lunes, 29 de agosto de 2016

Me voy pa las Italias [CXXI]

Edgardo Malaver



Plaza Miranda de la atractiva ciudad de Barquisimeto
en 1954. Arriba a la derecha, el obelisco


         Había planeado dejar que los lectores descansaran esta semana del tema del plural, pero acabo de toparme con una vieja lista de posibles temas para cuando no se me ocurriera qué escribir, y como era esa la circunstancia en que me encontraba, tuve que cerrar los ojos y ceder ante la tentación. Las notas que encuentro dicen simplemente: “Plural de topónimo distante: las Europas, las Américas”.
         ¿Por qué algunos hablantes (si es que verdaderamente son algunos) tienden a pluralizar algunos nombres de lugar? Mi hipótesis inicial, hace años, era que debía tratarse de una forma de aumentar en el discurso la importancia que revestía hacer un largo viaje o, aunque no fuera largo, a un lugar muy lejano. Podía ser impresionante para el hablante que alguien cercano lograra ir, por ejemplo de vacaciones, a las Méridas, a los Maracaibos, a los Barquisimetos. Y lo era mucho más, incluso para el que hacía el viaje, ir a los Méxicos, a los Mayamis, a las Europas.
         Aunque esta idea no queda descartada (más bien queda confirmada), las breves lecturas que he hecho antes de comenzar a escribir, me indican que esta forma de aumentativo, más que de plural, más popular que culto, podría provenir de los mismísimos orígenes de la expansión del castellano en la España de la Edad Media. En los siglos anteriores a los Reyes Católicos, España era un reguero de pequeños reinos que apenas se comunicaban para entrar en guerra y para celebrar matrimonios entre los hijos de los reyes. Isabel y Fernando, que se habían casado precisamente para unir las posesiones que sus antepasados habían ido acumulando, figuran como los que comenzaron a unir “todas las Españas”, como le escribió el humanista Diego de Valera (1412-88) al joven príncipe antes del casamiento. “Todas las Españas” bien pueden entenderse como la suma de Castilla y Aragón, la suma de todos los territorios que poseían los dos herederos, todos los que estaban bajo su influencia y todos los que, con su nuevo y agrandado poderío, no tardarían en sometérseles.
         En 1492, Isabel la Católica tomó posesión de los territorios antes dominados por los árabes, con lo cual terminaban reuniéndose también dos Españas, la cristiana y la musulmana. Inmediatamente llegó Colón a un nuevo territorio, que comenzaron a llamar, primero, las Indias, porque era donde creía el Almirante haber llegado, y, más tarde, las Antillas; partir a estas tierras a buscar fortuna comenzó a llamarse “ir a hacer las Américas”. En esa misma sintonía, regresar a la capital del reino —¡hombre, qué viaje más largo!— era recalar por los Madriles. En épocas tan cercanas como 1837, la Constitución española se refería a Isabel II como “reina de las Españas”, y eso que no poseía ya la americana.
         Sea a causa de la noción de distancia, de tamaño (más bien de grandeza) o de herencia, lo cierto es que el pueblo se apodera de esas formas expresivas, sobre todo porque son expresivas, y las mantiene, las perpetúa. Nunca he estado en las Australias, pero veo en el mapa que es lejísimos. Nunca he pisado las Arabias, pero me dicen los que han ido que la gente tiene otras costumbres. Nunca la he visto los Niuyores, pero leo en “La ciudad de nadie” que pasan cosas asombrosas. Deben ser lugares magníficos y misteriosos. Cada quien tiene su idea de ellos, son muy diversos. Será por eso que algunos, muchos, andan diciendo ahora: “Me voy pa las Inglaterras, pa los Portugales, pa las Italias”.

emalaver@gmail.com





Año IV / N° CXXI / 29 de agosto del 2016

lunes, 22 de agosto de 2016

El nuevo plural [CXX]

Edgardo Malaver


Últimamente, en Venezuela escasea
también el plural



         Los primeros días que asistí a la universidad, me pareció que era una broma de los estudiantes de Caracas. Poco tiempo después, lo oí en vivo: “Deme dos pan gallego, por favor”. En algún momento, pensé que podía ser cuestión de no saber qué pluralizar: pan o gallego. Durante todo este tiempo, la broma, la constatación y la hipótesis se habían circunscrito al territorio de las panaderías y los cafetines. Y, si no fuera porque nunca hice las comprobaciones pertinentes, afirmaría que era un fenómeno caraqueño.
         Sin embargo, como no hay acontecimiento histórico que no deje su huella en la lengua, la actual situación sociopolítica que vive Venezuela está construyendo su aporte en la forma de decir algunas cosas. En Caracas —en toda Caracas—, los ciudadanos comentan ahora en las largas colas que hacen todos los días para comprar todo lo que se necesita: “Ayer por mi casa vendieron dos harina, dos azúcar, dos frijol”. Tengo unos meses identificando ese nuevo plural que hasta ahora yo había llamado “el plural caraqueño de panadería”.
         El fenómeno, como he observado en días recientes, ya no se limita a la capital. Hace una semana vi en la televisión una noticia de Táchira en que una mujer que regresaba de Cúcuta le decía al reportero: “¿Quién puede vivir con una bolsa de comida donde vienen apenas tres harina y dos arroz?”. (Obsérvese que el verbo, vienen, está en plural, es decir, esta persona tiene la intención de hacer concordancia.) Ahora llego a Margarita y oigo a mi hermana relatar sus peripecias para conseguir que, en la repartición que hace el gobierno cada imprecisa cantidad de tiempo, le asignen “dos pollo, dos pasta, dos aceite”.
         ¿Será verdaderamente nueva esta forma de pluralizar? ¿Cesará cuando cese la situación de escasez de alimentos que sufre Venezuela o se quedará largamente en el español que hablamos aquí? ¿Llegará a tener esta “curiosidad” alguna incidencia en nuestros vecinos, que ya han comenzado a verse afectados, al menos económicamente (no sé si para bien o para mal) por el problema? ¿Dejará indiferentes a otros sectores del habla venezolana? Lo único cierto parece ser que tenemos un nuevo plural.
         “¿Por qué será eso?”, me pregunta mi hermana cuando le comento lo que estoy escribiendo, porque se da cuenta de que en otros contextos pluraliza con normalidad. No tengo respuesta. ¿Será ésta una señal del rigor de la escasez? ¿Será, quizá, que la mente de los venezolanos, colectiva y unánimemente, intenta expresar el alto grado de calamidad singularizando lo que de manera natural es incluso tan abundante que no puede contabilizarse con facilidad? Por más que hoy consigamos dos kilos de harina, esa cantidad siempre va a ser insuficiente, es como si fuera uno solo, porque pronto no habrá más. Quizá la explicación sea que la opción más cercana al cero es el singular. En otras palabras, en español de Venezuela el nuevo plural es el cero.

emalaver@gmail.com





Año IV / N° CXX / 22 de agosto del 2016

lunes, 15 de agosto de 2016

Los Juegos Olímpicos como 'pluralia tantum' [CXIX]

Edgardo Malaver



No hay información definitiva al respecto, pero se cree
que los atletas de la antigüedad competían desnudos



         Los Juegos Olímpicos han comenzado oportunamente. No sólo han llegado para aprovechar el verano, como cada cuatro años, y para descansar un poco de las controversiales noticias políticas de Brasil, sino además para sumarse a esta seguidilla de artículos sobre el plural que tenemos en este momento en Ritos de Ilación. Lo oportuno es que, aunque nadie necesita que se lo diga, el nombre Juegos Olímpicos es plural. Siempre es plural, como Olimpíadas. Estos y otros son plurales tan curiosos que la gramática les ha asignado una habitación aparte, en cuya la puerta dice: “Pluralia tantum”... en latín, ¡madre mía!
         Pluralia tantum equivale a ‘todos plurales’, ‘solamente plurales’ o, como dicen algunos autores, ‘plurales inherentes’, sustantivos que se usan únicamente en plural. Esta particularidad se debe a que no se presentan nunca en la realidad en forma de un solo individuo, objeto o acontecimiento. Siempre existen sólo como grupo numeroso, al menos doble. Uno nunca dice, por ejemplo, “Yo vivía en la afuera de la ciudad” ni “La finanza del Estado funciona mal”. Aunque nos parezca, en la lengua hablada, que no es verdad porque es muy común decirlos y oírlos en singular, los sustantivos tijeras, pantalones y bigotes pertenecen al grupo de los pluralia tántum. También nos pasa con calzones, pinzas y tenazas, pero no con lentes (y sus sinónimos), esposas y riendas.
         Hay quienes se han puesto en la minuciosa tarea de explorar el reino de los pluralia tántum y han descubierto regiones que han bautizado ‘de alimentación’ (que incluye comestibles, víveres, espaguetis, etc.), ‘de dinero’ (fondos, emolumentos, ingresos, etc.), ‘de actitud’ (arrumacos, modales, ínfulas, etc.), ‘de objetos menudos’ (añicos, residuos, trizas, etc.), ‘de matrimonio’ (arras, nupcias, esponsales, etc.), ‘de anatomía’ (sesos, entrañas, facciones, etc.), ‘de lugares’ (andurriales, adentros, lares, etc.). También aparecen en términos especializados como artes marciales, cuidados intensivos y juegos olímpicos. El reino es tan extenso, que cada autor anota un nuevo territorio que el anterior no había cartografiado.
         También son fácilmente observables en expresiones como volver a las andadas, estar de malas pulgas, hacer buenas migas y mil otras. No vamos a ganar indulgencias con esta información, pero para cubrir las apariencias, escondiendo los cabos sueltos y para no dar largas al asunto, será mejor soltar las amarras y despedirnos.
         Concentrémonos en los juegos, que ya ha entrado en los anales de la historia por el número de delegaciones que asisten, 207, ¡qué pluralidad!, y por ser los primeros que prepara un país de América del Sur y de habla portuguesa. Salve, atletas, que ganen los mejores. ¡Citius, altius, fortius!

7 de agosto del 2016


emalaver@gmail.com





Año IV / N° CXIX / 15 de agosto del 2016



lunes, 1 de agosto de 2016

Los plurales de los plurales [CXVIII]

Edgardo Malaver


Doña Bárbara (personificada por Marina Baura) y Juan Primito
(Arturo Calderón) en la versión de RCTV (1975)



         Existe un poema de Aquiles Nazoa titulado “Marilyn en la morgue”, en que la voz del poeta dice: “Visto harapos de vagabundo, / mi equipaje es mi corazón, / viajo en los trenes de la noche, / no tengo un diez para un hot dog”. No sé si antes o después de conocer yo este texto, una muchacha española que pagaba su entrada en el cine antes que yo le ofrecía al taquillero, para facilitar la entrega del vuelto, “dos dieces”. ¿Qué es un diez? En el caso de Nazoa, tendría que ser una moneda de diez centavos de dólar. En el de la muchacha del cine, eran billetes de diez bolívares. O sea, los números también tienen sus plurales. Para un hablante del español de Venezuela, aquello fue toda una revelación.
         El diccionario me lo confirmó un día. El plural de dos (el número, el billete de cualquier moneda y cualquier cosa que numeremos con el 2) es doses. Y el plural de doce es doces. Qué divertido. Muchos se preparan durante meses para los veinticuatros y treintaiunos de diciembre. Todos esperan con ansiedad los quinces (y los últimos, que pueden ser los veintiochos, los veintinueves, los treintas u, otra vez, los treintaiunos, depende del mes). En países como Cuba se llama quinces a las fiestas de décimo quinto cumpleaños de las niñas. Aún no nos decidimos, pero también, a veces, llamamos cuarentas, sesentas, noventas a las décadas de los siglos.
         Otro autor venezolano, Rómulo Gallegos, menciona en su obra más conocida, Doña Bárbara, un apellido, Mondragón, cuyo plural les da a aquellos hermanos una figura terrible en nuestra imaginación. Los Mondragones están, en efecto, sometidos a la “autoridad” de la protagonista y le obedecen ciegamente, por lo que, aunque sean sólo tres, parecen un batallón. Algunos apellidos tienen, aun en singular, apariencia de plural, como Cervantes, Cortés, Borges y hay otros que, aunque no terminen con las marcas típicas de plural, suenan a muchos: Rodríguez, González, Martínez; sin embargo, todos aquellos que, fuera de la heráldica, son sustantivos o adjetivos en singular, pueden ser pluralizados con enorme facilidad cuando nos referimos a una familia: los Crespos, los Castillos, los Borbones.
         En Venezuela, muchos lugares reciben como nombres los apellidos de las familias que los fundaron o los habitaron por primera vez. En Margarita, son notorios Las Giles, Los Millanes, Las Marvales, apellidos que ya no volverán a su forma singular. En Los Salias, Miranda; en Los Ruices y en la esquina de Avilanes, Caracas, en San Juan de las Galdonas, Sucre, comprenden muy bien esta práctica.
         Otro terreno invadido por los plurales es la forma de hacer las cosas. Uno puede entrar a un lugar a hurtadillas, a gatas, a tientas... Los niños hacemos cosas a escondidas y jugamos con objetos de mentiritas, sobre todo si nos los dan a manos llenas. García Márquez en Cien años de soledad dice que a José Arcadio hijo hubo que enterrarlo “a las volandas”.
         A sabiendas de todas estas cosas, a las tontas y a las locas, para comprobarme a mí mismo que no andaba tan mal de entendederas, en estos días me he puesto a buscarle plural a todo —¿qué es más plural que el singular todo?—, intentar decirlo todo en plural y, a todas estas, me he topado con una tropa —¡mira, singular otra vez!— de singulares sin los cuales no habría podido decir nada. El intento se ha quedado a medias, pero como sé que la lengua es así, me parece que esto resultó a las mil maravillas.

emalaver@gmail.com




Año IV / N° CXVIII / 1° de agosto del 2016



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