lunes, 22 de abril de 2013

Nicenoconstantinopolitano [IV]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

         Una de nuestras lectoras, Joana Do Rego, nos escribe desde Venezuela. Muchas gracias, Joana, por los saludos y por tenernos presentes.

         Dice Joana que le gustó una de las curiosidades lingüísticas a las que dedicamos el número 3 de Ritos de Ilación: la de la palabra más larga de todas las incluidas en el Diccionario de la Real Academia Española, electroencefalografista, y que pudo incluso utilizarla en una oración: “El electroencefalografista estará ocupado hasta las tres”. Debe trabajar en una oficina. Despide su mensaje solicitando más comentarios nuestros sobre esta y otras palabras particularmente largas.

         Para responder a esta lectora, iniciamos una paradójicamente breve investigación que nos dio varias sorpresas. Por ejemplo, encontramos en la página 11 del diario Notitarde, de Venezuela justamente, del 21 de enero de este año, una nota que habla de los vocablos más largos del mundo. Dice que se lleva la palma la palabra lopadotemachoselachogaleokranioleipsanodrimhypotrimmatosilphioparaomelitokatakechymenokichlepikossyphophattoperisteralektryonoptekephalliokigklopeleiolagoiosiraiobaphetraganopterygon, que, como se ve, contiene 182 letras. Es un término del “griego antiguo, que fue inventado con fines humorísticos por el escritor Aristófanes, para designar una comida ficticia”. Aristófanes vivió entre el 444 y el 385 antes de Cristo, pero de haber vivido en el actual siglo y de haber escrito en español, probablemente habría tenido que sustituir algunas k por c o por qu, algunas ph por f, etc., con lo cual la dichosa palabra terminaría teniendo, en nuestra lengua, apenas 177 caracteres. Bastante.

         Notitarde habla también de una palabra sueca que requiere 130 caracteres para escribirla.

         En español, a pesar de que existen (o por lo menos pueden construirse cuando se necesitan, gracias a la composición o la derivación) palabras más largas que electroencefalografista, pero lo que deseábamos destacar la semana pasada era que es ésta la más larga que se encuentra en el diccionario; el español es un idioma, al parecer, mucho más sintético que algunos otros. Otra palabra que parece estirarse mucho es nicenoconstantinopolitano, de 25 letras, que no ha aparecido nunca en ninguna edición del diccionario de la Academia a pesar de pertenecer al ámbito religioso —el credo católico se llama así desde el año 381—. También es posible componer: otorrinolaringológicamente y contra-rrevolucionariamente, de 26; electroencefalográficamente, de 27, e incluso anticonstitucionalísimamente, ¡de 28!

         Este parece ser el máximo de longitud en español. Un profesor de morfosintaxis, sin embargo, se daría banquete “desarmando” esta palabra en sus numerosos componentes y demostraría que la lengua española es capaz, así, de concentrar una inmensa variedad semántica en formas léxicas verdaderamente reducidas.

         Hemos encontrado, a pesar de todo esto, la exageración de las exageraciones en español: pentaquismiriohexaquiskiliotetracosiopentaquismiriohexaquiskilotetracosiohexacontapentagonal. Si estuviera en el diccionario, diría: ‘perteneciente o relativo al polígono de 56.645 lados’. Noventa y dos caracteres apenas, ¡en singular!

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año I / Nº IV / 22 de abril del 2013

 

miércoles, 10 de abril de 2013

Electroencefalografistas y más récords [III]

Edgardo Malaver Lárez




         Hay gente para todo: gente que come moscas, gente que colecciona botellas de refresco, gente que se congela para esperar la resurrección. Y gente que recoge curiosidades lingüísticas.
         En español, las curiosidades son muchas. Por ejemplo, la palabra oía tiene tres sílabas en tres letras. La palabra menstrual es la más larga con sólo dos sílabas. El vocablo cinco tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número. La palabra electroencefalografista, con 23 letras, se ha convertido en la más extensa de todas las admitidas por la Real Academia Española en su diccionario. En plural, serían 24. La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la eñe, la diéresis sobre la u, la tilde del acento y el punto sobre la i. El vocablo reconocer se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa. Y hay una curiosidad que más bien parece un insulto creado por los argentinos para lanzarse entre sí cuando no gana el candidato de su preferencia en alguna elección: alterando el orden de sus letras, la palabra argentino sólo puede ser transformada en ignorante.
         Todo esto está en el nivel lexical, pero llevando este empeño al terreno de la morfosintaxis, encontramos una palabra cuya pronunciación requeriría, si la encontráramos escrita, que nos detuviéramos por lo menos un instante a pensar. ¿Cómo pronunciaría usted la forma verbal salle, el singular del imperativo sálganle o salidle? Tendría que ser ‘sal-le’, en contra de lo que parece indicar la ortografía.
         La semántica, finalmente, también nos ofrece sus aportes. París, por ejemplo, tiene fama de ciudad romántica, pero el nombre de ciudad que aparece al leer al revés la palabra amor es Roma.
         ¿Cuál otra se le ocurre a usted?

emalaver@gmail.com



Año I / Nº III / 10 de abril del 2013