ser su manera de comunicarse. Pasan la vida mordiéndose entre sí, pero siempre en medio de risas. Pasa algo similar en otras especies. Los gallos y los canarios, para nuestro bien, cantan y las serpientes silban. Los diccionarios dicen incluso que las liebres zapatean. Las ballenas, tan poéticas, también cantan. ¿Los animales de veras se comportan de manera tan típicamente humana? Pues más bien no. Somos nosotros —o más precisamente la lengua— quienes les atribuimos semejante conducta. Sus sonidos nos recuerdan los nuestros y los nombramos con palabras que ya hemos creado antes. La metonimia es como la línea recta.
         ¿Hay otros sonidos familiares que emitan los animales? Quizá no sean muchos; lo que hacen los leones y los tigres es rugir, lo que hacen los búhos es ulular; las abejas zumban y las cabras balan. No parecen cosas de gente humana. Sin embargo, cuando un ser humano grita mucho y muy alto, en la lengua también se invierte el sentido del acto de nombrar y se dice que chilla, como los monos. Los osos gruñen —algunos conductores de autobús también—, las cigarras chirrían —como algunas cantantes de ópera— y los becerros berrean —cosa que es común decir de nuestros bebés.
         Hay también animales cuyos sonidos conocemos bien, pero pueden expresarse con unos verbos bastante curiosos. Las ranas, por ejemplo, croan, sí, pero también groan y charlean. Hemos oído que los caballos relinchan, pero también bufan y aun rebufan, y que los burros roznan y ornean, además de su conocido rebuznar. Las vacas y los bueyes mugen y a veces remudian e incluso braman. ¿Y los elefantes, que sí que no son frecuentes en nuestros espacios? Los monótonos elefantes simplemente barritan —a veces berrean—, pero los polifónicos jabalíes arrúan, rebudian y guarrean. Y nada como los cuervos, que graznan, crascitan, urajean, croajan y voznan. ¡Uy, uy, uy...!
         Así llegamos a los cocodrilos, que, como seguramente ayer los dinosaurios y hoy las iguanas, no cierran los ojos ni para dormir, de vez en cuando segregan un líquido que les lubrica la membrana ocular. Los restos de esa sustancia al caer son lo que llamamos “lágrimas de cocodrilo”, que como no son lágrimas de tristeza ni dolor, desde antiguo han sido consideradas falsas o interesadas. Y quizá por ese detalle fisiológico del Crocodylidae, el sonido que produce es el llamado llanto. Sí, así como las panteras himplan y las perdices titean, castañetean y ajean, los cocodrilos lloran.
         Los sonidos de la naturaleza nos llevan de la risa al llanto con una facilidad sólo explicable mediante las metáforas que nuestra mente concibe para entender el mundo y sus cosas. Si pudieran tomarse la hiena y el cocodrilo como extremos plausibles, todo lo que está en medio, más que representar la identidad de cada especie, nos daría resonancias de la visión que tiene cada pueblo de cómo es el mundo y de cómo es su mundo. Si un animal ríe o llora, e incluso si hace algo tan intrigante como gluglutear o marramizar, depende siempre de cómo somos nosotros y, más que eso, de cómo es nuestra lengua.

emalaver@gmail.com






Año V / N° CXL / 25 de febrero del 2017