lunes, 24 de mayo de 2021

Un minuto de silencio [CCCLVII]

Edgardo Malaver

 

 

Cleusa de Williams (1936-2021)

 

 

 

         El 23 de abril tuvimos en la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Central de Venezuela un encuentro virtual, como son ahora, para celebrar el Día del Idioma y homenajear a la amadísima profesora Cleusa de Williams, que había dejado este mundo el mes anterior. Y como el coronavirus nos ha puesto a todos los seres humanos a innovar las formas de hacer lo que siempre hemos hecho, nosotros ese día también hicimos de una forma nueva algo que hemos hecho toda la vida. Al principio de la reunión, guardamos un minuto de silencio por nuestra hermana Cleusa y por la enorme herencia que nos ha dejado en la escuela.

         Curioso minuto de silencio en que cada quien en su casa, en 16 países, se levantó de la silla y permaneció 60 segundos de pie frente a su computadora sin decir palabra. Tal como lo haría en un auditorio o en una plaza, pero en casa, solo, frente a una pantalla donde 43 cuadros mostraban a sendas personas haciendo lo mismo: estar callados frente a la pantalla. Hace menos de un año, ya nos parecía bien curioso —¿irregular?, trastornado?, ¿triste?— que alguien se pasara una hora o dos hablándole a una pantalla, pero nosotros ese día sólo nos quedamos parados frente ella, en silencio, un minuto.

         ¿Quién inventó que pasar 60 segundos de pie con la boca cerrada era forma de homenajear a la gente ya no vive? En 1919, después del fin de la Primera Guerra Mundial, un soldado australiano llamado Edward Honey (1885-1922), que había servido en el ejército británico, propuso en el diario Evening News que se conmemorara el primer aniversario del cese del fuego con cinco minutos de silencio en todo el país. Nadie le prestó atención, pero, meses después, la idea llegó a oídos del rey Jorge V (1865-1936), que la acogió, y el 11 de noviembre de 1919, un año después de la primera firma del Tratado de Versalles, celebró el aniversario recordando de esta forma a todos los que perdieron la vida en la guerra. Durante los ensayos de la ceremonia, presididos por Jorge, secundado por Honey, ambos acordaron reducir el tiempo a dos minutos al percatarse de que cinco eran demasiados.

         Unos días antes del aniversario, el rey había firmado una proclama en la que pedía a sus súbditos en el mundo entero “que a la hora en que entró en vigencia el armisticio, la undécima hora del undécimo día del undécimo mes, se observara durante el breve espacio de dos minutos una total suspensión de todas sus actividades cotidianas [...] de manera que, en perfecta tranquilidad, los pensamientos de todos se concentraran en la reverente remembranza de los gloriosos difuntos”.

         Desde entonces, durante más de 100 años ya, ante la inmensidad de la pérdida, ante la intimidad del dolor, ante la infinidad de méritos del fallecido, es el silencio reverente el que logra expresar lo que las palabras no podrían. Las palabras en semejantes momentos parecieran ausentarse, camuflarse, recogerse ellas mismas para sufrir su propio luto. Y como nunca hay palabras que puedan, ni mínimamente, restañar la mutilación que nos deja la muerte, el silencio es mejor.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLVII / 24 de mayo del 2021


 

 

 

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lunes, 10 de mayo de 2021

¿Tener quebranto? ¿Qué es eso? [CCCLVI]

Andrea Villada

 

 

 

Miguel Otero Silva escribió sobre un quebranto
venezolano en 1939

 

 

         Me sentí engañada. Déjenme explicarles por qué.

         Hace un par de semanas estaba diseñando una publicación en redes sociales sobre cómo explicar diferentes síntomas de enfermedad en español; dicha publicación era para estudiantes de español como segunda lengua. Afortunadamente, no trabajo sola. Mi socia nació en Colombia, igual que yo, pero, a diferencia de mí, ha vivido en nuestro país natal toda la vida. Yo, en cambio, tuve la dicha de vivir en Venezuela por veinte años.

         Como les decía, mientras diseñaba la publicación, Merly —así se llama mi amiga— y yo decidíamos qué frases incluir y una de mis sugerencias más obvias fue: “tener quebranto”. La profe me miró con extrañeza y me dijo:

         —¿Qué es eso?

         —¿Cómo que qué es eso? Tener quebranto es tener un poquito de fiebre... ¿Sabes? Cuando tienes un poquito de fiebre, pero no es demasiada... Como entre 37 y 38, más o menos...

         Me quedé callada porque me di cuenta de que lo que estaba diciendo no tenía mucho sentido y que no tenía una definición exacta. Mi amiga no quitaba la cara de no entender lo que yo estaba diciendo. Entonces, frustrada, le pregunté:

         —¿Qué dices tú si una persona tiene un poquito de fiebre pero no muy alta?

         —¡Pues tener fiebre, Andrea! —fue su respuesta.

         Inmediatamente hice lo que cualquier profe de español haría, busqué en el diccionario de la RAE la palabra quebranto: ‘descaecimiento, desaliento, falta de fuerza’.

         Está bien, la fiebre no está incluida en la definición de quebranto de la RAE, pero yo no me iba a dar por vencida. Estaba convencida de que esto era algo científico, todos los médicos debían saber exactamente a qué me estaba refiriendo.

         Busqué en Google. Los primeros resultados se relacionaban con fiebre, ¡bingo! Abrí varias pestañas, todas describían la sensación de quebranto que ocasiona la fiebre, pero ninguna definía un grado de alta temperatura corporal como “tener quebranto”. Empecé a perder la confianza en mi escueta definición. Busqué y busqué y al final puse en el rectangulito del famoso buscador “tener quebranto Venezuela”. Ahí lo encontré:

 

1. QUEBRANTO: Misteriosa elevación de la temperatura corporal, no lo suficientemente alta para ser considerada fiebre, pero sí lo bastante seria como para faltar al trabajo o al colegio.

 

         Obviamente, todo en broma, porque la realidad es que se trata de una expresión venezolana, así como también lo son darle a uno un yeyo, darse una matada, coger un aire o agarrar sereno.

         Regreso a la primera frase de esta entrada: me sentí engañada. Hasta le escribí a mi mamá y le pregunté por qué había usado esa frase con mi hermana y conmigo si ella es colombiana. “No sé, mi amor. Yo la escuché por primera vez en Venezuela y me gustó”, fue su respuesta.

         Al final tuve que reírme de mi ingenuidad de pensar que algo que no tenía ni siquiera una explicación clara fuera una realidad científica. Lo compartí con mis amigos venezolanos y la mayoría tuvo la misma reacción que yo tuve (¡¿No existe?! ¿Pero la gente en otros países no lo entienden? ¡No puede ser!), excepto mis amigos médicos que aparentemente ya estaban enterados de la realidad detrás de la frase.

         A pesar de mi decepción que me duró como dos días y de haber tenido que sacar la frase de mi publicación, estoy segura de que cuando tenga un poquito de temperatura voy a seguir diciendo que tengo quebranto. Creo que hay cierta sabiduría y sentido común en la expresión, después de todo, la fiebre sí que provoca esa sensación de desaliento y malestar. Pero si son venezolanos y están en otros países, ya saben, fiebre es fiebre y punto.

 

andrealvilladac@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLVI / 10 de mayo del 2021

 

 

 

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lunes, 3 de mayo de 2021

Este mayo de oro [CCCLV]

Ariadna Voulgaris

 

 

La casa de Juana de Ibarbourou en Melo, Uruguay

 

 

 

         Mi madre tenía en Valencia una hermana que recitaba poemas de Juana de Ibarbourou en los cumpleaños, en los de los mayores, que siempre terminaban a medianoche, y en los de los niños, que terminaban más tarde. Un día mi hermano mayor, que era su ahijado, hizo en su taller de pintura un dibujo de la poeta uruguaya y se lo regaló a mi tía en su cumpleaños. Ella quedó tan impresionada de la belleza de aquella mujer (cuyos versos hasta entonces apenas decía de memoria), que después de eso se convirtió en su biógrafa, y un día incluso viajó a Melo, Uruguay, para conocer los lugares de su infancia.

         Juana de Ibarbourou escribió un poema breve y sencillísimo, que quizá no llame la atención de muchos, pero que yo conservo en mi memoria también porque cierro los ojos y oigo a mi tía Andrea recitarlo en su casa de Valencia. Se titula “Mayo”, y es de 1930:

 

No sé qué fragancia a azahares

hoy tiene el agua del mar.

¿Será este mayo de oro,

esta cimera solar,

o este viento de palomas,

que anda sin sentirse andar?

 

Si él estuviera a mi lado,

oh Dios, ¡qué felicidad!

 

         No sé qué duda tengo de si es un poema de amor o de nostalgia. O de las dos cosas. O si es un poema escrito después de una batalla en que la poeta ha perdido a su héroe amado. Y yo siento ese “viento de palomas / que anda sin sentirse andar” como la sensación clara, la sensación de que todo está quieto debido a la separación. Habrá quienes compartan con Juana esa visión del mes de mayo, que para otros es un mes de flores, de alegría y de romance. Es al menos el mes de las nuevas generaciones, dado que, en el hemisferio norte, en mayo nacen los que han sido engendrados durante el verano del año anterior.

         El poema de Juana —¿quién me dio esa confianza de llamarla Juana?— está lleno de luz. El “agua del mar”, el “mayo de oro”, la “cimera solar” y las palomas, que no son aves nocturnas, pintan una escena bella que, de repente, se oscurece con la ausencia del amado en el penúltimo verso. Si lo concebimos como un mes propicio para el amor erótico, la sensación del poema es comprensible porque la poeta se siente sola. Cumple entonces, aunque por contraste, con el estándar del idilio primaveral y las notas de violín. Esta vez las flechas de Cupido han ido a parar todas al mar.

         En Roma el mes de mayo era llamado MAIVS, es decir, el mes dedicado a Maya, diosa promotora de la fertilidad y la maternidad. Hasta el siglo III antes de Cristo, se le distinguía de la Maya griega, hija de Atlas. El dato interesante sobre la Maya latina es más bien terrenal: que las mujeres romanas la honraban en un rito tercamente secreto cada año en mayo. Los hombres estaban tan prohibidos que ni siquiera se les permitía hacer preguntas sobre la ceremonia.

         No se sabe nada más. Por eso, acordándome de mi tía, que tanto la quería, me animé a escribir sobre Juana y el más sencillo de sus poemas para comenzar el mes con belleza, que es como comenzarlo con bien.

 

ariadnavoulgaris@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLV / 3 de mayo del 2021

 

 

 

 

 

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