lunes, 25 de noviembre de 2019

Metáforas escatológicas (II) [CCLXXX]

Laura Jaramillo



Biff hundido en abono tras perseguir a Marty 
en Volver al futuro (1985) de Robert Zemeckis




         Bueno, ya debieron haber aprendido la lección. Mis artículos no se pueden leer comiendo algo delicioso. Mejor dejamos la lectura para antes de acostarnos, porque durmiendo se analizan mejor las cosas. La almohada es una excelente consejera.
         Como les venía diciendo, además de toda aquella imagen (¿la recuerdan?), hay que decir que la bosta es abono para las plantas, yo sé que lo que sale es distinto a lo que entra, pero aunque no lo crean ahí van nutrientes muy efectivos para la tierra. El estiércol es un excelente fertilizante, por lo que hay que aprovechar todo lo que boten los animalitos del monte.
         No es que tenga complejo de veterinaria, ni tampoco soy campesina, pero alguna vez fui a un campo que es un paraíso y uno aprende cositas interesantes.
         Cuando alguien nos hace una maldad, le decimos que es una mierda. Pero no es nada malo, nos están diciendo que somos ricos… ricos en nutrientes.
         Cuando nos ofuscamos, como el fulano pelotero, mandamos a toitico er mundo pa la mierda. Pero tampoco es la gran cosa la mierda, como ya lo saben, porque ustedes son inteligentes, es un lugar acogedor, cálido y, como ya vimos, lleno de nutrientes. Entonces, antes de molestarnos y matar pa comer del muerto, analicemos la cosa que quizás no sea insulto sino una manera muy perspicaz de mandarlo a uno a joder pa otro lado.
         Otra imagen, que es muy común, es la de pisar la mierda. Según dicen, eso da suerte. Yo lamentablemente (¿o afortunadamente?) no he tenido ese privilegio, porque, al igual que ustedes, brinco como Yulimar Rojas cuando en mi camino diviso a lo lejos una plastica de perrito.
         Fíjense que no han cambiado su expresión desde que comenzaron a leer el artículo, pero relájense y analicen todas esas imágenes. Como buen venezolano, cuando alguien se da un soberano bollo, lo primero que decimos es ¡Mierda! Y después nos destortillamos de la risa.
         Así que la cosa no es tan mala. Como siempre digo, todo dependerá del bendito contexto. Al final, son solo metáforas… pero ¡qué metáforas!

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VII / N° CCLXXX / 25 de noviembre del 2019



Otros artículos de Laura Jaramillo:


lunes, 18 de noviembre de 2019

Metáforas escatológicas (I) [CCLXXVIX]

Laura Jaramillo


 
Escena de El fantasma de la libertad (1974),
de Luis Buñuel


         Recuerdo una canción que aprendí en la escuela y que cantaba con las amiguitas cuando salíamos como alma que lleva er diablo a la siempre esperada hora del recreo. A mi cucha no le gustaba la cancioncita esa. Hoy (no importan los años que han pasado), aún la canto pa echar vaina un rato.
         No sé si algún coterráneo o coetáneo la conoce; si no, se la presento. Y dice: “Queremos comer vómito caliente de un paciente, sangre cuajada de rata reventada y de postre un pu, hecho con pupú”.
         Sí, ya sé que no parece canción para colegialas ‘inocentes’, pero era la que nos gustaba cantar cuando la niña que nos caía mal se comía gustosamente su merienda, que nunca nos brindaba.
         Traigo esta anécdota a colación para hablar sobre las expresiones que nos encanta tanto esgrimir, pero que quizás son un tanto grotescas. Por supuesto, son las famosísimas metáforas, en este caso son las metáforas escatológicas, que en ocasiones pueden ser ofensivas; pero primero analicemos algunas de ellas antes de molestarnos, porque quizás en el fondo no son tan ofensivas.
         Primero, la RAE define escatológico como el “conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”. También refiere que es “perteneciente o relativo a la escatología”. Esta es el “uso de expresiones, imágenes y temas soeces relacionados con los excrementos”. Esto quiere decir que por un lado tenemos la ultratumba y por el otro tenemos los excrementos, es decir, el punto de encuentro es la tierra (¿o no?).
         Hace algunos años, salió un pelotero muy molesto porque, según él, la gente lo consideraba un ‘come mierda’. Su defensa era que no se calaba los insultos y regaños de otros, que solo peleaba por ser el mejor. De verdad, el señor estaba bastante ofuscado.
         Sin embargo, que le digan a uno ‘come mierda’ no debería ser una ofensa, pues hay animales que lo hacen, como el tierno chigüirito. Para este animalito tan llanero, gordito y peludito es totalmente normal comerse su propio excremento, pues esas bolitas son muy nutritivas para él. Les explico. El chigüire, y no el bipolar, defeca la primera vez y se come su plasta, porque todavía hay que aprovechar los nutrientes que aún hay allí. La segunda vez, ya no come nada porque ya exprimió al máximo sus nutrientes.
         Una vez, mi periquito (que se llamaba Azzurro) estaba como en un jolgorio, comiéndose con todo su gusto unas bolitas de su propio pupú. Eso me dio risa, pero lo llevé al veterinario, porsiacaso. La cosa no era nada grave, solo que el pajarito tan inteligente sintió que tenía deficiencia de hierro, por lo que el pupú le daba lo que necesitaba.
         No se escandalicen. Vean esto como una manera de economizar comida.
         Esto sigue...

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VII / N° CCLXXVIX / 18 de noviembre del 2019




Otros artículos de Laura Jaramillo:


lunes, 4 de noviembre de 2019

Yo, Reguetón [CCLXXVIII]

Laura Jaramillo


Afiche de Divorciadas, evangélicas
y vegetarianas, de Gustavo Ott,
en Argentina
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 



         En el edificio donde vivo no hay ascensor, y yo vivo en el último piso, por lo que tengo que pasar por todos los apartamentos, viendo cómo viven los vecinos, porque les encanta tener las puertas abiertas, como en los pueblos del interior del país.
         El quid del asunto es que hay una vecina que hace dulces y para que el apartamento ‘se ventile’ siempre tiene la puerta abierta. Ella, una jovenzuela de 19 años aproximadamente, muy recatada, pues dice ser evangélica (o testigo de Jehová, ya no recuerdo), siempre tiene una música a to volumen, como para amenizar su labor dulcística. El problema, bueno, mi problema no son los decibeles ni la vibración de las paredes y del suelo, sino el famoso tucún tucún del compañero Camacaro, es decir, el reguetón.
         Me parece maravilloso que la chicuela sea tan jovial, tan alegre, tan trabajadora, tan... bueno, tampoco es que sea una campana. El asunto es que las canciones las canta a todo pulmón. Tanto así que hace días la escuché poco antes de llegar a su piso cantando: “Hagamos el amor por el teléfono”. Me dio muchisísima risa escuchar a una evangélica vociferar semejante alegoría.
         Alguna vez, una estudiante muy querida me preguntó que si a mí me gustaba el reguetón. Yo le dije que solo me gustaba si era instrumental, pues para nadie es un secreto que la cuna de las letras reguetoneras es la sumisión y el insulto al género femenino y la exaltación del machismo, por lo que las letras no son de mi agrado, de más está decirlo. Aunque no puedo negar que han salido algunas cancioncitas muy sabrositas y unas fusiones muy interesantes. La más interesante de todas es el reguetón con el vallenato (¡eh, avemaría, hombe!). Es más, lo bautizo como el valletón, así como el bachatón (bachata con reguetón).
         Sin embargo, luego de la anécdota con la vecina y de la respuesta que le di a mi alumna, he pensado tanto en ese fulano ritmo, pues me he dado cuenta de que ni siquiera de manera instrumental uno puede escapar de la letra, pues sin darme cuenta me encontré escuchando reguetón instrumental, pero mi cabeza, mi cerebro, mi inconsciente o mi consciente, mi álter ego, en fin, alguien dentro de mí estaba vociferando la bendita letra, y no podía ser otra que “Despacito”, escrita además por una mujer y que la ha cantado hasta el Papa.
         La música alegra los corazones, por lo que no puedo quitarle mérito al bum mundial del reguetón. Pero no estoy de acuerdo con que ahora todo tenga que ser tucún tucún, por lo que me alegra toda la alharaca que han hecho los ‘afectados’ por aquello de los Latin Grammy 2019.
         Definitivamente, como dijera el gran Camacaro: “No importa lo que se haga, las probabilidades de huir de él son nulas. Aunque no sea de agrado, en algún lugar llegará a los oídos sin querer, entonces solo queda acostumbrarse a su ritmo y seguir su son”. Des-pa-ci-to...

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VII / N° CCLXXVIII / 4 de noviembre del 2019