lunes, 19 de marzo de 2018

El yensi [CXCIX]

Luis Roberts


 
En todas las épocas las cárceles han sido también
laboratorios lingüísticos. La Rotunda, 1934



       El lenguaje es un ser vivo que se alimenta de muchos nutrientes y así crece y cambia: los extranjerismos, los cultismos, los plebeyismos, etc. Los plebeyismos, o algunos de ellos, dan paso a las expresiones jergales de larga tradición en el español, desde Quevedo y Lope, pasando por la Celestina, Berceo o el Arcipreste, el imperdible Torres de Villarroel, a Larra, Valle, Baroja, Lorca, Alberti y un largo etcétera. Existe igualmente un argot generacional, que, aunque con vocación efímera y alimentándose en parte de plebeyismos, consigue que algunos de sus elementos persistan y se “culturicen” socialmente. Este argot generacional es, si cabe, más evidente en los grupos que la sociedad margina, o que se automarginan, para así tomar distancia, tomando el lenguaje como elemento distanciador.
       En 1983, el novelista, periodista y académico español ya fallecido Francisco Umbral, publicó su Diccionario cheli, siendo el cheli, palabra inventada por él, el argot surgido en Madrid a partir del final de los años 60, sacado de las cárceles por algunos jóvenes españoles de familias acomodadas, que habían aprendido a drogarse y a traficar en las universidades americanas, después de pagar condena en los centros penitenciarios españoles por esos delitos cometidos a su regreso al país. Ese cheli era un amasijo de términos castizos madrileños, romaníes (el idioma de la etnia gitana) y léxico carcelario. Muchas de esas expresiones, a pesar de ser “un código restringido”, en expresión de Berstein, han trascendido al grupo que pretendían representar, y se las encuentra hoy en el habla común del español de España. La bofiala trenaemplumarendiñarla pestañíchironaguripa, etc., son algunos ejemplos. A quién pueda estar interesado en el tema, les recomiendo el interesante trabajo de Margarita de Hoyos González, aparte del maestro Lázaro Carreter y los sociolingüistas Berstein, Beinhauer y Fishman, además del citado Umbral.
       Hace un tiempo, poco, mi amigo Álex, joven simpático, trabajador y estudiante, me contaba que un “pana” de su barrio, el de Campo Rico en Caracas, vendía en la calle el cartón de huevos a 50.000 bolívares, anunciando a voces su producto al grito de: “Yensis, a 50 bolos el cartón”. Extrañado le preguntó por qué llamaba “yensis” a los huevos, a lo que este, sonriente y pícaramente le contestó que cómo se le ocurría que iba a gritar que tenía huevos a 50 bolos, que la gente se mataría de risa. No les sorprendería el precio desorbitado de los huevos, ya entonces, hoy en 600.000, sino que usara el término huevo, que, es bien sabido, es el término con el que se designa en Venezuela, y sólo en Venezuela, al órgano sexual masculino. Le dije que tal vez era una rareza de su “pana”, un exceso de escrúpulo semántico, pero me confirmó que no, que el término se había extendido ya por varios barrios de Caracas y era de uso muy generalizado, que incluso lo usaban sus compañeros de trabajo.
       Azuzado por mi curiosidad lingüística, me propuse averiguar de dónde venía tan extraña palabra, y gracias al “pana” Google, di inmediatamente con el trabajo de Tamoa Calzadilla “Diccionario de la PRAN Academia Española”. ¡Eureka! El lenguaje carcelario, el lenguaje pran en este caso, el mismísimo cheli en Caracas. En el diccionario de Calzadilla, como en el de Umbral, nos encontramos con léxicos, si no todavía de uso generalizado por las capas más cultas de la sociedad, sí al menos reconocibles: achicharraoboca cosida, caleta, los causas, el chigüireo, la garita, el malandreo, la luz, el pran, el sistema, etc. Y, ¡oh, sorpresa!, el yensi. ¿Y qué es el yensi en la cárcel? El órgano sexual masculino.
       Nos encontramos pues ante un fenómeno que no sé cómo definir, de origen carcelario, sí, pero no es un eufemismo, ni un disfemismo, más bien parece un suavizador, un disimulador pudoroso, sólo para entendidos, para los conocedores del “código restringido”, pero para que lo usen incluso los que no saben lo que quiere decir, que no saben que es un sinónimo. Además, casi todos los étimos de las palabras que aparecen en este diccionario son identificables, excepto este, el del yensi, al menos para mi pobre cultura “malandril”.
       Mi amigo Alex me dice que a una linda compañera de trabajo, de sonrisa luminosa y de nombre Clara, como su sonrisa, le han adjudicado el apellido de Clara de Yensi, para que no haya dudas. Me imagino que cuando lea este artículo hará lo necesario para desbautizarla de tan ominoso apellido.
  

luisroberts@gmail.com



Año VI / Nº CXCIX / 19 de marzo del 2018

No hay comentarios.:

Publicar un comentario