lunes, 4 de noviembre de 2019

Yo, Reguetón [CCLXXVIII]

Laura Jaramillo


Afiche de Divorciadas, evangélicas
y vegetarianas, de Gustavo Ott,
en Argentina
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 



         En el edificio donde vivo no hay ascensor, y yo vivo en el último piso, por lo que tengo que pasar por todos los apartamentos, viendo cómo viven los vecinos, porque les encanta tener las puertas abiertas, como en los pueblos del interior del país.
         El quid del asunto es que hay una vecina que hace dulces y para que el apartamento ‘se ventile’ siempre tiene la puerta abierta. Ella, una jovenzuela de 19 años aproximadamente, muy recatada, pues dice ser evangélica (o testigo de Jehová, ya no recuerdo), siempre tiene una música a to volumen, como para amenizar su labor dulcística. El problema, bueno, mi problema no son los decibeles ni la vibración de las paredes y del suelo, sino el famoso tucún tucún del compañero Camacaro, es decir, el reguetón.
         Me parece maravilloso que la chicuela sea tan jovial, tan alegre, tan trabajadora, tan... bueno, tampoco es que sea una campana. El asunto es que las canciones las canta a todo pulmón. Tanto así que hace días la escuché poco antes de llegar a su piso cantando: “Hagamos el amor por el teléfono”. Me dio muchisísima risa escuchar a una evangélica vociferar semejante alegoría.
         Alguna vez, una estudiante muy querida me preguntó que si a mí me gustaba el reguetón. Yo le dije que solo me gustaba si era instrumental, pues para nadie es un secreto que la cuna de las letras reguetoneras es la sumisión y el insulto al género femenino y la exaltación del machismo, por lo que las letras no son de mi agrado, de más está decirlo. Aunque no puedo negar que han salido algunas cancioncitas muy sabrositas y unas fusiones muy interesantes. La más interesante de todas es el reguetón con el vallenato (¡eh, avemaría, hombe!). Es más, lo bautizo como el valletón, así como el bachatón (bachata con reguetón).
         Sin embargo, luego de la anécdota con la vecina y de la respuesta que le di a mi alumna, he pensado tanto en ese fulano ritmo, pues me he dado cuenta de que ni siquiera de manera instrumental uno puede escapar de la letra, pues sin darme cuenta me encontré escuchando reguetón instrumental, pero mi cabeza, mi cerebro, mi inconsciente o mi consciente, mi álter ego, en fin, alguien dentro de mí estaba vociferando la bendita letra, y no podía ser otra que “Despacito”, escrita además por una mujer y que la ha cantado hasta el Papa.
         La música alegra los corazones, por lo que no puedo quitarle mérito al bum mundial del reguetón. Pero no estoy de acuerdo con que ahora todo tenga que ser tucún tucún, por lo que me alegra toda la alharaca que han hecho los ‘afectados’ por aquello de los Latin Grammy 2019.
         Definitivamente, como dijera el gran Camacaro: “No importa lo que se haga, las probabilidades de huir de él son nulas. Aunque no sea de agrado, en algún lugar llegará a los oídos sin querer, entonces solo queda acostumbrarse a su ritmo y seguir su son”. Des-pa-ci-to...

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VII / N° CCLXXVIII / 4 de noviembre del 2019




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