lunes, 31 de julio de 2023

Échame una manita, manito [CDXXIX]

Edgardo Malaver

 

 

Mirla Castellanos en la portada
de un disco de 1962

 

 

 

         Después de El Chavo del 8, todo fue diferente. Me quedó claro que había otro lugar en el mundo donde se hablaba como quien siempre lo está animando a uno a volver a intentar de otra forma lo que no ha logrado, donde a los tontos los llamaban mensos y donde se podían, eternamente, pasar 14 meses sin pagar el alquil... la renta. Muchas cosas tenían otros nombres, aunque era fácil deducirlos siempre, sin necesidad de localización ni de postgrados en variaciones del español. Y, curiosamente, maravillosamente, muchas de las cosas que tenía los mismos nombres admitían derivaciones diferentes. Una de ellas era la palabra mano, que el Chavo, Quico y la Chilindrina podían llamar, muy castellanamente, mano, pero si hablaban de ella con cariño, pues les salía manita, y no manito, como decíamos mi hermano y yo porque en la casa, en la calle, en la escuela le decían así.

         Y entonces me lanzaba yo a atormentar a mi pobre madre, que no tenía ocupaciones ni responsabilidades y que, con su sueldo de maestra de preescolar, pagaba docenas de sirvientes para dedicar todo el tiempo posible de atender y resolver las diatribas lingüísticas del muchachito que le había salido preguntón: “¿Por qué el Chavo dice manita? ¿La palabra no es mano? ¿No es como carro, que termina con o y si es chiquito uno dice carrito?”. Mucho oído, pero cero kilómetros en morfosintaxis. “Ay, hijo, será que en México dicen así. Quién sabe, a lo mejor es porque mano es femenino. La mano, ¿no?”. ¡Claro! ¡La mano, la manita! Mi mamá sí que sabía de morfosintaxis. Es ahora que me pregunta a mí, pero en aquellos días de El Chavo, hasta Andrés Bello le consultaba a ella.

         Si hay algo más que decir con respecto a la razón por la que los mexicanos dicen manita en lugar de manito, es muy poco. Es un sustantivo femenino, y el diminutivo de los femeninos, en español, se forman agregando sufijos como -ita, -illa, -eta, -ina, etceteruela. Simplemente sucedió en el territorio que ahora llamamos México —aunque no dudo que en otros lugares suceda también— que a los hablantes se les atravesó el femenino en la mente en el momento originario en que iban a hablar por primera vez de una mano pequeña.

         Los venezolanos, por lo menos, dicen una foto y una fotico (aunque tres o cuatro venezolanos prefieren fotito), la moto y la motico, esta modelo y esta modelito (más bien infrecuente, ¿verdad?), En el caso de radio (al igual que de disco, o sea, ‘discoteca’), sería bien extraño utilizar, por ejemplo, algunas radiecitos para referirse al medio de comunicación o a una emisora, no al aparato, pero quien prefiere mi médico favorita, no se detendrá en semejante pequeñez.

         También existe un subgrupo de los sustantivos femeninos terminados en o que no tienen versión masculina y aparecen muy poco en el discurso popular: soprano, libido y polio. Esta última, como foto y moto, es en realidad una apócope, y sí parece bien difícil que se le use en diminutivo, cosa que pude afirmarse tranquilamente de las otras dos. Lo que sí es bastante seguro es que, de aparecer, a pesar de su “feminidad” de corazón, aflorarían con diminutivos terminados en o.

         El diccionario, románticamente, nos da la expresión hacer manitas, que significa ‘cogerse y acariciarse las manos’ una pareja. Es la única que incluye con el diminutivo, pero su forma “original”, mano, tiene 36 acepciones y más de 250 expresiones y locuciones adjetivas, verbales y adverbiales, además de las equivalentes a sustantivos y términos fijos. También incluye mano y manito, que provienen de hermano y que, naturalmente, tiene su femenino, mana, cuyo diminutivo es manita. Qué periplo, ¿no?, para llegar otra vez a la palabra que aprendí del Chavo... o a los mexicanos, que también la usan tanto.

         Una expresión que siempre se detiene en mi mente cuando el oído me la trae desde el exterior, echar una mano a alguien, además del significado que pone el diccionario: ‘ayudar a alguien’, es la expresión más clara y noble del compañerismo y de la cooperación desinteresada que puede uno prestar —más bien, regalar— a quien los necesite. Con razón échame una mano, manito tiene un sonido tan a propósito para pedir ayuda a un amigo.

         Habrán sido los despistados, digo yo, los que, paradójicamente, se pusieron detallistas e influyeron para que, en diminutivo, esta palabra pasara del género “hermafrodita” al femenino. No pasa lo mismo que pasa con los sustantivos masculinos que terminan con a, como... ¡Un momento...!, que sí observo que en este grupo, en países como Perú y Bolivia, en unos pocos casos, les cambian a femenino el artículo definido, en singular y plural: la diploma, las diplomas; la tema, las temas.

         La lengua, como cantaba Mirla Castellanos en 1962, “es una tómbola”. Apenas reconoce uno un rasgo que parece uniforme, que podría usarse con la confianza de no “equivocarse”, inmediatamente aparece el ejemplo contrario. Pobre de los hablantes extranjeros.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXIX / 31 de julio del 2023

 




lunes, 3 de julio de 2023

Santa Tecla [CDXXVIII]

Luis Roberts

 

 

 

Las palabras y el fuego respaldan
la candidatura de santa Tecla.
Ilust.: catholic.net


 

 

          Nada más lejos de mi intención que proponer a la Iglesia Católica la elevación a los altares de una nueva santa, ¡Dios me libre! Vana intención. Bastante tiene la Iglesia con los más de 9.000 santos y beatos que tiene en su santoral, cada uno con su correspondiente día de celebración; casi treinta al día.

         Según el derecho canónico, el católico debe bautizar a sus vástagos con los nombres de los santos del día, lo que, si se cumpliese, haría de las partidas de bautismo un documento libresco. Los Borbones encontraron hace tiempo la solución: les ponen humildemente sólo cinco o seis nombres rematándolos con un “y de Todos los Santos” y asunto concluido. Al contrario: a pesar de que en los últimos papados se han proclamado algunos nuevos centenares de santos, se ha tendido a aligerar la nómina eliminando algunos santos de larga tradición y devoción, incluso la mía, como san Cucufato y san Cristóbal.

         Lo que propongo, a sabiendas de que no se me hará ningún caso, es cambiar el patronazgo de los traductores. Nuestro santo patrón es san Jerónimo, santo por el solo mérito de haber traducido, y mal, la Biblia, la llamada Vulgata latina. Bien es cierto que lo aceptamos porque tenía varias coincidencias con nuestro hacer diario: conocía superficialmente el arameo, el hebreo, el griego y el latín, inventaba cuando ser hallaba en un callejón sin salida y echaba mano de los falsos amigos y de acepciones erradas en infinidad de ocasiones. Metidas de pata de consecuencias teológicas hoy difíciles de enmendar. Camel en arameo es, efectivamente, ‘camello’, pero también el cabo o la soga que amarra un bote, por lo que al caer, como nos ha pasado tantas veces, en un falso amigo, se le ocurrió eso de pasar un camello por el ojo de una aguja, en vez de un cabo; ¿un camello? Y ahí quedó para siempre. Pero más grave fue lo de confundir almash, que es una joven adolescente, con una virgen que es betulá en arameo, y esa discusión teológica fue el objeto, no solo de arduas discusiones en varios concilios, sino de asesinatos, herejes quemados vivos, etc.

         Mi propuesta, abocada al fracaso, repito, es abandonar el patronazgo de san Jerónimo y, como ya lo intentaron en su día sin éxito los informáticos, declarar como nuestra santa patrona a santa Tecla, lo que supondría solo un adelanto de seis días en la celebración del Día del Traductor. Las razones son obvias, como los informáticos, los traductores pasamos más horas al día con la tecla que con nuestra pareja. Además, su martirio tiene una gran afinidad con nuestro quehacer. Santa Tecla de Iconio (ninguna broma al respecto, por favor), acompañaba a san Pablo en sus viajes “evangelizadores” (las comillas son porque no había aún evangelio alguno) y toda su meta en la vida era permanecer casta y pura, lo que con san Pablo no debió costarle mucho esfuerzo, pues según las crónicas de la época era bajito, calvo, patizambo y contrahecho.

   Según llegaban a diversas ciudades siempre había algún jerarca que pretendía violarla, lo que al parecer era usual en esa época, y ella se negaba por mor de su deseo de castidad. Por ello fue repetidamente condenada al martirio. Primero fue quemada viva, pero una lluvia con granizo apagó el fuego, según unas versiones, y según otras el fuego se convirtió en un halo protector. ¿Cuántas veces los clientes no nos ponen a correr on fire para entregar un trabajo en unas pocas horas y lo hacemos y sobrevivimos?

         Más tarde fue echada a los leones para que la devorasen y estos la lamieron los pies. ¿Cuántos clientes han amenazado con devorarnos y al final no han tenido más remedio, no que lamernos los pies, pues ya no es de uso, pero sí de darnos las gracias? Y por último cuando iba a ser degollada se abrió la roca de un monte y ella desapareció en su interior para siempre. Todo traductor sabe que en algún momento, cuando un cliente quiere degollarlo, lo mejor es desaparecer para siempre.

         Aquí queda mi propuesta sin futuro: santa Tecla patrona de los traductores.

 

luisroberts@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXVIII / 3 de julio del 2023