sábado, 31 de octubre de 2020

La TARDIS y la traductología: una mirada al futuro de la traducción [CCCXXVII]

Sérvulo Uzcátegui Gómez




Reloj Astronómico de la Alcaldía de Praga




En algún lugar de la inmensidad del cosmos, una formidable máquina viaja a través del espacio y el tiempo, llevando a su pasajero y navegante, un solitario señor del tiempo que se hace llamar el Doctor, a las más diversas aventuras, enfrentando amenazas, combatiendo monstruos y salvando al universo una y otra vez. Y esa máquina formidable está dotada, entre otros, de un artilugio a cuyo desarrollo contribuyeron traductores, intérpretes y especialistas de múltiples disciplinas. Y no, semejante máquina no es una idea nueva, sino que ya fue imaginada y concebida por diferentes guionistas de una serie de ciencia ficción de la British Broadcasting Corporation en 1963, más exactamente la ya longeva serie Doctor Who, que para mí es tan representativa de lo que es británico como Monty Python’s Flying Circus, Absolutely Fabulous o Wallace & Gromit.

Esa máquina extraordinaria es la TARDIS, nombre que proviene del acrónimo Time And Relative Dimensions In Space, con que la definió uno de sus protagonistas. No pretendo aburrir a quien lea estas líneas explicando la larga y (en opinión de algunos) tediosa historia del viajero del tiempo y el espacio que robó (o mejor dicho tomó prestada) una nave para huir de su planeta, y lleva ya más de cincuenta años visitando periódicamente el nuestro, y apareciendo en televisión, y más recientemente en Internet. La razón por la que traigo a colación esa singular nave es uno de las contraptions, o artilugios con que los timelords, o señores del tiempo de Gallifrey, el planeta natal del Doctor, la dotaron: un “circuito de campo telepático” que traduce prácticamente todo lenguaje del universo, excepto los muy antiguos, o el propio gallifreyano (y que hace que todas las civilizaciones y razas humanas y alienígenas que el Doctor y sus companions conocen en sus viajes hablen en un claro inglés británico).

Haciendo un poco a un lado la fantasía de una poderosa e inteligentísima civilización alienígena capaz de concebir y construir una máquina así, fantasía fruto de la creatividad y la imaginación de showrunners y libretistas al servicio de la BBC, hay que reflexionar un poco sobre el titánico trabajo que significa la realización de semejante dispositivo o máquina. La ciencia aplicada por los timelords requirió un trabajo de siglos para su desarrollo y apuntalamiento, y sus herramientas, que la civilización de Gallifrey posiblemente haya llamado de otra forma, existen en nuestro planeta Tierra apenas desde el siglo XX, y se reúnen bajo el concepto de la traductología; algo clave para comprender y definir los procesos de traducción e interpretación, y que en su crecimiento va abarcando cada vez más disciplinas con el paso del tiempo. Para que haya una traducción debe haber diccionarios, y esos diccionarios deben ser el resultado de un trabajo de décadas, cuando no de siglos; la recopilación de palabras, locuciones y dichos de todas las épocas, teniendo en consideración el hecho de que el vocabulario cambia constante y permanentemente... de modo que dicha máquina no sólo debe ser un compendio de diccionarios y libros de gramática, sino también tener el profundo entendimiento del contexto y el correcto uso en el momento justo, no sólo de la palabra escrita, sino también de la escuchada y la hablada, con fino tacto y de forma diplomática y creativa; algo de lo que las actuales aplicaciones de CAT (computer assisted translation) están todavía muy lejos (basta ver los resultados de las machine translations de páginas web y subtítulos de películas para hacerse una idea). Y es que todavía no tienen el discernimiento, el libre albedrío y el azar (esto último aún imposible de generar) necesarios para tomar las decisiones requeridas cuando se trata de elegir la palabra o frase correcta; hablo, en suma, de la inteligencia artificial, de la singularidad del surgimiento de la consciencia dentro de la misma, sirviéndose de miles de millones de líneas de código, recopiladas en bancos de datos y organizadas por algoritmos, y de alguna forma provista ya con ética, moral e incluso espiritualidad, demuestre la capacidad absoluta de ser traductor e intérprete, diplomático, juez justo, tutorial y a fin de cuentas constructor de puentes, primero entre los habitantes del planeta nativo, y luego entre las civilizaciones del sistema solar, hasta alcanzar los mundos habitados de la galaxia y, al final, del resto del universo. Tales atributos son los que posee la TARDIS, y hacen de ella poco menos que el traductor e intérprete perfecto, lo cual da profundidad y misterio a esa máquina, y explica en parte la fascinación que por más de cincuenta años ha ejercido esa historia de ciencia ficción británica.

Desde luego, estoy consciente de que mi tema se encuentra aún en un futuro muy, muy lejano, si no aparece, desde luego, algo (o alguien) que nos ayude, nos dé el empujoncito necesario para dar el salto evolutivo que necesitamos para llegar hasta allí, un poco antes que a través de la larga, trabajosa y dolorosa evolución humana. Mientras la raza humana llega a ese día (que no verán nuestros ojos), el trabajo de los traductores e intérpretes y el de todos quienes trabajan en las disciplinas relacionadas con la ciencia de la traducción, seguirá siendo invaluable e imprescindible; cada uno desde la diminuta esfera de su aporte individual, construye puentes, lleva al entendimiento y a la comprensión y es, en definitiva, el motor y el corazón del intercambio cultural. No habría cultura ni cosmopolitismo ni universalismo si no existieran las traducciones, y sin intérpretes no existiría la diplomacia.

Me gusta imaginar que, en este preciso instante, en algún lugar del mundo, los aportes de cada traductor e intérprete están siendo procesados y guardados en sendos bancos de datos en algo similar al Proyecto Gutenberg, donde tarde o temprano serán recombinados para convertirse en la base de una futura máquina, que cuando llegue el momento se volverá pensante y sintiente y asumirá el rol de un traductor e intérprete más o menos universal. Una máquina que ya es una posibilidad muy concreta para los whovians, o fans del Doctor Who, entre los que ya me cuento.


servuzcg@yahoo.es




Año VIII / N° CCCXXVII / 31 de octubre del 2020




 

jueves, 29 de octubre de 2020

Histoire imprécise des belles infidèles [CCCXXVI]

Edgardo Malaver




Caperucita Roja conoce al Lobo. Ilustrador anónimo, 1845






Después de horas y horas de lectura, comencé a escribir este artículo dudando que el poeta francés Gilles Ménage (1613-92) hubiera escrito alguna vez lo que más se repite de su obra, una afirmación que siempre figura en los relatos sobre la aparición del término belles infidèles, perteneciente al mundo de la traducción, pero también al de la literatura. Escribiendo la primera frase, repentinamente me percaté de que ninguno de los autores que yo consideraba serios, los que tuvieran nombres conocidos, ninguno traía la célebre cita sobre la amante de Ménage en Tours. Esta la ponían los desconocidos, y casi siempre sin declarar datos de fecha, edición, etc. Entonces volví a la lectura y descubrí que Ménage nunca dijo eso... o sí lo dijo, pero no lo dijo así.

En el siglo XVII se produjo en Francia un fenómeno literario nacido de la traducción que tuvo tanta visibilidad que se puede nombrar esa época, incluso ese siglo, por el nombre que se les dio a las traducciones, más que a las obras originales: el período (o el siglo) de las bellas infieles. Algunos traductores, encabezados por Nicolas Perrot d’Ablancourt (1606-64), hacían traducciones dejándose conducir para ello por su particular sentido del gusto, del “buen” gusto, claro, un gusto, además, exclusivamente francés. En otras palabras, aquellos traductores presentaban a los lectores franceses versiones de obras extranjeras en las que habían hecho las “correcciones” de estilo, de léxico y de cualquier naturaleza que ellos juzgaban “necesarias”, “pertinentes”, “favorables” para que el original mereciera ocupar un lugar en la literatura francesa. En muchos casos llegaron al extremo de modificar la obra mutilándole partes (alusiones, metáforas, proverbios y más) que pudieran herir u ofender la moral, la sensibilidad o el pudor de los lectores. Sobre todo los guiaba su propio sentido de cómo debía ser aquella obra que ya había sido escrita siglos antes para adecuarse a lo que habría escrito un francés del siglo XVII. El mayor apogeo del “movimiento” ocurrió dentro de las décadas de los 1640 y 1660.

D’Ablancourt tradujo en 1654 las obras completas de Luciano de Samosata (125-81) y por las libertades que se tomó en su trabajo recibió aplausos y cuestionamientos. Ménage, uno de sus principales críticos, en uno de sus artículos describió esta traducción comparándola con una amante suya a quien él apodaba “la bella infiel” (es fácil entender por qué). La versión más popular de esta historia es la que cuenta Edmond Cary en Les grands traducteurs français: “Me recuerdan a una mujer que amé mucho en Tours, y que era hermosa, pero me era infiel” (1963, 29). Se la conocía desde siempre, pero la versión siglo XX de Cary es la más difundida en la actualidad. Michel Ballard en De Cicéron à Benjamin nos revela lo que parece ser el párrafo que verdaderamente escribió Ménage: “Cuando apareció la traducción del Luciano del señor D’Ablancourt, mucha gente se quejó de que no era fiel. Yo la llamaba la bella infiel, que era el nombre que le había dado de joven a una de mis amadas” (1992, 147). Christian Balliu, después, en “Los traductores transparentes” afirma que la variante de Cary “con la alusión a la ciudad de Tours no se encuentra en ninguna fuente” (1995, 15). Nadie parece tener una versión más precisa.

Tal como hizo Ménage, otros criticaron duramente a D’Ablancourt y a todo aquel traductor que “embelleciera” el material original para adaptarlo al gusto y al espíritu francés de la época. Las bellas infieles tuvieron, a lo largo de la historia, opositores prominentes como Voltaire (1694-1778), que, a pesar de todo, no dejaron de reconocer el estilo elegante y refinado con que aquellos traductores hacían “originales” sus “traducciones”. Al mismo tiempo, ha habido también quienes los han respaldado, como el influyente Nicolas Boileau (1636-1711), el poeta que tradujo el tratado De lo sublime, y Charles Perrault (1628-1703), el autor de Caperucita Roja.

En contra de lo que parece hasta este punto, D’Ablancourt actúa con bastante honestidad. Por ejemplo, en uno de sus prólogos dice que sus traducciones son apenas “transposiciones” y que sólo pretende “retratar a los autores clásicos tal como hubiesen sido si vivieran en el siglo XVII” (Balliu, 1995, 23). Menos claridad nos deja en su proceder don Andrés Bello, que no menciona que unos cuantos de sus poemas son en realidad traducciones de versos de Víctor Hugo y otros autores.

Explica también que así como los embajadores se visten a la moda del país al que son enviados, la obra (y sobre todo el sentido de la obra) que se traduce bien puede adaptarse “al aire y a las maneras” de la lengua de llegada, pues “épocas diferentes exigen no solamente palabras sino también pensamientos diferentes” (D’Ablancourt citado por Balliu, 1995, 26). Los dramaturgos-traductores romanos actuaban de la misma manera cuando traducían-adaptaban las piezas teatrales griegas al latín, argumenta. Podemos acordarnos también de Martín Lutero cuando “miraba en la boca de los alemanes” la forma de decir más apropiada para trasladar el contenido del Antiguo Testamento al alemán.

Tenemos aquí entonces a un traductor que, a pesar de la imagen que nos han transmitido de él y de su escuela, ha construido una especie de posición teórica —y bien podría decirse que ideológica—, sobre su actitud, su práctica y su método de traducción. ¿Por qué se le “acusa” de proceder indebidamente al traducir textos de la antigua Roma al francés? Las traductoras feministas y poscoloniales hacen lo mismo. Es sencillo. Ménage, que era poeta, no traductor, y que no había logrado entrar en la Academia Francesa —aunque también es justo agregar que D’Ablancourt había recibido la ayuda de su amigo el académico Valentin Conrart (1603-75), que no lo era de Ménage— no gustaba de él y posiblemente era capaz de percibir las diferencias entre los originales griegos y latinos y las traducciones, y, por otro, esperaba disfrutarlos en todo su esplendor en su lengua materna. Y D’Ablancourt y compañía, como queda claro, le negaban ese placer, al menos parcialmente.

La aparición de las bellas infieles puede deberse en definitiva a que las “reglas” para la traducción —si es que tal cosa existió alguna vez— estaban de cierto modo edulcoradas por la categoría de género literario (género menor, pero género) que venía dándosele a la traducción desde hacía algún tiempo, en particular desde los sacrosantos espacios de la Academia, precisamente. También puede pensarse que aunque no todos los poetas eran traductores, en aquel momento todos los traductores sí que eran poetas.

El resultado más lujoso del trabajo de D’Ablancourt y otros traductores de bellas infieles y su admisión y labor en la Academia Francesa es que la traducción subió varios peldaños en la apreciación que en adelante tuvieron de ella los intelectuales y, más tarde, el público consumidor de traducciones. Para la lengua francesa, significó de igual modo un enriquecimiento, puesto que había un esfuerzo por embellecerla, ennoblecerla, alimentarla con nuevas formas de decir, nuevas historias e incluso nuevas palabras. La traducción era un género literario que se servía del autor para edificar nuevos monumentos en la lengua receptora, y para edificar la lengua receptora. Y la literatura escrita en francés, que en el siglo XVII sólo se escribía en Francia, siguió puliendo a su alrededor la imagen de que ella sola representaba el buen gusto en Europa y en el mundo.

En el matrimonio y en la traducción, todo depende de una promesa de fidelidad. En esta metáfora el traductor es la madre y recae sobre él la responsabilidad de “echar al mundo” hijos que reflejen la imagen indiscutible del padre, el autor, la autoridad. Si no lo hace, si esa imagen queda distorsionada y esa herencia no es claramente atribuible a la estirpe verdadera de donde proviene, los dedos acusadores señalan a la madre… y al traductor. De modo que este “arte de traducir a la francesa” quizá no cuadre geométricamente con el concepto de traducción, pero visto con los anteojos de la poesía, es arte y, por esta razón, ha sobrevivido en el tiempo. Las bellas infieles han tenido, como toda traducción, su influencia en la literatura y, por tanto, en la cultura. El propio Víctor Hugo, 200 años más tarde, utilizaría también la imagen de la sangre del padre para defender la traducción como camino para el enriquecimiento cultural: “Los cruces son tan necesarios para el pensamiento como para la sangre” (1996, 299). O sea, aun infiel, cuando es bella, la traducción multiplica la salud de la lengua.


emalaver@gmail.com




Referencias

Ballard, M. (1992). De Cicéron à Benjamin. Lille: Presse Universitaire de Lille.

Balliu, C. (1995). “Los traductores transparentes. Historia de la traducción en Francia durante el período clásico”. Hieronymus Complutensis 1, 9-51.

Hugo, V. (1996). “Los traductores”. En López García, D. (ed.), Teorías de la traducción: Antología de textos (283-307). Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Ménage, G. (1694). Menagiana. París: Pierre Delaulne.

Mounin, G. (1994). Les belles infidèles. Lille: Presses Universitaires de Lille.






Año VIII / N° CCCXXVI / 29 de octubre del 2020




jueves, 22 de octubre de 2020

Cuarentena y traducción en manos de una lingüista [CCCXXV]

Luisa Teresa Arenas Salas

 

 

Don Quijote es llevado de vuelta 

a casa dentro de una jaula


 

  

En agosto pasado, nos reunimos como equipo de la Unidad de Extensión de la Escuela de Idiomas Modernos para compartir una lluvia de ideas en aras de organizar el tradicional evento conmemorativo del Día Internacional del Traductor y del Intérprete. Al ver emocionados nuestras caras en la pantalla, después del saludo, se produjo un aguacero de expresiones sobre nuestra situación producto de la pandemia. Fluyeron voces asociadas a lo que cada uno de nosotros sentía producto del encierro, confinamiento, ostracismo, cautiverio, presidio, aislamiento, en fin, cuarentena radical, obligatoria, inflexible.

¿Y todo esto qué tiene que ver con la traducción? Una anécdota de Edgardo Malaver fue muy pertinente, pues comentó que él, en su proceso de selección de carrera leyendo el libro del CNU, entendió que esa era la profesión más adecuada para vivirla con amor, por su disfrute estando aislado, consigo mismo, solo.

—Pero no es lo mismo.

Después, surgió la figura de san Jerónimo, aislado en una cueva, cautivo a voluntad durante muchos días, meses y años, dicen algunos, para la traducción de la Biblia, la Vulgata. Es decir, que para traducir, el aislamiento es necesario, ponerse en cuarentena, confinarse en una habitación aislada, distanciarse socialmente...

—Pero no es lo mismo.

No es lo mismo porque entre todas estas voces sinónimas: cuarentena, aislamiento, presidio, confinamiento, ostracismo, encerrona, reclusión, prisión, encierro, que se han repetido en estos 220 días de permanencia obligada en casa, la voz ANTÓNIMA que danza en nuestras mentes y en nuestros corazones es ¡LIBERTAD!

—¡Claro!

Si para traducir decido aislarme, confinarme, recluirme, distanciarme socialmente por un tiempo corto o largo, dependiendo de la extensión del texto a traducir, lo hago a voluntad, libremente, por una decisión consciente para obtener el mejor producto: el texto traducido.

—¡Claro!

Y ese producto: una traducción coherente, bien lograda, adecuada al encargo me va a producir como traductor grandes beneficios personales por el deber cumplido y, obviamente, beneficios económicos por el trabajo realizado con satisfacción y amor.

Ahora bien, toda esta reflexión es de una profesora, que no es traductora, pero se dedica a áreas básicas en el ejercicio de la traducción, la lingüística, y, en este caso, interpreta con base en los niveles léxico-semántico-pragmático.

¿Qué rasgos semánticos asocian esas voces? ¿Por qué mi hermano, ante mi saludo al teléfono: ¿Cómo has estado?”, responde con ira: “Preso”, y yo entiendo claramente el profundo sentido de esa respuesta contenida en una sola palabra?

En lo pragmático, el contexto situacional en el que alguien utiliza esas palabras difiere. Aislarse en libertad para traducir no es lo mismo que aislarse obligatoriamente por orden gubernamental debido a una pandemia; el contexto es distinto: si traduzco aislado a voluntad, me capitalizo; aislado por un confinamiento estricto, me descapitalizo.

En lo léxico-semántico, la sinonimia de ese campo léxico que enumeramos arriba, se produce por los semas, rasgos semánticos semejantes entre ellos, como puede observarse en las definiciones de cada una y las consideraciones como sinónimos, por diccionarios de sinónimos y antónimos como el Word Reference en línea.

Veamos las definiciones. De ellas, tomo las acepciones que me interesan y destaco los semas comunes.


  • Cuarentena: (acepción II) aislamiento preventivo a que se somete (¿obligación?) durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales

  • Confinamiento: acción y efecto de confinar. Confinar: recluir dentro de unos límites. Confinaban a los judíos en campos de concentración. (¿Metafórico?)

  • Ostracismo: 2. apartamiento de cualquier responsabilidad o función política o social. (¿Trabajo? ¿Educación?)

  • Presidio: 3. Hist. Guarnición de soldados que se ponían en las plazas, castillos y fortalezas para su custodia y defensa. (Cualquier parecido con la realidad...)

  • Aislamiento: acción y efecto de aislar. Aislar: 2. apartar a alguien de la comunicación y trato con los demás. (¿Distanciamiento social?) 3. Impedir el paso (¿entre municipios?) o la transmisión de la electricidad, el calor, el sonido la humedad, etc. 4. Abstraer, apartar los sentidos o la mente de la realidad inmediata (casi, casi, ¿no?). (DLE, 2006)


Obviamente, esta es mi visión, comentada desde mi perspectiva en este contexto de restricciones.

Esas definiciones determinan el surgimiento de voces sinónimas, a partir de semas específicos (denotativos) y semas virtuales (connotativos) que se lexicalizan como palabras. Veamos a partir de la voz cuarentena en estudio qué nos da el Word Reference en su diccionario de sinónimos y antónimos;


  • cuarentena: incomunicación, separación, confinamiento, clausura, cierre, aislamiento;

  • confinamiento: cuarentena, clausura, presidio, relegación, internamiento, aislamiento, incomunicación, ostracismo, posposición;

  • ostracismo: destierro, exilio, extrañamiento, proscripción, alejamiento, relegación, confinamiento, aislamiento, vacío, boicot, alejamiento, exclusión;

  • presidio: encierro, encarcelamiento, cautiverio, reclusión, confinamiento, condena;

  • aislamiento: retiro, incomunicación, separación, apartamiento, cuarentena, ostracismo, soledad, confinamiento, reclusión.


Y leyendo mis argumentos, muchos “ritenses” se preguntarán: ¿por qué la profesora no ha subrayado el sema ‘incomunicación’ si se repite en todas las palabras?

Ilando fino el sentido propuesto en el marco de un rito de ilación, la respuesta es obvia. Se ha logrado un distanciamiento físico mas no “social”, que es el adjetivo que emplea el ordenamiento “Quédate en casa”. La comunicación lingüística es intercambio de sentires, ideas, emociones... y los medios, las redes, la tecnología nos han mantenido unidos y más comunicados cada día. Ellos difunden el grito de ¡LIBERTAD!, antónimo reiterativo en este cautiverio obligado.

Es mi interpretación, la manera como yo traduzco lo que vivo. Y pienso: ¿qué diría la persona contagiada de covid-19 en un hospital centinela, el migrante que regresa y queda “retenido” en un campamento, la persona que se encuentra varada en un país lejos de su hogar, el ciudadano que obligaron a hacer lagartijas en una plaza por haber salido de su casa a abastecerse de alimento, la persona de la tercera edad (¡a partir de 50 años!, ¡madre mía!) que no podía salir de su casa ni siquiera a tomar el sol?

En fin, ilando con el título, cuarentena y traducción, cabe citar cómo san Jerónimo concebía la traducción, según Georges Bastin (1994: 89): “Había aprendido que si bien la Palabra no engaña, los caminos que ésta sigue para alcanzarnos a cada uno tenían la calidad de los hombres que los abrían. (...) Traducir no era traicionar sino atraer a otras praderas el gran rebaño de palabras. No era transvasar viejas aguas en vasijas nuevas, sino literalmente transformarlas en vino”.

¡Salud! ¡Sentido! ¡Libertad!


ltarenas13@gmail.com




Referencias bibliográficas

Bastin, Georges (1994). “Jerónimo, la novela del santo traductor”, en Núcleo 8, 89-94.




Año VIII / N° CCCXXV / 22 de octubre del 2020


 

lunes, 19 de octubre de 2020

La localiseichon [CCCXXIV]

Álvaro Durán Hedderich




Hagrid, de Harry Potter, también es parte 

de la historia de la traducción





La localización, o localization, como se conoce en el mercado, es una... una... la verdad, no hay muchas definiciones ni estudios al respecto, así que podríamos decir que es una disciplina, una técnica, una rama de la traducción o cualquier cosa que mejor nos parezca. En todo caso, lo importante es que la localization surge como una fase posterior a la traducción, necesaria para moldear casi cualquier producto a un mercado específico. Esto implica revisar qué puede ser mejor aceptado en la cultura de llegada, incluso el diseño, los colores o cualquier detallito que pueda malinterpretarse, a pesar de que sea una buena traducción.

Todo comenzó más o menos en los 80, cuando los videojuegos empezaron a ofrecer narrativas e historias que siguen atrapando al público. La industria japonesa creó miles de juegos... pero había que conquistar el multimillonario mercado de los Estados Unidos. Ahí nacieron traducciones descuidadas que pasaron al salón de la fama de los memes y chistes gamers, como el de esos extraterrestres invasores que dicen: “All your base are belong to us” (Zero Wing, 1989).

Con el pasar de los años, la industria de videojuegos fue notando la importancia de la traducción y de “localizar” cualquier detalle que pueda generar un issue. Es un proceso de quality assurance pero con conocimientos en idiomas. Esto pasó lentamente, no crean que fue de la noche a la mañana, sobre todo porque en un mundo que depende de los códigos y softwares, lo gramatical queda relegado... y lo cultural, ni les cuento. Pero hay un gran pero que permitió que surgiera esta relativamente nueva faceta del traductor: Todos pertenecemos a alguna cultura y, si no se toma eso en cuenta, puedes caer en polémicas que te llevan a perder dinero.

Es por ese preciso detalle que los productores de Pokémon Diamond y Pearl tuvieron la sabia decisión de cambiar la pose de un personaje de manera que no pareciera un saludo típico de los nazis en la versión que crearon para Europa. Si no me creen, vayan a un buscador en Internet y escriban “nazi registeel”. Verán un Pokémon con la manito arriba. Al llegar el siglo XXI, la industria de los videojuegos entendió un poco más lo interesante que era para sus bolsillos atrapar a esos potenciales clientes que no hablaban inglés. Aparecieron, entonces, juegos como Harry Potter y la piedra filosofal doblados al español.

¡Fascinante! Por fin un juego de este nivel estaba en nuestro propio idioma. Dato curioso: más de un niño de los 90 asegura haber aprendido inglés por no tener otra opción cuando jugaba La Leyenda de Zelda. Ahora podías entender a Harry y a Ron y a... ¿Jermión...?, espera... qué gracioso es ese acento. Ah, es de España, claro, por eso son grageas en lugar de caramelos... y otro montón de cosas lejanas para el niño latinoamericano.

Ya pasaron 20 años del inicio de este milenio que va dejando de ser nuevo entre pandemia y cambios sociales inmensos, pero el mundo de la localización no ha cambiado mucho en algunos estudios de videojuegos, al menos para nuestra región. Sin embargo, los números indican que no es tan descabellada esta situación.

Para el 2019, Knoema publicó su top 100 de los países que más le dieron ganancias a la industria. Los primeros 10 son China, Estados Unidos, Japón, Corea, Alemania, Reino Unido, Francia, Canadá, España e Italia, en ese mismo orden. El único país que tiene nuestro idioma dentro de esos 10 es “la Corona”. Las excolonias apenas empezamos a aparecer en la lista en el puesto 12, con México, más tarde aparece Argentina, en el puesto 30... y si a esos dos les sumamos las ganancias en Colombia y Chile, nuestra región sigue produciéndoles menos plata que Alemania sola.

De este criterio de rentabilidad nace el término FIGS, como les dicen a los idiomas más baratos para traducir/localizar, es decir, el French, el Italian, el German y el Spanish. Con respecto al último, casi siempre se elige hacer una versión para Europa. Cuando no, se van por una traducción o doblaje cuasiestándar, simulando lo que ocurre con las películas. A fin de cuentas, lo que se tiene como objetivo con esta práctica posterior a traducir, es lograr que esos textos se puedan percibir lo más naturales que sea posible en el mercado de llegada a pesar de que exista una diferencia cultural entre los creadores y su público. Como los colores y el diseño son un tipo de discurso, no están exentos de cambios... o no deberían.

La realidad es que el developer del juego casi nunca es el mismo que el experto en la cultura de llegada... y no sabe o cree que no tiene por qué saber la importancia de las referencias culturales... entonces las sugerencias de cambios de parte del equipo de localización pueden quedar con una marca de “Won’t fix” en la plataforma de revisiones. Después de todo, el programador que cambia el contenido que se ve en pantalla es otro, no el experto en idiomas.

Pero no todo es tan oscuro para el gremio en este mundo. Juegos como Detroit: Become Human son toda una obra de arte en localización, incluso en ese español estándar que nos sumerge en la historia al nivel de una producción filmográfica. De hecho, a principios del milenio se hizo lo que muchos consideran la mejor traducción y localización de un videojuego, el famoso Final Fantasy IX, donde conseguimos diferentes acentos y registros de habla, dependiendo de la personalidad o características de los personajes.

Hoy en día en apps como Harry Potter: Hogwarts Mystery, se intenta mantener los descuidos gramaticales de Hagrid en cada idioma para darle al fanático de la saga ese detalle auténtico que pensó J.K. Rowling. En otras apps, como Call of Duty Mobile, a veces hay inconsistencias que generan gran confusión entre la comunidad. El jugador tiene una habilidad llamada “Despiadado”, pero la misión le pide que use una inexistente habilidad “Sangre fría”. Todo es culpa de que en inglés se llama “Cold-Blooded”. Cuando no se mantiene un mismo criterio de traducción para términos específicos, pasan estas cosas. El error salió a la luz pública por dos posibles razones: Localization lo dejó pasar o, quizás, Localization lo reportó pero los desarrolladores lo consideraron poco importante.

A fin de cuentas, podríamos describir la localización para nuestra región de esta manera: una actividad llena de un sinfín de anglicismos y de espanglish, entretenido, lleno de colores y cultura, mucha cultura acompañada de unos cuantos won’t fixes. Y todavía quedaría por hablar de las website localizations, pero cumple con los mismos principios y pueden conseguir más información en Wikipedia.


alvdh27@gmail.com





Año VIII / N° CCCXXIV / 19 de octubre del 2020