martes, 23 de noviembre de 2021

Ochocientas velitas [CCCLXXI]

Edgardo Malaver

 

 

 

Alfonso X el Sabio, el primer defensor del “castellano derecho”

 

 

         A uno le cuesta siempre encontrar al menos un poco de información sobre sus bisabuelos, y mucho más sobre sus padres y sus abuelos. Cuando se tiene la suerte de tener una abuela que se interesa en esas cosas, es uno el que tarda años y décadas en darse cuenta de la importancia de esa información, patrimonio ignorado por la mayoría, y para entonces la abuela ha comenzado a perder facultades, le falla la memoria, se fatiga de nuestras preguntas, se desvía hacia otros recuerdos, mezcla datos reales con hechos imaginados, con dudas, con cuentos que contaban sus propios viejos, y llega el momento en que son tantas las preguntas e hipótesis que nacen en nuestra mente y son tan pocas las respuestas que conseguimos, que es mejor lanzarse en el mar de la ficción e imaginar un mundo que sea, para robarle miel a la literatura, como quisiéramos que haya sido.

         Imagínense ustedes la oscuridad, la vaguedad que podemos encontrar si tratamos de rastrear un antepasado que cumple 800 años de nacido. Por fortuna, este antepasado fue rey de Castilla, de modo que hubo en su tiempo, y ha habido desde entonces todo el tiempo y hay aún hoy, gente que se ocupa de investigar con seriedad la vida pública y privada del personaje, su contexto, su reinado, su descendencia, sus anhelos... y su obra. Y la obra de don Alfonso X el Sabio es precisamente lo que más nos interesa de él 800 años más tarde. Si Alfonso el Sabio no se hubiera empeñado hace tanto tiempo en convertir su forma de hablar y la de sus súbditos en una lengua capaz de expresar toda la ciencia y el arte, la historia y la filosofía existentes en su tiempo, no habría recibido el apodo de “el Sabio”, quizá ni siquiera recordaríamos su nombre de pila, mucho menos su fecha de nacimiento: 23 de noviembre de 1221.

         De los reyes de Castilla del siglo XIII, que es cuando comenzó el castellano a transformarse en lengua estándar, afirma Inés Fernández Ordóñez que ninguno destaca como Alfonso X, coronado en 1252, pues él institucionalizó “el uso del castellano y [promovió] la creación de una serie de producciones textuales sin parangón en su tiempo” (2009, p. 1). Desechando la práctica de todo el mundo “civilizado” de escribir en latín aunque se hablara ya alguna lengua vulgar, Alfonso decretó para su pequeño reino que las comunicaciones de todo tipo se hicieran en “castellano derecho” —“derechura” en la cual el primer y principal artífice sería él mismo.

         La escritura en lenguas locales, explica Fernández Ordóñez, comenzó en la primera mitad del siglo XIII, cuando Alfonso era un niño. En el reino de León se hablaban variedades que hoy se llamarían gallego-portuguesas y astur-leonesas; en Castilla, variadas formas de castellano, no una sola, repartidas desde el este hasta el oeste del reino; en Navarra, el vascuense y una modalidad navarro-aragonesa, y en Aragón, aragonés y catalán. Que una de esas limitadas variedades lingüísticas se haya desarrollado hasta llegar a cubrir una gran parte del territorio no conquistado por los árabes se debió, antes que a otras causas, a decisiones reales y al trabajo intelectual que realizaba y dirigía personalmente el propio rey. No parecen existir muchas evidencias confiables de que Alfonso el Sabio haya escrito todos los textos que se le atribuyen, pero sí está establecido que todo el trabajo que hacían los redactores, recopiladores, traductores, poetas, artistas, filósofos, historiadores, médicos, matemáticos, juristas e incluso lo que hoy llamaríamos astrólogos que trabajaban para él era planificado y pasaba por las manos y los ojos de Alfonso, que le hacía modificaciones y aportes, unos más creativos que otros, a veces de forma, otras de fondo (Arconada y Páez, 1971). “A cargo del soberano corrió, pues, la tarea de dar al vasto volumen de los materiales reunidos dirección, unidad y estilo” (p. 230).

         Nada más coronarse, Alfonso X inicia la reorganización de la célebre Escuela de Traductores de Toledo, que ya había hecho trabajos para él. Esta no era en realidad una escuela compacta en sentido estricto, sino más bien una “oficina” que había dado a Europa versiones en latín de magníficas obras filosóficas y poéticas de la cultura árabe. Alfonso redirige a aquel grupo, que incluía sabios y traductores árabes, hebreos y cristianos, hacia las lenguas vulgares, con privilegiado favor hacia la castellana, y los concentró bajo su autoridad como recopiladores, ordenadores, exégetas y productores de material literario y científico, todo con el propósito de difundir este conocimiento expresado en “vulgar e plano lenguaje”, a decir del propio rey.

         Detalle importantísimo es que, a partir de Alfonso, los traductores de Toledo abandonan la práctica de traducir a la lengua vulgar y luego traducir al latín, lo cual, por cierto, exigía un equipo de hasta cuatro personas que casi nunca hablaban todas las lenguas involucradas. Este salto, respaldado por el prestigio del monarca poeta, sirvió de inspiración para autores de generaciones siguientes que comienzan a escribir su obra prescindiendo del latín.

         Más de un investigador de la vida y obra del rey Alfonso, incluso Alan Deyermond, quizá el más detallista de todos, aseveran que la elección del castellano como lengua para la erección de su obra cultural fue una decisión política y no de otra naturaleza. “La lengua romance del siglo XIII, derivada del latín vulgar”, dice José Miguel Carrión Gutiérrez, “era una lengua popular, con un léxico muy reducido y una gramática tosca: en definitiva, era la lengua creada y usada por la gente ‘menos alfabetizada’” (1997, p. 104). Esa lengua, sin embargo, parece haber estado creciendo, gracias a la empresa cultural de Toledo, que es lo mismo que decir gracias a la traducción. Lo más probable es que, como asegura Deyermond, el castellano fuera lo que proporcionaba un coherente elemento común que mantenía cohesionadas a las mentes más brillantes de la época: judíos, árabes y cristianos, que en el reinado de Alfonso, a pesar de las diferencias raciales y religiosas, pudieron trabajar juntos.

         Se entiende en general que en el terreno político, el reinado de Alfonso X el Sabio no fue precisamente exitoso. Se le criticaba, por ejemplo, que incluso descuidó derechos hereditarios que lo habrían hecho más poderoso por estudiar las estrellas, indagar en la historia y leer y escribir poesía. No fue quizá el gobernante más habilidoso, pero presidió un esfuerzo cultural que aceleró enormemente el proceso por el cual la lengua romance hablada en Castilla alcanzaría más tarde su carácter de lengua estándar y, luego, pronto, de lengua literaria. No habrá resuelto a tiempo el siempre espinoso problema de la sucesión entre sus descendientes, pero creó cantidad de neologismos, introdujo mayor soltura sintáctica en la frase, hizo avances notorios hacia “las finuras de la subordinación” (Arconada y Páez, 1971, p. 231), fijó la grafía de muchas palabras.

         Hoy, exactamente 800 años más tarde, cual si se tratara de un bisabuelo cuya partida de nacimiento se ha perdido pero que nos ha dejado en herencia más libros en la sala que dinero en el banco, más palabras sabias en la memoria que propiedades costosas en el sur de Francia, tendríamos que brindar en su honor esta noche, tendríamos al menos que aplaudir al pronunciar su nombre.

         ¡Salud, don Alfonso!

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Referencias bibliográficas

Arconada, L. y Páez, R. (1971). Historia y antología de la literatura española con referencias a la universal. Caracas-Madrid: Mediterráneo.

Carrión Gutiérrez, J.M. (1997). Conociendo a Alfonso X el Sabio. Murcia: Editora Regional de Murcia.

Deyermond, A. (2001). Historia de la literatura española (vol. 1: La Edad Media). Barcelona: Ariel.

Fernández Ordóñez, I. (2009). “Alfonso X el Sabio en la historia del español”. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Descargado de http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc5b0k8.

 

 

 

Año IX / N° CCCLXXI / 23 de noviembre del 2021

 

 

 

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Verbo más sustantivo [CCCLXX]

Adrianka Arvelo y Edgardo Malaver

 

 

 

Según el diccionario, esta es la elegante
apariencia de un parapeto

 

 

 

         Sin que lo supiéramos, escribimos en el año 2007 el artículo de esta semana. Aquí lo dejamos, por si alguien le encuentra algún interés:


 

De: Adrianka E. Arvelo <adriank_3@hotmail.com>

Para: Edgardo Malaver <emalaver@gmail.com>

Fecha: 1 marzo 2007, 16:11

Asunto: Para

 

¡Megaprofe!

 

El otro día que estábamos hablando después de la clase dije que te iba a preguntar algo y me dio pena decirte, porque ya te había preguntado muchas cosas. Pero es que de verdad no me quiero quedar con la duda. Perdón en serio por el fastidio =( Lo que pasa es que el otro día en mi clase de Lengua Española estábamos hablando sobre parabrisas, que unos decían que eso era un prefijo y otros que era del verbo parar y yo creo que es del verbo, pero ya siento que no sé nada. Entonces… eso. Jajajajaja Gracias y perdón por el fastidio otra vez. Te debo un café jeje.

 

Adri


 

 

De: Edgardo Malaver <emalaver@gmail.com>

Para: Adrianka E. Arvelo <adriank_3@hotmail.com>

Fecha: 2 marzo 2007, 18:18

Asunto: Los para, como dirían los panas colombianos

 

Hola otra vez, Adrianka.

Me escribiste para preguntarme sobre el prefijo para-. Sí, existe. Fíjate que con ese prefijo comienza, justamente, en la palabra PARAsíntesis. También está en paralelo, paranormal, paramédico y... parapeto. ¡¡¡Ja, ja, ja, ja, ja...!!! No, no, ese lo inventé yo. Ríete.

Para- es un prefijo griego que sugiere la idea de junto a, por un lado o, también, casi. (Se parece a meta-.) Fíjate en la palabra paramilitar. Significa, sin buscarla en el diccionario, algo así como “lo que está fuera de lo militar, al lado de lo militar, que no es militar, pero funciona igual o parecido, casi militar”. ¿No es cierto? Lo paranormal es lo que parece normal, pero sabemos que no es normal, es decir, que está como al lado, PARAlelo a los fenómenos NORMALes.

Pero hablábamos de parabrisas. No es lo mismo, no es el mismo prefijo, sobre todo porque ahí no hay prefijo. “Parabrisas” nace de la unión del verbo parar (conjugado en tal y cual persona, etc.) y el sustantivo brisas. Sucede con ella lo mismo que sucede con comedulce, tragaluz, sacapunta, pararrayos, recogebates, guardafango, portavasos. Un verbo más un sustantivo. Es sólo una coincidencia que el verbo parar se parezca tanto al prefijo para-.

Y repito, repito, repito: no me fastidia, no me fastidia, no me fastidia, sino que más bien me hace feliz, feliz, feliz que me preguntes.

Hasta luego.

 

Edgardo

 

aarvelo22@gmail.com

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXX / 8 de noviembre del 2021

 


  

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