lunes, 15 de febrero de 2016

De cómo las flores aprendieron a leer y escribir [XCV]

Edgardo Malaver Lárez


Ilustración de las primeras páginas del libro El lenguaje de las flores
y el de las frutas (Nueva York, 1857), de Florencio Jazmín


         ¿Usted ha recibido flores alguna vez? Seguramente venían con una tarjeta que tenía escrito algún mensaje. De ser así, recibió usted flores analfabetas. Las flores, desde la antigüedad, han sabido leer y escribir, o por lo menos han permitido leerse y escribirse a hombres y mujeres, por lo menos a los enamorados, por lo menos a los que compartían amores secretos.
         La mayoría de las fuentes afirman que el llamado lenguaje de las flores apareció en Constantinopla al principio del siglo XVII y que su época de mayor esplendor fue el romanticismo. Cualquiera diría que se trata de que cada flor evoca un sentimiento, una imagen o, entre los más osados, una propuesta. Una rosa roja simboliza una pasión encendida; una margarita, un pensamiento; un clavel, la amistad. Son como lugares comunes que aparecen en mil películas; los personajes de García Márquez, sin confesarlo, son especialistas en estos mensajes. Sin embargo, el lenguaje de las flores pertenece a un campo que se extiende al significado de plantas y frutas, e incluso de piedras y colores. E incluso va más allá: tiene todo un conjunto de reglas que, con toda propiedad, pueden llamarse sintaxis.
         En 1857, se publicó en Nueva York un libro titulado El lenguaje de las flores y el de las frutas con algunos emblemas de las piedras y los colores, firmado por un Florencio Jazmín (probablemente el seudónimo de un grupo de autores). Existe una edición barcelonesa de 1864 ¡y una caraqueña de 1879! La sintaxis floral, según Jazmín, se divide en cuatro categorías gramaticales: sustantivo, adjetivo, pronombre y verbo, y éste en presente, pasado, futuro, infinitivo, imperativo y condicional.
         El sustantivo “convendrá expresarlo siempre por medio de una flor con su rama y sus hojas, es decir, en el estado en que la naturaleza presenta con más frecuencia el ejemplo: una rosa amarilla guarnecida de hojas quiere decir infidelidad” (p. 93). Para expresar un adjetivo, “se emplearán las flores en su estado natural, esto es, con sus hojas, pero cuidando duplicarlas: dos rosas amarillas con sus hojas quieren decir infiel” (p. 93). El pronombre se expresa en el libro de Jazmín, así: yo me: una hoja sola; tú me: dos; él le: tres; nosotros nos: cuatro; ellos les: cinco. Es frecuente que se supriman los pronombres de segunda persona en singular porque está implícito que los mensajes siempre van dirigidos de un yo a un tú. El verbo “se expresará en todas sus modificaciones por la flor con su pedúnculo desprovisto de hojas, es decir, sola y desnuda” (p. 93). El presente se construye con una flor abierta; el pasado, mediante la flor con semilla; el futuro, por la flor y su botón; el infinitivo, con dos flores semejantes sin hojas; el imperativo, con tres flores en el mismo estado, y el condicional, finalmente, mediante la flor acompañada de un ramo de la planta sin florecer.
         Jazmín pone varios ejemplos, el más sencillo de los cuales es “¿Me amarás constantemente?”, y explica que el verbo se representará por medio de “una hoja de mirto con un botón y una flor de la misma planta” (p. 97), mientras que el adverbio será una rama de manzanilla. Agrega que todo esto irá atado por una cinta verde para indicar el verdadero sentido de la interrogación, que es la esperanza.
         Veamos cómo se construiría la frase “Tu amistad hace mi dicha y tus virtudes son el lazo que me une a ti para toda la vida”, la más compleja que pone el libro. Es evidente en primer lugar que en realidad hay aquí dos oraciones, unidas por la conjunción y. La primera se podría “armar” juntando dos hojas y una rama de hiedra, una hoja y una rama de artemisa. La segunda estaría compuesta por dos hojas y una rama de hierbabuena, una rama de madreselva y una rama de alfalfa Una cinta blanca, signo de pureza, sujetará el primer conjunto de flores y luego abarcará los dos ramos mediante un nudo para completar la oración.
         Hay indicios de que en la Edad Media ya existía esta forma de comunicación. Sería harto atractivo, hoy, lo que podría descubrirse detrás de textos construidos totalmente con estas reglas. Los analistas del discurso encontrarían todo un universo nuevo en que regodearse y descubrir relaciones de poder e intenciones ocultas entre el clavel y la rosa, que, dentro de un contexto bien concreto, han aprendido a leer y escribir.


emalaver@gmail.com




Año III / Nº XCV / 15 de febrero del 2016

4 comentarios:

  1. Fantástico, Edgardo. Un abrazo.
    Christina (Binotto) Green

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  2. Muchas gracias, Christina. Qué bueno saber de ti y saber que nos lees. Hasta luego. Edgardo

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  3. Genial profe! No me imaginaba que se pudiera decir tanto con las flores e incluso las cintas de colores! Qué interesante!

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