lunes, 29 de febrero de 2016

Cumple cumple happy happy [XCVII]

Luisa Teresa Arenas Salas


Parque del Este de Caracas, 23 de febrero del año 2013,
día en que fue concebido Ritos de Ilación

         El cumpleañero del mes. La pasión y el orgullo de Edgardo Malaver. La fiesta de la palabra. Nuestro benjamín en los proyectos de la Unidad de Extensión. Ritos de Ilación nació hace tres años “sin querer queriendo”, como dice el Chavo. La necesidad de compartir más allá de los muros universitarios y el cumpleaños de Leonardo Laverde nos reunió en el Parque del Este. ¡Ah! ¡Perdón! El parque Generalísimo Francisco de Miranda. En medio de cantos, velitas, soplidos, bromas, alharacas, por un error no cometido conversacionalmente, en un porsiacaso, Edgardo Malaver disparó una corrección imperecedera: “Ilación sin h”; y vino la tángana de qués, cómos, por qués: ¡Cómo que sin h! ¿No viene de hilo? Y, como dice Edgardo Malaver al contar la historia del nacimiento de Ritos de Ilación, palabras más, palabras menos: de ese intercambio, ese día, la semilla de este, su hijo predilecto, comenzó a gestarse.
         Hoy, ritos van y ritos vienen, creciendo la participación de autores y, ¡claro!, de lectores. Radio Bemba ayuda. Si hablando decimos: “Me encanta curucutear en Facebook”, Edgardo interviene: “Luisa, buena palabra para un rito”. Un día me escuchó exclamar: “¡Coñastre, en la galera el pavo!”; “¡Caramba! retrucó él—. Anota esa expresión para Ritos de Ilación”.
         Y así va Edgardo de encuentro en encuentro, de evento en evento, de presentación en presentación invitándonos a todos a escribir para Ritos. Por eso lo hago hoy, porque la ocasión la pintan calva, para felicitarlo por sus tres años de productividad como progenitor de la criatura, motivador, escritor casi en un 90 por ciento de temas para ritos, por su propio deseo de explicar asuntos que siempre lo han preocupado o porque no haya un lunes vacío de ritos, si ningún ritolector o ritoescritor ha salido a la palestra con su colaboración de la semana.
         ¡Sépanlo! Ha habido muy pocos lunes sin ritos desde el 25 de febrero de 2013; así la publicación se haga un martes o un miércoles, Ritos de Ilación sale a la luz semanalmente. El asueto agostino, decembrino, carnestolendo, sacro, no detiene la máquina de producir ritos. La ilación se mantiene y debe mantenerse, para lo que Edgardo Malaver aprovecha sus noches y madrugadas escriturales para producir y publicar este significativo y simpático semanario. La ilación en estas ocasiones de asueto es con la efemérides del momento: “El primero que cayó por inocente” [LXXXVIII], por el Día de los Inocentes; “La sílaba que se le perdió a la Navidad” [XXXVI], obviamente, festejo navideño; “Dioses y mamarrachos” [XCIV], carnaval; “¡Ay, qué noche tan preciosa!” [XCVI], esta efemérides eimista: el cumpleaños de Ritos de Ilación, por mencionar algunos.
         Así que, amigos lectores, riteros, ritenses, ritoproductores, ritomaníacos, ritoamantes, ritoseguidores (voces estas que no son, o no han sido, pero allí están, por un simple ejercicio de creación lingüística): ¡corran la voz!, para que Ritos de Ilación, el blog (ritosdeilacion.blogspot.com), sea cada día más visitado, más leído, más recomendado (ya ha sido citado en trabajos de investigación) y más gente como ustedes que me están leyendo se motiven, pluma en ristre (¿un lugar común?, así produzco yo, por placer) a escribir su rito para Ritos (¿un pleonasmo? intencional).
         Y, como Ritos estudia palabras, expresiones lingüísticas, unidades léxicas, designaciones, significaciones (¡Oh! ¡Lingüística!); explica sus orígenes, sus usos, su valor semántico-pragmático, concluyo, después de este discurso panegírico, con un breve glosario de algunas expresiones curiosas definidas por su sentido en el texto:

BENJAMÍN: hijo menor // Miembro más joven de un grupo. Y otras voces sinónimas: bordón, maraco, toñeco.
ALHARACA: extraordinaria demostración o expresión para manifestar la vehemencia de algún afecto, en este caso, la alegría del encuentro.
TÁNGANA: alboroto, escándalo, discusión sobre la escritura de ilación sin h.
BEMBA: boca de labios anchos y gruesos // En el texto, una metonimia cuyo sentido es la promoción de Ritos de Ilación de boca en boca.
LA OCASIÓN LA PINTAN CALVA: un refrán que manifiesta que las oportunidades se deben de aprovechar cuando se presentan.
CURUCUTEAR: venezolanismo. Registrar, rebuscar algo generalmente dentro de algún mueble, revolviéndolo todo.
¡COÑASTRE EN LA GALERA EL PAVO!: un eufemismo usado por mi padre para evitar ese ¡coño! catártico, liberador, suscitado por una experiencia vital profunda.
EFEMÉRIDES: acontecimiento notable que se recuerda en cualquier aniversario de él: nacimiento de Ritos de Ilación.
LUGAR COMÚN: palabra, frase o idea considerada como un vicio del lenguaje por ser demasiado sabido o por su uso excesivo o gastado. La escritura a mano como vicio.
PLEONASMO: redundancia (premeditada y alevosa de la voz ritos) para enfatizar lo expresado.
DISCURSO PANEGÍRICO: mi elogio escrito a este proyecto de la Unidad de Extensión creado por Edgardo Malaver.
RITOLECTOR, RITOESCRITOR, RITEROS, RITENSES, RITOPRODUCTORES, RITOMANÍACOS, RITOAMANTES, RITOSEGUIDORES: neologismos que nos definen a quienes hoy, con mucho orgullo, felicitamos a Ritos de Ilación, sintiéndonos parte de él.

25 de febrero de 2016

 ue.eim.ucv@gmail.com



Año IV / Nº XCVII / 29 de febrero del 2016

jueves, 25 de febrero de 2016

Se acaba el cumpleaños

Es hora de cantar. Se van a ir los invitados sin comer torta, ya casi es medianoche. Quien esté cerca, que apague la luz y que alguien traiga los fósforos para encender la vela.
Mientras cantamos, Ritos desea agradecer a todos sus buenos deseos, sus contribuciones al crecimiento de la publicación y los augurios de larga vida.
El año que viene... El año que viene, si Dios quiere, será mejor.

Edgardo Malaver
(Ah, ¿yo?, ¿apago yo la vela?)

lunes, 22 de febrero de 2016

¡Ay, qué noche tan preciosa! [XCVI]

Edgardo Malaver Lárez



Marilyn Monroe le canta Happy birthday
a John Kennedy en 1962



         En la película Vivir (1952) de Akira Kurosawa, el protagonista, Watanabe, descubre que está a punto de morir y abandona a su familia, su trabajo, todo lo que ha sido significativo para él durante los 30 años anteriores para deambular, deprimido, por el mundo. En una de estas andanzas se tropieza con Toyo, una muchacha que trabaja con él y que es la personificación de la alegría. En cierta escena, en que Watanabe y la muchacha comen helados en un restaurant, detrás de ellos, un grupo de jóvenes tienen una torta en la mesa y cantan: “Happy birthday to you! Happy birthday to you!”.
         Varios amigos que vimos la película juntos en 1990 volteamos inmediatamente hacia Emiko Hasuike, la única japonesa que conocíamos en la universidad y que estaba con nosotros en el cine. Ella, que aunque no necesitaba leer los subtítulos estaba demasiado concentrada como para percatarse de nuestra sorpresa, nos dijo al salir de la sala que la celebración del cumpleaños, y con ella la torta y la cancioncilla, habían sido introducidas en Japón por los americanos que llegaron al final de la II Guerra Mundial.
         La canción de cumpleaños en inglés es francamente el summum de la simpleza, como lo es en francés, alemán, italiano, catalán, chino, árabe y casi todos los idiomas más conocidos: la escueta repetición del equivalente de la expresión cumpleaños feliz. En español resalta que el tercer verso no dice lo mismo que en los otros tres, aunque parece que en todas las lenguas en ese verso se agrega el nombre del cumpleañero. Sin embargo, la versión del cumpleaños en portugués merecería nuestros aplausos por su originalidad y variedad lexical, por su generosidad en deseos agradablemente expresados.
         La estrofilla que se canta en Venezuela, por el contrario, parece un poema de Gustavo Adolfo Bécquer. Acabo de enterarme de que la canción, escrita por el venezolano Luis Cruz (1930-2012) en 1953 —es decir, que, en 1962, Marilyn Monroe hubiera podido cantársela a John Kennedy— se hizo notoria poco después, cuando Emilio Arvelo (1935-), para llenar un vacío que tenía en un nuevo disco, grabó la versión que todos conocemos. También se la canta de mil maneras: despacio, rapidísimo (porque a muchos les molesta, pero nadie deja de hacerlo), a capella casi siempre, acompañado con cuatro muchas veces, repitiendo fastidiosamente versos que no se repiten, o, en tiempos recientes, alterando jocosamente la letra para reírse del homenajeado. Y todo esto pasa en todos los rincones de Venezuela, en las más humildes condiciones de vida, en los más lujosos salones de fiesta.
         En la noche del jueves 25 tendríamos que reunirnos los “más íntimos amigos” de Ritos de Ilación para cantarle, alrededor de una torta de tres velitas: “¡Ay, qué noche tan preciosa esta noche de tu día...”. Nos comeríamos la torta entre los 19 autores que hemos puesto nuestras palabras en estas páginas y tomaríamos fotos para que nuestros 292 seguidores sonrieran por nuestra alegría al vernos en Facebook.
         Como pasa en la película de Kurosawa, lo importante no es la dificultad de llevar adelante la vida, sino la alegría de vivir. Desde este rinconcito lleno de papeles, como la oficina de Watanabe, que al final se sobrepone al dolor para volver al trabajo y construir una obra para su pueblo, brindamos con tantos amigos por los años por venir. ¡Salud!

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Año III / Nº XCVI / 22 de febrero del 2016
EDICIÓN DEL TERCER ANIVERSARIO

lunes, 15 de febrero de 2016

De cómo las flores aprendieron a leer y escribir [XCV]

Edgardo Malaver Lárez


Ilustración de las primeras páginas del libro El lenguaje de las flores
y el de las frutas (Nueva York, 1857), de Florencio Jazmín


         ¿Usted ha recibido flores alguna vez? Seguramente venían con una tarjeta que tenía escrito algún mensaje. De ser así, recibió usted flores analfabetas. Las flores, desde la antigüedad, han sabido leer y escribir, o por lo menos han permitido leerse y escribirse a hombres y mujeres, por lo menos a los enamorados, por lo menos a los que compartían amores secretos.
         La mayoría de las fuentes afirman que el llamado lenguaje de las flores apareció en Constantinopla al principio del siglo XVII y que su época de mayor esplendor fue el romanticismo. Cualquiera diría que se trata de que cada flor evoca un sentimiento, una imagen o, entre los más osados, una propuesta. Una rosa roja simboliza una pasión encendida; una margarita, un pensamiento; un clavel, la amistad. Son como lugares comunes que aparecen en mil películas; los personajes de García Márquez, sin confesarlo, son especialistas en estos mensajes. Sin embargo, el lenguaje de las flores pertenece a un campo que se extiende al significado de plantas y frutas, e incluso de piedras y colores. E incluso va más allá: tiene todo un conjunto de reglas que, con toda propiedad, pueden llamarse sintaxis.
         En 1857, se publicó en Nueva York un libro titulado El lenguaje de las flores y el de las frutas con algunos emblemas de las piedras y los colores, firmado por un Florencio Jazmín (probablemente el seudónimo de un grupo de autores). Existe una edición barcelonesa de 1864 ¡y una caraqueña de 1879! La sintaxis floral, según Jazmín, se divide en cuatro categorías gramaticales: sustantivo, adjetivo, pronombre y verbo, y éste en presente, pasado, futuro, infinitivo, imperativo y condicional.
         El sustantivo “convendrá expresarlo siempre por medio de una flor con su rama y sus hojas, es decir, en el estado en que la naturaleza presenta con más frecuencia el ejemplo: una rosa amarilla guarnecida de hojas quiere decir infidelidad” (p. 93). Para expresar un adjetivo, “se emplearán las flores en su estado natural, esto es, con sus hojas, pero cuidando duplicarlas: dos rosas amarillas con sus hojas quieren decir infiel” (p. 93). El pronombre se expresa en el libro de Jazmín, así: yo me: una hoja sola; tú me: dos; él le: tres; nosotros nos: cuatro; ellos les: cinco. Es frecuente que se supriman los pronombres de segunda persona en singular porque está implícito que los mensajes siempre van dirigidos de un yo a un tú. El verbo “se expresará en todas sus modificaciones por la flor con su pedúnculo desprovisto de hojas, es decir, sola y desnuda” (p. 93). El presente se construye con una flor abierta; el pasado, mediante la flor con semilla; el futuro, por la flor y su botón; el infinitivo, con dos flores semejantes sin hojas; el imperativo, con tres flores en el mismo estado, y el condicional, finalmente, mediante la flor acompañada de un ramo de la planta sin florecer.
         Jazmín pone varios ejemplos, el más sencillo de los cuales es “¿Me amarás constantemente?”, y explica que el verbo se representará por medio de “una hoja de mirto con un botón y una flor de la misma planta” (p. 97), mientras que el adverbio será una rama de manzanilla. Agrega que todo esto irá atado por una cinta verde para indicar el verdadero sentido de la interrogación, que es la esperanza.
         Veamos cómo se construiría la frase “Tu amistad hace mi dicha y tus virtudes son el lazo que me une a ti para toda la vida”, la más compleja que pone el libro. Es evidente en primer lugar que en realidad hay aquí dos oraciones, unidas por la conjunción y. La primera se podría “armar” juntando dos hojas y una rama de hiedra, una hoja y una rama de artemisa. La segunda estaría compuesta por dos hojas y una rama de hierbabuena, una rama de madreselva y una rama de alfalfa Una cinta blanca, signo de pureza, sujetará el primer conjunto de flores y luego abarcará los dos ramos mediante un nudo para completar la oración.
         Hay indicios de que en la Edad Media ya existía esta forma de comunicación. Sería harto atractivo, hoy, lo que podría descubrirse detrás de textos construidos totalmente con estas reglas. Los analistas del discurso encontrarían todo un universo nuevo en que regodearse y descubrir relaciones de poder e intenciones ocultas entre el clavel y la rosa, que, dentro de un contexto bien concreto, han aprendido a leer y escribir.


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Año III / Nº XCV / 15 de febrero del 2016

lunes, 8 de febrero de 2016

Dioses y mamarrachos [XCIV]

Edgardo Malaver


La asamblea de los dioses alrededor del trono 
de Zeus (1532), de Giulio Romano



         Hay muchas formas de vivir el Carnaval. La más sencilla puede ser mirar los toros desde la baranda. Usted se para en la acera frente a su casa y se llena los ojos de colores y movimiento. Otra es disfrazarse de algo y unirse a un desfile. Otra, más costosa, sería viajar a un país en que el Carnaval sea el centro de la vida de la gente y trabajar todo el año para ganar algún premio por su traje, su forma de bailar o el tamaño de su carroza.
         La mía es más bien aburrida. Abro el Sol de Margarita y me encuentro el título “Eligen a la soberana de los mamarrachos”. Es fácil imaginarse que éstos llevarán disfraces disparatados, extravagantes o incluso feos y mal hechos. ¿Cómo habrá llegado esta palabra al Carnaval? ¿O será naturalmente carnavalesca y luego saltó al habla coloquial? Pues resulta que sí. Un mamarracho es una persona cuyo comportamiento hace reír a los demás, y se comporta así intencionalmente. Según la Academia Española, un mamarracho es un bufón. La palabra proviene del árabe.
         Me tropiezo a dos parientes que se preparan para los desfiles del Carnaval, y me recuerdan la mojiganga que hace unos años se organizaba en Juan Griego. Qué palabra. ¿Mojiganga no era un bromear constante de los niños que los adultos consideraban fastidioso? Pues sí, pero en segunda acepción. El diccionario, en primera, dice: “Obra teatral muy breve, de carácter cómico, en la que participan figuras ridículas y extravagantes, y que antiguamente se representaban en los entreactos o al finalizar el tercer acto de las comedias”. La tercera acepción dice: “Fiesta popular en la que se utilizan disfraces estrafalarios, especialmente de diablos y animales”. Eso es un carnaval.
         Durante el Carnaval del Renacimiento, especialmente en las noches, como todo valía, los excesos de la carne no se limitaban a la ingesta, y por eso, según la tradición, debían usarse máscaras: pasados esos tres días, la vida seguía y no era cuestión de avergonzarse. La idea de aliarse para salir en comparsas (otra palabra bien particular) debe haber nacido de la necesidad de apoyarse entre parientes, entre amigos, entre colegas.
         Sin embargo, la que se lleva el premio a la palabra más enrevesada en el vocabulario del Carnaval es carnestolendas. Casi nadie la usa, pero todo el mundo la entiende cuando la oyen la televisión o la radio. Las fiestas carnestolendas son los tres días anteriores a la Cuaresma. Es un pluralia tantum que se forma a partir de caro, es decir, ‘carne’, y de tollendus, del verbo tollere, equivalente a ‘suprimir’. El Carnaval, en los primeros tiempos del cristianismo, tenía el fin de “eliminar toda la carne” existente en el entorno, y para ello se permitía el desenfreno alimenticio, pues el Miércoles de Ceniza debía comenzar el ayuno y la abstinencia que preparaba para la Semana Santa.
         Y esta práctica de concentrar en tres días del año el fandango y el bullicio, el exceso y la desinhibición, cubriéndose los rostros para desentenderse de las consecuencias, no podía carecer de un conductor. Y así, quién sabe si el pueblo, quién sabe si los poetas escogieron a un personaje mitológico de la Grecia antigua para que desempeñara esta función: Momo, el dios de la burla, de la ironía, de la crítica ridiculizante. Hijo de Nicte (la Noche) sin intervención masculina, Momo se ganó la enemistad de muchos de los dioses del Olimpo a causa de sus ingeniosas críticas y crueles burlas. Un día fue expulsado del panteón por esa razón y había estado desempleado desde entonces hasta que se le encargó ir al frente del jolgorio del Carnaval.
         No deja de ser una forma de vivir el Carnaval, aunque sea sólo como metáfora del imperio de la morisqueta.


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Año III / Nº XCIV / 8 de febrero del 2016

lunes, 1 de febrero de 2016

Baño de María [XCIII]

Edgardo Malaver


María la Judía (o la Hebrea) en un grabado de Michael Maier (1617)


         Uno oye, a los siete u ocho años, a su abuela darle una receta de cocina a alguna vecina y decirle: “Lo pones en baño de María y después lo cuelas”, e inmediatamente se pregunta quién será esa María. Más tarde, como la expresión se le instala en la frente, por el lado de adentro, con una campana que tañe tres veces diarias, uno se imagina que esa María bien puede ser la madre de Cristo. Y por largo tiempo esa hipótesis aminora el tintín de la campanita. Y luego va uno al catecismo y oye tantas cosas bellas sobre la Virgen María, que se dice, sin preguntarle a nadie, que no hace falta pensar más: esa María que se baña es la Virgen, ¿quién más puede ser? La campanita casi se queda en silencio. Casi adulto ya, enamorado ciego y extraviado para siempre en la fascinación de los libros, tropieza uno en el Antiguo Testamento con las detalladas reglas que debían seguir las mujeres para asearse, y descubre así que la campana, sin llamar la atención de nadie, había estado tañendo más fuerte. Algún baño habrá tomado la pobre María que se hizo famoso. ¿Habrá sido el bautismo?
         Qué lástima que no lo pregunte uno todo. Sin embargo, de haber preguntado y haber entendido antes, le habría parecido a uno menos placentero el placer de encontrar la respuesta, por infinito azar, en una revista de ciencia e historia que hace dos meses le aterriza a uno en las manos.
         El balneum Mariae es, como bien lo sabe todo el que ha oído a su abuela comentar una receta de cocina con una vecina, un procedimiento de calentamiento prolongado en que un recipiente es hundido en el líquido contenido en otro recipiente más grande. No fue el único procedimiento, artefacto o composición química ideada por María la Judía, de quien obviamente recibe su nombre. Todo el mundo ahora lo utiliza en la cocina, pero María la Judía, que puede haber nacido en el siglo I (o en el II) en Alejandría, Egipto, lo utilizaba en su laboratorio de alquimia para sublimar compuestos químicos. Casi todo es confuso en las notas biográficas que se encuentran sobre la sabia María, pero la existencia de los complicadísimos inventos que se le atribuyen, que coinciden con los descritos en los textos que firmó como autora, además de la seriedad de los autores posteriores que la citan y la alaban por su trabajo, contribuyen a que uno se convenza de que fue una persona real.
         Entonces se dice uno que va a imperar, por fin, el silencio, pero... mentira, es apenas una la campana que se detiene. En su lugar resuenan ahora mil campanarios... pero no puede uno evitarlo: le agrada el sonido de las campanas.

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Año III / N° XCIII / 1° de febrero del 2016

lunes, 25 de enero de 2016

Mala mía [XCII]

Edgardo Malaver


Primera página del Discurso de Angostura (1819)


         Este número de Ritos es una mera anotación en mi memoria. Es un registro del nacimiento de una nueva expresión, o, más precisamente, de la inserción de su partida de nacimiento en mi archivo principal propio e individual, el único al cual tengo acceso. Y así, es también la mera comprobación de que la lengua materna de uno es infinita. El acta, transcrita fiel y textualmente del libro del año 2016, dice así:

21 de enero. Salgo de mi clase de la mañana a las nueve horas y treinta minutos y me siento a esperar a la estudiante Andreína Aranguren, tesista con la que he acordado encontrarme para decidir cómo reducir a límites controlables el inmenso corpus de su investigación sobre el Discurso de Angostura. Me llega un mensaje suyo al celular en que me pregunta si nos vamos a encontrar. Comprendo que mi mensaje de las siete de la mañana no le ha llegado. Le escribo que la estoy esperando y ella corre a la universidad. Llega cuando yo estoy saliendo, tarde ya, para ir a casa. Me dice: “Mala mía, profe, porque yo no lo llamé ayer”. Me llama la atención la forma de decir que se adjudica la causa del desencuentro, pero sigo hablando con ella sobre una próxima entrevista. De camino a mi casa, no deja de resonar la expresión en mi mente. Me pregunto: “¿Querrá decir algo así como mala jugada mía, mala acción mía, en contra mía?”. El asombro ya se ha apoderado de mí.

         Apenas han pasado cuatro días, y esta voz que nació el jueves no se apaga. Varias personas me han dicho cuando les pregunto: “Se dice hace mucho tiempo, todo el tiempo, ¿no la habías oído?, no te creo”. No, no la había oído. Escribo “mala mía” en Google y éste me lanza 52.904 resultados. (Uhm, ¿no tendrían que ser millones?) Sin abrir nada, porque esta vez no quiero leer nada que me contamine estos primeros comentarios, entiendo que ciertamente la expresión ha existido desde hace años. Veo una tienda de ropa en Buenos Aires, una canción del 2010, traducciones al inglés del 2006. Hoy, por esa causa, al ver que no tengo listo el artículo de esta semana, me decido a darle mi primer saludo... y a asentar aquí su partida de nacimiento.

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Año III / Nº XCII / 25 de enero del 2016

lunes, 18 de enero de 2016

Niños de pecho [XCI]

Edgardo Malaver



Miguel de Unamuno en algún pasillo
de la Universidad de Salamanca (1936)



Para Miriam Lárez,
literalmente mi primer alma mater, por el Día del Maestro

         Primero les pareció que coger era siempre y en todas partes vulgar y les dio por decir agarrar en todo lugar y momento; después no quisieron decir más hacer porque era informal y comenzaron a decir realizar para parecer educados; más tarde les dio la fiebre de que poner no debía usarse porque eso era lo que hacían las gallinas, y desde entonces dicen colocar hasta cuando se ponen a llorar. Hay un zancudo que sobrevuela una pobladísima nube de hablantes, los marea y les inocula una gripe a causa de la cual, de la noche a la mañana —o más bien de un canto de gallo a otro—, dejan de decir lo que es lógico, habitual y congruente para hundirse en el desbarajuste y el sinsentido. Todo esto, sin embargo, puede llegar a entenderse, porque, al fin y al cabo, así evolucionan las lenguas. A mí lo que me molesta es el bendito zancudo.
         Un día ese zancudo le picó a un representante estudiantil, y éste, sin tener memoria de los siglos de existencia de la lengua que hablaba, comenzó a evangelizar a los demás diciéndoles que la palabra alumno era, nada menos, un insulto para los estudiantes.  Su idea principal era —aún es, porque la prédica no cesa— que alumno se componía del prefijo a- (negación) y la raíz lumen (‘luz’); o sea, que un alumno es al final alguien que carece de luz. Una de las ideas secundarias era que, vistos así, los alumnos habían sido sometidos desde tiempos antiguos a la voluntad de los iluminados profesores, que se creen dueños de todo el saber humano, al cual les dan acceso sólo a cuentagotas y mediante reprochables prácticas y actitudes autoritarias.
         ¿Los sin luz? Ciertamente parece un insulto. Sin embargo, ese pretendido desmontaje morfológico de la palabra y su desafortunado resultado revelan un enorme desconocimiento de su dignísimo significado, su etimología y, también, del español, del latín y de la historia y el funcionamiento de todos ellos. No hace falta consultar el diccionario de cabecera de Cicerón para descubrir que alumnus era en Roma un participio del verbo alo (‘alimentar’), es decir, era lo que ahora se llama una palabra primitiva, no derivada. Un alumnus era ‘aquel que es alimentado por otro’, y más originariamente, un ‘niño de pecho’.
         Más tarde debe haberse empezado a llamar alumnos a los niños que aprendían de un maestro, porque intelectual y espiritualmente también estaban alimentándose de él. Por una buena razón, más tarde todavía, se llamó alma mater a las universidades, porque en el terreno de los conocimientos, la universidad es la madre que nos nutre y nos forma altos ideales humanos. (Ah, alma y alto también provienen del verbo alo.)
         Ser alumno, entonces, tendría que ser, por lo menos para nosotros los universitarios, tener ante nosotros todos los caminos abiertos, los caminos que han recorrido todos los hombres, pero que para cada hombre es un camino nuevo. Y la tarea de enseñarnos a elegir está en manos de nuestros maestros, que con propiedad pueden hablarnos de su paso por esos caminos. En vez de una época en que carecemos de luz, es una época en que descubrimos la luz que nos habita. Me acuerdo de Miguel de Unamuno, que una vez en una conferencia en Salamanca, ante una pregunta ingenua de un estudiante sobre Cervantes, le respondió, aproximadamente: Adivino por su pregunta que usted no ha leído Don Quijote. Qué afortunado es usted, que puede leerlo por primera vez e iluminarlo con los ojos de un niño.


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Año III / Nº XCI / 18 de enero del 2016

lunes, 11 de enero de 2016

¡Matriculamos! [XC]

Sara Cecilia Pacheco


Fotografía cedida por la autora


         Hoy, cuando íbamos entrando al edificio...

Alfredo: ¡Veciiinooos! Voy a aprovechar la colita con ustedes. ¿Cómo están, mis hijos? ¡Feliz año! ¿Cómo la pasaron?
Sara: Bien, señor Alfredo... ¡Feliz año! ¿Y usted cómo lo pasó?
Alfredo: Bueno... ¡Matriculamos!  Bueeeno... Ustedes saben cómo está la cosa... pero ¡Matriculaaamos! que es lo importante...
Sara: Sí, gracias a Dios... Hasta luego, señor Alfredo.
Alfredo: Hasta luego, mis hijos.

         De ese pequeñísimo intercambio amable me llaman la atención dos cosas. La primera: ya es 10 de enero y nos seguimos dando el ¡feliz año! No es que sea bueno ni malo, ni anticuado ni moderno, ni pueblerino o caraqueño. Lo hacemos y lo hacemos porque sí, porque siempre lo hacemos y mañana en el trabajo seguro repartiré “felizaños” por doquier. Quizá algunos se resisten o se resisten por algunos años, pero siempre lo hacemos. Si no has visto a esa persona desde diciembre o desde el enero pasado, lo saludas con su feliz año. Se nos brota. O, por decirlo de algún modo, no se lo negamos a nadie. El porqué, lo que es a mí, no me importa.
         La segunda: ¡Matriculamos! Ese sí no “te” lo digo yo... El señor Alfredo me lo dijo al principio con aquel tono de “Al menos hay salud” y luego como queriendo animarse a sí mismo. ¿En qué nos matriculamos? Pues en el 2016. Veamos qué significa matricular para el DRAE:

matricular. 1. tr. Inscribir o hacer inscribir el nombre de alguien en la matrícula. / 2. tr. Inscribir un vehículo en el registro oficial de un país o demarcación. / 3. prnl. Dicho de una persona: Hacer que inscriban su nombre en la matrícula.

         Claramente el señor Alfredo no habla de habernos inscrito en nada. Por cierto, en Venezuela no se usa el verbo matricular para referirnos al registro de datos o pago de aranceles, para eso se usa inscribir. Y a pesar de que los carros lleven matrícula, también conocida como placa, nunca los llevan a matricular. A los carros, como a la gente, “les sacamos los papeles”. De hecho, creo que matricular solo se usa en esa expresión sobre el año nuevo.
         Giovanna D’Aquino en la introducción de su trabajo Léxico venezolano en el DRAE: letras A y B (2010, p. 26), nos da una pista más:

Un venezolano que no quiera mencionar directamente la palabra morir cuenta con expresiones que van de lo más general, como fallecer, fenecer, expirar, irse con los angelitos, pasar a mejor vida, entre otros, a lo más peculiar como estirar la pata, panquear, colgar los tenis, pasar el páramo, no matricular, pelar gajo/patín/bola y hasta pintarle (a alguien) su muñequito’e tiza en la acera.

         Aquí está, lo que me quiso decir el vecino más amable del edificio es que llegamos con vida al 2016, y en un país donde se dice que matan un ciudadano cada media hora, es tremenda manera de decir feliz año. Así que, mis queridos riteros, solo me queda decirles:

¡Feliz año!
¡¡¡Matriculamos!!!



Referencias
D’Aquino, Giovanna (2010). “Léxico venezolano en el DRAE: letras A y B”. Boletín de Lingüística 34, 25-40.
Real Academia Española (2014). Diccionario de la lengua española. Madrid: Espasa.


sarace.pacheco@gmail.com



Año III / Nº XC / 11 de enero del 2016

lunes, 4 de enero de 2016

El elogio de la hipérbole [LXXXIX]

Efraín Gavides Jiménez



Agamenón. Imagen de un jarrón,
525-510 antes de Cristo




         Escribir un rito es tan invariablemente placentero que quien nos vea, al menos una vez, quejumbrosos en la imposibilidad de realizar nuestra tarea, dirá, evocando a Agamenón en aquella asamblea frente a los aqueos (Ilíada, canto IX) y resucitando la voz de Homero: “Lloraba cual fuente que vierte sus aguas sombrías en un chorro humeante lanzado de altísima peña”.
         Les diría: «¡qué exagerados!», pero me abstengo, porque quizás haya pocas representaciones mejores que la fastuosidad, el engrandecimiento, la grandilocuencia que sirven de alabanza o tributo a las sensaciones, a los objetos, al amor, a la naturaleza y, desde luego, también, a la propia lengua.
         De los infinitos caminos por los que se desparrama el lenguaje, nos hallamos al final de uno con portón que da una bienvenida: “Español”; en labores de anfitrión, un coloso —como el de Rodas— nos guía en este rito: elogiemos pues, a la hipérbole.
         En la literatura vemos —tantas veces como puestas de sol la humanidad— acudir a los poetas a múltiples figuras retóricas, y entre todas estas, la hipérbole es una de las más expresas, generosas, espléndidas, graciosas, versátiles, poderosas. En ocasiones, sin dejar de ser hipérbole, es una hermosa metáfora: “el amanecer no sabe lo mismo sin ti pequeña lumbre / el cautiverio de las rosas / ya no lame tus manos porque su servidumbre halló en tu / tristeza penumbra” (Gustavo Pereira); otras veces se viste de símil: “su corazón se deshojaba como una flor” (Ricardo Güiraldes), “mi cuerpo ardía como un diminuto sol” (Ednodio Quintero); y también suele ser prosopopeya, o una combinación de varias figuras a la vez: “donde las noches / parecen fugitivas del paraíso” (Ahmed Mohamed Fadel).
         La hipérbole no solo sorprende verbalmente. Las construcciones de las Siete Maravillas de la antigüedad (jardines que aproximan a un imaginario paraíso, o imponentes templos y estatuas que diseminan la deidad en la tierra) no resultaron ser otra cosa sino maravillosas hipérboles. La composición de los Cien sonetos de amor con los que Neruda ensalza a su adorada Matilde, sentimiento fraternizado en el verso “matorral entre tantas pasiones erizado” (soneto III), fue igualmente una manifestación hiperbólica de amor.
         Parte del encanto de los refranes que se hablan en Venezuela se debe a sus peculiares hipérboles; por eso, si algo es muy bueno, «hasta el rabo es chicharrón»; si alguien carece de dinamismo en sus acciones «es más flojo que majarete hirviendo»; soy presa de un desfallecimiento porque «tengo un hambre que no la brinca un venado»; y, refiriendo distancias temporales, decimos que estos refranes son «más viejos que Matusalén».
         La influencia de nuestra figura elogiada es tal que me aventuro a respaldarla con una selección (mínima, cual comida de pajarito) del diccionario venezolano de hipérboles cotidianas (inédito):

biblia: dícese de un libro con varios centenares de páginas o con una cantidad de éstas no deseable.
carnicería: corrección copiosamente desfavorable de exámenes de materias y asuntos complejos.
cocos: véase melones.
matachivo: un golpe para nada propinado con docilidad.
melones: voluminosas prominencias o relieves en el pecho femenino.
molotov: en menú de perrocalentero, un tipo de hamburguesa con innumerables ingredientes.
muerte: una situación exigente físicamente. Ejem. Embarque y desembarque en el Metro de Caracas.
paliza: sufridísima derrota del equipo favorito.
terremoto: niño o niña con inagotable energía y de hiperactividad enorme, desmedida, descomunal.

         Como vemos, ante cualquier fenómeno que pretenda ser descrito, caracterizado, celebrado, imaginado, en fin, definido, siempre, inevitablemente, estará el asedio —como pelotón de hormigas al azucarero— de una hipérbole.


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Año III / Nº LXXXIX / 4 de enero del 2016



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lunes, 28 de diciembre de 2015

El primero que cayó por inocente [LXXXVIII]

Edgardo Malaver



         No hay dificultad alguna en comprender que la expresión caíste por inocente que se usa en Venezuela —en otros lugares de América Latina existen otras— y las bromas, ligeras, pesadas o muy pesadas, que la acompañan cada año ya cerca del final de diciembre tienen su raíz más primigenia en la conocida Matanza de los Inocentes ordenada por el rey Herodes el Grande (¿73?-4 antes de Cristo) aproximadamente en el año 6 antes de Cristo, para evitar que el Mesías anunciado por los profetas llegara a la adultez y le arrebatara el poder. Cada 28 de diciembre por la mañana, cuando usted no se ha percatado aún de la fecha, siempre hay alguien que le sirve un café con sal, recibe una llamada en que le informan que han robado en la casa de su madrina, le esconden el zapato derecho de cada par, y cuando ya usted no puede soportar más la contrariedad, le lanzan entre chanzas la verdad de todo: “¡Caíste por inocente!”. Los periódicos acostumbran poner en la primera plana una noticia avasallante y totalmente inesperada desde todo punto de vista; interesado en el suceso inusual, el lector compra el periódico sólo para descubrir en las páginas interiores que era una broma típica del 28 de diciembre. Y él mismo termina diciéndose: “¡Caíste por inocente!”.
         ¿En qué infame momento de la historia dejaron los cristianos de recordar este acontecimiento como una tragedia horrenda, profundamente dolorosa, para comenzar a bromear, a reír e incluso a celebrar por aquellas muertes tan tristes e injustas? ¿Qué produjo esta actitud tan incongruente? ¿Quién fue el primero que “cayó por inocente”?
         Tengo la convicción de que la respuesta está en el Evangelio de san Mateo, que en apenas 12 versículos del segundo capítulo narra la visita de los llamados Reyes Magos al recién nacido Jesucristo. Cuando nació Jesús, cuenta san Mateo, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron por el rey de los judíos que acababa de nacer “porque habían visto su estrella y venían a adorarlo”. Al enterarse, Herodes reunió a todos los sacerdotes para preguntarles dónde debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea”, le respondieron, “porque está escrito: ‘Y tú, Belén, no eres la menor entre las ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el pastor de mi pueblo’”. Herodes entonces envió a los magos a Belén, pidiéndoles que le informaran del lugar preciso. Ellos partieron y la estrella que habían visto los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Se llenaron de alegría y, postrándose, le rindieron homenaje. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar con Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
         Ya casi no hay nada más que decir. Los magos obviamente no necesitaban la información que recopiló Herodes. Fueron a Jerusalén porque era la capital del reino y ellos buscaban a un rey, pero la estrella igualmente iba a guiarlos hasta el lugar donde estaba Jesús. Los Reyes Magos le prometieron a Herodes que volverían para indicarle dónde ir a buscar a su víctima, y luego lo evadieron. Él les puso una trampa al darles toda la información que poseía, pero al final fue él quien cayó por inocente.

emalaver@gmail.com



Año III / Nº LXXXVIII / 28 de diciembre del 2015

lunes, 21 de diciembre de 2015

¡Jesús, María y José! [LXXXVII]

Edgardo Malaver



         Son los nombres más famosos y frecuentes de la cristiandad. Y toda su fama se inició con un acto de fe: el de María, que confió en que aquella voz que oyó un día, que le dijo que iba a tener un hijo aun siendo virgen, le daba un mensaje de Dios. Toda la historia de Occidente y de parte de Oriente se pobló a partir de entonces de la historia de estos tres personajes, de sus vidas, de sus palabras y, literalmente, también de sus milagros...
         Parece que no fue Jesucristo el primero que se llamó Jesús: hay quienes arguyen que, por ejemplo, Barrabás se llamaba también así y que esa coincidencia permitió a los sacerdotes judíos confundir al pueblo cuando Pilato preguntó a quién liberar. Del Iesoûs que utilizaron los evangelistas hasta el Jesús de hoy, aunque las alteraciones no luzcan significativas, ha sucedido de todo en todas las áreas; también en las lenguas que han aparecido después de Cristo, pero todo parece haber transcurrido en un decir Jesús. La abundancia de significados, metáforas y resonancias de este nombre cubre de tal modo la vida cotidiana, que en algunos países se recurre a él para desearle salud al que estornuda. Pero si leyéramos a Fray Luis con más entusiasmo, tendríamos más opciones, puesto que, según él, el “Hijo del Hombre” también se llama Pimpollo, Camino, Pastor, Príncipe de Paz, Esposo, Cordero, Amado e incluso, después de todo, Jesús. ¡Por los clavos de Cristo!
         María, su madre, tiene un lugar privilegiado en el cariño de los creyentes, y su nombre, el más invocado por las madres que piden protección espiritual para sus hijos en peligro, tiene tantas variantes, que las letanías son, ni más ni menos, eso: otros nombres de la Virgen, imágenes de lo que representa para los fieles. Las mujeres de la actualidad llamadas Miriam —probablemente la forma más antigua del nombre—, Mariana, Mariela, Marilyn, en el fondo, tienen en común más de lo que creen con la madre de Jesús. Durante un tiempo, antes de la Edad Media, se le consideró demasiado sagrado para bautizar con él a las cristianas; sin embargo, en España, el año pasado, sólo Lucía fue más frecuente en los registros de nacimientos de niñas. ¡Ave María!
         El acto de fe de José, que también oyó una voz que venía del cielo, fue el que dio lugar a la familia que educó a Jesús. Y hoy, Aquiles Nazoa ahora canta cada diciembre: “Pues tiembla la Virgen bella / él se quita en el camino / su paltocito de lino / para ofrecérselo a ella”, y uno se lo imagina siempre en actitud de ángel custodio, de padre cuidadoso, de esposo protector. En Venezuela, la toponimia ha sido generosa con él: San José de Areocuar, Sucre; San José, Caracas; San José de Barlovento y San José de Río Chico, Miranda; San José de Guaribe, Guárico; San José del Sur, Mérida. José es el nombre de varón más común en Venezuela.
         El ‘Salvador’, la ‘Doncella’ y el ‘Humilde’. En dos mil años de historia, estos tres nombres se han combinado entre sí y con casi todos los demás nombres cristianos, judíos y de otras culturas, e incluso han adquirido la facultad de ser femeninos o masculinos, según se requiera. Tenemos Jesús María, Jesús José, María [de] Jesús, María José, José María, José [de] Jesús. Y si usted cree que el cantante mexicano José José ha llegado a un extremo al repetirse el nombre, échele un vistazo a la partida de bautismo de don Andrés Bello, para que descubra su nombre completo: Andrés de Jesús María y José. Todo un acto de fe.


emalaver@gmail.com



Año III / Nº LXXXVII / 21 de diciembre del 2015

lunes, 14 de diciembre de 2015

El rito milenario [LXXXVI]

Alison Graü A.



         Una de las razones por las que me motivé a escribir un rito es por el significado de esa palabra y lo que denota en el habla.
         La Real Academia Española define la palabra de la siguiente forma:

1. m. Costumbre o ceremonia. 2. m. Conjunto de reglas establecidas para el culto y ceremonias religiosas.

Luego de saber el contenido profundo que guarda, esta ‘palabrita’, por muy simple que parezca, es extremadamente compleja y digna de respeto.
         El rito evoca lo religioso, lo íntimo del ser humano con sus creencias, pero qué más humano que el lenguaje, y qué más ritual que la materialización de la lengua.
         Cada vez que le damos forma al pensamiento, por medio del habla o de la escritura, invocamos los espíritus de la humanidad; resucitamos esos seres milenarios, esas culturas antiguas, esas voces arquetipales; y al final ratificamos nuestra especie como una congregación religiosa que tiene en común la veneración y sumisión a su dios: el lenguaje.
         “Las palabras tienen alma”, dijo no hace muchos años Walt Whitman. Vaya que nuestro poeta, poeta del aire, del agua, del hombre y mujer, del niño y anciano, tenía muy claro el sentido de lo ritual. Las palabras se mueven, respiran, se alimentan y reproducen, pero se diferencian del hombre en que estas primeras prevalecen, son inmortales. Y como sabemos de su inmaterialidad, de su espiritualidad casi tangible, nos hemos convertido en chamanes que evocan almas de antepasados que en sí habitan desde siempre en nuestra voz.


alison_grau@hotmail.com




Año III / Nº LXXXVI / 14 de diciembre del 2015