lunes, 1 de abril de 2019

La victoria de la abuela [CCLIV]

Laura Jaramillo



Un ramillete de pocillos de peltre para recordar abuelas en Pinterest



         El compañero Daniel Álvarez en su artículo “La pragmática de la abuela” (Ritos CCXLIV, del 21 de enero del 2019) menciona un trastorno muy peculiar denominado anomia. Una prima mía, desde que tengo uso de razón (hace un buen rato), pareciera que tiene esa particularidad porque cuando va a decir el nombre de alguien primero pasa por una larga lista de nombres hasta que atina. No sé si esa anomalía neuropsicológica es buena o mala, normal o anormal, pero después de tantas maldades es mejor que mi prima se olvide de mi nombre.
         Afortunadamente, mi abuela era más lúcida que toda la familia junta. Y es precisamente ella la que realmente importa en esta ocasión, la susodicha mencionada primero por la mente creadora de este espacio lingüístico.
         Como bien se ha dicho, las abuelas son parte fundamental de nuestras vidas. A pesar de que en mi caso no disfruté tanto de ese ser como hubiese querido, sí recuerdo un bojote de cosas de ella, porque solo tuve una.
         Se llamaba Carmen Victoria, pero todos la conocíamos como Victoria. Y realmente fueron muchas las batallas que ganó, lamentablemente no así la del tiempo. Pero aquí no haré una prosa sobre su extraordinario ser. Aquí haré una prosa sobre sus enseñanzas, muy populares y orientales.

·        Victoria daba bejucazos.
·        A Victoria le gustaba dormir en un catre. Bueno, solo de joven, luego le agarró el gustico al chinchorro.
·        Victoria solo comía pollo.
·        Victoria mataba las hormigas del árbol del patio de la casa con el miao mañanero.
·        Victoria tomaba café solo en pocillo de peltre.
·        Victoria era coqueta. Solo usaba sombreros de pajas.
·        Victoria jamás andaba despelucada. Siempre llevaba una crineja que tejía con magnífica destreza, a pesar de su artritis, y la adornaba con una flor de cayena que tomaba del mismo patio (pero sin miao).
·        Victoria le decía a su nuera, mi mamá, maletona (por lo gorda que era).

         Pero la gran Victoria era cuando yo le pedía la bendición. Este ritual comenzaba sin yo decir una sola palabra, solo cruzaba mis brazos y ella me hacía cruces por delante y por detrás, y susurraba no sé cuántas cosas, pero estoy segura de que todas esas bendiciones son las que hasta hoy me acompañan.

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VII / N° CCLIV / 1° de abril del 2019




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