sábado, 28 de octubre de 2017

Simón Rodríguez, el traductor visible [CLXXVI]

Edgardo Malaver



Más información sobre el traductor que sobre
la traducción, el autor e incluso la obra


         Quizá por la oscuridad que circunda su origen, se sabe apenas que nació el 28 de octubre, pero no se sabe con certeza si en 1769 o 1771. En cualquiera de los casos, hoy estaría de cumpleaños un personaje tan conocido y tan reconocido que podría esperarse que ya no hubiera nada nuevo que decir de él. A pesar de que su biografía con frecuencia ha sido injustamente relatada en función de su relación con Simón Bolívar, Simón Rodríguez fue un intelectual que, aunque poco respetado en vida por sus muchos otros méritos, es reverenciado en la actualidad por ser autor de una obra brillante y adelantada a su tiempo. Además de todas las maravillas que siempre he oído decir de él cuando se lo desprende del Libertador, ahora me entero de que también fue traductor.
         En 1801, el mismo año en que fue publicado en Francia el original, Rodríguez inició y concluyó, en cooperación con el mexicano fray Servando Teresa de Mier (1765-1827), la traducción de la novela Atala, de François-René de Chateaubriand (1768-1848), con el objetivo de utilizar el texto en las clases de lengua española que daba en París. La traductora argentina Andrea Pagni, que ha estudiado la historia de esta traducción, afirma que en realidad persiste aún el debate acerca de cuál de los dos traductores habrá hecho la traducción, o en qué proporción la habrá hecho uno, el otro o ambos. Pedro Grases, por su lado, tiene la hipótesis de que los limitados conocimientos del francés que tenía Mier y su notoria tendencia a la exageración y la ficcionalización sugieren que pudo haber participado menos que Rodríguez en el trabajo real de traducción.
         Más allá de estos detalles que quizá nunca lleguen a aclararse, hay un rasgo inmensamente atractivo en la versión de Atala publicada por Rodríguez: el hecho de que la portada del libro en español lleva el nombre del traductor. Después de pasar la vida entera oyendo la queja de los traductores acerca de su minimización, de su invisibilización, de su inexistencia para autores, editores y lectores, ahora resulta que en el primer año del siglo XIX, Simón Rodríguez, en un país que no era el suyo y ni siquiera hablaba su lengua, logró poner su nombre —o al menos su seudónimo, Samuel Robinson— en la portada de su traducción. No debe haber sido difícil, siendo él mismo quien pagaba la factura de la impresión, pero en apariencia no hubo quien se lo impidiera o se lo reprochara.
         ¡Pero hay más! Este traductor, además, puso en la portada la dirección de su propia casa. Invitaba con ello al público, se sabe, a procurarse la versión más clara y fiel del original. Un traductor que, ¡desde la portada!, presenta tanta información sobre sí mismo, incluso más que sobre el autor y la propia obra... ¿está haciendo “lo correcto” o se toma demasiadas licencias? ¿Traduce o simula que traduce? ¿Traduce o interviene en la obra? ¿Traduce o escribe? ¿Es invisible?
         Hubo un tiempo en que se pensó unánimemente que todo traductor debía ser invisible, es decir, entregar la obra tan armoniosamente urdida en la lengua de llegada, tan naturalmente gestada en las formas típicas de sus lectores finales, que a nadie pudiera venirle a la mente que está leyendo una traducción. Paradójicamente, el traductor que logra hacer esto, ser invisible, terminaba siendo más visible que cualquier otro, pues semejante trabajo tiene que llamar la atención. Simón Rodríguez pasa por encima de todas las teorías y todas las paradojas, se pone al frente de aquello que va a exhibir y acapara, aunque no lo percibiera, todas las miradas.
         Otros detalles de la novela, de su anécdota, del autor, de su contexto, de la traducción, de su texto, del traductor (o traductores), de las circunstancias generales y particulares de su aparición, de su trascendencia en el nuevo contexto, todo, nos conducen a otras mil reflexiones. Como sucede habitualmente con estos personajes admirables, no es sencillo estudiarlos sin detenerse punto por punto en la herencia que nos han dejado, sobre todo por su diversidad. Y, además, siempre terminan sorprendiéndonos con estas nuevas habilidades y talentos que no sospechábamos que tenían.

emalaver@gmail.com



Año V / N° CLXXVI / 28 de octubre del 2017

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