lunes, 19 de septiembre de 2016

Septiembre en Venezuela [CXXIV]

Edgardo Malaver


En la antiescuela se aprende viviendo, dice Úslar Pietri.
Los hijos de los barrios (1967), de César Rengifo



Y hoy, al volver la excursión
de niños a la mañana,
yo he vuelto a oír tu campana
cantando en mi corazón.

Glosa para volver a la escuela”, Aquiles Nazoa

         El artículo de Ritos de esta semana fue escrito en el 2008. En junio de ese año, me dejé convencer de participar en una serie de talleres sobre herramientas metacognitivas para el análisis textual que ofrecía la Universidad Simón Bolívar para profesores de secundaria. Entre los textos incluidos en el programa estaba aquel magnífico artículo de Arturo Úslar Pietri titulado “Escuela y antiescuela”, publicado en 1974 en “Pizarrón”, la célebre columna del autor en El Nacional. La discusión que nació durante la sesión dedicada a este artículo fue hermosa y enriquecedora, porque todos los presentes en algún momento habíamos sentido la frustración de que la escuela, para decirlo con brevedad, suele conseguir resultados menos inmediatos que la calle, es decir, la antiescuela, y casi siempre menos deslumbrantes para los muchachos.
         Esa noche, al llegar a casa, les escribí a las participantes —sí, todas eran mujeres—:

Hola, muchachas.
Esta mañana, una de las miles de cosas que me faltó mencionar en el taller fue la etimología de la palabra escuela. En La fascinante historia de las palabras (2004), de Ricardo Soca, encuentro esto:

En la Grecia antigua, el vocablo skolastikós no guardaba ninguna relación con la enseñanza ni con el estudio, sino que se refería al individuo alegre y feliz, que vivía como le gustaba. Probablemente debido al amor de los griegos por el estudio y el conocimiento, la palabra skolé, que inicialmente significaba ‘recreación’, ‘distracción’, ‘ocio’ o, simplemente, ‘tiempo libre’, pasó a ser usada más tarde para denominar el lugar donde los niños aprendían, significado que fue tomado por los latinos en la palabra schola con el mismo sentido que nuestra escuela.

Otra vez los griegos tenían razón: si tenía que existir la escuela, que fuera un lugar para la recreación, para el tiempo libre. Y si había que aprender algo en ella, que fuera con placer. No hay mejor manera de aprender lo que sea... el método que usa ahora la “antiescuela”. ¡Con razón tiene tanto éxito! [...]
Bueno, las dejo en paz para que lo disfruten.
Hasta luego.

         Hoy regresamos a clases en la Escuela de Idiomas Modernos. Es inevitable para mí pensar en aquel dulce poema de Aquiles Nazoa en que se acuerda de su niñez y dice: “Comienza el año escolar / y septiembre en Venezuela / vuelve a ser como una escuela / que se abre de par en par”. La experiencia de la escuela tiene que ser feliz porque ella tiene algo que todos queremos. Sea con alegría que lo busquemos.
         Nos vemos en clase.

emalaver@gmail.com





Año IV / N° CXXIV / 19 de septiembre del 2016

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