Edgardo Malaver Lárez
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Darío Lancini (1932-2010), poeta venezolano |
Para Ana María,
la inspiradora.
Viene mi niña pequeña y me
dice: “Fíjate, papá, en la oración yo no sé si es él todas las palabras
tienen dos letras. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis sílabas, ¡¿qué fue, mano?!”.
Yo levanto las cejas por el placer de verla detenerse en esos detalles de la
lengua, se lo aplaudo, lo celebramos, y ella vuelve a su escritorio, donde está
haciendo una tarea de la escuela.
Y yo me quedo en mi propio
escritorio, pero durante un rato no puede trabajar: me hacen cosquillas estas
sílabas en la mente, y trataba, sin lograrlo, de evitar que hicieran fila, una
tras otra, construyendo oraciones, sin mucho sentido al principio, pero pronto llegaron
a tenerlo. Pensé que a Darío Lancini le habría gustado mucho esta idea, este
mecanismo para escribir poemas como los suyos, que siempre escondían algún tipo
de código como este. Tengo que investigar si alguna vez lo intentó, que seguramente
sí. Ya no hay remedio, ya me acorralaron los monosílabos.
Así que, para que la idea
me dejara en paz algún día, me puse a escribir oraciones solamente con
monosílabos intentando que tuvieran algún sentido, aunque fuera ficticio. Al
principio apenas logré igualar el récord de mi hija, después agregué dos (yo
no sé si él ve mi fe), cuatro (oh, ya no sé si él no da el do),
cinco (yo no sé si él no ve la fe en ti), ocho, nueve... Después comencé
a “sacrificar” algunas para agregar un número superior en su lugar. Me puse a
hacer listas de monosílabos recorriendo el alfabeto y combinando cada consonante
con las vocales en los dos órdenes posibles, y esto aumentó inmediatamente la
longitud de las nuevas frases que se me ocurrían. Escribí, por ejemplo: si
él es el de la be, el de la ce, el de la de, yo no lo sé, que llega a tener
19 palabras monosílabas y... ¿bisónicas? Y fue milagroso, porque esta cifra se
duplicó en un instante y después siguió creciendo.
Al momento de decidirme a
escribir esta nota, había llegado a una oración de 55 palabras, incluso titulé
con ese número. Y mientras escribía, volvió a aumentar a 58, a 60 y,
finalmente, a 63. Y estoy seguro de que en cualquier momento le sumo otras, o alguno
de ustedes me escribe para darme una de 75, de 92, de 104. Lancini llegó a
escribir una obra teatral con palíndromo... ¡de siete páginas! Siempre es posible agregar una palabra más,
que bien podría exigir el uso de otra y otra y otra. Como decía mi profesora
Martha Shiro, “you never know with language”.
Aún tengo que verificar en
el diccionario algunos monosílabos que aparecieron en el “inventario” que hice,
y que se ven sospechosamente atractivos; es como si me guiñaran el ojo, como
diciéndome: “Anda, úsame, que yo tengo significado suficiente para entrar en tu
lista”. Ya son 39, las muy evidentes, pero aún tengo que examinar las que no
conozco, las escondidizas, las tímidas.
¡Ja, ja, ja...! ¿Me creerán
que ya se me iba a olvidar ponerles aquí la oración de 63 monosílabos que logré
escribir? Paren la oreja:
Ah, no, si él
es en sí el de la be, si es el de la ce, si es el de la de, yo ya no lo sé —yo
no lo vi, él no me lo da de sí, ve tú si es de ir—, ni su as se le ve en el té
ni su do es el de la fe.
emalaver@gmail.com
Año XIII / N° DII / 3 de marzo del 2025
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