viernes, 29 de enero de 2021

Las palabras del 2020 [CCCXLI]

Ariadna Voulgaris

 

  

Clayton Moore y Jay Silverheers como
el Llanero Solitario y Toro en 1956

  

         Me acabo de encontrar en la página de la Real Academia Española un artículo sobre “las palabras del año” 2020, escogidas por las academias nacionales. No tengo idea de cómo las habrán escogido, pero examinando la lista uno piensa que el año pasado no hablamos de nada que no fuera la crisis del coronavirus. Voy a comentar las primeras 10 de esas palabras:

 

asintomático

         Ya estaba en el diccionario de la Academia desde el 2001, pero estaba lo que se llama restringido al vocabulario que usan los médicos. Este año, su frecuencia en los labios de la gente se elevó tanto, que la Academia acaba de agregar en su entrada el uso como sustantivo. Es como un retoñito que le acaba de brotar a un árbol.

 

confinamiento

         Hizo su debut en el diccionario en 1843, y en el 2020 se dio el lujo de que la Academia le agregara una acepción: ‘aislamiento temporal impuesto a una población por razones de salud o de seguridad’. Es como un pajarito que está pensando en salir de su jaula.

 

contagio

         Contagio significa ‘contacto’. El diccionario de 1729 dice: “infección y corrupción del aire, enfermedad que se pega y comunica por el contacto”; pero miren esta belleza: “metaphoricamente el vicio ù daño que se participa por la comunicación”. ¿Y esta delicadeza que citan de Gabriel del Corral?: “esta misma noche saldré al campo para librar tu casa del contagio de mi desdicha”.

 

coronavirus

         Miren esta pequeña joyita que encontré: ¡virus significa ‘veneno’! La verdad es que a mí no me queda muy clara la explicación que da la Academia, pero sí sé ahora que la palabra latina corona se refiere a la aureola que rodea el sol. Y la corona esta que entra en la palabra coronavirus, como se ha dicho tanto en los últimos 12 meses, proviene del inglés crown, que popularizaron los científicos americanos en 1968. Oh, my God, menos mal que Astérix ya había derrotado a Coronavirus porque ¡qué ponzoña de palabra, Dios mío!

 

covid-19

         Ay, estoy cansada de esta “palabra”. Solo voy a decir dos cosas de ella: que apoyo la idea de Edgardo Malaver de que el femenino que le pone la Academia no es natural, y que al final la gente va a preferir coronavirus, que aun largo tiene menos sílabas. Ah, figura en el diccionario desde el año pasado.

 

cuarentena

Ya en Ritos hemos hablado de la cuarentena. Proviene de cuarenta, pero la tradición de que las cuarentenas duren cuarenta días feneció hace más de cuarenta años. Esta vez, un poco más en unos sitios, un poco más en otros, ha durado casi un año, y lo que se ve en el horizonte no es que nos vayan a devolver ese tiempo. Más bien vamos a quedar debiendo. El descubrimiento que hago con la definición que da la Academia es que el peine de 4.000 hilos de los telares se llama cuarentena también. Imagen terrible de todo lo que nos ha barrido este año. Esta palabra es como esas brasas que van muriendo y de repente sopla una brisita y vuelven a encenderse. Siempre vuelve a encenderse.

 

distanciamiento

         Lo que hasta ahora se ha llamado distanciamiento social, yo lo he llamado todo el tiempo “distanciamiento físico”. Nadie sabe los parientes y amigos que tiene hasta que se los encierran en una pandemia. Resulta que distanciamiento tiene esas dos formas: distancia entre los cuerpos y distancia entre los corazones, como en la canción aquella de Gualberto Ibarreto: “Aunque de tu pecho al mío no hay distancia, no hay distancia, yo solo tengo, amor mío, tu fragancia, tu fragancia, pues me han dicho que el distanciamiento anda de escopeta armao”. El distanciamiento, en sus dos formas, está impreso en el diccionario desde 1984.

 

incertidumbre

         Algunos en marzo del año pasado creíamos que más o menos en junio volveríamos todos a la escuela, a la oficina y al mercado. Oía a otros más osados hablar de octubre y noviembre y pensaba que sería demasiado para todos. Quién sabe si podremos volver a visitarnos este año algún día. La palabra certidumbre (y su negación, incertidumbre) pertenecen a un grupo de palabras que para mí suenan a antiguo y a sabio: muchedumbre, herrumbre, podredumbre, servidumbre, vislumbre, pesadumbre, mansedumbre, reciedumbre, techumbre. Encontré otras en Internet que acaban con -umbre, pero como no las conozco, no las copié. Es una mala costumbre.

 

mascarilla

         De pequeña, me preguntaba qué era una carilla y por qué algunos querían más. Ahora me encuentro todos los días todo tipo de chistes sobre la pobre palabra. Un humorista griego escribió hace poco: “El otro día llegué a casa con una mascarilla nueva, y mi madre ya iba a llamar a la policía”. Es otra de las palabras que la Academia ha modificado recientemente. Los académicos como que trabajan ahora más que los enfermeros.

 

pandemia

         Ya me estaba faltando a mí una palabrita griega en este revoltillo de latinismos. Pandemia significa ‘todo el pueblo’, ustedes sabían eso, pero les traigo la noticia de que ha existido desde que Afrodita fue Afrodita, aunque hace un año parecía un tecnicismo de médicos y microbiólogos. Anda por el mundo latiniparlante, según los académicos, desde 1557, pero en español la vimos aterrizar en el diccionario hace menos de 100 años. Esta debe ser la primera pandemia verdaderamente pandémica, es decir, que alcanza a “todo el mundo”. Por lo menos la palabra se está luciendo con todos sus atractivos y gracias entre tirios y troyanos, entre blancos e indios, entre moros y cristianos.

 

ariadnavoulgaris@gmail.com


Otros artículos de Ariadna Voulgaris: 

  

Año VIII / N° CCCXLI / 28 de enero del 2021

martes, 19 de enero de 2021

Ligeia, Annabel y otras mujeres de Poe [CCCXL]

Edgardo Malaver



Estatua de Poe en la Universidad de Baltimore, obra de Moses Ezekiel, de 1916



 

No lo recordaba, pero resulta que dos años antes de ponerme a fisgar en la vida privada de Miguel de Cervantes para conocer su relación con las mujeres, ya había comenzado a hacerlo con otro escritor importante, esta vez de lengua inglesa. Lo descubrí en noviembre, cuando Gmail me avisó que mi buzón estaba a punto de derramarse porque borro muy pocos mensajes. Borrando y borrando, encontré uno que les escribí a las participantes del Taller Maelström de Narrativa y Poesía del 2012. Nada más leerlo pensé que había que publicarlo en Ritos, y me gustó la idea de celebrar con él el 212° aniversario del nacimiento del poeta, que es hoy. Os lo copio aquí:

 

He calumniado a Edgar Allan Poe. He examinado, de manera apresurada, sí, pero deteniéndome donde era necesario, la vida del escritor con las mujeres, y parece que estas no eran, como irresponsablemente dije hoy en el taller, una de las causas de su perdición. Poe sufría de depresión, alcoholismo, droga[dicción], ludopatía y otras adicciones y vicios (por algo es considerado el primero de los poetas malditos), pero no he encontrado señales de que fuera un depravado sexual, ni siquiera de que sintiera una pronunciada debilidad por los placeres de la carne, al menos los prohibidos y corruptos. [...]

La relación de Poe con las mujeres fue, sobre todo, literaria. El erotismo presente en sus obras, a pesar de calzar perfectamente en la época y los parámetros del romanticismo, no es escaso ni desproporcionado. El balance es tal que no parece ser un rasgo demasiado llamativo. Las mujeres de sus historias son incorpóreas, seres etéreos de belleza enigmática, casi siempre cerca de la muerte.

La relación con las mujeres de su vida personal fue siempre trágica. Su madre biológica murió cuando él tenía menos de tres años de edad. Su madre adoptiva, que lo amaba devota y sobreprotectoramente, murió también de tuberculosis siendo él [muy] joven. Poe se enamoró de Jane Stanford, madre de un compañero de estudios, que [murió] a los 31 años. Luego tuvo una relación con una mujer de su edad llamada Sarah Elmira Royster.

En 1831, Poe se va a vivir a casa de una hermana de su madrastra y ahí, después de unos años, encuentra su verdadero gran amor: Virginia, una de sus primas, con quien finalmente contrae matrimonio en mayo de 1836: ella tenía 13 años y él, 26. Para poder casarse falsificaron la fecha de nacimiento de la niña. En 1837 se va a vivir con ella a Nueva York, y en 1847, Virginia muere también de tuberculosis. Poe llega más tarde a casarse otra vez, con Sarah, pero poco después de esto, la crisis lo atrapa y muere víctima del alcohol en 1849.

Muchos piensan que Virginia es el modelo de Annabel Lee, la protagonista del poema homónimo que describe la desesperación del poeta por la muerte de la amada a causa de un “viento helado” en un “reino junto al mar”, que podría representar a Nueva York.

[......] También el cuento “Ligeia” ha sido relacionado con la muerte de la esposa de Poe, puesto que en esta historia el protagonista narra cómo su primera esposa resucita en el cuerpo de su segunda mujer cuando esta está a punto de morir.

En “Berenice”, el narrador, Egaeus, se prepara para casarse con su prima, que empieza a mostrar señales de una enfermedad desconocida, hasta que la única parte de su cuerpo que parece permanecer viva son sus bellos dientes, con los cuales Egaeus empieza a obsesionarse. Berenice muere finalmente y él profana su tumba para robar los dientes de su amada.

El afamado poema “El cuervo” cuenta una noche tenebrosa en que el poeta se enfrenta a un ave negra que le da certeza de que nunca más volverá a ver a la bella Leonor, que ha muerto poco antes. Este misterioso encuentro es la estocada final que sume al protagonista en la depresión para siempre.

Morella”, por su parte, cuenta una historia quizá poco relacionada con la vida real de Poe, puesto que parece que el poeta nunca tuvo hijos. En el cuento, el protagonista tiene una hija con su esposa [cuyo nombre da título a la historia], a quien no amaba realmente y que muere en el parto, y cuando bautizan a la niña, ésta, poseída por el espíritu de la madre, muere también. Al enterrarla en la misma tumba que a la madre, el protagonista descubre que los huesos de Morella no están en su tumba. [...]

 

La tumba sí fue como una mujer muy atractiva para Poe —suena como si lo dijera sin saber que toda su vida ocurrió durante el romanticismo—, pero parece que sólo le dedicó su último poema, el que describe su victoria sobre él. Una noche, enfermo, borracho, atormentado, solitario, pero con más poesía que sangre en las venas, Poe intentó besar a la muerte al salir del bar. La incorpórea figura lo dejó caer en una acera oscura de Baltimore y de aquella acera el poeta no se levantó... nunca más.


emalaver@gmail.com



Año VIII / N° CCCXXXVIII / 19 de enero del 2021



lunes, 11 de enero de 2021

IANVS [CCCXXXIX]

Ariadna Voulgaris




Jano bifronte, el dios que abría y cerraba todas las cosas en Roma



El niño iba caminando por las calles de Delfos. Delgado, descalzo y sin familia. Había luz y calor. Y Xifeo venía caminando también por aquellas calles, de vuelta del oráculo. Tanta luz tenía que ser anuncio de lo que debía encontrar hoy: calor para su familia. Entonces vio al niño que venía hacia él. Al mismo tiempo el niño lo vio a él. Xifeo oyó en su mente las palabras del oráculo: “Rapta al primer niño que aparezca mañana ante ti”.

—¿Deseas de vivir en Atenas? —le preguntó.

—¿Dónde es Atenas? —respondió el niño.

—Ven conmigo.

Y lo tomó de la mano. Cuando ponían pie en el barco, se le ocurrió preguntarle su nombre. El niño dijo: “Jano”.

Xifeo le llevó a Jano a su mujer, Creusa, hija del rey de Atenas, con quien no había podido engendrar hijos. Y con el paso del tiempo, descubrieron que el niño era en realidad el hijo que Creusa había tenido antes de conocer a su esposo y que el rey la había obligado a abandonar en Delfos.

Y con el tiempo también, Jano se convirtió en un guerrero audaz y sus victorias lo llevaron hasta Italia, donde fundó varias ciudades. Adquirió tanta fama que Saturno, cuando fue destronado por Júpiter, su hijo, fue a refugiarse en territorios de Jano. Agradecido por su protección, el dios le concedió el don de ver el pasado y el porvenir simultáneamente. Jano empleó con tanta sabiduría y justicia este poder que Saturno lo convirtió también en dios.

Jano entonces fue capaz de mirar al mismo tiempo el comienzo y el final de todas las cosas, y avistaba el solsticio de verano y el de invierno y, por tanto, la llegada de los hombres a esta vida y su partida. En su templo en Roma (construido por orden de Numa Pompilio, segundo rey de Roma, en el siglo VIII antes de Cristo), Jano era colocado en el mero centro para que observara la puerta del amanecer y la del ocaso. Por esta razón se le representaba con un rostro por delante y otro por detrás, a menudo uno joven y el otro de anciano. Jano es, pues, el dios de los umbrales, desde los cuales puede verse hacia adentro y hacia afuera, lo propio y lo extraño, lo íntimo y lo público. Es también la imagen del tránsito del caos a la civilización.

Y así, finalmente, en el año 45 antes de Cristo, cuando Julio César decidió reformar el calendario, agregó dos meses al principio de los diez que por siglos habían seguido los latinos y dedicó el primero de ellos al dios Jano. Lo llamó Ianuarius mensis (‘mes de Jano’), para que en adelante mediara, cual umbral, entre un año que termina y el que comienza. En español lo llamamos enero.


ariadnavoulgaris@gmail.com




Año VIII / N° CCCXXXIX / 11 de enero del 2021



lunes, 4 de enero de 2021

Otra maldición de Bolívar [CCCXXXVIII]

Edgardo Malaver




Corona de oro que regalaron los cuzqueños a Bolívar en junio de 1825




El tercer asombro que experimenté en diciembre, cuando me puse a leer los documentos de Simón Bolívar para hablar de sus frases en el habla popular venezolana, fue con la idea extendidísima aquella de que Bolívar era masón. Apuesto fuertes a lochas que todo el que lea hoy Ritos de Ilación ha oído decir, ha pensado e incluso ha creído fielmente que el Libertador pertenecía a este grupo. Según mis observaciones, en Venezuela, todo aquel que ha superado los 30 años de edad y desea impresionar a cualquier interlocutor a quien crea de menor grado de instrucción, ha soltado, entre whisky y whisky, la desdichada frase (que intentaré no escribir más, porque a mí ni siquiera me ha importado jamás si es verdad o no y porque a Bolívar de lejos se le nota que no era importante para él).

Resulta que el 8 de octubre de 1826, desde Ibarra, Ecuador, Bolívar le escribe a Francisco de Paula Santander, que lo sustituye como presidente en Colombia, para responder varias cartas de éste, y en la post data, da su parecer sobre varias personas en Perú, en Ecuador y en Colombia con las cuales deben tener cuidado. Una de estas personas es un tal Flores, que “se ha hecho odioso por los masones”.

Un año antes, el 21 de octubre de 1825, en Potosí, Bolivia, le había escrito también para decirle, entre otras muchas cosas:


Vd. tiene la culpa [de los ataques], porque no los ha sabido tratar por las majaderías de masones [...]. Conmigo siempre están bien, porque los lisonjeo y los sujeto en los límites que me parecen justos. Malditos sean los masones y los tales filósofos charlatanes [...]. Por aquí no hay nada de esto, y los que haya serán tratados como es justo.


Sin embargo, la joya de la corona es un decreto emitido por Bolívar el 8 de noviembre de 1828, en el cual prohíbe las sociedades o confraternidades secretas en toda Colombia, fuere cual fuere su denominación. El decreto ordenaba a los gobernadores y jefes de policía disolver tales grupos y aplicar las sanciones sumariamente, para que nadie tuviera ocasión de alegar nada en su defensa.

Dado todo esto, o Bolívar era contrario a la masonería o se había decepcionado de ella. Es decir, si de veras había entrado en una organización masónica en 1804 estando en Cádiz, había llegado a un punto en que ya no pensaba igual y, porque le parecía nociva para la república, como dice el decreto, se le oponía.

En la carta de 1825 a Santander, le pide que no difunda sus cartas: “No mande Vd. publicar mis cartas, ni vivo ni muerto, porque ellas están escritas con mucha libertad y con mucho desorden”. Como si me lo hubiera dicho a mí, voy a dejarlos descansar de Bolívar. Nos vemos el 20 de marzo.


emalaver@gmail.com




Año VIII / N° CCCXXXVIII / 4 de enero del 2021