lunes, 25 de abril de 2016

Un inca y una caraqueña [CV]

Edgardo Malaver Lárez


La actriz Maribel Alarcón personifica a Isabel Chimpu Ocllo en La princesa inca,
de Lola Artancho (Foto: J. Soriano)



         Los que hemos estado trabajando durante este mes de abril para sumarnos honrosamente al Día Mundial del Libro y del Idioma quizá estemos siendo injustos con el Inca Garcilaso de la Vega y con otros escritores, aun autores importantes para nosotros mismos. Dedicar el día de hoy, 23, a Miguel de Cervantes y a William Shakespeare, que murieron en esta fecha pero en 1616, puede ser un homenaje justo —puede serlo y ciertamente lo es— para dos personalidades literarias de las cuales puede afirmarse sin temor a exagerar que quizá no tengan nunca comparación en sus lenguas ni en las otras. Sin embargo, a poco de ponerse uno a examinar quién más ha estado relacionado con esta efemérides, descubre nombres que nos sorprenden y nos emocionan.
         En primer lugar, la propia Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), que en 1995 escogió el 23 de abril para conmemorar la muerte del Manco de Lepanto y del Bardo de Stratford, no ignora nunca al Inca. Es el único americano del grupo y es el que nosotros no nombramos.
         El Inca Garcilaso nació en 1539, también en abril, ocho años antes que Cervantes y 25 antes que Shakespeare, de la unión de un conquistador español y una princesa inca, Sebastián de la Vega e Isabel Chimpu Ocllo. Recibió, a pesar de ser hijo ilegítimo, una educación de primera junto a los hijos bastardos de Francisco Pizarro (1478-1541), de quien era cercano colaborador De la Vega padre. En 1560, llegó a España y se hizo militar, pero su condición de mestizo representó siempre un obstáculo. Luego respiró la atmósfera humanística europea y terminó traduciendo del italiano la obra Diálogos de amor, de León Hebreo (1464-1523). Como historiador, escribió dos obras importantes: Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, publicada en Portugal en 1605, y Comentarios reales, cuya primera parte apareció también en Portugal en 1609 y la segunda un año después de su muerte. Ambas combinan historia y autobiografía, datos reales y defensa de su linaje incaico, geografía y literatura.
         Un punto harto atractivo de su obra es su visión de las lenguas habladas en ambos imperios. Dice, por ejemplo, en los Comentarios —o al menos comenta que así lo hace el Padre Blas Valera (1545-97)— que siendo la lengua castellana tan compleja, sería más inteligente que los españoles aprendieran la indígena en lugar de obligar a los indios a aprender el castellano. “Y, por el contrario”, agrega, no sin su pizca de ironía, “si los españoles, que son de ingenio muy agudo y muy sabios en ciencia, no pueden, como ellos dicen, aprender la lengua general del Cuzco, ¿cómo se podrá hacer que los indios, no cultivados ni enseñados en letra, aprendan la lengua castellana?”.
         Sin embargo, hay que añadirlo también, revela que los antiguos reyes incas hacían algo muy parecido: una vez conquistado un territorio, mandaban a sus nuevos vasallos aprender la lengua del emperador y enseñársela a sus hijos, lo cual aseguraba la paz. No cabe duda de que no ha sido la española la única lengua que ha acompañado al imperio dondequiera que se ha implantado.
         Garcilaso el Inca, entonces, murió, como Cervantes y Shakespeare, el 23 de abril; pero hay, además de los tres, autores que, por el mismo golpe de dados de la historia, tienen esta fecha en su biografía y tendríamos que homenajearlos también —leer sus obras, aprender de sus aciertos y errores, rezar por ellos—. Habría que acordarse, por ejemplo, del británico William Wordsworth, que vino al mundo en 1850, del francés George Steiner, que lo hizo en 1929, y, aunque nos sorprenda tenerla tan cerca y no percatarnos, de una mujer que murió en 1936 pero que desde entonces vive y vivirá siempre en ese latido inquieto que es la literatura venezolana: Teresa de la Parra.

emalaver@gmail.com





Año IV / Nº CV / 25 de abril del 2016

lunes, 18 de abril de 2016

Zimbabwe y Venezuela [CIV]

Edgardo Malaver Lárez


 
Marley (1945-81), autor de himnos


         Por lo que he leído recientemente, hay apenas tres países en el mundo cuyos himnos nacionales no tienen letra, todos en Europa: España, San Marino y Bosnia-Herzegovina. Hay otros países cuyos ciudadanos no logran cantar sus himnos sin dudar en alguna estrofa.
         Hace días leí que Bob Marley (1945-81) escribió en 1979 una canción titulada Zimbabwe para apoyar el bando marxista de las guerrillas que combatían en la Guerra de Rodesia. Poco después, cuando terminó la confrontación y Marley fue invitado a ofrecer un concierto en la capital, la canción terminó convirtiéndose en el “segundo himno nacional” de ese país, que por entonces fue rebautizado, justamente, Zimbabue.
         En Venezuela tenemos también un “segundo himno nacional”: Alma llanera, de Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), con música de Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954). La canción está contenida en una zarzuela que estrenó el autor en 1914 —la canta un personaje llamado Rita casi al final— y que el azar (o quizá, más que eso, su letra vigorosamente llanera) se encargó de meter en la memoria de los venezolanos del último siglo.
         Pero en Venezuela, todo tiene que ser sensacional e hiperbólico. La semana pasada, en el metro, un artista ambulante se paró en mitad del tren para cantarnos la hiperpopular canción Venezuela. Cien voces lo siguieron. Al terminar, nos dijo que había que poner atención a la “hermosa letra de este poema”, pues era admirable que los autores, los españoles Pablo Herrero y José Luis Armenteros, de lejos, habían sido capaces de captar y expresar la belleza de Venezuela. Más adelante dijo que ésta era considerada “nuestro tercer himno nacional”.
         Un país africano que adopta una canción escrita por un autor caribeño, un país sudamericano que adopta una canción escrita por autores europeos. Probablemente falte investigar un poco más, pero ya es suficiente para reflexionar. ¿Será este un ejemplo de ciega transculturización, de indomable globalización o de enriquecimiento cultural? Ojalá que sea, al menos, amistad internacional. Lo que sí parece cierto es que cada uno de los autores ha dado en el blanco con respecto a lo que hubieran podido esperar los sujetos de su versificación. Marley escribía para animar a una lucha armada que perseguía tomar el poder, mientras que Herrero y Armenteros pretendían describir poéticamente una tierra que consideraban favorecida por la naturaleza (aunque, según el cantante del metro, no la conocían, como no conocía el cantante jamaiquino lo que entonces era Rodesia). Y, sin embargo...
         El jamaiquino comienza y termina diciendo que todo hombre tiene derecho a decidir sobre su destino, razón por la cual “arm in arms, with arms, we’ll fight this little struggle”. ¡Se incluye en el pleito! Como se trataba de una guerra de tres bandos en la que cada uno combatía contra los otros dos, profetiza: “Soon we’ll find out who is the real revolutionary”. Les dice you’re right 16 veces, o sea, cada 22 palabras.
         Los españoles, igualmente, hablan de Venezuela como si fuera su pueblo, llevan “su luz y su aroma en la piel y el cuatro en el corazón”. Además, “entre sus playas quedó su niñez, tendida al viento y al sol”. Y, tal como lo pide Serrat en Mediterráneo, desean que el día en que mueran los entierren cerca del mar, pero en Venezuela. A diferencia de la canción de Marley, que menciona a Zimbabue 23 veces en 45 versos, la de Herrero y Armenteros nombran a Venezuela apenas en dos versos de 32.
         ¿Por qué los pueblos tienen “segundos himnos nacionales”? En Guatemala, Luna de Xelajú; en Colombia, La piragua de Guillermo Cubillos; en Italia, Va, pensiero. ¿Acaso será una cuestión de gusto del pueblo, más que de hechos históricos? Lo curioso en Zimbabue y Venezuela es que sus autores sean extranjeros, y lo curioso en Venezuela es que no nos conformemos con dos, sino que tenemos tres. ¿Será posible que un día tengamos cuatro?

emalaver@gmail.com



Año IV / Nº CIV / 18 de abril del 2016

lunes, 11 de abril de 2016

Celebrando el español [CIII]

Luisa Teresa Arenas Salas



Nacido en abril de 1539, el Inca Garcilaso de la Vega comparte
con Shakespeare y Cervantes haber muerto el 23 de abril de 1616


         Para aderezar con un poco de humor el Mes de los Idiomas, un evento dedicado a festejar las seis lenguas que se estudian en la Escuela de Idiomas Modernos y, en especial, la nuestra por celebrarse el Día Mundial del Español el 23 de abril, los invito a disfrutar del siguiente poema (¿quijotesco?) aparecido en una revista española, sin autor conocido. Este texto, “además de ser jocoso, encierra una asombrosa lógica que hace meditar hasta a los académicos” (Escandón, 1990: 13), y, como digo yo, a los no académicos también. Por ello, lo están leyendo en Ritos de Ilación para su goce y reflexión. El tema en él tratado aparecerá en más de una edición, pues, después de esta, se publicará una reflexión lingüística posterior.

EL IDIOMA CASTELLANO

Señores: un servidor,
Pedro Pérez Baticola,
cual la Academia Española,
“limpia, fija y da esplendor”.

Pero yo lo hago mejor,
y no son ganas de hablar,
pues les voy a demostrar
que es preciso meter mano
al idioma castellano,
donde hay mucho que arreglar.

¿Me quieren decir por qué,
en tamaño y en esencia
hay esa gran diferencia
entre un buque y un buqué?

¿Por el acento? Pues yo,
por esa insignificancia,
no concibo la distancia
del presidio al que presidió,
ni de tomas a Tomás,
ni de topo al que topó,
de un paleto a un paletó,
ni de colas a Colás.

Mas dejemos el acento,
que convierte, como ves,
las ingles en inglés,
y vamos con otro cuento.

¿A ustedes no los asombra
que diciendo rico y rica,
majo y maja, chico y chica,
no digamos hombre y hombra?

¿Y la frase tan oída
del marido y la mujer,
¿por qué no tiene que ser
el marido y la marida?

Por eso no encuentro mal
si algunos me dicen cuala,
como decimos Pascuala,
femenino de Pascual.

El sexo a hablar nos obliga
a cada cual como digo,
si es hombre: “Me voy contigo”;
si es mujer: “Me voy contiga”.

¿Por qué llamamos tortero
al que elabora una torta,
y al sastre que ternos corta
no le llamamos ternero?

Como tampoco imagino,
ni el diccionario me explica,
¿por qué al que gorras fabrica
no le llamamos gorrino?

¿Por qué las Josefas son
por Pepitas conocidas,
como si fuesen salidas
de las tripas de un melón?

¿Por qué el de Cuenca no es cuenco,
bodeque el que va de boda,
y el que los árboles poda
no le llamamos podenco?

Cometa está mal escrito
y por eso no me peta:
¿hay en el cielo cometa
que cometa algún delito?

Y no habrá quien no conciba
que llamarle firmamento
al cielo es un esperpento:
¿quién va a firmar allá arriba?

¿Es posible que persona
alguna acepte el criterio
de que llamen monasterio
donde no hay ninguna mona?

Si el que bebe es bebedor,
y el sitio es bebedero,
hay que llamar comedero;
a lo que hoy es comedor;
comedor será quien coma,
como es bebedor quien bebe,
y de esta manera debe
modificarse el idioma.

¿Y vuestra vista no mira,
lo mismo que miro yo,
que quien descerraje un tiro,
dispara, pero no tira?

Ese verbo y más de mil
en nuestro idioma son barro;
tira el que tira de un carro,
no el que dispara un fusil.

De largo sacan largueza,
en lugar de larguedad,
y de corto, cortedad,
en vez de sacar corteza.

De igual manera me quejo
al ver que un libro es un tomo;
será un tomo si lo tomo,
y si no lo tomo, un dejo.

Si se llama mirón
al que está mirando mucho,
cuando mucho ladra un chucho
hay que llamarle ladrón.

Porque la sílaba -on
indica aumento, y extraño
que a un ramo de gran tamaño
no se le llame Ramón.

Y, por la misma razón,
si por lo que estáis escuchando,
un gran rato estáis pasando,
estáis pasando un ratón.

¿Y no es tremenda gansada
en los teatros que sea
denominada platea
lo que no platea nada?

¿Puede darse, en general,
al pasar de masculino
a su nombre femenino
nada más irracional?

La hembra del cazo es caza;
la del velo es una vela;
la del pelo es una pela,
y la del plazo es una plaza;

la del correo, correa;
la del mus, musa; del can, cana;
del mes, mesa; del pan, pana
y del jaleo, jalea.

Y basta para quedar
convencido el más profano
que el idioma castellano
tiene mucho que arreglar.

Conque basta ya de historias;
si, para concluir, me dais
cuatro palmas, no temáis
que os llame palmatorias.

Escandón, Rafael (1990). Curiosidades del idioma. Caracas: Panapo.


         Espero que, una vez leído el poema, hayan captado el humorismo presente en él, entendido según la primera acepción que se lee en el DRAE como: “Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas” (2006: 796). ¿Cuál es la realidad que presenta este poema? ¿Qué hechos enjuicia? ¿Cómo los comenta? ¿Dónde radica su comicidad? ¿Celebramos el idioma español burlándonos de él? ¿Ridiculizándolo? Todas estas interrogantes son para que cada lector las medite, nos las comente y compartamos sus reflexiones en un próximo número de Ritos de Ilación.

Continuará...


ue.eim.ucv@gmail.com



Año IV / Nº CIII / 11 de abril del 2016

lunes, 4 de abril de 2016

Cica y chicunguña [CII]

Edgardo Malaver Lárez


Li Po... ¿o Li Bai? Todo depende 
del alfabeto fonético internacional


         Me tiene conmovido la fidelidad con que algunas personas que entran en contacto con ellas y leen sus nombres en los medios de comunicación respetan la ortografía de los nombres de dos enfermedades que han hecho su debut en América Latina recientemente. Y me conmueve también con cuánto respeto los medios copian esos nuevos nombres, en apariencia, sin preguntarse si verdaderamente se escriben así. Además de las persistentes dolores en las coyunturas, ¿de la denominada chikungunya no llamará la atención ningún otro misterio, ni siquiera ortográfico? De la llamada zika, ¿no tendremos nada más que decir, aparte de que puede aguarle a uno la sangre si los síntomas se prolongan mucho en tiempo?
         Sí, hay un par de cosas que pueden decirse de estos dos nombres, de la forma en que nos han llegado escritos y de cómo y por qué podrían escribirse de otra forma.
         Por qué se escriben zika y chikungunya es más o menos sencillo de responder. Lo más probable es que estas palabras hayan llegado a nuestros medios de comunicación (que es por donde nos han llegado a los ciudadanos comunes) inicialmente transcritas mediante el alfabeto fonético internacional, el código que se utiliza para representar todos los sonidos posibles del habla humana. Una vez transcrito un término nuevo, es bastante sencillo saber cómo se pronuncia en su lengua original y, una vez que se pronuncia, con las posibilidades y limitaciones de cada lengua, se puede escribir como sería más lógico y natural escribirlas en cada lengua. Por esa razón escribimos en español Yeltzin, mientras los franceses escriben Eltsine; en español escribimos Jesús, mientras los italianos escriben Gesù; nosotros escribimos Li Po y los angloparlantes escriben Li Bai.
         Así, en español, zika y chikungunya parecen ser aún transformaciones iniciales a partir de sus transcripciones fonéticas, es decir, no lucen aún armoniosas con la ortografía típica de la lengua española. Para llegar a serlo, para estar escritas como se escribirían en español si hubieran nacido en español, faltaría, en el primer caso, que la sílaba zi- se transformara en ci-, como indica la tendencia natural, aunque no absoluta, del español al representar este sonido ante las vocales e e i, y que -ka se tornara -ca; y en el segundo caso, sería preciso que la sílaba -kun- se transformara -cun-, y que -nya se convirtiera en -ña, como sugiere la naturaleza del alfabeto fonético. Lo más natural en nuestro código, entonces, sería cica y chicunguña.
         Pasado un tiempo —aún falta bastante—, estas palabras terminará escribiéndose así, igual que ya no se escribe switch, goal ni baseball, ni se escribe tampoco pot pourri, aide de camp ni petit maître. La única diferencia está en que los idiomas de los que provienen, además de no ser tan lejanos en historia y geografía, utilizan el mismo alfabeto que el español. Su adaptación fonética, sin embargo, comenzó el día mismo de su llegada a nuestros oídos: unos hablantes dicen chincuguya; otros pronuncian chicuguya, etc., e incluso hay quienes dicen: Se me pegó la chica.
         Lo más conmovedor que tienen la cica y la chicunguña no es, naturalmente, el estrago que está haciendo en la salud de la población, sino el movimiento intestino que ya es posible sentir que se desarrolla en sus nombres para transformarse en palabras totalmente nuestras. Ya verán.


emalaver@gmail.com



Año IV / Nº CII / 4 de abril del 2016