jueves, 24 de junio de 2021

La Segunda Batalla de Carabobo [CCCLIX]

Edgardo Malaver


  

Inauguración del Arco del Triunfo de Carabobo (1921)

 

         Han pasado, con el de hoy, 73.049 días desde que se libró la Segunda Batalla de Carabobo, en 1821. ¿La segunda? Sí, la segunda, porque la primera fue el 28 de mayo de 1814, es decir, hace 75.633 días.

         Cuando yo estaba en primaria, todos mis maestros recitaban de memoria lo que parecía la única descripción concebible de la Batalla de Carabobo: “la acción militar que selló la independencia de Venezuela”. Sin embargo, la Guerra de Independencia fue un tira y encoge tan prolongado, un subibaja tan acelerado de triunfos y derrotas que incluso la batalla que habría de “sellarla” fue superada por el enemigo, y resultó no ser cierto —descubrí después, como en sexto grado— que aquella guerra hubiera terminado en Carabobo.

         Siempre cuando tocaba hablar de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, que ocurrió el 24 de julio de 1823 (hace 72.289 días, para no romper la uniformidad), los maestros decían que había sido “consolidación definitiva de la independencia”, y yo parecía ser el único niño que se preguntaba: “Pero bueno, ¿y entonces la Batalla de Carabobo, dos años antes, no fue la última de la guerra?”. Pues no, porque en 1822, los realistas habían logrado tomar Maracaibo y la disputa continuó. Lo que es más, después de la Batalla del Lago, a pesar de terminar con victoria para la causa republicana (que ya estaba establecida desde 1819 y se llamaba Colombia), no iba a ser tampoco el final de la guerra porque todavía faltaba liberar Puerto Cabello. No sería la Guerra de los Cien Años, pero sí fue la guerra del nunca acabar.

         Simón Bolívar estuvo al frente de ambas batallas de Carabobo. En la primera, el Libertador, líder ahora de la Segunda República, se enfrentó al mariscal de campo Juan Manuel de Cajigal, que no sólo debió huir a Apure sino que perdió más de 500 soldados y 700 quedaron heridos. Bolívar, por su lado, reportó inicialmente una pérdida de apenas 12 hombres, con 40 heridos, pero después se calculó que habría sido diez veces mayor.

         La Segunda Batalla de Carabobo parece haber sido la última en que participó como soldado además de como comandante en jefe. Soldados fueron también en aquella ocasión multitud ciudadanos comunes, campesinos, esclavos, manumisos, artesanos, pequeños comerciantes y, entre los casi 7.500 hombres que lograron reunir Páez y Bolívar, 14 mujeres que nadie en el Ejército Libertador pudo disuadir de armarse y combatir.

         Bolívar fue el único de los cuatro oficiales de alto rango que resultó ileso en la refriega. Páez fue herido, Ambrosio Plaza quedó muerto en la explanada y Manuel Cedeño murió al día siguiente a causa de las heridas de la batalla. Y si es de hablar de muertos, hubo menos de 300 bajas patriotas, mientras que las fuerzas españolas perdieron diez veces más hombres.

         Curiosamente, en la Segunda Batalla de Carabobo muchos españoles nacidos en España lucharon del lado patriota, y la mayoría de los soldados del bando realista eran venezolanos de nacimiento. También había soldados británicos, franceses, holandeses, antillanos y de otros países de América. Y si es por curiosidades, se puede agregar que el ejército de Páez contaba con 3.000 reses, casi mil más que caballos, porque los llaneros viajaban todo el tiempo bien preparados para que no les faltara de comer.

         La Segunda Batalla de Carabobo —he comprendido a pesar de mis maestros de primaria— no fue la última batalla de aquella larga guerra, pero tampoco fue simplemente la reedición, siete años después, de un baño de sangre en una sabana suficientemente amplia para una revancha. Esta batalla permitió liberar la capital de Venezuela, nada menos, donde había comenzado todo once años antes.

         Cien años más tarde, hace 36.525 días, Juan Vicente Gómez un caudillo que se llamaba a sí mismo general, pero ni siquiera era militar y que había nacido, como Bolívar un 24 de julio y que moriría, como Bolívar, un 17 de diciembre—, inauguró lo que pronto se convertiría en uno de los símbolos de Venezuela y de la cultura venezolana: el Arco del Triunfo de Carabobo.

         Y otros cien años más tarde, hemos llegado tan desnudos, tan desnutridos, tan desanimados a esta fecha, que, como si la historia nos hubiera elegido para construir una metáfora despiadada, la situación, proporcionalmente, no dista mucho de la que dejó la guerra.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCXLIX / 24 de junio del 2021

 



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lunes, 7 de junio de 2021

IVNIVS [CCCLVIII]

Ariadna Voulgaris

 

 

 

Tarquinio y Lucrecia (1571), de Tiziano

 

 

         Juno era la diosa de la fertilidad —todas eran la diosa de la fertilidad, cada mes era la época del arrebato sexual, todas las fiestas eran la fiesta de la sensualidad—. Era hermana y esposa de Júpiter, o sea, Hera, mujer del lujurioso Zeus, aunque no era mortal. Y cualquiera que en Roma fuera dios del desenfreno erótico, luego tenía que ser protector del embarazo y del parto, incluso del noviazgo y el matrimonio. Y algunos dicen que Juno protegía también a las mujeres y al Estado, vaya usted a saber por qué. Pues junio es su mes, qué simple esta historia.

         Atractiva y telenovelera es la historia de otro posible origen, puesto siempre en duda, del nombre del sexto mes del año. Existen quienes afirman que IVNIVS era más bien el mes con que los romanos rendían honraban la memoria de Lucio Junio Bruto (545-509 antes de Cristo), el primer “presidente” de la República romana. Sí, sí, ya lo sé, el cargo no se llamaba presidente sino cónsul (y eran dos), pero en este caso Junio Bruto era el más... perezjimenista. Tanto que, como el otro, Lucio Tarquino Colatino, era pariente de Tarquinio el Soberbio, el rey que acababan de defenestrar juntos, Junio, que también lo era, hizo que el Senado lo sustituyera para gobernar más a sus anchas.

         Muchos episodios conocidos (o al menos imaginados, reconstruidos, supuestos) de la vida de Junio tienen un intenso sabor a telenovela de José Ignacio Cabrujas o de Salvador Garmendia. En una imprecisa fecha de su infancia, por ejemplo, fue testigo de cómo soldados del rey Tarquinio, que era hermano de su madre, mataron a su padre y a sus hermanos para apoderarse de sus bienes. Junio se salvó de la matanza simulando que había perdido la cordura; viendo que le daba tan buenos resultados, siguió fingiéndose loco (o más bien haciéndose el tonto, que es lo que significa brutus en latín). Fingiendo ser menos inteligente de lo que era, logró más tarde infiltrarse en la familia de Tarquinio y hacerse amigo de sus hijos.

         Años más tarde, dos de los hijos del rey, Tito y Aruncio, no aguantaban la curiosidad y viajaron a Delfos para consultar el oráculo acerca de quién sucedería a su padre. El oráculo les respondió que el primero que, al salir del templo, besara a su madre, sería el siguiente rey; de modo que Junio, fingiendo tropezar en la puerta, cayó al suelo y le dio un beso a la tierra, madre de todos los hombres. Se inició entonces una persecución de la que, en muchas ocasiones, Junio se salvó gracias a su habilidad para fingirse loco.

         Más tarde, en el año 510, el tercer hijo de Tarquinio, Sexto, secuestró, violó y humilló a una distinguida dama romana llamada Lucrecia. La mujer, como única opción para restablecer su honra, organizó y protagonizó una ceremonia para suicidarse en público. El historiador Tito Livio (64 antes de Cristo-17 después de Cristo) nos echa el cuento, sin comerciales, en Ab Urbe condita, y dice que Junio, que estaba entre los presentes, poniendo una mano sobre el cuerpo aún caliente de Lucrecia, dijo:

 

Por esta sangre tan casta antes del ultraje del hijo del rey, juro, y os pongo a vosotros, dioses, por testigos, que yo perseguiré a Lucio Tarquinio el Soberbio, a su criminal esposa y a toda su descendencia a sangre y fuego y con todos los medios que en adelante estén en mi mano, y no consentiré que ellos ni ningún otro reinen en Roma.

 

Ese día, dejando caer sobre el cadáver de Lucrecia la máscara de la idiotez, inició una revolución y convenció al Senado de deponer al soberano. Cuando los senadores lo nombraron cónsul junto con Lucio Tarquino, viudo de Lucrecia, se extinguió la monarquía romana y nació la república.

         Los leales de Tarquinio, sine mora, arremetieron contra él. Entre ellos estaban los hijos del propio Junio Bruto, que fueron atrapados, juzgados y ejecutados en presencia de él y con su autorización expresa. En vista de esto, el antiguo rey reunió un ejército y envió a su hijo Aruncio contra Roma. Junio salió a su encuentro y ambos murieron al enfrentarse en batalla. Fue el último capítulo de la telenovela.

         Al final el ejército republicano volvió triunfante a la ciudad pero cargando el cuerpo inerte de Junio. Él recibió honores de Estado y manifestaciones de respeto de toda la población; las mujeres guardaron luto por él durante un año. No es para dudar que con el tiempo le pusieran su nombre a un nuevo mes antes de entrar en verano.

 

ariadnavoulgaris@gmail.com




Año IX / N° CCCLVIII / 7 de junio del 2021




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