Edgardo Malaver Lárez
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Niñas japrerias del sur de Venezuela |
“Miles de años después de
los primeros manuscritos y cientos de años [después de] Gutenberg”, dice
la página web de Aletheia, “57 por ciento de los idiomas activos en el mundo
aún no dispone de una traducción completa de la Biblia”.
Impresionante, ¿no?, difícil
de asimilar a la primera. Esta noticia, que revela en primer lugar que el
cristianismo no ha llegado aún a todos los pueblos del mundo, da una señal clarísima
sobre las dificultades que enfrenta una tarea tan delicada como la traducción. Y
también deja clara la inmensa carencia de traductores que hay, a pesar de que
cada día son más las personas que, incluso sin mucha una mínima formación
académica, se llaman a sí mismas traductores, y justamente ahora que recorre,
palpable y virtualmente, la idea de que con la aparición de la llamada inteligencia
artificial ese problema ya no existe.
La Biblia tiene la
reputación de ser el libro más traducido del mundo y de la historia. Sin
embargo, resulta que semejante trabajo, que uno a simple vista no logra
imaginarse cuán grande es, está aún por terminar. Y no es que falta una docena
de idiomas o dos en que aún no existe una versión de la Biblia. Es que, según la
Sociedad Bíblica Americana, de las 6.901 lenguas que se utilizan hoy en día para
comunicarse, menos de la mitad dispone de la Palabra de Dios para los hablantes
que sólo se expresan en su lengua materna.
Si la primera traducción
de los diversos textos e idiomas de la Biblia al latín le tomó a san Jerónimo unos
20 años, ¿cuánto tiempo más tendrán que esperar los creyentes de esos idiomas?
Las regiones del mundo san
Jerónimo tendría que inspirar con mayor intensidad a los traductores son África
Central, Eurasia, en Asia y la región Indo-Pacífico. En Sudán del Sur, por
ejemplo, 65 pueblos originarios hablan unas 100 lenguas, en ninguna las cuales los
hablantes disponen de las Sagradas Escrituras completamente traducidas. Lo que
es más, en 31 por ciento de esas lenguas ni siquiera se ha comenzado nunca a
traducirlas.
En Venezuela misma, unas
3.280 personas, según datos del 2015, nunca han leído ni una palabra de la
historia de Abraham, de David ni de Jesús en su lengua nativa, ni siquiera aquellos
que cuentan como creyentes. Los hablantes de mandahuaca (posiblemente extinta
ya, en la frontera con Brasil), japreria (de la Sierra de Perijá) y mutus (o mapoyo,
a lo largo del Orinoco) son las comunidades venezolanas que podrían llamarse “abíblicas”.
En Perú, la cifra crece hasta 57.100 ciudadanos. ¡En México son 79.800!
Pero las cifras sorprendentes
no se producen solamente en el Tercer Mundo. En Alemania y en Canadá, en Rusia
y en Suiza, en Australia y en Dinamarca, en Estados Unidos y en España también
sucede.
En el Día del Traductor de
este año, entonces, démonos cuenta de cuánto trabajo falta por hacer. Démonos
cuenta de que la llamada inteligencia artificial tiene poco con qué competir
con nosotros en este terreno. Démonos cuenta de que la traducción es también
una misión, como lo fue hace 1.600 años para el santo patrono, que no se
acobardó por el tamaño del compromiso.
emalaver@gmail.com
Año XIII / N° DXVII / 30 de septiembre del 2025
DÍA DEL TRADUCTOR Y DEL INTÉRPRETE
DÍA DE SAN JERÓNIMO
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