lunes, 1 de febrero de 2016

Baño de María [XCIII]

Edgardo Malaver


María la Judía (o la Hebrea) en un grabado de Michael Maier (1617)


         Uno oye, a los siete u ocho años, a su abuela darle una receta de cocina a alguna vecina y decirle: “Lo pones en baño de María y después lo cuelas”, e inmediatamente se pregunta quién será esa María. Más tarde, como la expresión se le instala en la frente, por el lado de adentro, con una campana que tañe tres veces diarias, uno se imagina que esa María bien puede ser la madre de Cristo. Y por largo tiempo esa hipótesis aminora el tintín de la campanita. Y luego va uno al catecismo y oye tantas cosas bellas sobre la Virgen María, que se dice, sin preguntarle a nadie, que no hace falta pensar más: esa María que se baña es la Virgen, ¿quién más puede ser? La campanita casi se queda en silencio. Casi adulto ya, enamorado ciego y extraviado para siempre en la fascinación de los libros, tropieza uno en el Antiguo Testamento con las detalladas reglas que debían seguir las mujeres para asearse, y descubre así que la campana, sin llamar la atención de nadie, había estado tañendo más fuerte. Algún baño habrá tomado la pobre María que se hizo famoso. ¿Habrá sido el bautismo?
         Qué lástima que no lo pregunte uno todo. Sin embargo, de haber preguntado y haber entendido antes, le habría parecido a uno menos placentero el placer de encontrar la respuesta, por infinito azar, en una revista de ciencia e historia que hace dos meses le aterriza a uno en las manos.
         El balneum Mariae es, como bien lo sabe todo el que ha oído a su abuela comentar una receta de cocina con una vecina, un procedimiento de calentamiento prolongado en que un recipiente es hundido en el líquido contenido en otro recipiente más grande. No fue el único procedimiento, artefacto o composición química ideada por María la Judía, de quien obviamente recibe su nombre. Todo el mundo ahora lo utiliza en la cocina, pero María la Judía, que puede haber nacido en el siglo I (o en el II) en Alejandría, Egipto, lo utilizaba en su laboratorio de alquimia para sublimar compuestos químicos. Casi todo es confuso en las notas biográficas que se encuentran sobre la sabia María, pero la existencia de los complicadísimos inventos que se le atribuyen, que coinciden con los descritos en los textos que firmó como autora, además de la seriedad de los autores posteriores que la citan y la alaban por su trabajo, contribuyen a que uno se convenza de que fue una persona real.
         Entonces se dice uno que va a imperar, por fin, el silencio, pero... mentira, es apenas una la campana que se detiene. En su lugar resuenan ahora mil campanarios... pero no puede uno evitarlo: le agrada el sonido de las campanas.

emalaver@gmail.com



Año III / N° XCIII / 1° de febrero del 2016

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