lunes, 16 de diciembre de 2019

Soldada [CCLXXXII]

Luis Roberts


Santa María, Isla de Sal, Cabo Verde [Foto: P. Hauser]



         Todas las armas para combatir la injusticia histórica de la discriminación y cosificación de la mujer, son válidas, legítimas y justificadas. Todas menos, entre otras, aplicar criterios de hoy a personajes del pasado, culpabilizar al hombre por el hecho de serlo, y, querer enmendar los yerros históricos cambiando la lengua y su gramática. La lengua cambia sola, la cambiamos, poco a poco y sin descanso, respetemos su tempo y sus reglas.
         Si hay algo ridículo y risible a veces, en este terreno, es el llamado lenguaje inclusivo, la duplicación, utilizado de manera oportunista por los políticos en general. Venezolanos y venezolanas, alcaldes y alcaldesas, diputados y diputadas, etc. Atenta al principio de la economía del lenguaje y entra dentro de lo risible que señalábamos antes.
         Hay que tener en cuenta que el masculino abarcador no es resultado de una sociedad patriarcal. El académico de la RAE Álex Grijelmo, en su libro recién publicado, Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo (Taurus), dice:

En el indoeuropeo, que es la madre de la mayoría de las lenguas de nuestro entorno, había un género para señalar a las personas (lo animado) y otro para señalar lo inanimado. El primero servía para nombrar a personas de cualquier sexo. Pero hace miles de años nació el género femenino por la necesidad de nombrar a las mujeres ante el papel primordial que adquirieron en las familias. Se crean así los géneros y el que valía antes para todos se desdobló como masculino sin perder su función inclusiva original. El problema viene de la Grecia clásica, cuando se empezó a reflexionar sobre el lenguaje y se habló de género masculino, en vez de hablar de un género de lo animado. Si se hubiera hecho así, entenderíamos hoy por qué hay un género que sirve para todas las personas y uno para las mujeres.

         La palabra señora no existía en el castellano hasta bien entrada la Edad Media, existía señor, pero no señora. Hoy, y desde no hace mucho tiempo, ya no sólo nos es familiar, sino que lo hemos incorporado al lenguaje tanto culto como coloquial, la presidenta, la jueza, la ingeniera, la abogada; la policía ya nos crea cierta ambigüedad.
         Esto viene a cuento de que hace poco oí la palabra soldada aplicada a la mujer que forma parte del ejército en su grado más bajo. Ya tenemos digerido, más o menos, generala, coronela, capitana, pero va a costar algo más asumir lo de comandanta, tenienta, alfereza, caba, y lo de soldada va a ser mucho más duro, debido a sus distintas acepciones, no ya verbales, de soldar, sino sustantivas. Soldada es sueldo, salario o estipendio, así como el haber del soldado, la paga. Su origen está en el latín, solidus, que era la moneda de oro que acuñó el emperador Constantino, el sólido.
         En la antigua Roma, la paga del soldado consistía en saquitos de sal, de ahí la palabra salario. Hasta la conquista colonial de África en muchos países de ese continente el instrumento de pago también era la sal, único remedio para combatir la deshidratación en las tórridas sabanas.

luisroberts@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXII / 16 de diciembre del 2019



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