lunes, 30 de marzo de 2015

La comida del ganado en nuestra lengua [L]



         Muchas son las veces que hablamos y no nos detenemos a pensar o analizar de dónde salió tal palabra, frase o expresión popular, solamente la usamos y listo, mientras nos ayude a expresar claramente lo que queremos transmitir, está bien usarla.
         Tal es el caso de nuestra muy popular expresión hablar paja, que significa hablar, hablar y hablar, y, al final, no decir nada, nada importante o de trascendencia. No obstante, es gracioso las vueltas del lenguaje, ya que la paja en su significado base es una especie de tallo seco, y algunas veces hueco, que se recolecta de plantas como el trigo y puede servir de alimento al ganado o a los caballos, incluso, estos últimos la utilizan de cama en las caballerizas.
         Ahora bien, como el lenguaje es metafórico, y sobre todo el español, quizás la asociación que se hace, y que pudo dar origen a nuestra expresión, es la relación de lo seco y hueco de la paja con el vacío de las palabras, o del discurso, que emite una persona... aunque, si fuese así, hay casos contradictorios, pues se llega a hablar más paja que libro de primaria.
         Lo curioso de la expresión está, por un lado, en el giro semántico que dio la palabra (en Costa Rica, paja significa riachuelo), pues sería más lógico que el hablar paja fuera algo importante o productivo; por otro lado, en lo vulgar en que se convirtió la expresión, pues a muchas personas causa cierto desagrado, lo cual genera variantes, como por ejemplo, hablar gamelote, pero es igual, o sea, el mismo musiú con diferente cachimbo.
         La comida del ganado no es lo único que está presente en nuestra lengua, tenemos vegetales (se armó un berenjenal en el mercado) y frutas (el examen estuvo papaya). En fin, mejor me voy con mi música para otro lado y dejo de hablar tanta...

laurajaramilloreal@yahoo.com




Año III / Nº L / 30 de marzo del 2015

lunes, 23 de marzo de 2015

Pero... ¿qué guarandinga es esa? [XLIX]

Elizabeth Cornejo


            Una conversación que nunca falta y se repite entre todos aquellos a quienes nos encantan las letras, las palabras y afines es esa de... ¡que palabra tan fea! Por supuesto, esto siempre nos lleva a mencionar cuáles son las palabras que nos gustan o disgustan de nuestro idioma.
            Edgardo, el padre de este blog, que pareciera estar muy atento a este asunto, siempre les pregunta a sus invitados, amigos y alumnos: “¿Cuál es la palabra más hermosa de la lengua española?”. Y yo, siempre que lo escucho, pienso invariablemente: guarandinga. Pero hay una cosa cierta, y es que ese asunto del gusto es algo completamente personal. Yo amo la guarandinga y hay quienes la detestan.
            Guarandinga es como el buen vino: tiene cuerpo, color y fuerza —prueben a decirla en voz alta y sabrán a qué me refiero—. Es polisémica, divertida, elegante sustituta de nuestra obscena (?) “vaina” y para complemento de su belleza no aparece registrada en el DRAE, así que también es rebelde e irreverente. Esto aumenta su encanto, ya que sigue estando en la boca de muchos aunque los académicos se nieguen a reconocerla.
            Será por esa misma razón que cuando buscamos el origen de la palabra guarandinga este no aparece por ningún lado. En la red encontramos que es una “palabra proveniente de la zona de Barquisimeto que nombra una situación o estado”, y, a duras penas, en el reciente Diccionario histórico del español de Venezuela de Francisco Javier Pérez se reseña así:

guarandinga ƒ Voz del español de Venezuela que se origina a comienzos del siglo XX y cuyo uso se mantiene hasta el presente [...] usándose para designar todo tipo de cosas o asuntos y como forma de auxilio para aludir genéricamente a algo cuyo nombre se ignora o no se quiere señalar.

Así mismo, el autor también documenta varios usos de la palabra desde 1920 hasta el 2006, citando que hasta para nombre de torta fue usada. Sin embargo, de su origen, nada...
            Cabe mencionar que, al menos aquí en la capital, la palabra ya no se escucha como antes y hay quienes afirman que está “extinguida (sic) por completo en el léxico caraqueño actual”; sin embargo, yo la sigo escuchando en boca de algunas personas mayores que por “cuestiones de la decencia” se niegan a decir “malas palabras”.
            En mi casa, recuerdo que cuando mi abuela se molestaba con nosotros nos increpaba —y valga la expresión— “decentemente” con un ¿qué guarandinga es esa?, o en su defecto, ¡Niños! ¡Dejen la guarandinga!... Por supuesto que con ese regaño taaaan sofisticado nadie hacía ningún caso hasta que la viejita furibunda gritaba a todo gañote:

¡Que dejen la vaina, pues!


Referencias
Calatrava, Alonso (1999). Obituario de voces caraqueñas. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello.
https://books.google.co.ve/books?id=es3IARgS4XAC&lpg=PA97&ots=007x0jtHAU&dq=guarandinga%20origen&pg=PA97#v=onepage&q&f=false [consultado en enero, 2015].
Castro Pumarega, Daniel (s./f.). Diccionario de venezolanismos. Signum.
http://projetbabel.org/internet/venezonalismos [consultado en enero, 2015]
Pérez, Francisco Javier (2012). Diccionario histórico del español de Venezuela. Vol. I. Caracas: Bid&Co.-Fundación Polar.


egc.designers@gmail.com




Año III / Nº XLIX / 23 de marzo del 2015

lunes, 16 de marzo de 2015

Los zapatos que se vendían solos [XLVIII]



A propósito de un rito de Laura Jaramillo

            ¡Ah, la semántica! Esa entidad inaprehensible que levita, como una nube negra, perturbando la elegancia de los análisis formales... ¡Cuántas veces el analista se atasca en la interpretación de una oración, temeroso ante la amenaza de un aparente absurdo!
            Por ejemplo, ¿cómo es posible que la oración Se venden zapatos sea correcta, si los zapatos no se venden solos? Es más, ¿cómo es posible que la frase Se vende zapatos sea correcta también?
            En este dilema en particular subyace la frecuente confusión entre sujeto (constituyente sintáctico) y agente (papel semántico). El sujeto es aquel de quien se predica algo, lo cual se marca a través de su concordancia con el verbo; el agente (y no el sujeto, como se suele creer) es quien ejecuta la acción del verbo. Con frecuencia, ambas categorías coinciden, es el caso de la voz activa; pero esto no sucede en la llamada voz media (en la que el sujeto experimenta, más que ejecuta) o en la voz pasiva.
            Se venden zapatos es un caso, precisamente, de voz pasiva (pasiva refleja, porque se construye con pronombre reflexivo). Zapatos es sujeto (concuerda con el verbo), pero no agente: recibe la acción, no la ejecuta.
            ¿Y qué ocurre en Se vende zapatos? Aquí zapatos no es el sujeto; como se ve, no concuerda con el verbo.
            Y entonces, ¿cuál es el sujeto? No lo hay: es una oración impersonal refleja. Sin duda, debe haber un agente, la persona que vende los zapatos, pero no está expresado sintácticamente.
            Podríamos decir que las oraciones Se venden zapatos y Se vende zapatos son semánticamente equivalentes. En ambos casos, los zapatos son vendidos. Sin embargo, como acabamos de ver, las oraciones son sintácticamente diferentes.
            Hay otros casos de confusión (y colaboración) entre la sintaxis y la semántica, pero prefiero dejarlos como inspiración para futuros ritos...
            —¿Cómo va el negocio? —le pregunto a mi amigo el zapatero.
            —Muy bien. ¡Los zapatos se venden solos!
            Ah, la semántica otra vez...

llaverde2@gmail.com



Año III / Nº XLVIII / 16 de marzo del 2015

lunes, 9 de marzo de 2015

El guayabo de la ausencia [XLVII]

Miguel Ángel Nieves





Se puede reducir todo el enigma del trópico a la fragancia de una guayaba podrida.

Gabriel García Márquez


         En Venezuela se le suele llamar guayabo al estado de tristeza, melancolía y dolor que causa la pérdida de un amor; también es costumbre llamar a ese estado con el nombre de despecho. El DRAE lo describe así: “(Del lat. despĕctus, menosprecio). 1. m. Malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad”. ¡Vaya usted a saber! La palabra, en nosotros, se define por sí sola. Lo cierto es que en nuestro país al despecho se le conoce también como estar enguayabado o enguayabao, de acuerdo a su grado de inclinación ante lo popular.
         La palabra tiene sus variantes en los predios de la patria grande, pues también se usa, sobre todo en Colombia, para nombrar un estado de pesadez, letargo y decaimiento, producido por la ingesta excesiva de tragos, que nosotros acostumbramos mentar con el nombre de ratón o resaca, pero nunca guayabo, ni siquiera en el caso de que el exceso de alcohol haya sido por causa de las cuitas y congojas que nos causó la perfidia. “Mátame, aguardiente, que el amor no pudo”.
         En el Diccionario de la irreal Academia Española se consigue el término incluso en forma de verbo: “guayabar. 1. intr. coloq. Ec. mentir (decir lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa)”. Sofismas lo llamaba Píndaro. Yo guayabo, tú guayabas, nosotros guayabamos. Cuánto de guayabar tenemos en nuestros siglos. También se nos muestra como sustantivo para nombrar al árbol que da el fruto de la guayaba, ícono de son y sabor en el Caribe y en América; ya bien decían Rubén Blades y Willie Colón en Siembra: “Me fui pal monte buscando guayaba / por la vereda del ocho y del dos / y aunque encontré una casa dorada / esa guayaba no la hallaba yo”. Símbolo del ideal y la mujer.
         La estudiosa borinqueña María Baquero de Ramírez nos muestra, en un estudio titulado Español de América y lenguas indígenas, cómo Gonzalo Fernández de Oviedo en el Sumario que redactara en 1526 en la ciudad de Madrid, da testimonio de algunas palabras arahuacas, entre las cuales hallamos guayabo (a), así como sabana y cazabe. Podemos dar fe de que en los tiempos del cronista existía ya lo que hoy nosotros llamamos ratón, pues es conocido el añejo hedonismo de Anacreonte y su amor al vino así como las pistas que Petronio aporta sobre las grandes comilones y bebezones de los romanos en su Satiricón. Sin embargo, la voz que registrara el cronista en nada alude al malestar postbarranco. Resulta auspicioso imaginar a los Taurepanes de Kumaracapay tomando kachire —que es una bebida a base de yuca amarga y batata, fermentados— ya en los tiempos de Canaán, Cam y Noé.
         La siembra del Gabo en terrenos certificados por los médicos invisibles nos dejó un poco desalentados y melancólicos, con una sensación como de enratonamiento, de guayabo, de cuitas y congojas, como cuando nos deja un amor y, miren qué curioso, en este caso, la ida del Gabo hermanó todos los significados y los hizo uno solo.
         Por otro lado, el DRAE señala que despecho quiere decir también destete. Debe querer decir que ya nos hicimos grandes, que aprendimos las lecciones del viejo maestro vallenatero, que debemos asumir con mayor conciencia nuestra realidad descomunal. Las voces indígenas y nuestra literatura seguirán su curso con la impronta indeleble del tiempo. Parece que hoy en día aquel texto que leyó en Zacatecas ya no es tomado solo como una guachafita. Probablemente, a pocos días de una nueva edición del DRAE, se empiece a reconocer en el olor de la guayaba el símbolo que empalma tierra Caribe, irreverencia y la infinita sensualidad de los enredos amorosos.

lanubeyeldromedario@gmail.com



Año III / Nº XLVII / 9 de marzo del 2015

lunes, 2 de marzo de 2015

Divagando sobre semántica [XLVI]

Laura Jaramillo


...era un muerto sin cabeza,
sin pantalón ni camisa,
con las manos en los bolsillos
y una macabra sonrisa...


El espanto, Carota Ñema y Tajá


            Recuerdo que durante un taller sobre morfosintaxis un estudiante preguntó, con un toque de malicia indígena, si la oración Se vende esta casa era correcta y la profe dijo que sí, era correcta. A lo que el estudiante inmediatamente refutó: “Pero la casa no se vende sola”, y como mi profe era muy perspicaz (como todo profesor de lingüística) le respondió: “Ay, no, ya le metiste semántica a la cosa”.
            Esta pequeña anécdota rondó en mi cabeza por un tiempo, pues me preguntaba cómo era posible que una rama tan importante de la lingüística pudiera ser un problema en lugar de una solución. Sin embargo, la idea la dejé pasar y la creía olvidada, hasta que por estos días de ocio, escuchando radio, sonó una canción que se llama El espanto, del grupo larense Carota Ñema y Tajá. Al momento no me percaté del detalle, como me gustó la rítmica, la estuve tarareando por largo rato, hasta que de pronto me cayó la locha. Al darme cuenta, me dio mucha risa y, extrañamente y gracias a mi memoria a largo plazo, recordé aquella sentencia realizada por la profe.
            Si vemos bien, la estructura oracional está perfecta, cada palabra en su santo lugar, o sea, una morfosintaxis genial. Pero cuando le metemos la semántica a la cosa (como dice la profe), resulta que no es un estribillo tan perfecto, porque si el muerto no tenía cabeza ni pantalón, ¿como por dónde tenía la sonrisa y en qué bolsillo tenía las manos metidas? Hasta los pelos paraos tenía el pobre espanto, y se asegura fehacientemente que lo vieron.
            Desde entonces, ahora le meto semántica a todo (quizás siempre lo hice), es como el proceso de la computadora cuando estamos guardando documentos en una carpeta, mis análisis parecen esas hojas que pasan de una carpeta a otra, desglosando los significados.
            Mi mamá me pregunta que cuál es la diferencia entre escuchar y oír, y le respondo que ninguna, y se lo confirmo con un diccionario de sinónimos, el cual me remite de una palabra a la otra, y viceversa, pero que si le metemos semántica hay diferencia, casi abismal. Creo que no le quedaron ganas de preguntarme más nada al respecto.
            No dudo, ahora, que la profe tuviera la razón, creo que su comentario fue por dos cositas. Primero, que la clase era de morfosintaxis, y la pregunta como que no cabía ahí, aunque es muy difícil que en las clases sobre la lengua (¿o lenguaje?) no se le venga a uno una montaña de dudas y dificultades. Segundo, creo que, algunas veces, descubrir los porqués no es tan necesario, no hace falta meterle tanto coco a las cosas. Bueno es culantro pero no tanto.
            Veamos la semántica como una compañera que nos ayuda a no tomar la lengua tan literal; la canción tiene frases parecidas, pero la entendemos y allí está el punto, entender (¿o comprender?), además de ser una hermosa representación de nuestra idiosincrasia.
            Hay otra señora por ahí muy amiga de la semántica y que también causa sensaciones, la pragmática, pero de ella podemos hablar en otra divagación.

laurajaramilloreal@yahoo.com



Año III / Nº XLVI / 2 de marzo del 2015



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