lunes, 26 de junio de 2017

Obsoletely fabulous [CLVIII]

Sérvulo Uzcátegui Gómez



Jean Carlo Simancas y María Alejandra Martín como Gabriel 
y María Eugenia en Ifigenia (1986)de Iván Feo



         No, este breve artículo no trata sobre la, en otros lares famosa, aquí apenas conocida serie de la BBC. Tampoco sobre la serie de dibujos animados Futurama, de donde quien escribe extrajo el título, una paráfrasis del título de la sitcom británica, para este artículo. Es verdad que el tema es una socialite, pero hasta allí llega la comparación, por la que quien escribe casi que pide sinceras disculpas. Se trata de una socialite de hace mucho, mucho tiempo, y de una tierra muy, muy lejana, pero que paradójicamente es nuestra ahorita tan convulsionada Venezuela.
         Teresa de la Parra (siendo éste sólo su nom de plume, Ana Teresa Parra Sanojo era su nombre real) fue una dama de abolengo, y efectivamente, aunque fuera por un período relativamente fugaz, una socialite de su época, que vivió gran parte de su corta vida (segada, como la de Franz Kafka, por la tuberculosis) fuera del país, lejos del cual murió. Teresa, presa del incontenible prurito que la llevó a escribir, se vio y se sintió invadida por un germen que, en su tiempo, comienzos del siglo XX, afectó tal vez a más gente de entre nosotros que ahora, comienzos de este siglo XXI: el germen de la venezolanidad.
         Quien escribe estudió Letras e Idiomas Modernos en la Universidad Central de Venezuela desde comienzos de los años 80 hasta comienzos de los 90, vivió más arribita del Panteón Nacional (el de toda la vida, sin esa curiosa carpa de concreto y acero que acampa tras él hoy en día), en lo que ya puede llamarse la vieja Caracas, depauperada y deteriorada como ya estaba por aquellos días, en circunstancias que se asemejan, si bien no del todo, a las actuales. Era habitual para este servidor caminar a través del Parque Los Caobos rumbo a Plaza Venezuela y a la Ciudad Universitaria. La caminata empieza pasando la Plaza de los Museos. Y justo allí, al comienzo, está la estatua en mármol blanco de Teresa de la Parra, obra de la escultora Carmen Cecilia Caballero de Blanch. Allí fue dejada hace ya algunas décadas, ornando el comienzo del paseo del parque, y hasta la actualidad, Anno 2017 (datando la última visita personal de noviembre del año pasado) sigue allí, tan blanca, etérea y hermosa como en la primera (fenomenal) impresión que causó en el autor de estas líneas.
         No existen testimonios sonoros —hasta donde se sabe— de su voz, de la cual se ha escrito que era dulce y melodiosa, con acento de España a raíz de su larga estadía en la península ibérica, y, por su desenvoltura en la cultura y la sociedad galas, encantadoramente salpicada de expresiones coloquiales del francés. La soltura, el irónico humor y el desenfado en el switching del español al francés saltan a la vista y deleitan, sobre todo en sus cartas y en Ifigenia, su primera novela; teniéndolas ante sí en la memoria, puede afirmarse que ellas son lo más cercano a la vivencia de escuchar a Teresa como la amena conversadora cosmopolita que a uno (obviando las diferencias de clase de entonces) le hubiera encantado conocer. Pero a la hora de la escritura que desplegó, sobre todo en su pequeña obra maestra de madurez, Las memorias de Mamá Blanca, y en sus conferencias sobre La influencia de las mujeres en la formación del alma americana, el lenguaje se vuelve castizo y, más que nada, venezolano. No hay en su español ni una falla en todo cuanto el redactor de este artículo ha alcanzado a leer —a lo largo de su vida y más recientemente— de la obra de Teresa, limitada por la brevedad de su vida, que se pudiera detectar o considerar como falla; en su vocabulario, ortografía, gramática y sintaxis (¡la de los dos idiomas!), todo sitzt, paßt und hat Luft, como dirían en alemán; es immaculé, como habrían dicho por aquel entonces, y flawless, como dirían hoy en día. No en vano quien escribe considera a Teresa de la Parra (al menos en el idioma español) una maestra que le animó a escribir y le enseñó cómo hacerlo.
         Y aunque esa belleza, esa perfección de la escritura de Teresa, en su suma de sensibilidad, indulgencia, introspección, costumbrismo y nacionalismo, ni se astille ni se oxide con el paso del tiempo, es de temer que al cabo de los ya casi cien años desde su publicación también caiga presa, como muchas otras cosas bellas más, de la obsolescencia. Podrá caer en desuso, pero no perderá nada de su perfección ni de su belleza.
         Será anticuada y obsoleta, pero siempre será obsoletamente fabulosa. Obsoletely Fabulous.
servuzcg@yahoo.es





Año V / N° CLVIII / 26 de junio del 2017

lunes, 19 de junio de 2017

Celebrando el español (III): a propósito de “El idioma castellano” [CLVII]

Luisa Teresa Arenas Salas


Terentius Neo el panadero y su... marida.
Pompeya, 50-75 después de Cristo



         Más vale tarde que nunca, un refrán que siempre utilizo cuando olvido una fecha de cumpleaños y, luego, remiendo el capote felicitando en fecha posterior. Y, como a buen entendedor pocas palabras bastan, ya sabrán que estoy dando disculpas por mi tardanza en publicar este tercer y último rito referido al poema “El idioma castellano” de Pablo Parellada y Molas (1855-1944), sobre el cual hablamos el 11 de abril (Ritos CIII), y después el 2 de mayo de 2016 (Ritos CVI), los cuales les sugiero releer para hacer más digerible lo prometido.
         La intención de este tercer “apretado” rito es hacer un comentario lingüístico de ese quijotesco poema distinguido por su jocosidad, su lógica, su ostensión. Reflexionemos, pues, desde la ciencia lingüística, los planteamientos lógicos del autor que le hacen exclamar “que es preciso meter mano / al idioma castellano, donde hay mucho que arreglar” (v. 4 a 6, e. 2). ¡Claro! La reflexión obliga a destacar la intención chistosa, festiva del autor, así como la función lúdica y poética del lenguaje que emplea, engranada con la función metalingüística. Este es el quid del asunto, usa el código (lengua) para referirse en juego al mismo código (“idioma castellano”), al que califica de “irracional”. No obstante, como con su juego poético particular quiere dejar “convencido el más profano” (v. 2, e. 28), es decir, al “que carece de conocimientos y autoridad en una materia” (DLE), yo, como menos profana y conocedora del tema que soy, me dispongo a deconstruir su ingenioso juego lingüístico, un tipo de tarea que propongo a mis estudiantes a partir de textos humorísticos.
         ¡Activemos, pues, nuestra competencia lingüístico-pragmática para entender la estructura conceptual con la que juega nuestro ingenioso autor, sustentada en los distintos niveles lingüísticos para lograr su fin pragmático: hacer reír al lector! ¿Cómo lo hace? Con uno y “otro cuento” poéticamente urdidos.
         “¿Por el acento?” (v. 1, e. 4). Y añade: “por esa insignificancia” (v. 2, e. 4) más una retahíla de ejemplos cuya “distancia” no concibe, a pesar de reconocer que “hay esa gran diferencia” (v. 3, e. 3) entre buqué y buqué, entre tomas y Tomás”, entre topo y topó, entre presidio y presidió, entre ingles e inglés. Es la diferencia semántica esencial que produce el acento (fonema suprasegmental) hecha juego a través de la paronimia: una relación semántica en la que dos (o más) palabras se asemejan en su sonido, pero se escriben de forma diferente y tienen significados distintos, usualmente no relacionados.
         “Mas dejemos el acento” (v. 1, e. 5) “y vamos con otro cuento” (v. 4, e. 5): “el sexo a hablar nos obliga” (v. 1, e. 9), dice, después de haber construido esta idea loca, pero lógica, en su pensar: “¿Y la frase tan oída / del marido y la mujer, / por qué no tiene que ser / el marido y la marida?” (v. 1 a 4, e. 7). Y el cuento aquí es la relación entre los términos sexo y género: dos conceptos diferentes en el sistema español que no debemos confundir. Sexo, concepto biológico, y género, concepto gramatical. Esto sin incorporar la nueva acepción de género adoptada por la teoría feminista.
         La RAE y la ASALE en el Diccionario panhispánico de dudas (2005) nos lo aclaran: “Género. En gramática significa ‘propiedad de los sustantivos y algunos pronombres por la cual se clasifican en masculinos, femeninos y, en algunas lenguas, también en neutros... Para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos, debe emplearse el término sexo... Por tanto, las palabras tienen género (y no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo (y no género)” (p. 310). Con esto juega en la estrofa 26, donde califica de “irracional” un hecho lingüístico en el nivel gramatical de los nombres sustantivos que no siempre varían en género (respuesta que adelanto a la siguiente interrogante): “¿Puede darse, en general / al pasar de masculino / a su nombre femenino / nada más irracional?” (v. 1 a 4, e. 26). La “hembra” (sexo) “...del velo es una vela; / la del pelo es una pela; / y la del plazo es una plaza” (v. 1 a 4, e. 27). ¿Es que acaso los referentes nombrados tienen sexo? Son palabras, no seres vivos; son sustantivos invariables en género que, de paso, al conmutarlos también resultan voces parónimas.
         En la pregunta donde introduce la oposición “marido / mujer”, el juego es con la denominada heteronimia, fenómeno por el cual sustantivos de gran proximidad semántica tienen etimologías y formas diferentes para masculino y femenino: hombre-mujer, caballo-yegua, padre-madre, yerno-nuera, toro-vaca, etc.
         También, el ingenio del poeta crea trabalenguas con voces homónimas, otra relación semántica en la que dos (o más) palabras se pronuncian de manera idéntica (homófonas), pero tienen etimologías y significados diferentes: “¿hay en el cielo cometa / que cometa algún delito?” (v. 3 y 4, e. 14); “De igual manera me quejo / al ver que un libro es un tomo; / será un tomo si lo tomo, / y si no lo tomo, un dejo” (v. 1 a 4, e. 21). Tomo y dejo son verbos antónimos (tomar y dejar); pero el sustantivo tomo (libro) no puede oponerse semánticamente a dejo, por ser un verbo y en su categorización de sustantivo no denota un objeto opuesto a “una parte de una obra impresa extensa” (DLE). En la actualidad, este ejemplo lúdico se parece al juego que la gente hace al criticar el uso de la voz “aperturar” (¡urticaria!) en los bancos, diciendo: si existe aperturar una cuenta, también debería existir cerradurar esa cuenta.
         Dejo entonces este comentario lingüístico hasta aquí porque Ritos de Ilación tiene limitación de palabras (y, aquí entre nos, ya lo excedí). Tomo prestada la expresión “arbitrariedad del signo” del llamado padre de la lingüística, Ferdinand de Saussure, a principios del siglo XX, para concluir que con ese concepto de arbitrariedad juega el poeta Parellada y Molas, quien seguramente conoció las ideas del lingüista: la ciencia lingüística no es lógica, los signos lingüísticos realizados en palabras asumen esa condición arbitraria producto de las convenciones creadas por la tradición y el uso.

ue.eim.ucv@gmail.com



Referencias
Arenas Salas, Luisa T. (2016). “Celebrando el español”. Ritos de Ilación CIII (11 abr.), 1. Disponible en http://ritosdeilacion.blogspot.com/2016/04/celebrando-el-espanol-ciii.html.
Arenas Salas, Luisa T. (2016). “Celebrando el español (II)”. Ritos de Ilación CVI (2 may.), 1. Disponible en ritosdeilacion.blogspot.com/2016/05/celebrando-el-espanol-ii-cvi.html.
Parellada y Molas, Pablo (1990). “El idioma castellano”, en Escandón, Rafael. Curiosidades del idioma. Caracas: Panapo.
Real Academia Española (2006). Diccionario esencial de la lengua española. Madrid: Espasa Calpe.
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Bogotá: Santillana.




Año V / N° CLVII / 19 de junio del 2017

lunes, 12 de junio de 2017

Prohibir la dictablanda [CLVI]

Edgardo Malaver


 
“¡Vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!”, les dice
Unamuno  a los españoles en “El error Berenguer”



         Todo el mundo supo en su momento que las hijas del príncipe Raniero III de Mónaco (1923-2005), Carolina y Estefanía, fueron durante su adolescencia un dolor de cabeza constante para él y para todo el principado. Las caprichosas niñas se pintaban el pelo de verde, se bañaban desnudas en el mar, dormían en la calle, hacían todo aquello que sus antepasados no pudieron hacer... al menos en público. ¿La solución del príncipe? Ponerles guardaespaldas para que les previnieran de lo que tenían prohibido. ¿Reacción de las muchachas? Enamorarse de los guardaespaldas, casarse con ellos, darles hijos. O, más escandaloso aun, hacer todo eso a la inversa. Siempre que usted prohíbe una conducta, logra justamente lo contrario.
         No es diferente en la lengua, aunque sí es peor. Si, haciendo realidad aquel cuento de Otrova Gomas, “Los fiscales del idioma”, pusiéramos un vigilante a cada hablante para que no dijera esta o aquella palabra, naturalmente el uso de esa palabra proliferaría, pero, a diferencia de las princesas de Mónaco, todos terminaríamos odiando furiosamente a nuestros vigilantes. No debe haber nada en el cielo ni en la tierra que la gente aborrezca con más crudo encono que escuchar correcciones de lo que dice.
         En Venezuela —a juzgar por lo que dicen ciertos de esos periodistas que siempre tienen una fuente cuyo nombre no pueden revelar—, parece que algunos canales de televisión tuvieran prohibido, por lo menos extraoficialmente, usar la palabra dictadura. Si fuera cierto, ya sabemos lo que va a pasar.
         Políticamente serán reprobables, pero estas prohibiciones siempre traen también la explosión de la creatividad lingüística. En este caso podríamos hacer como los periódicos españoles en 1930, cuando el rey Alfonso XIII (1886-1941) quiso “restituir la normalidad constitucional”, al final de la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1870-1930) nombrando como sucesor a Dámaso Berenguer (1873-1953). Éste no mostró talento alguno para el gobierno: ni continuó la dictadura, que habría complacido a los monarquistas; ni reinstauró la abolida constitución de 1876, que quizá habría favorecido al rey, ni, mucho menos, inició el proceso constituyente que exigía la oposición. Los periódicos bautizaron su gobierno “la Dictablanda”.
         Entonces prohibirían decir dictablanda. También parece que se hubiera prohibido decir guarimba, saqueo, desobediencia, para las cuales los medios, por los menos la televisión, ahora dicen términos como barricadas, robos masivos, violencia. ¿Y si prohibieran usar prostituyente, boliburgués, robolución? Quizá la explicación sea la que dio Laura Jaramillo la semana pasada: el cerebro humano como que tiene severas dificultades para obedecer las órdenes negativas.
         De todas maneras, el gran problema no parecer ser el sustantivo dictadura ni su significado. ¡El problema podría ser más bien llegar al punto de prohibir palabras! En 1931, aquel gobierno de Berenguer, indefinido y tímido, incapaz de sumar fuerzas e ideas para encontrar a una solución, sin destreza para imponer la ley, ni siquiera su propia ley, desembocó en el fin de la monarquía. Después de unas elecciones municipales que numéricamente ganaron los candidatos de la monarquía, el rey tuvo que irse al exilio.
         Quizá en Venezuela, en lugar de no mencionar la dictadura, que es retroceso, lo que habría que prohibir, porque impide avanzar, es la dictablanda.

emalaver@gmail.com






Año V / N° CLVI / 12 de junio del 2017

lunes, 5 de junio de 2017

PNL: más vida [CLV]

Laura Jaramillo


Aquiles Nazoa (1920-1976) disfrutando
de las cosas más sencillas



         Leyendo el artículo del profe Malaver, recordé unas siglas que también son interesantes, como es el caso de la PNL (Programación Neurolingüística), que por estos días juega un papel quizás importante sobre el comportamiento de la sociedad. Este tema puede parecer banal para algunos, porque puede ir contra las creencias que se tengan, tal vez porque quienes más hablan al respecto son los ahora denominados personal coaches; pero a la larga es un tema interesante, digno de estudiar y analizar desde el punto de vista del análisis del discurso.
         Para nadie es un secreto lo importante que es poner límites en nuestras vidas, para lo cual acudimos irremediablemente a la palabra ‘no’: no comas dulces, no pase la franja amarilla, no rayes las paredes, etc. Pero, ¿han notado que el niño que recibe un comando como los mencionados hace precisamente lo contrario? Esto a mí me enerva, pues ahí es donde uno busca un instrumento llamado chola. Claro, hay ocasiones en las cuales no podemos escapar del ‘no’, como el malvado ‘no hay pan’. Y es que el ‘no’ es como un desafío, un reto.
         Según los estudiosos del tema en cuestión, lo que sucede es que nuestro cerebro, en ocasiones, no procesa el ‘no’, es decir, nuestro cerebro no hace clic cuando el comando es negativo. Por ejemplo, ‘No pise la grama’, y la gente pisa la grama; ‘No metas el dedo en el enchufe’, y el tierno niño va directico al huequito ese. O cuando te dicen ‘No pienses en un carro azul’ y no se te viene ningún otro color de los millones que existen. Algo parecido sucede también con el ‘pero’, que es un conector que de alguna manera anula lo anteriormente dicho. Ejemplo: Tu torta estaba sabrosa, pero tenía demasiado chocolate. En casos como este la persona el receptor del mensaje se va a quedar con lo que se le dijo después del ‘pero’. Más allá de tocar un aspecto energético, pues no es el lugar ni soy la indicada, la idea es que comencemos a observar cómo estamos hablando y si eso que decimos tiene algún efecto en quien nos escucha.
         Todo este ¿galimatías?, repito, puede ser interesante por estos días tan turbulentos, pues a lo mejor, no sé, pudiéramos cambiar el efecto de nuestro mensaje. Hagamos un ejercicio. Por ejemplo, en vez de expresar ‘no más balas’, ¿qué tal si decimos ‘basta de balas’?; en vez de ‘no más muertes’, ¿qué tal ‘más vida’?; en vez de ‘no más represión’, ¿qué tal ‘más inteligencia’?, o, ¿’más libros y menos balas’? O seguir el ejemplo de los chilenos, quienes gritaron al mundo una frase muy elocuente: “Cuando se lee poco, se dispara mucho”. Directo y conciso. Bueno, esto con la esperanza de que no se les antoje ahora quemar, también, los libros (antes de eso, mejor hagamos como en Fahrenheit 451).
         En fin, quizás si, a pesar de las circunstancias, intentamos cambiar de sintonía, si leemos (y estudiamos) un poco más sobre PNL, tal vez pudiéramos cambiar el efecto de nuestro mensaje en quien lo escuche. Claudio Nazoa escribió alguna vez que su papá, el excelentísimo señor Aquiles Nazoa, decía que “en las cosas más sencillas era donde se encontraban las cosas más difíciles e interesantes de explicar y comprender”[1].

laurajaramilloreal@gmail.com




Año V / N° CLV / 5 de junio del 2017





[1] http://mariafsigillo.blogspot.com/2011/04/aquiles-nazoa-guarataro-con-champana.html.