Edgardo Malaver
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Antonio José de Sucre va a
morir joven, pero en el pasado |
¿Qué va a pasar el día en que se nos
ocurra que todo tenemos que tomárnoslo literalmente? Pues va a pasar que, en
contra de lo que sería lógico, la lengua va a ser plana e inexpresiva y,
además, no vamos a entendernos. La verdad es que no hay nada que sea literal.
Si el signo lingüístico es arbitrario, nada puede ser literal, porque lo
literal viene ya estipulado antes de tiempo, mientras que lo expresivo depende siempre
de lo que está por pasar.
Y esta particularidad de la lengua llega
hasta el interior del verbo. Miren cómo juegan los tiempos con el verbo, parece
que hubiera un duende dentro de ellos, haciendo travesuras. Uno puede expresar
en presente eventos que en realidad han sucedido en el pasado (se le llama,
aunque no siempre, presente histórico):
El mariscal Sucre nace en Cumaná y muere
joven;
Ayer nada más, trato de abrir la puerta y descubro
que está condenada;
Gómez le escribe una carta a Castro y le dice:
“No vuelva, compadre”.
También puede
aplicarse a los futuros:
Mañana me compro una camisa;
En un año me gradúo y me mudo yo solo a
otra casa;
La próxima semana viene el electricista, le preguntas
a él.
Pero como sería injusto que no sucediera
al contrario, igualmente suele utilizarse el pasado para hablar de
acontecimientos del presente (como para restarle realidad a un hecho o como si imitáramos
a niños que juegan):
[juguemos a que] Yo era médico y te operaba
un riñón;
[imagínate que] Tu tío estaba vivo y venía
a hablar contigo
[hazte cuenta de que] Mi mamá te adoptaba y te convertías
en mi hermano.
Este tiempo, especialmente
el copretérito, puede hacer la magia de imprimir modestia a una solicitud, como
cuando uno dice:
Deseaba pedirle un favor;
Te llamaba para preguntarte sobre la fiesta;
Me preguntaba si era posible esperar
aquí.
Y lo más increíble de todo esto: el uso
del futuro para hablar del pasado:
Los románticos adoptarán los ideales de la
antigüedad griega;
García Lorca regresará a Granada, donde lo apresarán
y lo asesinarán;
Más tarde, Estados Unidos lanzará la bomba y Japón
se rendirá.
¡Buen podría llamarse
este tiempo futuro histórico!
También puede suceder, y sucede, que
utilicemos el futuro para referirnos a un hecho que sólo vemos como probable,
no cierto ni confirmado (lo cual lo hace más bien subjuntivo, pero en realidad
vale como presente):
A estas horas, ya estarás en Francia;
Después de estos acontecimientos, María se sentirá
destrozada;
Te habrás molestado conmigo, ¿no?
Existe un “efecto” que se parece mucho
a este pero que no es el mismo. En este caso, se usa un pasado (con más
precisión, el que la Academia llama condicional, el que Bello llama postpretérito)
para expresar que un hecho es simple imaginación o deseo. Imagínense que uno
dice:
Por mí, estarías bien lejos;
Mi abuela te diría del mal que vas a morir y te
echaría de su casa;
Preferiría morirme.
Por otro lado, el imperativo afirmativo
tiene una forma y el negativo otra: ve y no veas, camina y
no camines, sufre y no sufras. Se nota mucho que el
negativo, curiosamente, siempre es idéntico al subjuntivo (como si el
subjuntivo fuera un tiempo); pero también puede expresarse el imperativo por
medio del indicativo, ¿no es una hermosura?:
Amarás a Dios por sobre todas las cosas;
Vas ahora mismo y te disculpas con tu hermano;
Tú te comes esto y pasas la tarde como
unas pascuas.
Los tiempos verbales son diez: uno para
lo presente, cinco para lo pasado y cuatro para lo futuro. Esto quiere decir
que por más nombres que utilicemos para definir con toda precisión en qué
momento ha sucedido un hecho, este siempre va a caer en las tradicionales y
sencillas nociones de presente, pasado y futuro que todos conocemos. Pero el
sabor de la lengua se multiplica cuando los hablantes mueven las piezas de
lugar, como si estuvieran jugando con las palabras y sus posibilidades
expresivas, con los verbos y sus tiempos, con lo dicho y lo significado.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDXCV / 13 de enero del 2025
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