lunes, 15 de octubre de 2018

El ADN venezolano [CCXXX]

Laura Jaramillo



Los zulianísimos huevos chimbos también son parte
del ADN venezolano



         Creo en las malas energías. Los seres humanos somos un imán, porque todas las energías se nos pegan. ¿No les ha pasado que a veces pueden sentir un corrientazo cuando tocan el pomo de la puerta o cuando tocan a otra persona? Es porque están cargados. De hecho, el técnico de la computadora me dijo que uno podía descargar la propia energía y quemar una pieza.
         Yo, pa limpiarme lo malo y que se me pegue lo bueno, me baño con jabón de coco. Hace días fui a comprar un jaboncito de esos, y al chamo que atiende le hago varias preguntas:
         —Buenos días, ¿tienes jabón de coco?
         —Sí.
         —¿A cómo?
         Cuando me da el precio, pelo los ojos como Homero Simpson. Y le pregunto dos cositas. La primera es que si el precio es en soberanos o en yuanes. La segunda es que si, al menos, es grande, y él me hace seña con la mano como pa dibujarme el tamaño del jabón. Luego, con mi más suprema inocencia, le pregunto:
         —Pero ¿es grueso?
         Ahora es el muchacho el que pela los ojos.
         Alguna vez recuerdo también que en una ferretería el vendedor echando vaina dijo: “No lo llame pega, llámelo pego”, haciendo referencia al pego con el que se pega la cerámica.
         En otro caso similar, una señora llama a mi casa y me pregunta que cómo estoy, yo le respondo que bien y le pregunto que quién es. Ella se queda callada, y a los segundos me dice: “Ay, como que metí el dedo donde no era”.
         Hace tres días, una profesora, muy querida ella, me pregunta: “¿Tú vas vía metro?”, y le contesto que sí, y ella me dice: “Ah, bueno, voy a aprovechar pa agarrarte la cola”. Gracias a Dios no fue literal.
         La respuesta del chamo al yo preguntarle por lo grueso del jabón fue:
         —Ay, señora (aunque prefiero doña), eso sonó feo. En Venezuela, hay cosas que no se pueden decir porque después el chaleco es grande.
         Yo solté una carcajada y le respondí:
         —No, chico, no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada.
         Lo que sucede es que los venezolanos hablamos siempre con el doble sentido por delante, y eso es así porque lo llevamos en el ADN. Es supremamente imposible deslastrarnos de ese instinto, pues perderíamos algo tan importante como es la cultura, la idiosincrasia venezolana.
         Nuestras creencias nos definen, pero nuestro lenguaje también. Nuestras palabras, nuestras expresiones, nuestra verborrea, nuestro regionalismo, todo nuestro hablar es único. Como dicen por ahí: solo en Venezuela.

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VI / N° CCXXX / 15 de octubre del 2018




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