jueves, 30 de noviembre de 2023

Jugar un quintico [CDXXXV]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

El quinto círculo es de los iracundos. Mapa del infierno (1498),
de Sandro Botticelli

 

 

         Mi abuela me lo explicó un día: “Se dice jugar un quintico porque los billetes de lotería estaban divididos en cinco quintos, y uno podía jugar el billete entero, o, si uno no tenía suficiente centavo, cuatro quintos, tres, dos y hasta un quintico”.

         No me hizo falta más. Jugarle a alguien un quintico, que era lo que yo le había preguntado, significaba, haciendo las equivalencias, apostar, al menos, lo mínimo por esa persona. Y ese apostar tenía que estar asociado a su apariencia, juventud, belleza o algún valor que seguramente se suponía que se iba reduciendo, pero que en esta persona parecía mantenerse de alguna forma por más tiempo del esperado.

         Puede parecer un halago —que es la idea con la que me quedé durante muchísimo tiempo—, pero no deja de ser un poquitín despectivo, ¿no les suena?, porque se concentra en el atractivo que aún queda en la persona a quien se refiere, que ya es tan escasa en realidad que, literalmente, apenas representa un quinto de lo que sería más deseable. Si fuera un asunto matemático, se necesitarían más de dos “quinticos” para que uno valiera la pena. Traduciéndolo al sistema de calificación académica de 20 puntos, un quintico equivale a 04. Figúrese usted si la dichosa expresión jugarle a alguien un quintico es un elogio.

         Hoy, que he querido escribir sobre esta curiosidad del español venezolano, encuentro en alguna página web (que no me inspiró mucha confianza) que la expresión podría provenir del mundo de los toros. Aunque no tengo idea de cómo se apostaba a los toros —ni siquiera sé si se apostaba—, decía la vaga información que encontré que algo podía ganarse incluso con el quinto toro de la corrida. Se me ocurre, dudándolo mucho —y no lo decía el autor—, que podría ser esta una razón por la que no hay quinto malo.

         A nadie le hace falta que diga que prefiero la explicación de mi abuela. No es extraño. En asuntos de la lengua, muy pocas veces se equivocó. Era tanto lo que confiaba yo en sus didácticas palabras cuando me descifraba el mundo, incluso el mundo de las palabras, que cuando oía a nuestra vecina decir, por ejemplo, “¡Abájate de esta mata, hijerdiablo!”, o “Ponte el pantalón amarrón”, o “Llamaron a la polecía”, no había fuerza en el mundo que me hiciera pensar otra cosa que “Eso no es correcto, mi abuela no lo dice así”. Era tanta la confianza que le tenía, que incluso dando clases de gramática en la universidad la he citado.

         Caramba, ahora que abro este último párrafo, estoy pensando que he debido investigar también si la expresión se usa en otros países. ¿Qué voy a decir en la conclusión? Verdaderamente estoy como en el quinto sueño. Pero no, son las horas de sueño las que a veces se me van al quinto... infierno. ¡Uf...! Que vayan otros a parar a la quinta paila. Carlos Quinto, si quiere.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXXV / 30 de noviembre del 2023

 


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