lunes, 27 de junio de 2016

Las matemáticas son una sola [CXIII]

Edgardo Malaver


¿Matemática o matemáticas? No parece
sencillo ponerse de acuerdo



         Imagino que usted, como yo, habrá dicho alguna vez las matemáticas no fallan, no dan las matemáticas, ya no hacen las matemáticas como antes. Muy bien, en el habla parece muy adecuado, pero ¿se ha dado cuenta de que, en el terreno formal, ese plural no tiene sentido? ¿Cuántas matemáticas existen? ¿A quién le preguntamos? ¿A Newton, a Descartes, a Tales de Mileto? ¿Al Hombre que Calculaba? Uno siente que, ante una pregunta así, debería acudir a los especialistas, pero resulta que ese camino no ofrece muchas esperanzas. Por grande que sea, y no lo es, el cúmulo de datos que nos ofrece Internet nos deja más o menos en las mismas. Las fotografías de fachadas de escuelas universitarias dedicadas a la ciencia de Euclides no ofrecen mucha claridad o uniformidad para dilucidar el asunto. Las universidades Autónoma de Yucatán y del Estado de Juárez, de México; Industrial de Santander, de España; Sergio Arboleda, de Colombia, y Católica de Chile, por lo menos, pluralizan la palabra en sus nombres. La Nacional de El Salvador y la de Costa Rica no.
         En Venezuela, sin embargo, no parece muy frecuente ese plural, pero también se encuentra. La Universidad Simón Bolívar tiene una Coordinación de Matemáticas, pero, a menos que haya visto mal, las demás no tienen mucha vacilación al respecto. Por fortuna, la lógica nos indica lo que podríamos llamar la mejor respuesta, la más probable. Si hubiera que decir las matemáticas, entonces habría que decir también las biologías, las químicas, las físicas, etc.
         Otro elemento del habla cotidiana nos propone el plural: las matemáticas árabes, las matemáticas financieras, las matemáticas deportivas, pero tratándose de una ciencia, quizá debería imponerse el criterio de la uniformidad con los nombres de las otras disciplinas. Además, las “matemáticas” en las que pensamos cuando decimos, por ejemplo, que “no fallan” o que “no dan” no son toda la ciencia de Euler. Las “matemáticas” en esos casos son las cuentas, los números, los cálculos que uno hace en cada situación particular. Uno puede incluso llamar matemáticas, en plural, a casi cualquier reflexión en la cual adopte la práctica del razonamiento inductivo o deductivo, e incluso “operaciones” más sencillas como una regla de tres. En ese sentido, ese plural es bastante equivalente al que usamos en expresiones como ‘andar a gatas’, ‘hacer algo a escondidas’, ‘resolver las cosas a gritos’.
         Estas ideas no llegan ni cerca de dar una respuesta definitiva, pero, gracias a Pitágoras y a Galileo, la Escuela de Matemática de la Universidad Central de Venezuela, cree que las matemáticas son una sola.


emalaver@gmail.com




Año IV / N° CXIII / 27 de junio del 2016

lunes, 20 de junio de 2016

La poda de los refranes [CXII]

Edgardo Malaver


Este atelopus varius, aunque parezca un grafitti,
es una rana que nunca echará pelo



         Uno comienza confiando en el conocimiento de los demás para no tener que decirlo todo, y una generación más tarde, todos hemos olvidado lo que se había omitido. Uno comienza diciendo, por ejemplo, “A palabras necias...”, porque confía en que nadie necesita que le repitan el refrán completo cada vez, y apenas pasa un siglo, ya no es tan conocido porque, al recortarlo, hemos contribuido a que se olvide lo que, por retórica, no se dijo.
         Don José María Iribarren (1906-71) publicó en 1954 un libro titulado El porqué de los dichos. Sentido, origen y anécdota de los dichos, modismos y frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades, que aun hoy es un manantial de lo que María Fernanda Palacios llamaría sabor y saber de la lengua. ¿A usted se le ocurre preguntarse, por ejemplo, por qué algunas personas valen lo que pesan? Don José María lo sabe. ¿Usted quiere saber cuál fue, con precisión, “la época de María Castaña”? Don José María lo pone en su libro. ¿Quiere averiguar quién es ese Pedro que anda por todas partes como si anduviera por su casa. Don José María se lo dirá, pregúntele.
         Este libro, en su página 582 (de la edición del 2002 de Suma de Letras), contiene una breve reseña de lo que el autor llama “refranes podados”. Toma el término de otro autor, Luis Martínez Kleiser (en Refranero general ideológico español, 1953), y en realidad se limita a reproducir, parece que incompleta, una lista de estos refranes, que, de tan certeros, de tan cotidianos, de tanto ser utilizados en las situaciones más claras, ya no necesitan (o no necesitaban en los años 50) ser recitados hasta el final. O son fácilmente reconocibles sin esa segunda parte, que en los más de los casos rima con la primera, o los hablantes simplemente han olvidado cómo terminaba el refrán. Una, dos, tres generaciones han nacido oyendo el refrán podado y ahora el que lo oye no se repite mentalmente el final (porque no lo conoce tampoco)... y al final ni hace falta. Se han convertido así en expresiones idiomáticas.
         Iribarren enumera éstos:

por dinero baila el perro (no por el son que toca el ciego); en todas partes cuecen habas (y en mi casa a calderadas); cada loco con su tema (y cada llaga con su postema); el paño en el arca se vende (más el malo verse quiere); una de cal y otra de arena (y la obra saldrá buena); quien tiene boca se equivoca (pero quien tiene seso no dice eso).

         Sin duda estos truncamientos son posibles y se originan del hecho de que son imágenes tan expresivas y visibles, casi concretas y palpables, que su brevedad, atributo infaltable en un refrán, puede seguir reduciéndose con el uso y a pesar del paso del tiempo. Alejo Carpentier dice en El adjetivo y sus arrugas (1980) que las ideas —¿las imágenes?— nunca envejecen cuando son las palabras concretas las que conservan todo el potencial poético de lo dicho.
         En Venezuela tenemos frases que parecieran ir camino de convertirse en refranes podados, porque pocas veces decimos lo que sigue:

una cosa piensa el burro...; no por levantarse antes...; el que se mete a redentor...; dime con quién andas...; el que nace barrigón...; el que a buen árbol se arrima...; si del cielo te caen limones...; árbol que nace doblado...; a caballo regalado...; en casa de herrero...; donde hubo fuego...

Al verlos escritos, a uno pudiera quedarle la duda, pero en la oralidad la entonación resuelve lo que pudiera quedar indeciso en el camino.
         Sin embargo, tenemos también algunos refranes cuya segunda parte no recordamos. Vamos a ver si usted conoce la segunda parte de estas expresiones:

Cuando la rana eche pelo...
¿Cuándo no hay pascua en diciembre...?
Morrocoy no sube palo...
Agárrame ese trompo en la uña...

         La semana que viene aplaudiremos a quien responda.

emalaver@gmail.com






Año IV / N° CXII / 20 de junio del 2016

lunes, 6 de junio de 2016

¿Mientras más chiquito más intenso? [CXI]

Daniel Avilán


Perro-lobo de Checoslovaquia, producto de un experimento 
científico de 1955



         Entre las cosas menos lógicas que puede haber en la vida está el lenguaje; más bien, me atrevo a decir que la ilógica existe gracias al lenguaje, que es la fuente de nuestra realidad y nuestras fantasías.
         En esta oportunidad espero exponer con cierta claridad una de esas paradojas que, lejos de ser fastidiosa como algunas, me resulta, como otras, divertida y hasta una de las razones por las que amo mi lengua.
         Se trata del diminutivo de/para intensidad, que al contrario de lo que muchos pensarían, no disminuye la intensidad sino que la aumenta. Muy interesante, ¿no? Me hace recordar el cuento del perro-lobo (que no contaré aquí por espacio y adecuación contextual). ¿Cómo puede una partícula reunir dos principios que son contrarios por definición? Pues, esto es ciencia, pero no física cuántica.
         Veamos algunos ejemplos que nos hacen sentir en familia:

¡Te comes todita la comida!
Siga derechito por esta calle.

         Otros idiomas cuentan con otros recursos para expresar la intensidad. En francés, que ha sido mi dulce pesadilla, se utiliza el adverbio tout; en inglés está quite, entre otros.
         Otros idiomas vecinitos como el gallego y el portugués hacen un uso parecido. Por ejemplo, en gallego muchas gracias se dice graziñas.
         La respuesta que la ciencia le da a este fenómeno es la siguiente: “La lengua es arbitraria”. Sí, la razón de ser de dicha paradoja se pierde en nuestra memoria, mucho antes de que hubiéramos podido escribirla.
         ¡Hasta lueguito!


daniel.avilan@gmail.com




Año IV / N° CXI / 6 de junio del 2016