lunes, 26 de junio de 2023

¡Ay! [CDXXVII]

Edgardo Malaver

 

 

 

Ay, luna que sales... Ay, luna mala... Ay, triste luna,
dice García Lorca en
Bodas de sangre (1933)

 

 

         Estoy en la sala de mi casa y oigo que un niño pequeño emite sonidos en el pasillo. Oigo a su madre decirle palabras cariñosas. Parece que está aprendiendo a caminar. En cierto momento, parece que cae al piso dando pasos hacia su casa. “¡Ay!”, dice claramente. Es la primera palabra inteligible que le oigo decir desde hace rato. La madre, aparentemente, lo toma en brazos para consolarlo y entra con él en su casa. Vuelve a decir “Ay” mientras ella cierra la puerta.

         Ay. Un niño que está aprendiendo a caminar pierde el equilibrio, cae sentado y le dice: “¡Ay!”. Un obrero se pisa un dedo con el martillo y exclama: “¡Ay!”. Una persona mayor se entera de la muerte de un familiar y lanza un doloroso “¡Ay!”. Los vendedores de verduras de Sevilla en el siglo XIV, Juana la Loca pariendo a Carlos V, los bailarines del ballet de Buenos Aires, los pescadores de Yucatán y de Güiria, los abuelos que se reúnen al leer el mismo periódico por turnos, las secretarias de los empresarios cafetaleros, el ingeniero que construye una carretera... todo aquel que haya estado expuesto a los sonidos de la lengua española, aunque sea unos pocos meses, como mi pequeño vecino, encuentra en estas dos vocales la expresión fiel y precisa de la sensación física que experimenta en la piel, en el corazón o en el espíritu. Dolor, soledad y tristeza —y también, a veces, alegría— salen de nuestros labios convertidos en un sonoro ay, que no admite competencia, ni en fuerza ni contenido, por parte del anodino motivo de la brevedad vocal.

         Lo natural —que no todo en la lengua es cultural—, lo socialmente natural, lo espiritualmente natural en esta lengua del flamenco y del galerón, el idioma de las canciones de cuna y el discurso científico, el habla de García Lorca y de García Bacca, lo natural, digo, si caminamos descalzos por la casa y tropezamos con la pata de la mesa, es el simplísimo ¡ay! de las primeras palabras que aprendimos de nuestras madres, antes de aprender a caminar. Todo el castellano de mi madre y de sus abuelos cabe en esa gota mínima de un ay. ¿De dónde trajeron ese fulano auch! que dicen tanto?

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXVII / 26 de junio del 2023

 



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lunes, 19 de junio de 2023

Hurra por los traductores médicos [CDXXVI]

Edgardo Malaver

 

 

Pelvis de medio millón de años de edad,
hallada en Atapuerca, España

 

 

 

         Les dije un día con esta misma caligrafía que me llevaba mal con la traducción legal. La traducción médica es mucho menos lejana conmigo, y aun así no somos fanáticos el uno del otro. Sin embargo, a mitad de marzo de este año tuve la oportunidad de escuchar, de lejos, intermitentemente y sin intervenir, un taller del célebre Pablo Mugüerza sobre medicina para traductores, y, cuando habló de los intestinos, me asombré con algo que seguramente ya había sabido antes por diferentes caminos y situaciones de aprendizaje. El exhaustivo taller de Mugüerza —sobre el cual él no cesaba de advertir que representaba una ínfima porción de lo que se estudia en cualquier escuela de medicina... como es natural— describe el cuerpo humano y sus funciones sistema por sistema, órgano por órgano, hormona por hormona. Así que no importa si uno no estudia traducción ni medicina, el atractivo es lo que informa: el maravilloso funcionamiento de un engranaje exquisitamente singular.

         Lo que me sorprendió ese día fueron cuatro palabras que con toda certeza ya había oído mencionar en secundaria y probablemente hasta he traducido alguna vez: hilio, íleon, ilion e íleo. Como se trata de un ejemplo magnífico de cómo el traductor tiene que tener los ojos, los oídos, el conocimiento, la imaginación más abiertos que las órbitas de Alí Babá, les voy a poner aquí las definiciones (la primera es de la Academia Española y las demás, del propio Mugüerza):

 

hilio (en inglés, hilus o hilum): depresión en la superficie de un órgano, que señala el punto de entrada y salida de los vasos o de los conductos excretores;

íleon (ileum): tercera porción del intestino delgado, entre el yeyuno y el ciego.

ilion (ilium): hueso ancho que forma la parte superior de cada mitad de la pelvis.

íleo (ileus): obstrucción del intestino debida a su parálisis (íleo paralítico) o a su exceso de actividad (íleo espástico).

 

         Como la traducción no puede ser nunca —ni siquiera la científica, que quizá da menos espacio para las oscilaciones creativas, sinonímicas, polisémicas de los términos— una simple sustitución mecánica de un significante por su equivalente léxico en otra lengua, conviene poner atención, y mucha, a estas sutilezas. El nivel de atención que exige la traducción médica, al menos juzgando por este meticuloso ejemplo, llega a un nivel tan alto que involucra un tercer idioma que, para más inri, ya no habla nadie en el mundo como lengua materna. Así que quizá podamos encontrar de todo sobre ellos en el inmenso lago de Internet, pero no podemos llamar a un amigo médico extranjero para que nos diga si le “suena natural” a sus oídos nativos.

         Muchísimos de mis alumnos están pensando, al pasar por esta línea, en uno de mis refranes favoritos: “En traducción no hay enemigo pequeño”. Cualquiera diría que se trata de simples palabras, incluso breves, que no importa mucho cómo las escribamos porque el especialista sabrá adivinar de cuál se trata en realidad, y los ignorantes de todos modos no las van a entender. Pero desde que nuestro más remoto antepasado primate pronunció su primera palabra está claro que no existe palabra que sea una simple palabra.

         El traductor científico está, como pocos otros profesionales, acorralado entre numerosas salidas tupidas de espinas. Si traducimos para científicos y no somos capaces de atinar los términos con la precisión con que lo han hecho ellos, vamos a hacer el ridículo y, como consecuencia, además, nos van a borrar de la lista de traductores confiables. Si traducimos para pacientes, vamos a crear más confusión de la que en condiciones naturales hay y, de resultas, también, nos van a culpar de los hipotéticos errores del autor. Para traducir con precisión y correctamente, hace falta el tiempo que nunca hay, y si traducimos con ayuda electrónica, querrán pagarnos menos. Si traducimos bien, nadie se da cuenta, pero si traducimos mal, matamos al paciente.

         El traductor que no se prepara para estos espejismos y fantasmas o que piensa que siempre va a estar lejos de su alcance porque por más que camina nunca se los tropieza, se encuentra en la misma culposa situación del médico que recibe un paciente cuyo padecimiento no logra identificar. Si el paciente tiene gripe y el médico le diagnostica cáncer será tan grave y criminal como si tiene cáncer y él le receta un antigripal.

         Indudablemente, sí, en todas las disciplinas existen estos pasajes dificultosos, delicados, casi insondables del oficio que producen comentarios como este, y en todos habrá quienes les adviertan a los más jóvenes: “Tengan cuidado con esto”. En la traducción médica, sin embargo, estas advertencias normalmente concluyen en el argumento incontestable, inapelable, incuestionable, de que lo que está en riesgo al traducir por debajo del estándar de la excelencia es la vida humana. No llega uno a imaginarse la magnitud de esa responsabilidad.

         Dije en el primer párrafo que no era precisamente amigo de la traducción médica. He sido en extremo injusto con ella. Lo que pasa es que las palabas que me flotan en la mente me han engolosinado para que ponga atención a otras voces, que me atraigan otros colores y me cuelgue de otras imágenes; pero tendría que hablar de la traducción médica con más cariño: los primeros 500 bolívares que me gané como traductor, cuando aún era estudiante, provinieron de la traducción de un artículo sobre ginecología. Y cómo me contenta haber comenzado por ahí, porque nada hay mejor cuando uno comienza en un trabajo que tener al menos algo de certeza acerca de cómo tienen que llamarse las cosas. Ayuda bastante no tener que inventar lo que ya está inventado.

         Pues bien, en estos días, escuchando a Mugüerza explicar, con el afán de precisión del médico y el afán de precisión del traductor, la hermosa complejidad del organismo humano, he llegado a pensar: “Qué trabajo tan difícil tiene que ser traducir estas cosas. ¡Hurra por los traductores médicos!”.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXVI / 19 de junio del 2023

 




lunes, 12 de junio de 2023

El encanto de lo fantástico: Tolkien y la evolución del pensamiento humano [CDXXV]

Francisco Busnego

 

 

Algunos viajes no son posibles sin imaginación. Huella
de Edwin Aldrin en la Luna en 1969. Foto: NASA

 

 

 

         ¡Ah, la literatura fantástica! Ese género que nos transporta a mundos desconocidos, poblados por seres sobrenaturales y aventuras inimaginables. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha recurrido a la fantasía para escapar de la realidad y explorar los límites de la imaginación. En esta época, la literatura fantástica ha experimentado un renacimiento, gracias en parte a autores como J.R.R. Tolkien y su gran catálogo de obras. Pero, ¿cómo ha influido la literatura fantástica en el pensamiento humano a lo largo del tiempo? Acompáñenme en este viaje por el reino de lo fantástico, donde descubriremos cómo la magia y la imaginación han transformado nuestra forma de ver el mundo.

         Adentrándonos en el vasto universo de la literatura fantástica, es imposible no mencionar al magistral J.R.R. Tolkien, el arquitecto de mundos épicos y creador de historias que han dejado huella en las mentes y corazones de innumerables lectores. Sus obras, como El señor de los anillos y El Hobbit, son verdaderos tesoros literarios que nos transportan a tierras míticas y nos sumergen en conflictos entre el bien y el mal. Pero más allá de las tramas apasionantes y los personajes inolvidables, Tolkien nos ofrece una visión profunda sobre la naturaleza de la fantasía y su impacto en nuestra forma de pensar.

         En su ensayo On Fairy Stories, Tolkien nos guía por los senderos encantados de Faërie, un reino donde los cuentos de hadas cobran vida y la magia se convierte en nuestra más fiel compañera. En este reino mágico, Tolkien nos revela que la literatura fantástica no es simplemente un escapismo pasajero, sino una ventana hacia la esencia misma de nuestra humanidad. Los cuentos de hadas, según Tolkien, despiertan en nosotros un anhelo por lo desconocido y nos invitan a explorar los confines de nuestra imaginación, trascendiendo las limitaciones impuestas por la realidad cotidiana.

         Es en este punto donde encontramos la verdadera influencia de la literatura fantástica en el pensamiento humano. Al sumergirnos en las páginas de un libro de fantasía, nos adentramos en un reino donde las leyes de la física y la lógica pueden ser desafiadas. Nos encontramos con seres mágicos, criaturas fantásticas y poderes sobrenaturales que despiertan nuestra curiosidad y nos incitan a cuestionar nuestras propias creencias y suposiciones sobre el mundo que habitamos. La literatura fantástica se convierte así en una herramienta de transformación personal y social, al abrir las puertas de la percepción y permitiéndonos explorar nuevas perspectivas y realidades alternativas.

         Pero no debemos olvidar que la literatura fantástica también puede ser un reflejo de la sociedad en la que se crea. Los autores, conscientes o no, a menudo incorporan en sus obras elementos y temas que resuenan con las inquietudes y tensiones de su tiempo. En el caso de Tolkien, su obra maestra, El señor de los anillos, se publicó en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial, y se ha interpretado ampliamente como una alegoría de los conflictos y desafíos de la época. La lucha entre el bien y el mal, la valentía frente a la adversidad y la importancia de la amistad y la comunidad son temas que resuenan en el corazón de los lectores y trascienden las barreras temporales.

         En la actualidad, autores modernos como Brandon Sanderson han continuado la tradición de la literatura fantástica, creando mundos y personajes que desafían nuestra comprensión de lo real y lo posible. La literatura fantástica nos invita a reflexionar sobre nuestra propia realidad y a imaginar mundos alternativos donde lo imposible se vuelve posible. En estos mundos de ensueño, encontramos espejos que reflejan nuestra propia existencia, exploran nuestras emociones más profundas y nos brindan la oportunidad de experimentar la vida desde diferentes perspectivas.

         A lo largo del tiempo, la literatura fantástica ha transformado el pensamiento humano al permitirnos explorar lo desconocido y cuestionar nuestras creencias y suposiciones. Al sumergirnos en mundos mágicos y extraordinarios, somos capaces de expandir nuestra imaginación y considerar nuevas posibilidades. Además, la literatura fantástica nos permite enfrentarnos a nuestros miedos y deseos más profundos, lo que nos ayuda a comprender mejor nuestra propia naturaleza y la del mundo que nos rodea.

         Por ende, la literatura fantástica ha sido y seguirá siendo una fuerza poderosa en la evolución del pensamiento humano. Desde las épicas aventuras de la antigüedad hasta las complejas narrativas de autores modernos como Tolkien y Sanderson, la literatura fantástica nos convierte en un pequeño hobbit que se arroja a aventurar lo desconocido desafiando así todo lo que se cree y piensa del mundo. Como un sabio mago que lanza hechizos con su pluma, los autores de literatura fantástica nos han mostrado los misterios ocultos del mundo y nos han recordado que, incluso en los tiempos más oscuros, siempre hay espacio para la magia y la esperanza.

         Así concluye nuestro viaje por el encanto de lo fantástico y su influencia en el pensamiento humano. Recordemos siempre que, en las páginas de un libro de fantasía, se esconden mundos por descubrir, personajes por conocer y lecciones por aprender. Sigamos explorando los límites de nuestra imaginación y permitamos que la magia de la literatura fantástica nos guíe en nuestro viaje hacia lo desconocido. Después de todo, como diría un sabio mago, “la verdadera aventura comienza cuando cerramos el libro”.

 

fbusnego@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXV / 12 de junio del 2023

 

lunes, 5 de junio de 2023

La inteligencia artificial y la traducción (III) [CDXXIV]

Luis Roberts

 

Afiche francés de 1968. Los traductores cantan:
“No es más que un comienzo, la lucha continúa”

 

 

 

 

         Como yo siempre, bueno, casi siempre, cumplo mis amenazas, aquí va el tercer artículo dedicado exclusivamente, esta vez, a la traducción audiovisual y a la IA, hoy la más importante (por volumen) en el mundo.

         Hoy los hablantes se guían por el idioma “fabricado” en la televisión y el cine y, últimamente, y desgraciadamente, en las redes sociales. De ahí la gran, la inmensa responsabilidad de los escribientes y traductores de los textos audiovisuales, y de los empresarios que propician, financian y se lucran con ello.  En mi artículo anterior, citando los consejos de ASETRAD decía: “Los campos de aplicación de la posedición (por ahora, pues la IA avanza a pasos agigantados) es útil para textos con lenguaje estructurado, por lo que suele aplicarse a textos de carácter técnico que se caracterizan por su objetividad y por no contener giros idiomáticos ni juegos de palabras, ironía o doble sentido. Existen numerosos contenidos creativos o idiomáticos que todavía no se prestan a la posedición”.

         Es evidente que la traducción audiovisual está incluida en esta excepción. Al menos por ahora.

         Acabo de leer una estupenda novela que me han regalado (el regalo de Sant Jordi, gracias, Yajaira), de una famosa escritora irlandesa, ambientada en la Ferrara de mediados del siglo XVI y traducida por una conocida y excelente traductora. Mi avisado ojo corrector (deformación profesional) “pilló” un laísmo de primaria y un divertido calco anacrónico: “Señora, si necesita algo, toque el timbre”. ¿El timbre en el siglo XVI? Seguro que en inglés decía ring the bell, o sea, “toque la campana.”. Quiero decir que si la traductora, repito, excelente traductora, se equivoca, como lo hacemos todos los humanos, errare humanum est, ¿qué se puede esperar de la inteligencia artificial?

         Hace unos días una persona muy cercana hizo una prueba con la inteligencia artificial con la siguiente frase: It’s exciting because we’ve only teased Dragonstone. ChatGPT tradujo: “Es interesante porque sólo hemos insinuado Dragonstone”.  Añadiendo de “bonus” que era una idea sin sentido. DeepL tradujo: “Es emocionante porque solo nos hemos burlado de Rocadragón”. Dos traducciones erróneas por ignorar el sentido de la palabra tease en el mundo cinematográfico. La traducción correcta era: “Es emocionante porque sólo habíamos hecho un avance de Dragonstone”. Yo mismo he hecho estos días una prueba con algunos de los motores de traducción mejor clasificados en Google, con un video de un conocido show de la TV americana, lleno de rimas, ironías, chistes, juegos de palabras, etc., y el resultado es tan, pero tan lamentable, que no tienen posedición posible.

         Hace unos meses hizo mucho ruido en las redes sociales en España, creo que incluso con la participación de ASETRAD, la asociación de traductores de España, un subtítulo en inglés de una película española, cuando una andaluza, con ese acento tan parecido al del oriental venezolano, dice: “Oye, miarma” (por mi alma, mi amor) y el subtítulo hecho en Netflix con inteligencia artificial decía: “Hey, my gun!”. Los comentarios que cada vez con mayor frecuencia aparecen en las redes sobre los subtítulos de Netflix son demoledores. Netflix pidió disculpas entonces, pero el problema continúa.

         Ya las grandes compañías de televisión, las cadenas, distribuidoras, vendors, cadenas de streaming, etc., están empezando a cancelar a centenares, si no millares, de traductores, sustituyéndolos por inteligencia artificial y “poseditores”, vulgos correctores, pagados con tarifas irrisorias y obligados a “poseditar”, corregir, varias películas en un día, algo materialmente imposible... si se quiere hacerlo bien, claro. A eso ya me refiero en mi artículo anterior. Pero si el problema es grave, aún lo es más si tenemos en cuenta en el momento en el que aparece. Hoy parece que la calidad ya no es un valor importante, un valor preferencial, ni en el supermercado, ni en la vivienda, ni en la traducción. Si el consumidor, el lector, el espectador no exige calidad, no habrá calidad, porque primará siempre la política empresarial de bajos costes y altos rendimientos.  ¿Qué hacer?  No hace falta leer a Piketty, ni Los miserables (aunque hay que hacerlo), para saber que hay que enfrentarse a ello y resistir. ¿Cómo? Seguro que a todos se les ocurren mil maneras. A mí se me ocurrió una hace muchos años, desde que ocupo la cátedra de Traducción Audiovisual en la Universidad Central de Venezuela, pero que nunca he podido llevar a la práctica, y tal vez ahora sea el momento: crear lobbies, grupos de presión en redes, en Internet, de espectadores cítricos denunciando la bazofia, haciéndoles saber a los canales transgresores que su desprecio por la calidad no es sólo un error lingüístico, sino una falta de respeto al espectador, al idioma y a nuestra dignidad de hablantes y de traductores. Esa es la trinchera a la que me refería. Como decían en París en 1968: ce n’est qu’un debut... Esto no ha hecho más que empezar...

 

luisroberts@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXIV / 5 de junio del 2023