sábado, 29 de enero de 2022

La experiencia vicaria [CCCLXXVIII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

La vicaria (o Catharanthus roseus)
es originaria de Madagascar

 

 

 

         Mis alumnos estaban estudiando esta semana que acaba de terminar el elusivo concepto de literatura. Uno de mis compañeros de cátedra les dio una clase sobre esta noción y, naturalmente, en algún momento llegó al término experiencia vicaria, que definió rápidamente y quedó muy claro. Sin embargo, dos días después, en el foro que tenemos en una plataforma de aulas virtuales, una estudiante lo recordó y comentó, acertadamente, que era mediante el pacto ficcional, la suspensión de la incredulidad del lector, que podíamos llegar a vivir la experiencia vicaria, sentir lo que sienten los personajes de una obra literaria, es decir, empatizar con ellos.

         Sentí la necesidad de comentar sobre la palabra vicario y me fui por un camino que me trajo de vuelta a Ritos. De modo que va a ser aquí donde dé mi respuesta a esta alumna y a todo el grupo.

         Lo primero que vino a mi mente fue el título que tiene el papa de “Vicario de Cristo”, es decir, el que lo representa en la tierra; por semejanza, en cada diócesis, el obispo tiene también un vicario, que es el sacerdote que queda en su lugar cuando él está ausente. El diccionario de la Academia dice en primera acepción, que pone como adjetivo, la que más nos interesa: “Que tiene las veces, poder y facultades de otra persona o la sustituye”.

         En realidad, esta palabra existía en latín antes de la llegada del cristianismo a Roma. Vicarius significaba ‘suplente’. Un funcionario o un sirviente que sustituía a otro que moría o que era asignado a otras funciones se llamaba vicarius. Deriva de vicis, ‘turno’, ‘opción’, que terminó convirtiéndose en nuestra vez en español. De esta vicis proviene también el prefijo vice-, que aparece en vicepresidente, vizconde, virrey; en todas estas palabras está el significado del sustituto, del que asume la posición de otro. La forma ad vicem , además, se usaba como nosotros usamos ahora en vez de.

         La joya escondida de esta genealogía de palabras es el adverbio viceversa, tan útil y, hasta ahora, tan misterioso. En latín se escribía como dos palabras y describía la imagen de un movimiento que sustituía (vice), que invertía el curso (verso), el orden de las cosas. Cuando alguien ha pasado muchas vices, muchas veces, por cambios de estado o de circunstancia, se dice que ha tenido vicisitudes, que también es una palabra que luce disfrazada de otra cosa.

         En suma, la experiencia vicaria, en literatura, consiste en sentir, gracias a la sola significación de las palabras que leemos u oímos del narrador de una historia, aquello que están sintiendo los personajes de esa historia. Gracias a las palabras, y gracias a ese tejido de imágenes y evocaciones que es la literatura, somos capaces de experimentar el dolor de Werther, la soledad de Aureliano Buendía, la injusta frustración de María Eugenia Alonso. Nos sentimos, vicariamente, en lugar del personaje y luego, en la llamada realidad, aunque no nos pase nunca, conocemos la sensación. Es el secreto de la literatura para hacernos volver a ella una y otra vez. No sabemos con precisión lo que es, no tiene forma ni color, no sirve para nada, pero no podemos vivir sin ella.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXXVIII / 29 de enero del 2022

 

 

 

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lunes, 24 de enero de 2022

Amameyado [CCCLXXVII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

El obispo anaranjado (o Euplectes franciscanus), un pajarito
africano con plumas negras y... amameyadas

 

         Qué difícil es, al menos cuando uno es medio insensible, dar con el nombre del verdadero color de las cosas, pero hay gente que tiene toda la habilidad que nos falta a otros. Existen personas que no pueden oírlo a uno decir “Eso es rojo” sin brincar a corregir: “No, eso es fucsia, eso es lila, eso es rosa viejo”. Mis hijas nacieron con ese resorte y les ha salido muy bueno, a pesar de lo mucho que lo usan. Las mujeres parecen tener ojos mejor preparados para esas precisiones (a menos que la verdad sea que los de los hombres no encuentran razón para detenerse en ellas).

         ¿Serán de veras tan diferenciados, en el uso de la lengua, los nombres que damos a los colores? Una persona mayor que conozco en Margarita se refiere siempre al color anaranjado como amameyado. A mí me fascina este uso porque no sólo viene a mi mente el color del mamey sino también el mismo mecanismo de formación de la palabra que en anaranjado: sufijo a + sustantivo naranja + sufijo -ado. Naturalmente, hay que haber visto (y hasta saboreado) un mamey para poder tener registrado su color en la mente. En Caracas, hasta donde sé, anaranjado convive con naranja (como adjetivo), pero el mamey no es frecuente ni en el mercado de Guaicaipuro.

         La verdad es que existen muchas formas de dar los nombres de los colores. Yo de pequeño descubrí el rojo, por ejemplo, y siempre lo llamo rojo; pero más tarde me di cuenta de que existía también lo que yo llamo rojo oscuro. Y cuando lo menciono así, siempre viene alguien que me corrige: “Eso es vino tinto”. Me pasa lo mismo con el azul. En Perú, por si fuera poco, lo que los venezolanos llamamos azul claro es únicamente celeste; para ellos el azul es totalmente otro color —normalmente ni siquiera se orientan cuando, en lugar de diferenciar tonalidades de azul, se trata de distinguirlo del rojo o del verde—. El amarillo quizá sea el que nos causa menos desacuerdos, aunque algunas personas prefieren llamarlo dorado todo el tiempo, con lo cual yo me quedo sin el oro y sin el moro.

         (Creerán que exagero, pero hace media hora le digo a una de mis niñas: “Ponte la gorra amarilla”, y ella me contesta: “Es color mostaza”. Y sí, parece más un frasco de mostaza que una pluma de canario. ¿Ven?, el simple siempre soy yo.)

         En Margarita, algunas cosas pueden ser color agua, que es esencialmente el aguamarina, pero más claro, y bastante más claro que el turquesa, por lo que he entendido recientemente. Mientras tanto, el rojo oscuro en Perú puede llamarse guinda (otra fruta que hay que probar para reconocer su color). Y un término que ya no se usa en el habla cotidiana y que algunos van a creer que es italiano, es azur, que es, si ojos más agudos que los míos no me contradicen, el azul más oscuro, que en Venezuela solemos llamar azul marino.

         Dediqué en estos días un tiempo a buscar sinónimos de los nombres de los colores primarios y secundarios y encontré esto: para el amarillo, ambarino, rubio, dorado, pajizo, gualdo —esta palabra hoy en día no se usa sino para hablar de banderas y escudos de los países y familias—. Para el azul, encontré añil, índigo, celeste, zarco, garzo, cerúleo —según el himno de Nueva Esparta, “Margarita es una de las siete estrellas que llena de rayos el cerúleo tul”, es decir, la franja azul de la bandera de Venezuela)—. Y para el rojo, colorado, encarnado, bermejo, grana, escarlata, carmesí, carmín, rubí —¿será por ser el más apasionado que es el que tiene más sinónimos?, ¿será por su encendida pasión que la protagonista de Lo que el viento se llevó se llama Escarlata?

         Los secundarios no salieron favorecidos en el número de sinónimos (que no es lo mismo que de metáforas). El verde tiene esmeralda, glauco, aceitunado; el violeta, morado, malva, lila, pero el anaranjado tiene tan pocos que el más común es... ¡naranja! Y, en español de Margarita, amameyado.

         Más creativos, más pretenciosos, más inocentes, todos estos modos de llamar a los colores revelan la naturaleza de la gente que los usa, y quizá también las necesidades que han tenido, la distancia que han recorrido desde el punto en que recibieron su idioma hasta el punto en que fueron relevados por la generación siguiente. Y así, generación tras generación, la lengua se alimenta a sí misma. En la lengua, como decía mi abuela, todo obra para bien.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXXVII / 24 de enero del 2022

 

 

 

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viernes, 21 de enero de 2022

El año próximo pasado [CCCLXXVI]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

San José con el Niño en brazos (1700),
de José Lorenzo Zurita

 

 

         Quizá ya me hayan oído decir que la traducción legal y yo no somos amigos. De vez en cuando hacemos algún negocio, nos saludamos como caballeros y, una vez finiquitada la transacción —o antes, si lo permiten las circunstancias—, nos despedimos, sin muecas pero sin sonrisas, y vuelve cada quien a su vida sin meterse con el otro. No es una relación que me llene de placer, pero a veces me permite reflexionar.

         El mes pasado, el que acaba de terminar, colaboré con una intérprete pública amiga que tenía exceso de trabajo y ya tenía la fecha de entrega demasiado cerca. Traduje para ella una partida de nacimiento que, como es moda ahora, venía acompañada de certificaciones de funcionarios de mayor jerarquía que la del prefecto que originalmente la había firmado. Y resulta que entre tantos que habían “examinado” el documento para “dar fe” de su autenticidad, se habían colado errores e imprecisiones que se sumaban al lenguaje antiguo y a la torpísima puntuación para crear, al menos, algo de confusión. El encargante, al menos, hijo del titular, estaba tan confundido que le escribió a mi amiga para preguntarle: “Licenciada, ¿en qué año nació mi papá?”.

         La que yo creo la principal razón de esta confusión es la expresión de las referencias temporales en el documento (lo que en lingüística se llamaría deíxis temporal). Voy a modificar las fechas para no llamar la atención del Poder Judicial con este ejemplo. El documento afirmaba que aquel 14 de junio de 1940, un ciudadano presentaba ante las autoridades a un niño que había nacido el 10 de febrero “del año próximo pasado”. Esta expresión no representó problema para mí al traducir ni para mi amiga traductora al revisar. Yo la traduje como “last year” y ella no le puso objeción. ¡Pero...! Las certificaciones conspiraban para esconder la verdad. Al final de una de ellas decía que el nacimiento estaba asentado en el libro de 1940, aunque esta era en realidad la fecha de presentación.

         ¿Por qué algunos documentos —y también gente que habla así, queriendo parecer más educada que los demás— recurren a esta forma de señalar el tiempo? ¿No es una especie de oxímoron decir “próximo pasado”? ¿Por qué creímos nosotros que en ese documento esto se refiere al año anterior? Para llegar a la respuesta debemos concentrarnos en la palabra próximo, es decir, ‘cercano’, ‘inmediato’, incluso ‘contiguo’. Pensemos en la proximidad que tenemos con algunos amigos o en la aproximación que hacemos con los decimales al número entero más... cercano. En la calle uno sabe que puede haber peligro con la gente que se nos aproxima demasiado.

         Es decir, una expresión como el lunes próximo pasado se refiere al ‘lunes [inmediatamente] pasado”, anterior al lunes de la presente semana. El problema puede ser que en la actualidad, en la lengua cotidiana y en contexto temporal, la palabra próximo remite exclusivamente al futuro, por lo que podía ser difícil comprender la dichosa expresión en aquel documento.

         Queda aún preguntarse por qué entonces no interpretar ese “próximo pasado” como un deíctico que señala desde la fecha de emisión de la partida hacia la fecha del nacimiento del niño, que siempre tiene que ser anterior (y que parece ser lo que pensó el encargante de la traducción). No en vano febrero está más cerca de junio que el año anterior. Sencillamente no puede interpretarse así porque, estando en 1940, el redactor dice explícitamente que el niño nació “el año próximo pasado” y no, por ejemplo, “el 10 de febrero próximo pasado”.

         En ocasiones, también aparecen formulaciones como en octubre último pasado (que parece redundancia, ¿verdad?), en las cuales último quiere decir ‘el más reciente’ (o sea, que sí lo es). En el sentido contrario, cuando lo que se desea hacer es apuntar hacia un momento cercano en el futuro, el deíctico equivalente es el año [o el mes o la semana o el día] próximo venidero. Aquí descubrimos, sin ningún esfuerzo, que la simple elisión de venidero es lo que ha dado lugar a que ahora próximo sea sinónimo de futuro.

         No sé si llegaré a llevármela tan bien con la traducción legal como con otros tipos de traducción; pero sí sé que los otros idiomas perdieron su oportunidad de ofrecerme tan deliciosos manjares. La semana próxima venidera, la que viene inmediatamente después de esta, tengo que traducir textos sobre ecología. Ya les contaré si germina alguna idea en mi mente.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXXVI / 20 de enero del 2022

 



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lunes, 3 de enero de 2022

Cuarenta nombres propios [CCCLXXV]

Edgardo Malaver

 

 

Argelia Laya, política

 

 

 

         Miren estos nombres: Albania, Arabia, Argelia, Argentina, Armenia, Aruba, Australia, Austria, Bélgica, Bolivia, Colombia, Etiopía, Francia, Georgia, Grecia, Guadalupe, Holanda, Hungría, India, Irlanda, Italia, Jamaica, Jordania, Kenia, Liberia, Libia, Macedonia, Malvina, Mauritania, Montserrat, Namibia, Nigeria, Palestina, Samoa, Serbia, Somalia, Trinidad, Turquía, Uganda y hasta Venezuela. Cualquiera podría pensar que es una simple lista de nombres de países, y también lo es, pero lo que los asocia en este caso preciso es que, además, son nombres de mujer. No es una lista exhaustiva, está prejuiciada y carece de rigor, es decir, por ejemplo, mezcla nombres de mujer que son también nombres de países con nombres de países que son también nombres de mujer, pero nos da una señal de que no son pocos los nombres que sufren de ese trastorno de doble personalidad.

         Hay de todo. Y de todas partes. Los hay que pueden sonarnos poco probables, porque son poco comunes, como Uganda, Jamaica y hasta Venezuela, pero algunos otros, como Argelia, Bélgica y Francia, son bastante frecuentes. Entre los que parecen haber sido primero antropónimos femeninos antes de convertirse en topónimos están Guadalupe, Montserrat y Trinidad. Religiosos los tres y cristianos; marianos dos, teológico el otro; árabe, catalán y castellano, respectivamente. Incluso los hay triculturales, trinacionales y tricreyentes, como Palestina.


Bolivia Bocaranda, activista social


         Comencé a hacer esta lista pensando que predominarían los nombres de países europeos, pero resulta que son los africanos los más abundantes: 11, mientras que los europeos son 10. Pensé que los asiáticos serían más que los americanos, pero los americanos resultaron ser 10 y los asiáticos, seis. Y de Oceanía, como no incluí Nueva Zelanda, había apenas dos.

         Los hay de resonancia más poética y antigua, como Grecia, Mauritania y Turquía; los que tienen sabor a misterio, como India, Hungría y Macedonia, y aquellos a los que, de lejos, se les siente una temperatura cálida, como Arabia, Jordania y hasta Venezuela. Unos que no ubicamos en el mapa que guardamos en la mente (ni en el de papel), como Samoa; otros que sentimos como los vecinos bien vestidos, como Argentina, y aun otros que parecieran neologismos, como Liberia.


Grecia Colmenares, actriz


         Kenia, Etiopía y Somalia saben dulce en la lengua; Namibia está lleno de luz, y Colombia rebosa música y fiesta. Pero algo es bien seguro: uno no puede dejar de asociar un mundo entero, una larga historia, toda una cultura, conocida o desconocida, a una persona que lleva el nombre de un país. Multitud de imágenes y sonidos, ríos de significados, enjambres de color y canciones llegan a nuestra imaginación con cada uno de ellos.

         Mirando esta lista de 40, me fijo apenas en 13 nombres que creo haber oído o leído como nombres de mujer, quizá a seis o siete mujeres habré conocido en persona alguna vez con tan hermosos nombres. Lo que no dudo es que, si de veras, como se consideraba en la antigüedad, el nombre de una persona orienta su vida hacia ciertos destinos más que hacia otros, llamarse por el nombre de toda una nación tiene que ser un cielo abierto, una noche estrellada, una lluvia.

         También es hermoso que, hasta donde sé, pasa en todas las lenguas y en todos los países: en Rumania, en China... y hasta en Venezuela.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXXV / 3 de enero del 2022

 

 


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