lunes, 25 de mayo de 2015

Solo sé que no lleva acento [LVIII]

Camila Guette


         A veces me pregunto si Andrés Bello entendería nuestra manera de hablar y escribir hoy en día y la verdad es que no me cabe la menor duda. Viniendo de un erudito como ese, no me sorprendería. Pero la triste realidad es que no todos somos eruditos, que luchamos para siquiera escribir una línea y pasamos días borrando y reescribiendo hasta un simple tuit, y cuando ha llegado el momento de que alguien lo lea, empiezan los remordimientos: ¿por qué lo escribí?
El uso impone la regla, de lo contrario, estaríamos escribiendo en la lengua de Cervantes que, aunque nos duela aceptarlo, ya no es la misma. Ese sí que no entendería ni medio. Ya son cerca de 500 millones de habitantes los que hacen uso del español, es decir, que hablan y en ocasiones también leen. Solo unos cuantos escriben, ya sea como oficio o por razones académicas, y una fracción más pequeña está al tanto de la normalización de la Real Academia Española. Debo decir con vergüenza que no soy uno de ellos, y no es que me haya unido al clan de Cortázar, que sí gozó en su momento de su licencia de escritor para jugar con el lenguaje. Para muestra, un extracto del peculiar texto del escritor argentino Cesar Bruto con el que Cortázar encabeza su prólogo de Rayuela:

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una bívora como las del solójico, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefación para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá... (Cortázar, 1963, p. 83).

Fue hace apenas unos meses que me enteré de que “solo” no llevaba acento y los demostrativos “este” y “esta” tampoco. Mi consuelo llegó pronto cuando me di cuenta de que no era la única. Al principio me invadió un sentimiento de nostalgia, pero luego solo me causó una gran molestia. Y no fue el hecho de poner o quitar un acento, sino la pretensión de querer imponerse sobre el uso, sobre los hablantes, quienes son, a fin de cuentas, los que le dan sentido a la lengua. Ellos la crean y ellos la destruyen. ¿Que deben respetarla? Por supuesto. Pero hay que tener en mente siempre, que como todo ente vivo, la lengua tampoco goza de la anhelada inmortalidad. Del mismo modo que no nos bañamos dos veces en el mismo río, como bien decía Heráclito, la lengua deviene tan fugaz, tan efímera como un melancólico y solitario acento…

camila.guette@gmail.com


Referencias

Cortázar, Julio (1963). Rayuela. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.




Año III / Nº LVIII / 25 de mayo del 2015

lunes, 18 de mayo de 2015

¡Mosca! [LVII]

Edgardo Malaver Lárez


            Voy a sonar a Laura Jaramillo: la imaginación lingüística de los venezolanos no parece tener límites. Esa capacidad de encontrar semejanzas —construir metáforas, pues— entre lo que está pensando y algún elemento de la realidad tangible (capacidad que tienen todos los pueblos del mundo) en Venezuela parece agudizarse, multiplicarse, refinarse a niveles que merecen aplausos. O... ¿será la cercanía, una cercanía tan cercana que estoy entre... nosotros, lo que me hace pensar eso?
            Los problemas, como situaciones complicadas a las que se da vueltas indefinidamente, son asimilados a rollos, y como las serpientes suelen enrollarse en sí mismas, un problema termina siendo una culebra. Estas particulares culebras también hay que "matarlas por la cabeza" para acabar con ellas. Las telenovelas, por cierto, son, ni más ni menos, eso, enredos, y, por tanto, se les llama también culebrones. Si alguien parece estar desorientado, se le hiperboliza diciendo que está más perdido que el hijo de Lindbergh. Cuando Benedicto XVI renunció a sus funciones como cabeza de la Iglesia en el 2013, los perrocalenteros de Caracas comenzaron a ofrecer a sus clientes el perro vaticano, es decir, con todo pero sin papa.
            La expresión que me llama la atención esta semana es una que bien podría agregarse al glosario zoológico de Laura Jaramillo: ¡mosca! Recuerdo con claridad el día en que oí por primera vez este uso de esta palabra: un compañero al salir del liceo estaba a punto de cruzar la calle sin mirar a los lados, y un transeúnte le gritó: “¡Mosca, muchacho, que vas a quedar como una estampilla en la carretera!”. Decir “¡mosca!” equivale a decir “pon atención”, pero tanta como ponen las moscas cuando se paran sobre la comida. Todos hemos intentado atrapar o matar moscas desde que el mundo es mundo y todos tenemos ya la conclusión de que son los animales más rápidos del mundo. Se supone que se debe a que sus ojos tienen miles de pequeñísimos lentes que le permiten ver en todas las direcciones a la vez e identificar instantáneamente movimientos y cambios de luz, lo cual no puede hacer un ojo simple como el de otros animales.
            Un día mi profesor de estilística del francés, Homero Vásquez, predijo que esta palabra, una vez que emigrara de la jerga juvenil al habla general, terminaría registrada en el diccionario como “interjección que se utiliza para advertir a alguien sobre un peligro inminente o para amenazar”. Eso no ha sucedido, pero sí encontramos en el diccionario varias expresiones que incluyen este alado insecto lingüístico. La que más podría interesarnos es exactamente la que se usa en Venezuela, aunque el significado que da el diccionario nos deja con un suspiro de duda: estar mosca, que remite a tener la mosca detrás de la oreja: ‘estar escamado, sobre aviso o receloso de algo’.
            ¿Estar escamado? ¿Qué significa eso? El diccionario parece expresarse en términos tan metafóricos como la lengua hablada, contimás el habla popular. Con él, por ende, no cabe duda, hay que estar mosca. ¿Verdad, Laura?

emalaver@gmail.com



Año III / Nº LVII / 18 de mayo del 2015

lunes, 11 de mayo de 2015

¡Qué guasasa contigo! [LVI]

Laura Jaramillo


         Es muy común que por las calles, en especial en el transporte público, escuchemos conversaciones relacionadas a cualquier cosa: la cola del supermercado de la esquina, las peleas de los vecinos, fulanita rompió con zutanito, y cosas por el estilo. Entre conversa y conversa, uno, como estudioso de la lengua, se pone a escuchar, no pa chismear (bueno, dependiendo del caso), sino para detectar el lenguaje de a pie.
         Hace algunos días, en pleno apogeo del Metro de Caracas, iba prácticamente de un polo a otro, como la canción de Ilan Chester (de Petare rumbo a La Pastora), y tuve que escuchar, porque no me quedaba de otra, una conversa sobre una fiesta del día anterior. Al parecer, por lo que pude captar cuando me concentraba en el discurso, la fiesta fue un desastre, pero a lo que yo le puse atención fue al léxico tan particular.
         Entre tantas barbaridades, me quedó una palabra dando vuelta como la ruleta del parque de diversiones. La palabra en contexto es la siguiente: “La muchacha le dijo al tipo: Chico, pero ¡qué guasasa contigo!”.
         Cuando llegué a mi casa, de inmediato prendí la compu para investigar sobre esa palabra y su uso. Mi sorpresa fue que el DRAE la define como “(Voz caribe) Cuba. Mosca pequeña que vive en enjambres en lugares húmedos y sombríos”. No entendí.
         Me fui a navegar por las honduras de Internet y encontré una página, muy amada entre los ‘copiapeguistas’, una que mientan Wikipedia. Allí encontré un artículo sobre esta variedad de insecto, y mencionan un impacto social, pues este volador es bastante molesto: le gusta andar volando en la cara de la gente. Por esta razón, en Cuba, le dicen popularmente a la gente fastidiosa o molesta guasasa. Igualmente, el mismo artículo destaca otra curiosidad de la palabra, y es que el DRAE registra el verbo guasabear, pero con un significado totalmente diferente, pues lo define como intercambiar bromas, burlas o chistes.
         Guasasa me hizo recordar una canción cantada por un dominicano; la canción se llama (o, bueno, se titula, para los más cultos) Guasa Guasa, y recuerdo, si mi memoria a largo plazo no falla, que el cantante dijo que en República Dominicana guasa guasa es una persona que habla, habla y habla y no hace na (me recuerda a algo). Sin embargo, guasa la registra el DRAE y la definición se asemeja a la del verbo guasabear. En este caso, sí pareciera existir un linaje entre ambas palabras, mas no coincide con la definición del amigo dominicano.
         Luego, me fui a consultar un libro, cortesía de la colega Cornejo, en el cual aparece guasa, que tiene uso de vieja data por estos lares, y es definida como “broma, burla o chanza”, además de ser una palabra que proviene del francés. También se menciona que guasa “es un género de música popular (…) de carácter alegre”.
         Hasta aquí, al parecer, guasasa es una persona fastidiosa, una persona echadora de varilla y una persona habladora. Es posible que a lo largo del tiempo, los hablantes hayan producido este desvío fonético, y de guasa pasaron a guasasa. Sea como sea, es un neologismo muy caribeño.
         Luego de este interesante descubrimiento, todavía no sé si la muchacha le dijo al tipo fastidioso, ‘varillero’ o ganadero, pero a mí me suena como a ¡qué vaina contigo, chico!

laurajaramilloreal@yahoo.com



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Año III / Nº LVI / 11 de mayo del 2015

lunes, 4 de mayo de 2015

Mi propio día de la independencia [LV]



            En 1997 por estas fechas, escribí para la revista Margarita es Todo un artículo titulado “¿Quién nació el 4 de Mayo?”. Tenía yo la idea de que poca gente se detenía a preguntarse (y a responderse) a qué se debía que la avenida más larga de Porlamar se llamara así. En resumen, lo importante del artículo no era la fecha sino más bien lo que podíamos hacer en aquel momento con la celebración del 4 de Mayo como “día de la independencia” de Margarita, pero es hoy cuando me convenzo de que nuestra conexión con la efemérides es la que construye un significado para el presente. Eso también estaba dicho ahí, sí, pero yo no me daba cuenta.
            Pues resulta que hoy, ampliando un poco la mirada, esa conexión con la fecha histórica (que es, entre paréntesis, una forma curiosa de poner nombre a los lugares: en ella cohabitan el tiempo y el espacio) parece existir en toda Venezuela, al menos en el origen de la designación. Rastrillando mis limitados conocimientos de estos asuntos y gracias a una brevísima e informalísima investigación por celular con unos cuantos amigos que proceden de varios lugares de Venezuela—con Google Maps no habría terminado para hoy—, logré hacer una lista de 23 ciudades de 15 estados en las que hay al menos un lugar cuyo nombre es una fecha patria. En orden alfabético, son Altagracia (la de Margarita), Barinas, Barquisimeto, Cabimas, Caracas, Carora, Carúpano, Charallave, Ciudad Bolívar, Cumaná, Juan Griego, La Asunción, La Guaira, La Victoria, Los Teques, Maracaibo, Maracay, Maturín, Mérida, Porlamar, Puerto La Cruz, San Cristóbal y Valle de la Pascua. La conclusión más sencilla a la que he llegado es que las fechas más importantes para los venezolanos, juzgando sólo por este pequeño grupo de ciudades, son el 19 de Abril, el 5 de Julio y el 23 de Enero.
            Además de Porlamar, las otras ciudades en las que algún topónimo recuerda la fecha en que llegó ahí la noticia de los acontecimientos del 19 de Abril de 1810 son Cumaná con su avenida 27 de Abril, Barcelona con su paseo 27 de Abril, La Asunción con su calle 4 de Mayo y Mérida con su avenida 16 de Septiembre. El 19 de Abril, además, nombra lugares de Barquisimeto, Cabimas, Charallave, Ciudad Bolívar, Los Teques, Maracay y San Cristóbal.
            El 5 de Julio de 1811 se convirtió en nombre de lugar (calle, avenida, barrio, urbanización o sector) en Carúpano, Ciudad Bolívar, Juan Griego, La Victoria, Maracaibo, Maracay, Puerto La Cruz y Valle de la Pascua; como el 23 de Enero de 1958 lo ha hecho en Barinas, Barquisimeto, Caracas, La Victoria, Maturín y Valle de la Pascua.
            ¿Qué lleva a un pueblo a poner a sus espacios nombres de tiempo? ¿Estará el hombre cosido al tiempo, como parece estarlo al espacio? Es notorio que se trata de fechas en que han sucedido grandes acontecimientos para Venezuela. ¿Será un sentido colectivo de la unidad cultural?
            Las fechas parecen ser marcas que nos van dejando los acontecimientos, tanto que queremos dejar marcado también nuestro territorio con ellas. Si el medio natural influye en nuestra forma de ser (de pensar, de actuar, de hablar), ¿influirá también el tiempo, a tal punto que no deseamos dejar de eternizarlo en los nombres de lo tangible? Las respuestas deben estar en la lengua, que es, a fin de cuentas, el cincel con que hacemos nuestras marcas en el mundo.
            Siendo así, voy a esculpir aquí esta fecha, como mi propio día de la independencia: ¡feliz 4 de Mayo!

emalaver@gmail.com



Año III / Nº LV / 4 de mayo del 2015