lunes, 29 de mayo de 2017

Los números ordinales de la república [CLIV]

Edgardo Malaver


A la incontable multitud de estudiantes que, demasiado jóvenes aún,
han muerto en las calles de Venezuela en los últimos 60 días


Santiago Mariño (1788-1854) liberó Cumaná en 1813,
lo que permitió la fundación de la Segunda República



         Milagros Socorro publicó la semana pasada un artículo en la revista Clímax en que afirma con verdad: “Está claro que el lenguaje es una conducta”. Ciertamente, así como uno comunica, expresa, dice algo al hacer las cosas, también está uno haciendo algo al decir cualquier palabra que diga. El artículo de Socorro trata del atrevimiento del gobernador Henrique Capriles contra el presidente de la República. El acto de habla de Capriles, el de insultar, equivalió —y no sólo en la visión de la autora— a lanzar una piedra a la frente del gobierno en medio de las cotidianas y enormemente desproporcionadas agresiones de los cuerpos de seguridad del Estado contra los manifestantes en la calles de Venezuela durante todo el mes de abril y el mayo que ya va a terminar. Lanzando gases, chorros de agua, metras, puños, culatazos y balas, el gobierno informa al pueblo que no tiene derecho a exigir derechos —ni aun a la vida— y, lanzando una palabra, la oposición intenta descargarse de la rabia, la tristeza y el dolor de la muerte. De lejos quizá no, pero en el asfalto o junto a la tumba de un hijo, ese desbalance —el político y el lingüístico— es una daga punzante.
         En medio de este reguero de sangre, el presidente ha convocado a una asamblea constituyente, con lo cual retrocedemos, cuando menos, a 1999. Ese año comenzó a construirse, más discursiva que jurídicamente, una “noción” que se ha llamado “quinta república”. El recién contratado presidente de aquel momento argumentó que como se iba a redactar una nueva constitución, nacía una nueva república en la que pretendía erradicar los vicios de la anterior. Lo había anunciado en la campaña electoral, de modo que no le fue difícil implantar la idea en las encandiladas mentes de las mayorías. Lo apoyaba la mayoría, también cegada por el relámpago de la novedad, que tenía el exsoldado —¡ja!— en su Asamblea Constituyente. (Lo que es más, dijo que el país iba a llamarse “República Bolivariana de Venezuela” y al principio la Constituyente lo discutió y no lo aprobó, pero él refunfuñó y al día siguiente lo complacieron.) Pura creación de la lengua: toda una situación concreta, que modificaba radicalmente la vida de millones y millones de personas, salida de un par de palabras de un solo hombre.
         Cada vez que en los últimos 20 años he oído decir algo como “Esto no era así en la cuarta”, he intentado introducir la idea, casi nunca escuchada, de que aún estamos en la cuarta república, la que nació al disolverse la Gran Colombia en 1830. Los poquísimos que me han escuchado me han respondido: “Pero hay una nueva constitución”. De ser así, la actual sería en realidad la vigésima sexta república. ¿Dónde está la falacia? ¿Qué marca el fin de una república y el comienzo de otra?
         La Primera República, fundada con la adopción de la Constitución Federal de 1811, se extinguió el 25 de julio de 1812, con la Capitulación de San Mateo ante el general español Domingo Monteverde. (Esto significa que murió la república, el intento de echar adelante una nación nueva, ya no existía más.) La Segunda, nacida el 3 de agosto de 1813, cuando Santiago Mariño liberó Cumaná, pereció en la Quinta Batalla de Maturín el 11 de diciembre de 1814. (Otra vez dejó de existir Venezuela como país.) La Tercera se instaló en Angostura el 18 de julio de 1817 y desapareció el 17 de diciembre de 1819, al sumarse, por decisión del Congreso, a la recién fundada República de Colombia. (O sea, por tercera vez, Venezuela retrocede a la condición de provincia de otro Estado, ahora republicano.) Finalmente, el 6 de mayo de 1830, principalmente por influencia de José Antonio Páez, Venezuela reestableció sus instituciones republicanas y amaneció la Cuarta República. Desde entonces, por más laberíntica que haya sido la historia constitucional, no ha habido interrupción en la existencia de la república, ni siquiera de horas. Guerras civiles, vacíos de poder, gobiernos de facto, juntas de gobierno, democracia, alianzas cívico-militares, fraudes electorales, intentos de invasión, crisis económicas, presidencias efímeras y prolongadas, buenas y malas épocas, idas y vueltas, nada ha causado la ruptura ni el cese de la Cuarta República en 187 años.
         Aunque está claro que es un asunto que deben respondernos ante todo los profesionales del estudio científico de la historia y del derecho, parece fácil entender que lo que sucedió en 1999 había sucedido también en 1857, en 1858, en 1864, en 1874, en 1881, en 1891, en 1893, en 1901, en 1904, en 1909, en 1914, en 1922, en 1925, en 1928, en 1931 (estas últimas seis, por cierto, aprobadas para complacer a un solo presidente: Juan Vicente Gómez), en 1936, en 1947, en 1953 y en 1961. Probablemente en algunos casos, o en todos, la necesidad de adoptar una nueva constitución fue disfrazada de urgencia de “abolir los viejos vicios del pasado”, pero nunca se abolió la república jurídicamente ni se creó una nueva. En 1999 tampoco.
         La conclusión es que la “quinta república” existe apenas en el discurso político, adoptado con demasiada facilidad por la mayoría, incorporado activamente a su habitual “conducta”, como dice Socorro, aunque la historiografía aún ponga en duda la existencia de tal período histórico.
         Como ya sabemos, lo que llega al discurso, no se va de la mente de los hablantes y se propaga de generación en generación. Pero el problema no es el discurso, sino la poca reflexión que se hace al respecto. Y ahora que se ha convocado una nueva constituyente, aunque 79,9 por ciento de los venezolanos no la cree necesaria o se opone a ella, hay quienes han comenzado a hablar de la “sexta república”. Más palabras, pero... ¿más conciencia? Más lenguaje para crear más conductas. El peligro ahora, incalculable por incierto y por inmenso, es que esta vez, si termina realizándose, lo que puede llegar a convertirse en puro y simple discurso, vacío de significado y sin representación concreta en la realidad, es la república misma, sin números ordinales.

emalaver@gmail.com





Año V / N° CLIV / 29 de mayo del 2017

lunes, 22 de mayo de 2017

Colombia y Venezuela: falsos amigos [CLIII]

Laura Jaramillo


 
En italiano existe la palabra burro, que en español
equivale a
mantequilla


         Uy, hermano, no vaya a creer que aquí va a encontrar una barbaridad. No. Aunque sí hay que decir que en todo el globo terráqueo hay falsos amigos, no solo en Colombia y Venezuela. Pero en fin... Aquí usted lo que va a encontrar es un pequeño grupo de palabras que, quizás por el parecido morfológico y fonético, uno cree que significan un cosa pero al final son otra; los lingüistas decidieron llamar a esas palabras falsos amigos, solo por el hecho de que son traicioneros… o sea, los significados.
         El término es común en el área de la traducción. Por ejemplo, en italiano existe la palabra burro, que en español equivale a mantequilla. Pero resulta que en español también se da este fenómeno, si se puede llamar así, pues podemos encontrar variedad de significados para una sola palabra a lo largo y ancho de América (ah, sí, y de España también).
         Quizás lo que describo se pudiera considerar un caso de homografía, pero no, me gusta más la falsedad de las palabras cuando oigo una canción o cuando veo una novela de Colombia. Es que resulta que, a pesar de que tenemos tantas cosas en común, hay cosas también que nos diferencian. Qué aburrido sería que todos nos pareciéramos.
         Solo les voy a presentar un bocadito de las tantas que nos pueden jugar una mala broma. Esto es válido pa los colombianos también, porque ellos también tienen que saber que nosotros hablamos tan sabroso como ellos. Así, tenemos que:

Guayabo no es el despecho de nosotros, es un ratón, o sea, la resaca.
Parche no es un pedazo de tela, es una cita, una rumbita por ahí, una salidita, pues.
Patico no es el hijito de la pata, es un “elogio” a la mujer, pues es la combinación de pantera, tigre y cocodrilo.
Matoneo suena como a que matan mucho, pero no, es el chalequeo de nosotros.
Ahogao no es alguien que lamentablemente no sabía nadar, es nuestro sofrito.
Miscelánea es el nombre que le dan a esos lugares donde uno consigue desde un bombillo hasta una curita, una quincalla, pues.
Abanico no es el sofisticado instrumento que usa mi Cucha para los calorones de la edad; en la costa colombiana, el abanico es el ventilador. No se sorprenda cuando oiga: “Mijo, prenda el abanico, que hace calor”.
Arepera no es el lugar donde nosotros vamos a comer arepas; es el equivalente a cachapera.
Perico no es el que tristemente se me fue hace un mes, en Medellín es un café con leche. 

         Yo no diría falsos amigos, diría más bien amigos maravillosos, expresivos y sabrosos, tal cual como nosotros. Más que amigos, hermanos. ¡Eh, avemaría, hombre!

laurajaramilloreal@gmail.com





Año V / N° CLIII / 22 de mayo del 2017

lunes, 15 de mayo de 2017

Por las siglas de las siglas [CLII]

Edgardo Malaver


Mis letreros contra los tuyos. Las guerras también se hacen 
con palabras. Foto: M. Gutiérrez (EFE)



         Hace como una semana, oí en el metro un chiste más bien cruel: un padre regresa del hospital a su casa y les dice a sus hijos: “Tengo VIH, VPH, VHC y VEB, y el VDRL casi me causa un ACV”. La hija menor, al verlo triste, le responde: “Te comprendo, papá, yo tengo SMS, GPS, MP4, LAN, LCD, DVD con HD y aún no estoy conforme”. Existen cosas de uso cotidiano cuyos nombres puede uno pasar la vida entera ignorando porque nos han llegado ya abreviados y así funcionan, como curiosos sustantivos que se escriben con letras mayúsculas.
         Hay hasta nombres de países que en multitud de ocasiones aparecen escritos así. El más destacado quizá sea Estados Unidos —denominación que se utiliza a falta de “nombre oficial”—. Lo más frecuentes es encontrar EEUU (con o sin separación, con o sin puntos), EUA, e incluso el anglicismo USA. Todas son fácilmente identificables. Lo difícil es no confundirla con EAU.
         Aquellos cuyos nombres están formados por dos palabras, aunque no siempre, sí son un tanto difíciles de identificar, como RD, CR, NZ, TT, y grupos de países, como la UE, AP o la AL (que últimamente se ha convertido en ALC), pero también existen la ONU, la OEA, la APEC, la OPEP, la OTAN, los BRICS. Algunos nombres han sido tan importantes en la historia, que, aunque ya no existen esos países, siguen apareciendo en nuestro discurso: URSS, RDA, RFA, RAU.
         En todos los campos se produce este fenómeno. En el deporte, el COI decide dónde y cuándo vamos a ver los JJOO; la FIFA impone las reglas del fútbol; la UCI, las del ciclismo; la NBA, las del basquetbol americano; la LVBP, las del venezolano.
         Los MCS de EUA a veces hacen famosa a la gente diciendo simplemente JFK, FDR, OJS. Los venezolanos, en los años 80, se referían al presidente como LHC; los españoles desde el 2003, usaron ZP.
         Los bancos ahora son simplemente BBVA, BM, BOD, BFC, BNC.
         Los conflictos entre la AN y el TSJ y, en la calle, las agresiones de la GNB contra AD, PJ, VP, BR, UNT, MUD y diversas FCU son como para un ACV. Los simpáticos muchachos de la PTJ, de la PM y de la DISIP, herederos de la SN, parientes de la FBI, la CIA, la KGB, la SS, ahora son los inocentes querubines del CICPC, el SEBIN y la PNB.
         La vida académica no está excluida: existen la UCV, la USB, la ULA, la LUZ, la UDO, la UPEL, la UCAB. El colmo deben ser la UNELLEZ y el IVILLAB. El diccionario de la RAE, el solo diccionario, ya no quieren llamarlo DRAE, sino DILE.
         Y esto no es nada. Las generaciones más recientes, queriendo diferenciarse de la anterior, hacen exactamente lo misma que ella y que sus antepasados: reducir a dos o tres letras la imagen que desean expresar: TQM, CDM, MFP, o, si se sienten más FYI: LOL, BFF, WTF, OMG, ILY. Claro, tiene que ser así, porque el que no las use, estará, como boxeador en la lona, KO. Es que todos quieren ser VIP.


emalaver@gmail.com 




Año V / N° CLII / 15 de mayo del 2017

lunes, 8 de mayo de 2017

Galimatías [CLI]

Andrea Villada


María Expropiación Petronila Lascuráin y Torquemada 
de Botija, alias Chimoltrufia, interpretada por Florinda Meza 

 

         Entonces, mientras leía un libro muy interesante sobre ciencia, aunque era un libro en realidad muy interesante pues pretende hablar de la historia de casi todo lo que existe en el mundo y fuera de él como el universo, el mar, el oxígeno, etcétera y demás cosas que no vienen al caso, aunque igual se los recomiendo ampliamente porque es sumamente inteligente y fácil de entender, aunque habla de cosas muy enredadas, lo cual es por lo que me encuentro aquí hablando sobre este asunto, vi una palabra muy extraña por larga y poco conocida, lo cual despertó mi más profunda curiosidad, esa que se despierta tan a menudo cuando nos gustan las palabras mucho pero que a veces no tenemos la oportunidad de saciar, sobre todo cuando trabaja y está ocupado, aunque con Internet ahora todo es posible, ¿no les parece?, ya no debe uno andar por ahí quedándose con curiosidades y que, por supuesto, me hizo preguntarme por qué si el libro habla de casi todo no hablaba también sobre el origen de esa palabra tan larga e interesante. Al parecer, es que no se entiende mucho de dónde salió la palabra esa, galimatías, por cierto, es decir, el origen es confuso, lo cual representa un verdadero galimatías en sí mismo entonces, ¿qué significa?
         Pues, la definición de la Real Academia Española y hasta la de Wikipedia se parecen mucho, pues concuerdan en que se trata de algo enredado, confuso, difícil de entender, un lío, un embrollo, un peo pues, para ser más exactos y adaptarnos más a nuestras propias expresiones coloquiales, que se da en los discursos o en la lengua escrita, (aunque, bueno, en el sentido metafórico de la palabra podemos encontrar muchos ejemplos de galimatías, solo falta ver cómo está nuestro adorado país y entonces me entenderán). Total que la cosa es tan confusa que no se entiende muy bien, si es que usted puede entenderme. Al parecer todo viene de algunos enredos bíblicos, lo cual no debería extrañarnos porque de por sí la Biblia ya es bastante complicada, es decir, por eso se habla de misterios y esas cosas, simplemente porque nuestra comprensión a veces no llega tan lejos, pero, al parecer, a alguien le pareció que había complicaciones en su escritura que merecían más la pena ocasionar una huella indeleble en nuestra lengua ya llenita de un montón de palabras que casi no usamos jamás como impío, que también se usa mucho en la Biblia, iniquidad, execrable, sempiterno, dadivoso, entre otras que casi siempre tienen que ver con cosas malas o buenas, entonces, cuando esta persona leyó las palabras de apertura del apóstol Mateo en su evangelio, que no son más que la explicación de la línea genealógica de Jesús, que quién era hijo de quién y de quién y de quién y así sucesivamente en lo que se va casi todo el primer capítulo del evangelio, entonces pensó que eso era muy enredado y le puso la palabra que nos trae hoy a rompernos la cabeza. Pero hay muchas teorías, algunas tienen que ver hasta con el gallo y un juicio y una bulla y algo así, total que el cuento es medio galimatioso (si es que se puede hacer un adjetivo con esta palabra lo que no se sabe muy bien porque ya no la usamos casi nunca, excepto algunos escritores como el de mi libro de ciencias) y total que nadie puede dar una respuesta certera al asunto del origen. Aunque, por respeto a nuestra academia, y como esta prefiere atribuirle el origen a un escritor bíblico, tal vez porque se trata de literatura seria o quién sabe por qué, el hecho es que yo creo que mejor nos quedamos con la primera versión y le echamos toda la culpa a Mateo y a su compleja explicación de cómo fue que Jesús vino de la línea genealógica de Abrahán, simplemente para no discutir mucho y poder llegar a un consenso que es así como se logran las cosas realmente.
         Bueno, explicado ya el asunto y esperando que me hayan entendido lo suficiente acerca del significado y el origen de esta palabrita que supuestamente está cayendo en desuso, y digo supuestamente porque entonces uno escucha a algunos presidentes y dice: “¡¿Qué c*#o está diciendo?!”, lo cual deja muy claro que la palabra está en desuso pero que realmente es algo que no se dice pero que sí que se hace porque casi todo el mundo lo hace, lo cual le da vigencia, pues, ustedes comprenderán. Como decía, pues eso, espero que hayan entendido porque, así como decía la famosa Chimoltrufia, “como digo una cosa digo otra, pues si es que es como todo, hay cosas que ni qué, ¿tengo o no tengo razón?”.

andrealvilladac@gmail.com






Año V / N° CLI / 8 de mayo del 2017

lunes, 1 de mayo de 2017

Hablemos como el pueblo [CL]

Luis Roberts


 
Rafael Cadenas, gran profesor y el mejor poeta venezolano 
vivo (foto: EFE)




         El gran escritor Javier Marías publicó un artículo hace pocos días cuyo tema era “la puerilidad sonrojante de Podemos (el partido político español) de instalarse en el léxico grueso con pretextos ideológicos”. Profesor también de Teoría de la Traducción, recurre al ilustre filósofo y traductor George Steiner y su concepto de la ”intratraducción”, la traducción que sin cesar llevamos a cabo dentro de la propia lengua, para recordarnos las variaciones de registro y de léxico que todos, o los más avisados o educados, hacemos constantemente según nuestros interlocutores o las circunstancias.
         Esto viene a cuento de la propuesta que este partido ha hecho en el Congreso en España de incorporar un léxico “de la calle”, algo que no sorprende a Javier Marías, quien afirma que “los dirigentes de este partido simpatizan con todas las vilezas del mundo y se apuntan a casi todas las imbecilidades vetustas.” Nos adaptamos al habla de los otros, recurrimos a diferentes vocablos y registros, para ser mejor entendidos, para protegernos, conseguir nuestros propósitos, caer bien, resultar simpáticos, llamar la atención o no llamarla, o para decir a alguien: “No eres de los míos”.
         Que el lenguaje, el uso del léxico, no es ideológicamente neutral, es tan obvio que no merece detenerse en ello, y, ¡ojo!, no me refiero sólo al uso sexista del léxico, ni a la reacción contraria a esta vetustez que ha producido payasadas gramaticales que atentan, no sólo a la gramática sino a la economía del lenguaje, del tipo: “Venezolanos y venezolanas, profesores y profesoras, alumnos y alumnas, idiotas e idiotos.” El uso del léxico anuncia nuestra cosmovisión, nuestra ideología, el uso de un registro u otro, nuestra educación, nuestra inteligencia.
         “Todos somos capaces de instalarnos en lo grueso, nada más fácil, está al alcance de cualquiera, lo mismo que mostrarse cortés y respetuoso. Ninguna de las dos opciones tiene mérito alguno. Ahora bien, elegir la primera con pretextos ideológicos, con ánimo de provocar, es, en el mejor de los casos, de una puerilidad sonrojante, en el peor, de una estupidez supina y, además clasista”, dice Marías. Eso de utilizar un lenguaje que entienda la gente, demuestra un enorme desprecio por lo que ellos llaman “la gente” y otros “el pueblo”.
         Steiner, en un ejemplo de humildad, dice que no se puede ser a la vez “cartero”, profesor, como él, y creador. Tenemos la suerte de tener muy cerca la excepción a la regla: Rafael Cadenas, gran profesor y el mejor poeta venezolano vivo. Cadenas resalta las palabras de Erich Heller sobre nuestro común admirado Kraus: “Él descubrió los vínculos entre un falso imperfecto de subjuntivo y una mentalidad abyecta, entre una falsa sintaxis y la estructura deficiente de una sociedad, entre la gran frase hueca y el asesinato organizado”.
         ¿Que a qué viene todo esto? Pues que en un mundo globalizado las imbecilidades vetustas son una franquicia internacional, que miremos a nuestro alrededor y veamos que franquiciadores y franquiciados comparten las mismas vetusteces y el mismo registro impostado, falso y huero. Y que cada palo aguante su vela. Y perdonen por el cambio de registro final.

luisroberts@gmail.com





Año IV / N° CL / 1° de mayo del 2017