lunes, 30 de junio de 2014

Que tu ‘y’ sea ‘y’ y tu ‘o’ sea ‘o’ [XII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

 

 

         Es una cuestión de sentido común. Y/o, y/u, e/o, e/u... u, o, y, e... ah... ¿U o e i...? ¿No es demasiada complicación, cuando, utilizando el sano sentido lógico, sería tan sencillo?

         Ya habrá visto usted algún letrero en algún quiosco cerca de su casa que ofrezca “malta y/o refresco”, con lo cual el comerciante debe tener la ilusión de que les expresa a sus posibles clientes que están en la libertad de comprar, si lo desean, las dos cosas, pero que pueden, también, decidirse por una sola de las dos opciones. Qué amable.

         Los habitantes del mundo de la banca se comportan a veces como si tuvieran resguardada en sus bóvedas la partida de nacimiento de esta curiosa... ¿conjunción?, y es fácil imaginarse —aunque esto está por demostrarse— que aparecerá en el custodiado documento el nombre de algún banquero conocido... o de un gerente financiero... o de un abogado mercantil.

         ¿De dónde viene este constructo bicéfalo, esta especie de vacilación conjuntiva, de disyuntiva doblemente bifurcada (puesto que una de sus sendas es ya, por sí sola, una bifurcación)? Viéndola con cuidado —con algo de cariño, como si deseáramos utilizarla seriamente—, la construcción y/o es toda perplejidad y toda confusión. Más allá del quiosco y el banco, si la palabra que la sigue es, por ejemplo, oscuro, ¿habrá que escribir “misterioso y/u oscuro”? Y si sigue, por ejemplo, inmenso, ¿tendrá que ser “solitario e/o inmenso”? Ya a esta corta distancia, pareciera que algo nos falta, que alguna fibra de ella nos fuera extraña. Algo de esquemático tiene, que no es armonioso.

         La revista Punto y Coma publicó en 1991 una nota sobre este fenómeno, que parece una orden de fusilamiento en su contra:

 

y/o. Un «aviso» destinado a los traductores de la antigua división de traducción española de Luxemburgo establecía «la abolición, salvo petición expresa del servicio interesado, del uso de la expresión “y/o”, que deberá sustituirse siempre por “o”. La razón de ello es que en español la conjunción “o” tiene ya de por sí carácter no excluyente (la expresión “comer manzanas o peras” puede equivaler indistintamente a “comer manzanas”, “comer peras” o “comer manzanas y peras”)». El rechazo de este esperpento lingüístico no es nuevo ni exclusivo de los traductores españoles: nuestro compañero Carlo Gracci (SdT B-7) publicó unas reflexiones sobre ese tema en el último número de Aperture, la hoja de información de los traductores italianos, y el Diccionario de dificultades del inglés de Torrents del Prats le dedica un artículo bastante detallado en el que propone algunas soluciones (párr. 5).

 

         Parece convincente; sin embargo, el Manual de estilo y normas editoriales (2009) del Colegio de Sonora, México, lo es más:

 

y/o. La expresión y/o es una fórmula inventada por los estadounidenses para economizar palabras; indica la posibilidad de que suceda la situación A o la situación B, pero sin escribir sendas oraciones. En español dicha expresión es innecesaria, y su uso se presta a confusiones. Si en la lista de requisitos para un empleo se solicita persona que sepa hablar francés y/o inglés, puede entenderse que hable uno de los dos idiomas, en cuyo caso bastaría con decir: se solicita que el candidato hable francés o inglés. En cambio, si se requiere a alguien que maneje los dos idiomas, el anuncio podría decir: se solicita que el candidato hable inglés y francés (Quiroz Trujillo, 2009, p. 51).

 

         ¿Inventada por los estadounidenses? Entonces, funcionará en Estados Unidos (a lo sumo, en países de habla inglesa), y quién sabe por qué; será lógico y natural en inglés, pero en español no funciona y no hace falta. Ya está todo claro. Era de sentido común.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Bibliografía

Punto y Coma (1991). “Y/o”. Nº 4 (dic.). Disponible en http://ec.europa.eu/translation/bulletins/puntoycoma/04/pyc041.htm#y/o.

Quiroz Trujillo, Alma Celina (2009). Manual de estilo y normas editoriales. Hermosillo, México: El Colegio de Sonora.

 

 

 

Año II / Nº XII / 30 de junio del 2014

 

lunes, 16 de junio de 2014

Confusión remota entre 'b' y 'v' [XI]

Luisa Teresa Arenas Salas


     ¿Cómo dices tú: [benesla] o [venesuéla]?
     ¿Cómo debe decirse: [benesuéla] o [venesuéla]?
     ¡Pon atención a lo que dice la gente a tu alrededor! ¡Escúchate a ti mismo y observa tu pronunciación! ¿Cómo pronuncia la gente la letra <v> chiquita, <v> de vaca, como la llamamos en Venezuela, o letra uve, como se recomienda en la última edición de la Ortografía de la lengua española (2010)? Anota cuántas veces escuchas que pronuncian la <v> como bilabial [b] o como labiodental [v]. Compara tu observación con la argumentación que a continuación escribo.
     No existe en español ninguna diferencia en la pronunciación de las letras <b> y <v>; ambas representan el fonema bilabial, oclusivo, sonoro, oral /b/. ¿Por qué?, se preguntarán muchos de ustedes. Porque la articulación labiodental de la <v> no es propia del sistema fonológico del español. Pronunciarla así: [viviénda] es “un error que comenten muchas personas por un equivocado prurito de corrección” (RAE, 2010: 92), basado en recomendaciones que en el pasado se hacían en la Ortografía y la Gramática de la Academia. O también por imitación de otras lenguas como el inglés y el francés, en las que la pronunciación labiodental sí es propia. Esta confusión remota existe, a pesar de que en el Diccionario de autoridades (1726-1739) se reconoce que “los españoles no hacemos distinción entre estas dos letras”.
     Ahora bien, si tu hábito lingüístico es la pronunciación labiodental de la <v>, no te angusties, es parte de tu idiolecto producto de esa confusión que viene de tu tránsito por la escuela, en la que tus profesores de español insistían (y aún insisten) en la pronunciación labiodental de la <v>, bien sea como recurso mnemotécnico para la correcta escritura o simplemente para hacer real distinción entre los dos grafemas. También, actores, personalidades de la televisión y hablantes quienes, pretendiendo mostrar una buena dicción, caen en el vicio de la ultracorrección. Se inicia, pues, para todos, un proceso de reaprendizaje.
     Ahora tienes el conocimiento: “la pronunciación correcta de la letra <v> en español es idéntica a la de la letra <b>, por lo que no existe diferencia de pronunciación en nuestro idioma entre palabras como bello [béјo] (hermoso) y vello [béјo] (pelo)” (RAE, 2010: 92), bota [bóta] (calzado) y vota [bóta] (acción de depositar el voto). ¡¿Cómo diferenciarlas, entonces?! La respuesta a esto podría ser tema de otro Ritos de Ilación.
     Lo que sí no debe hacerse, queridos y respetados colegas lectores, es obligar a nuestros pupilos a una pronunciación labiodental de la <v>, pues, “sin querer queriendo”, por falta de conciencia de lo comunicado aquí, sostenemos esa remota confusión en el aula, pretendiendo mejorar la ortografía. Ahora, apreciados lectores, especialmente mis colegas docentes y locutores, les digo: [benesla], [bída], [abentúra], [bitalidád]... es la pronunciación correcta de las palabras Venezuela, vida, aventura, vitalidad, en cualquier situación de habla sea esta formal o informal.

Bibliografía
Real Academia Española (2010). Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa.

ltarenas13@gmail.com



Año II / Nº XI / 16 de junio del 2014

lunes, 2 de junio de 2014

Se armó la sampablera [X]

Aurelena Ruiz



         Cuando hay alguna revuelta por ahí —algo muy fácil de encontrar hoy en día en Venezuela— solemos escuchar a la gente decir que “se armó la sampablera”, pero ¿sabemos de dónde viene esa expresión?
         No es difícil deducir que viene del nombre de san Pablo, el apóstol que convirtió el cristianismo en una religión universal. San Pablo era hijo de judíos fariseos y participó en las primeras persecuciones contra los cristianos, pero, luego de escuchar a Jesús en su viaje a Damasco, “revolucionó” su vida y se convirtió a la nueva fe. Desde entonces, se dedicó a predicar la palabra de Dios por todas partes; fundó comunidades cristianas a lo largo de Asia Menor y Europa, hasta llegar a Roma.
         Durante su larga travesía san Pablo tuvo que “luchar” con muchos judíos y cristianos para liberarlos de algunos rituales del judaísmo, en dos oportunidades fue “encarcelado” y juzgado en Roma y, aunque su muerte no está muy clara, todo parece indicar que fue “ejecutado” en ese mismo lugar.
         A pesar de que la historia de san Pablo está muy asociada con la controversia, la lucha, la revolución y la violencia, no es directamente de este apóstol de donde viene la expresión, sino de la Plaza San Pablo, ubicada en el centro de Caracas, donde actualmente se encuentra el Teatro Municipal.
         Resulta que el 2 de agosto de 1859, ocurrió en Caracas un enfrentamiento entre liberales y conservadores, luego del golpe de Estado contra Julián Castro, dirigido por el conservador Manuel Vicente de las Casas.
         Castro, considerado como “antipartidista”, fue elegido como presidente interino tras la renuncia de Monagas en julio del 58. En febrero de 1859 Castro renuncia por aparentemente sufrir de una enfermedad, pero pronto recupera el cargo y les da su apoyo a los liberales.
         Luego de derrocar a Castro el 1° de agosto, De las Casas lo encarcela y se declara también a favor de los liberales; sin embargo, los civiles no lo apoyan y los conservadores retoman el poder.
         Por su parte, Pedro Vicente Aguado, jefe de los liberales en La Guaira, se entera del derrocamiento y decide ir con sus tropas a Caracas. Aguado esperaba encontrarse con una ciudad bajo el dominio de los liberales, pero, por el contrario, fue recibido en la Plaza San Pablo por los conservadores, trayendo como consecuencia una feroz batalla que generó una gran alteración del orden público.
         Aquiles Nazoa afirma que “de aquel suceso memorable se originó la palabra caraqueña sampablera”, dando a entender que existe alguna disputa, pleito o alboroto.
         En los últimos meses, son muchas las sampableras que se han armado en el país, especialmente en San Cristóbal y Altamira. ¿Será entonces que en unos cien o doscientos años nuestros descendientes dirán que se armó una “sancristobalera”?, ¿o quizás una “altamirera”?

aurelena.ruiz@gmail.com



Año II / Nº X / 2 de junio del 2014