lunes, 29 de agosto de 2022

¿Verdad? [CCCLXXXVIII]

Edgardo Malaver

 

 

Pensamientos que dibujan palabras. Bahía Pampatar (1930),
de Francisco Narváez

 

  

         Apenas voy a decir dos cosas: una, que es una muletilla, y dos, que, como muletilla, es ilógica.

         Cuando comencé mi quinto año de bachillerato, no teníamos profesor de Castellano —situación sin duda insuperablemente más provechosa que repetir con la profesora del año anterior—, y como en la cuarta semana, nos consiguieron a un profesor de pelo largo y tan recién estrenado que, como a nosotros, para decirlo con palabras de mi abuela, aún le chorreaba de los labios la leche la madre. El muchacho parecía más hippy que Joan Báez, pero a mí lo que me desagradó de él fue que intentara hablar como esos intelectuales rebeldes que pretenden contradecir todo lo que ha hecho la civilización, pero partiendo y desembocando en la misma cultura, en lo mismo que se ha hecho siempre. Pues él... Él decía cada dos oraciones cosas como “Yo estaba pensando… ¿verdad?”. Desde la primera vez que lo dijo, yo me pregunté cómo pretendía que nosotros supiéramos si había sucedido aquello y que le confirmáramos si él había hecho lo que decía haber hecho.

         Y me sucede cada que vez que oigo, desde entonces, esta forma, ilógica a mi parecer, imposible, de retorcer la comunicación. Sabemos que las muletillas tienen el fin de detener al interlocutor para que no nos robe el turno de habla, para asegurarnos de que vamos a poder seguir, a pesar de que por segundos no estamos muy seguros de cómo continuar. Yo tenía un tío a quien con frecuencia, a mitad de oración, se le iba de la mente lo que quería decir y se podía atascar en una sola sílaba durante varios segundos. Decía, por ejemplo: “Después del accidente, el cliente no encontraba la... la... la... la... la...”. “¡Luis Eduardo...!”, le gritaba mi abuela, “¡¿la qué?, ¿qué es lo que no encontraba?!”. “La póliza, la póliza, no la encontraba y no podía cobrar el seguro”. Mi tío buscaba que no lo interrumpieran mientras él recordaba la palabra.

         Lo que me pasa, lo que me molesta, de esta estrategia de la ¿verdad? atravesada es que, en el fondo y en la superficie, si quisiera responderse, sería una solicitud de ayuda o de confirmación que imposibilita la solidaridad. No puedo saber si de verdad tú pensaste esto, si hiciste aquello, si sentiste lo otro. Nadie espera que se le responda si es o no es verdad lo que está diciendo, pero justamente por eso, ¿no habría que recurrir a una expresión que fuera más coherente?

         Ni siquiera intento ocultar que me cae gorda la expresión. Me pasa con todas las muletillas. Creo que no hay que hacer con ellas otra cosa que podarlas de nuestra habla. Atención, disciplina, lógica. No puedo olvidar que o mis palabras son imagen de mi pensamiento o mi pensamiento da a luz palabras que me dibujan. ¿Comienzo por dentro o comienzo por fuera? Por donde comience, algo tengo que hacer para aclararme la escena, que tengo que comprender yo primero para poder expresarla a los demás.

         Ya no recuerdo si aquel profesor de Castellano terminó con nosotros el año escolar. Pero lo que había que hacer era deshacerse de él. Buena cosa que estaba enseñando a sus alumnos. Lo que sí ha permanecido en el tiempo es la manía de interrumpir lo que se está diciendo para preguntar: “¿Verdad?”, como si los demás supiéramos y pudiéramos confirmar. Pero ya prometí al principio que apenas iba a decir que es una muletilla y que, por eso, es ilógica... en el pensamiento y en la expresión.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCLXXXVIII / 29 de agosto del 2022

 

lunes, 15 de agosto de 2022

Peroajá [CCCLXXXVII]

Álvaro Durán Hedderich

 

 

 

Hoy podría arar la tierra, peroajá...
La partida hacia el campo (1894),
de Emilio Boggio

 

 

         Nuestro idioma se nutre de un sinnúmero de interjecciones y expresiones, tanto propias como prestadas de otras lenguas. Entre las propias, encontramos el ajá, definida de la siguiente forma por la RAE: “interj. coloq. U. para denotar satisfacción, aprobación o sorpresa”.

         Esta expresión seguramente forma parte de tu vida cotidiana y es probable que la uses un centenar de veces en el día sin notarlo, incluso por Whatsapp.

         Sin embargo, vamos a hablar de una expresión un poco más compleja dentro de la venezolanidad: el pero ajá. El peroajá podría definirse en cuanto a su función como un reemplazo de todo lo que el receptor del mensaje podría sobreentender en un contexto dado. Les doy un ejemplo:

 

La clase comienza a las 5 de la mañana. Me podría levantar tempranito, pero ajá…

 

         Acá es donde entra ese místico universo de la interpretación de cada quien. Todo va a depender del previo conocimiento que tengan los interlocutores sobre cada uno, sus rutinas, sus comportamientos habituales, el contexto, y demás factores que podría seguir enumerando, pero ajá…

         Acá les dejo unas posibles interpretaciones del ejemplo: podríamos entender que el emisor es perezoso y no quiere despertar tempranito para asistir a esa clase a las 5 am. Podríamos pensar que, aunque podría levantarse, quizá no hay transporte público desde su casa para llegar a tiempo. Si la clase es online, entonces podríamos pensar que no se despertará a las 5 am porque se metería en problemas al despertar a otros miembros de su familia. O podría ser lo mismo que dijimos de primero; un tema de pereza, aunque sea una clase online.

         Como les dije, las interpretaciones estarán sujetas al contexto y al conocimiento previo que tengan los interlocutores. Lo que sí es indudable es que el pero ajá representa una complicidad entre los interlocutores y, a la vez, una contrariedad. Es decir, el ajá se nutre de la esencia del pero y la connotación termina siendo adversa a un enunciado o supuesto inicial, pero no se termina de decir el qué, haciéndole honor a la frase de “a buen entendedor, pocas palabras”.

 

alvdh27@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCLXXXVII / 15 de agosto del 2022