lunes, 31 de octubre de 2022

Jálogüin [CD]

Edgardo Malaver

 

 

 

¿Trato o treta? Niña bruja (1952), de Oswaldo Vigas


 

 

         Por más que a uno no le termine de convencer la celebración de Halloween, ella ha invadido el mundo y su nombre se ha instalado en la cultura occidental y me imagino que también en gran parte de la oriental. Qué difícil es, sin embargo, encontrar información razonable sobre la naturaleza y significado de esta fecha.

         Uno de los pocos datos que saca uno en claro es que la palabra Halloween, inglesa, es una evolución de All Hollow Even, que comúnmente traducen como ‘Víspera de Todos los Santos’. También se le llama ‘Noche de Brujas’, lo cual no se reduce mi resistencia a intentar concebirle un sentido al asunto. Pero lo mío es lo lingüístico. Uno comienza confundiéndose, primero, con ese even, cuyo primera equivalencia, piensa uno, es parejo, pero luego comprende que es el mismo lexema de eve, expresado originalmente en escocés. Lo que sí hay que observar es que ese hollow equivale a ‘hueco’, ‘vacío’, ‘cavidad’, por lo que bien podría traducirse como espanto en lugar de santo, con lo cual comienzo a comprobar que voy por un camino bastante oscuro. Ya ven que nada me deja convencido en este tema.

         Por lo que encuentro en Google, la fiesta comenzó a celebrarse de manera generalizada unos pocos años antes del siglo XVIII, y no me atrevo a decir dónde tuvo su origen, anterior a esa fecha, porque encuentro lugares tan disímiles como Afganistán e Irlanda. El origen, definitivamente, se encuentra entre Europa y el más allá, entre Asia y las tinieblas.

         Algunas fuentes mencionan que, en épocas pasadas, en la ahora muy esperada noche de Halloween, en lugar de formar un jolgorio, fanáticos de todas las latitudes se ocupaban nada menos que de matar gatos negros y repartir a los niños caramelos envenenados, pero no existen evidencias de que eso haya sucedido realmente. (¡Caramba, termino olvidando que hablo de las palabras!)

         En español, y adivino que en otras muchas lenguas, el nombre Halloween ha ido perseverando en su ortografía inglesa (vamos a decir mejor anglosajona), y la pronunciación es muy similar. Yo, si pensara que tal cosa pudiera producir algún resultado palpable, propondría que lo escribiéramos Jálogüin. Quién sabe si más natural sonaría Jalogüín. Quién sabe si, de todas maneras, olvidado todo lo demás, la lengua española por sí sola termina ganando terreno y, ya que se ha apropiado de una fiesta culturalmente lejana, le pone un nombre que al menos fonéticamente parezca nacido en su propio patio.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CD / 31 de octubre del 2022

 


martes, 25 de octubre de 2022

Dos influencias... tres [CCCXCIX]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Somos tres: Jesucristo, don Quijote y yo. Muerte de Simón
Bolívar (1889), de Antonio Herrera Toro

 

 

         Ya casi me había dado por vencido: esta semana no parió mi mente un tema del cual hablar en Ritos de Ilación. Y en eso me pongo a revisar el foro de mi asignatura en la universidad para responder los comentarios, dudas y preguntas de los estudiantes, y me tropiezo con esto: “La explicación del profesor sobre la literatura, la ficción y el pacto ficcional me hacen reflexionar sobre la influencia que puede tener un texto en la vida de una persona”.

         Como no tengo otra vida en la cual pensar, aunque no parezca muy ingenioso ni sabio, pensé en la influencia de los libros en mi propia vida. El problema era que, no estando frente a frente con los estudiantes, iba a ser bien fastidioso hablarles de semejante tema. Así que respiré profundo y me puse a decirles lo menos que pudiera. Y me salió esto:

 

Estimada Rodríguez:

     La influencia de una obra literaria en la vida de una persona. Tengo que controlarme para no contarles, para no pasarme la noche entera escribiéndoles sobre esto. Me voy a limitar a dos casos, dos obras.

     Cien años de soledad es un libro que ejerce una atracción tal sobre mí que tengo que tenerlo escondido en mi biblioteca porque si está a la vista y yo paso por ahí, siento que el libro me hace lo mismo que le hizo Atenea a Aquiles aquella vez que estaba a punto de desenvainar la espada para matar a Agamenón, que lo cogió por los cabellos y le dijo: “Insúltalo como gustes, pero no lo mates, que por sus ofensas recibirás más tarde espléndidos presentes”. Si dejo que el libro me atrape, es decir, si lo abro, si leo el primer párrafo, estoy perdido, voy a tener que leer 300 páginas antes de seguir en lo que estaba al pasar junto a él.

     La segunda obra es Don Quijote de la Mancha, que es un libro que intenté leer a los 15 años, a los 18, a los 24, a los 25, a los 29, a los 30, y nunca pude... hasta que a los 33, como por un milagro, estaba yo un día leyendo el periódico y leí una palabra, no recuerdo cuál, y levanté la vista y dije: “Llegó la hora”. Y esa misma tarde comencé a leerlo y no me detuve hasta que lo terminé y ya saben ustedes que Don Quijote tiene más de mil páginas. Y después pasé como seis meses atormentando a mi familia y a mis amigos hablándoles todo el tiempo de don Quijote. Casi no hablaba de otra cosa en todo el día. Ahora solamente atormento a los estudiantes, pero en aquellos días, ya la gente adivinaba: “Sí, Edgardo, ya sé, seguro que don Quijote un día hizo algo como esto que está pasando ahora, ¿no?”. Es lo mejor, lo más bello, lo más impresionante que he leído en mi vida. Y los especialistas, que han leído mucho más que yo, dicen que es la mejor novela que se ha escrito en la historia.

     Mientras escribía esto me vinieron a la mente cinco o seis obras más, pero si me pongo hablar de ellas, no solamente pasaré la noche entera aquí sentado, sino que me iré acordando de otras y otras, y luego vendrán las películas y las obras de teatro y los cuentos de mi abuela y los de mis profesores y los que me cuento a mí mismo y los del cielo y de la tierra, y ay, madre mía. Y así ninguno de ustedes leerá nunca más el foro porque el profesor habla demasiado. Y será verdad.

     Hasta luego, María Elena.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCIX / 24 de octubre del 2022

 



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lunes, 17 de octubre de 2022

Agudos y obtusos [CCCXCVIII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Con tres ángulos basta para un teorema.
Pitágoras en
La escuela de Atenas (1511),
de Rafael Sanzio

 

 

         Ahora es martes. Dos de la tarde. Llego al salón de mi niña para recogerla y, mientras espero que recolecte sus cosas, miro por la ventana. Veo en la pared de enfrente un afiche sobre los tipos de ángulos, escrito con la letra de la maestra, y me digo: “Ah, comenzaron con los ángulos”. Y comienzo yo a prepararme mentalmente para hablar de ángulos durante toda la semana y encontrar ángulos por todas partes y contar mis experiencias con los ángulos cuando estaba en primaria. Me digo: “Voy a memorizar el primer tipo, de modo que el segundo se defina por descarte. ‘Ángulo agudo: menos de 90 grados’, dice el afiche. Muy bien, lo teng... Un momento: el agudo se llama así porque es como una punta de lápiz, como un pico de pájaro, como un diente de cocodrilo. ¡Y todas esas cosas son agudas, puntiagudas, o sea, pinchan, porque tienen un vértice de menos de 90 grados! Son ángulos cerrados. Por no haberme dado cuenta de esto era que muchas veces me confundía en primaria.

         En ese momento sale mi niña del salón y me cuenta sobre el tema de la clase. Dice:

         —Los ángulos de más de 90 grados se llaman... ay, se me olvidó.

         —¿Obtusos? —le propongo.

         —¡Sí! ¡Obtusos!

         —Un momento, obtuso significa ‘cerrado’, así que...

         —No, papi, los cerrados son los agudos.

         —Sí, sí, claro que sí, pero fíjate, cuando una persona no entiende ni acepta una opinión diferente a la suya, se dice que es una persona obtusa. ¿Por qué será que los dos nombres de los ángulos significan ‘cerrado’?

         Al llegar a casa buscamos en el diccionario. Y así vengo a descubrir, después de tanto tiempo de terminar la primaria, que obtuso no equivale a cerrado sino a romo, y romo es antónimo de agudo. Obtuso es antónimo de agudo.

         Es decir, cuando una mente obtusa no ve, no comprende, no respeta una visión diferente a la suya, lo que pasa no es que se cierre a ella, sino que no es capaz de hacer distinciones muy detalladas, no se permite a sí misma detenerse a separar filamentos de ideas ni mínimas diferencias entre palabras. Lápiz de punta roma, que sólo puede hacer trazos gruesos, no admite líneas finas.

         —Qué alegría me da —le digo a mi maestra de ocho años— aclararme ese enigma que he tenido tanto tiempo en la mente.

         Pero la alegría de hoy me dura poco, porque, entusiasmada por mi aprendizaje, sigue contándome y pronto llegamos a los ángulos... ¡cóncavos y convexos! Es demasiado para mi pobre mente. Es otra dualidad que no logré desentrañar a partir de sus nombres cuando era un inocente escolar. Y, a simple vista, no veo la respuesta ahora tampoco. Ojalá que la semana que viene, al llegar a la escuela de mi niña hermosa, la luz del conocimiento le haya entregado, para mí, esta otra respuesta tan largamente esperada.

 

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Año X / N° CCCXCVIII / 17 de octubre del 2022

 

viernes, 14 de octubre de 2022

¡Tierra! ¡Tierra! [CCCXCVII]

 Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Allá, capitán. Ilustración de la Real Academia 

de la Historia de España


 

 

         A mí, lo que me atrajo de este grito, cuando lo leí en el libro de lectura de cuarto grado, fue que difería de lo que siempre oía yo en las películas, que era “¡Tierra a la vista...!”. Todavía me estoy preguntado por qué aquel cuento pretendía, en apariencia, sonar original, diferente, fuera de lo común. Si era para llamar la atención, conmigo lo logró al primer intento. Necesité años y años de reflexionar sobre esto para darme cuenta, hoy, de que gritando “¡Tierra! ¡Tierra!” en lugar de “¡Tierra a la vista...!”, al menos en la distancia del tiempo y el espacio en que yo lo veía, Rodrigo de Triana sí denunciaba la desesperación que ya se vivía en el barco, que ya ponía en peligro la vida del capitán, además de la sorpresa de encontrar, después de muchos días infructuosos, lo que buscaban. Y también se oye en su grito la alegría de ver que aquel viaje de locos estaba por terminar... aunque en realidad no fuera así.

         Otra cosa que podemos pensar de la particular repetición que lanzó De Triana aquella mañana de octubre es la expectativa de ser él quien se ganaría, no únicamente los 10.000 maravedíes que habían prometido los reyes que darían al primer marinero que avistara las Indias (o las Chinas o los Japones). Don Cristóbal había prometido igualmente, días antes, un jubón de seda, que por lo que parece, de vuelta a España, sería de mucho lucir.

         Sin embargo, quien ha leído el Diario de a bordo de don Cristóbal, sabe que la noche anterior al avistamiento, el capitán había visto en la distancia unas “candelillas” que le parecían a él, aunque menos a sus colaboradores, indicio de actividad humana en territorio seco. Y aun antes habían ido encontrando en la superficie del mar diversidad de hojas, palos y otras cosas, incluso un trozo de madera labrada y con una pieza metálica, que implicaban la cercanía de una costa. O sea, el descubrimiento de América fue, más que un acontecimiento, un tránsito, un recorrido que se tomó días, no fue repentino —y en realidad llevaba años en el horno, por lo que sabemos de las peripecias de don Cristóbal para lograr el dinero necesario—. Mas, aunque el diario del capitán dice claramente que fue De Triana quien vio por primera vez la isla salvadora, se sabe por documentos posteriores que el premio se lo llevó Colón.

         Además de esto, a aquel marinero que se subió al palo mayor para verificar que se acercaban a tierra se refieren en los documentos con varios nombres: Rodrigo de Triana (o más bien “un Rodrigo”, que quizá era “Rodríguez” debido a un error del escribiente y que decía ser de un lugar llamado Triana), Rodrigo Pérez de Acevedo, Juan Rodríguez Bermejo (el único de los hombres de Colón que, según varios autores, procedía del municipio de Lepe, de donde era De Triana), “el marinero de Lepe” o simplemente “el lepero”. Es decir, en esta historia existen tantas dudas e imprecisiones con respecto a tantos detalles que hasta existe la duda de que realmente haya existido el histórico muchacho tan simpático que siempre me ha caído a mí— que lanzó el grito de “¡Tierra! ¡Tierra!”.

         Al final, decepcionado por la injusticia que se le había hecho, y harto del alboroto en que se había convertido aquel asunto de las Indias, según la narración de sus compañeros de expedición, De Triana se alejó de la marinería, se fue a África a perderse en ella, y llegó a “abjurar de la fe”, que no es poca cosa. En Lepe, sin embargo, hay estatuas en que se le representa señalando hacia Guanahaní. Y en el escudo del municipio aparece dentro de su cesta del mástil, dueño así de la memoria y el orgullo de su pueblo.

         También yo pienso en él y en la única palabra suya que quedó escrita, la misma dos veces. Cada vez que hago un descubrimiento, aunque sea, como en el caso de Rodrigo, la constatación de algo que ya otros —o yo mismo— habían observado, encontrado, descubierto, recurro al grito marinero que cerró la Edad Media y nos introdujo en la Edad Moderna: “¡Tierra! ¡Tierra!”. Era viernes.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCVII / 14 de octubre del 2022

 

lunes, 10 de octubre de 2022

¡Stop! [CCCXCVI]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Quién tuviera lápiz y papel para jugar stop, ¿verdad?
Los hijos de los barrios (1967), de César Rengifo

 

 

         Hoy, viernes, llega mi niña de la escuela, entusiasmada con un juego nuevo que ha conocido en el recreo. Dice que se llama tutti frutti, pero, apenas comienza a explicarme cómo se juega, adivino que se trata de nuestro recordado stop de los viejos tiempos. Y, después de almorzar, jugamos varias partidas. Es entonces cuando comienza la verdadera diversión, gracias a las trampas que hacemos los dos: ella preguntándonos a su mamá y a mí en voz baja algunas respuestas y yo saboteándoles el juego a las dos... porque no hay mejor modo de jugar stop que saboteándolo.

         ¡¿Qué?! ¡¿Cómo se atreven a decir que no hay que sabotear el juego?! ¿Cuántas partidas son capaces de jugar ustedes respondiendo solamente, guiados por el impoluto rigor alfabético y ortográfico, nombre con A, Andrés; apellido con F, Fernández; ciudad con M, Maturín, etc.? Eso puede funcionar e inyectarle a uno algo de adrenalina durante tres o cuatro partidas, pero a partir de entonces se acaba el combustible.

         El stop no es divertido si uno no hace trampa, y hay que entender trampa como picardía, como buen humor, como imaginación para tratar de demostrar que una respuesta es correcta, a pesar de que tengan todos claro que no lo es. También requiere que los demás se den cuenta de que lo que uno quiere es bromear, jugar por encima del juego. Por ejemplo, después de cantar ¡Stop!, el que está de turno pregunta: “¿Fruta con E?” (acaso lo más difícil de encontrar en la historia mundial del stop), y primos, tías y amigos responderán: “Ay, no se me ocurrió ninguna”, y usted, que se ha guardado para responder de último, lanza: “¡El tamarindo! ¡Gané!”. La persona más seria del mundo se va a reír, y ganamos todos. Preguntan: “¿Lugar con E?”, y su hermana mayor dice: “Ecuador”, y su tío: “Escocia”, y su amigo José: “¡El Tigre, estado Anzoátegui!”, y usted: “En un lugar de la Mancha...”, y eso ya termina de romper la bicicleta. Es decir, los que se quieran molestar se van a ir y los que quieran sumarse a la risa, van a comenzar a modificar sus respuestas para causar carcajadas. Y si alguno decide permanecer en el juego, sus protestas van a divertir a todos... y a él mismo.

         En la partida de hoy cuando tocó poner un país con H, yo puse Olanda, y mi niña no me la quería aceptar argumentando que ese nombre comenzaba con H. Yo, honestamente, no había oído nombrar esa letra antes en toda mi vida. Tampoco quería aceptar “Gordo” como animal con P. Yo le conté que una vez había conocido a alguien que tenía una mascota que se llamaba Gordo, y la mascota era un perro, y perro comienza con P. ¿No vale?, ¡¿por qué?!

         Haciéndome el loco con respecto a vuestra respuesta, voy a comentarles que fuera de Colombia, Venezuela, Puerto Rico, República Dominicana, Nicaragua y Costa Rica (o sea, la mitad del Caribe), no se utiliza el término stop para este juego que, por lo que leo, nació en Alemania en el siglo XIX. Un poco más allá, en México y Guatemala, por la información que me susurran, se popularizó como ya basta. Más acá, en Chile —a menos que alguno de mis conciudadanos venezolanos me corrija—, lo llaman pare el carrito, autopéncil, cancelado y... ¡bachillerato!, ¡como en francés! Los ecuatorianos pueden llamarlo chantón o párame la mano. En Perú, como ya oyeron, lo llaman tutti frutti, pero también lo hacen en Uruguay, Paraguay y Argentina. Es el único caso en que no logro comprender el porqué del nombre. Ah, en España le dicen alto el lápiz...

         ...Que es lo que voy a hacer ahora mismo, detener el lápiz, porque así es el stop, de un instante a otro, alguien grita: “¡Stop…!”, y se acabó.


(30 de septiembre del 2022)

 

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Año X / N° CCCXCVI / 10 de octubre del 2022

 



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martes, 4 de octubre de 2022

El octubre más breve de la historia [CCCXCV]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

La ventaja de guardar papeles viejos. Calendario oficial
del año del Señor de 1582

 

 

 

A la memoria de mi amigo Gustavo Lanz

 

         Yo tenía en Margarita un amigo guayanés llamado Gustavo, que, excepto por su confianza extrema en la Virgen del Valle, no tenía casi nada de religioso. Cada 4 de octubre, sin embargo, manifestaba su felicidad por haber nacido el mismo día que san Francisco de Asís, “el santo de los animales”. Le encantaba ese título, porque, como san Francisco, Gustavo amaba a los animales. Cómo me hubiera gustado verlo asombrarse al leer que hubo un año en que la historia se abrevió precisamente... el 4 de octubre.

         Mucho después de la época en que vivió san Francisco, bastante después de terminada la Edad Media, llegó un día en que, después mucho cálculo, la humanidad se despidió de un mes tan normal como septiembre, y se introdujo, por primera vez, en un octubre que tendría apenas 21 días. ¡Veintiuno! En el año 1582, por bula del papa Gregorio XIII, para recuperar los 10 días que se habían ido quedando en el camino debido a los cálculos imprecisos que se habían hecho en Roma para instaurar el calendario juliano, a la medianoche del día de san Francisco de Asís, los calendarios debían saltar al día 15.

         En realidad no fue toda la humanidad: fueron solamente Italia, España, Portugal y Francia, los países que inmediatamente adoptaron el cambio, porque, después de todo, se trataba de un asunto que, como en la antigua Roma, atañía a la administración del Estado y luego, también, a la vida cotidiana.

         Como recordarán —porque aquí en Ritos de Ilación lo hemos dicho antes—, el calendario juliano, llamado así para honrar al gobernante romano que lo propuso, el célebre Julio César (100-44 antes de Cristo), entró en vigencia en el año 46 después de Cristo. Los matemáticos de César habían llegado a la conclusión de que el año duraba 365,25 días. ¿Veinticinco centésimas de día? Sí, seis horas, y pensaron que con agregar un día a febrero cada cuatro años sería suficiente para normalizarlo todo; pero resulta que ese cuarto de día no era exactamente de seis horas sino, como calcularon los matemáticos de Gregorio XIII, 11,25 minutos menos. Para el año 1582, cuando ya los españoles habían penetrado tanto en América como para fundar Buenos Aires dos veces, se habían acumulado 10 días de atraso.

         El error era conocido ya en el siglo IV, e incluso en el siglo XIII los expertos de Alfonso X el Sabio (1221-84) calcularon que hasta entonces el calendario juliano se desfasaba a un ritmo de 10 horas y 44 segundos cada año. Durante casi 1.540 años no pareció una diferencia demasiado significativa, hasta que en el calendario litúrgico, que era el importante para el mundo cristiano centrado en Europa, el error acumulado terminó alterando la fecha en que se celebraba la Pascua, que estaba fijado en el domingo siguiente a la primera luna llena de primavera. El papa entonces creó una comisión que debía hacer los cálculos para ajustar el calendario y, a partir de sus recomendaciones, emitió en febrero una bula que anunciaba el cambio para octubre de 1582.

         ¿Y qué pasó? Pues no pasó gran cosa, o pasaron cosas curiosas. Si las fiestas de cumpleaños hubieran sido tan populares como ahora (que no lo eran), los niños nacidos, por ejemplo, el 6 de octubre del año anterior, no habrían podido celebrar su primer cumpleaños sino en 1583. National Geographic cuenta que santa Teresa de Ávila (1515-82), que murió a las nueve de la noche del último día del calendario juliano, por causa de este cambio tuvo que “esperar” diez días para ser enterrada. Algunos países se resistieron tanto a adoptar el nuevo calendario que aún hoy, en la biografía de un escritor tan reciente como Fédor Dostoievski (1821-81) se tropieza uno con la nota en que se indican sus dos fechas de nacimiento y las dos de su muerte. Son 240 horas que sencillamente no existieron en nuestra historia.

         Cómo me hubiera gustado contarle esta historia a mi amigo Gustavo, que siempre me preguntaba si yo no tenía “entre mis curiosidades” algún dato suculento sobre el cual conversar o leer. Los ojos se le hubieran salido de las órbitas, incluso de las monturas de los lentes, cuando le dijera que con el calendario gregoriano la próxima vez que el actual e ínfimo desajuste exija un nuevo cambio de calendario será, según National Geographic, dentro de más de 3.000 años.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCV / 4 de octubre del 2022

 



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