lunes, 12 de septiembre de 2022

Annus mirabilis [CCCXCII]

Edgardo Malaver

 

 

El horror y la maravilla suelen vivir juntos.
La miseria (1886), de Cristóbal Rojas

 

 

 

         La muy contemporánea expresión annus horribilis —que apareció, a pesar de su apariencia de antigüedad romana, en 1891, pero la acaba de popularizar, en 1992, la recién fallecida Isabel II— tiene, como era de esperar, una contraparte positiva. Es agradable comprobar que esta, la positiva, es más antigua y que tuvo un origen literario.

         Aunque construida en latín, las dos expresiones nacieron en la lengua inglesa, y annus mirabilis, en un poema de John Dryden (1631-1700), poeta, dramaturgo y traductor. Dryden, que siendo aún joven se convirtió en el modelo de escritor del período de la Restauración, publicó en 1667 un poema que enriqueció su reputación hasta el punto de obtener un cargo en la corte real. El poema se titulaba justamente así: “Annus mirabilis”, que al español habría que traducir como ‘año milagroso’ o ‘de los milagros’, ‘año maravilloso’ o ‘de las maravillas’. Curiosamente el texto trataba acontecimientos terribles que habían sucedido en el año anterior: la Gran Peste y el Gran Incendio de Londres. El poeta incluso comenzó a escribir el poema en el campo, donde se había confinado para huir de la epidemia de peste bubónica. Varios autores reflexionan que quizá el “milagro”, la “maravilla” a los que Dryden se refiere sean el hecho de que muchos lograron salvarse de tantas tragedias.

         Sin embargo, hubo también sucesos favorables para Inglaterra en aquel momento, como la victoria militar británica en la Batalla de los Cuatro Días, en junio, y la del Día de Santiago, en julio. Otros autores mencionan que el Incendio de Londres, que dejó a 70.000 personas sin hogar, trajo una renovación de la ciudad, emprendida por el rey Carlos II (¡oh, sí, el Carlos anterior al que acaba de heredar el trono de Isabel!), y aquello había que celebrarlo. Otro que, gracias al confinamiento, tuvo tiempo de estudiar y reflexionar mucho fue Isaac Newton, quien durante aquel período desarrolló la teoría de la gravitación universal y otras cuantas.

         Más esotéricamente, muchos relacionaron el año 1666 con el número 666 del Apocalipsis o con la atractiva escritura de aquel número en caracteres romanos, MDCLXVI, en que se utilizan todas las cifras posibles y en orden descendente. Creyendo que estas coincidencias confirmaban ineludiblemente el fin del mundo, mucha gente dejó atrás vicios y conductas reprochables, lo cual, sin ser seguramente el propósito del poeta, puede decirse que cantaba como milagro.

         Después de aquella fecha, diversas otras han sido “bautizadas” como annus mirabilis. El año 1905 es uno de ellos, a partir del hecho de que el físico Albert Einstein publicó ese año una serie de artículos que terminaron generando una nueva visión de la ciencia en general.

         Y aun hoy en día sigue haciendo maravillas la herencia de Dryden. Quizá se sorprenderán de saber que el nombre Mirabel, que este año ha sido tan popular, proviene también de la palabra latina mirabilis. No es descabellado pensar que haya sido intencional que en la película Encanto, de Byron Howard y Jared Bush, la protagonista haya recibido ese nombre, precisamente, porque ella, que no tiene ningún poder mágico especial, es en quien reside la magia; es decir, Mirabel es, en esa historia, la magia misma, el milagro hecho niña.

         No es extraño que de forma a veces imperceptible el pasado de la lengua salte al presente o que el pasado de una de ellas termine salpicando al presente de las demás. Ni extraña tampoco que por momentos parezca que todas las piezas de una situación, de un momento, vuelvan a encajar unas con otras, como si estuviéramos repitiendo el mismo cuento, pero en otro orden. Y resulta que la lengua despliega todas esas historias delante de nosotros todo el tiempo.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCII / 12 de septiembre del 2022




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