lunes, 17 de marzo de 2025

Los astros de la familia [DIV]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

Octavia la Menor educó a sus hijos
con Marcelo y Marco Antonio y a los
de este con Fulvia y Cleopatra



 

 

 

         Uno tiene su papá y su mamá, y nunca en la vida otras personas, por más que lo intenten serán, en lo natural, su papá y su mamá. Si mamá, por ejemplo, viene y se casa más tarde con otro señor, ese señor no es nuestro padre: es nuestro padrastro. Si ese padrastro ya tenía hijos, estos niños serán nuestros hermanastros. Esta idea, que es más sencilla que la de la rotación de la Luna alrededor de la Tierra, es suficiente para que uno entienda todo lo que expresa el sufijo -astro, que parece tan problemático para tantos hablantes.

         Sin embargo, incomprensiblemente para mí, lo primero que deduce la mayoría es que si su mamá tiene más hijos con su nuevo esposo, el padrastro, esos hijos serán sus hermanastros. Pues no. Al ser hijos de nuestra madre, son nuestros hermanos. Como mínimo habría que considerarlos nuestros “medios hermanos”... denominación inmensamente espantosa y mucho más despectiva de lo que lo es considerado el sustantivo hermanastro, si es que de verdad lo es.

         ¿Por qué tanta gente considera despectivos estos sustantivos que denominan a otros miembros de nuestra familia? ¿Será un embrujo que nos lanzó en tiempos remotos la malvada madrastra de Blancanieves? Ah, la “malvada madrastra”. Esa madrastra era malvada. ¿Por qué pensar y actuar como si automáticamente todas las demás lo fueran también? ¿O será que su aparición en nuestras vidas, y con semejantes gracias que adornan sus afectos hacia los demás, es una expresión de una realidad ya existente? Esto puede ser lo más verosímil, aunque yo con cierta fe me empeñe en defender la otra hipótesis, la contraria: la de que fue el personaje literario el que “enseñó” a la gente a no tenerles cariño a las madrastras, padrastros y otros “astros de la familia”.

         (Aunque es bien fácil pensar esto, sabemos con certeza de que en la antigua Roma, donde casi nadie era monógamo, fueron muy escasas las historias de madrastras bondadosas que dieran un cariño noble y verdadero a sus hijastros y representaran una influencia positiva en ellos. Lo típico y frecuente, marcadamente en las clases encumbradas, eran las madrastras malvadas que no tenían escrúpulos en mover los hilos e inducir decisiones de los poderosos únicamente en pro del ascenso social y político de sus hijos.)

         El sufijo -astro, según la Real Academia, es útil para construir nombres despectivos, sólo eso dice. Un musicastro, por ejemplo, es un mal músico, o más bien un músico mediocre; un politicastro es como uno de esos señores encorbatados que se comportan como políticos, pero en realidad son peores. Y eso no es todo: heredamos el sufijo del latín y en este idioma un filiaster era, en sentido estricto, un yerno, no por malo ni por desatento, sino por recién llegado... supongo. Una filiastra era una nuera, no por deshonesta ni por falsa sino por... arribista, me imagino. Tal como sigue sucediendo, lo más común era que los suegros no quisieran mucho a los cónyuges de sus hijos, que legalmente se convertían en sus hijos, pero mejor juntos que revueltos, eran hijos de mentirijillas. Para el concepto de hijastro, los romanos tenían la palabra privignus, que era casi lo mismo: un hijo nuevo que no era hijo de veras. El tiempo, la migración, el comercio, la conquista, la guerra, el intercambio lingüístico y cultural —¡y el genético!— hicieron su trabajo más natural y terminaron llamando filiaster lo que era privignus, al fin era la misma incomodidad intrafamiliar.

         El vocabulario latino de la familia y sus relaciones tiene una etimología más bien compleja (y muy coherente) que no vamos a tratar aquí, pero creo que me falta agregar que el sustantivo filius deriva de un antiguo verbo felo, que significaba ‘chupar’ (y también ‘amamantar’). Para abreviar, el filius es el que “chupa”, el que “mama” de la madre, que con el padre crea la familia. La madre siempre es la hembra de la especie, también en la humana, y eso en latín se decía femina. De felo provienen igualmente felación, feliz y fecundo (estos dos últimos porque en latín, felix era buen sinónimo de fructífero).

         Es natural que si uno tiene una idea o una emoción que juzga positiva, y la ve alterada por alguna intervención del exterior, sobre todo si esa intervención es indeseable, tenderá a expresarse de ella y de sus resultados de alguna manera negativa. Uno ama la poesía y escucha a un mal poeta recitar, lo llamará poetastro, aunque el poema sea magnífico; una cama incómoda será un camastro, un cómico que no da risa será un comicastro; un ladronzuelo que no sabe ejercer su oficio será un pillastre, con esa curiosa terminación en apariencia neutro.

         Y por supuesto, los hablantes tenemos también el poder de la creatividad, uno puede aplicarle el sufijo -astro a cualquier sustantivo que necesite modificar para expresar cómo se nos ha alterado el sentir con respecto a alguna cosa o alguna persona, y el gran descubrimiento es que... ¡no tiene que ser una sensación negativa! Recientemente me di cuenta de que tengo varios amigos que no hubiera conocido sino porque antes eran amigos de mis hermanos, de mis primos o incluso de mi madre. Son mis amigastros. De igual modo, uno puede tener vecinastros, profesorastros, hasta noviastras.

         Aunque la tinta negativa que tienen nos viene del sistema romano de relaciones familiares y del complejo conjunto de normas legales al respecto, los hermanastros no son naturalmente enemigos ni competidores. Los padrastros no son siempre amenazas u obstáculos. La causa de la antipatía está más en nuestro interior que en el de los que llegan a nuestra familia... que son traídos por alguien, no que ellos quisieron venir. O más en nuestro interior que en el de aquellos en cuya familia alguien nos ha adoptado.

         Y, sea de una forma o de la otra, en lo que toca tratar aquí, no me queda duda de que los sufijos y prefijos son a la lengua lo que el pincel a la pintura.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XIII / N° DIV / 17 de marzo del 2025

 



Otros artículos de Edgardo Malaver

No hay comentarios.:

Publicar un comentario