lunes, 11 de diciembre de 2023

Tener sexo todos los días [CDXXXVII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

San Miguel Arcángel, en México. Foto: AARP

 

 

 

         Pongo a mis alumnos de segundo año a leer un cuento erótico de Lidia Rebrij, “El arcángel de espada flameante y cabellos tan largos” (1983); luego de la lectura les pido que escriban sobre él. Y cuando me toca leer los comentarios, encuentro el de una estudiante que, resumiendo el relato para analizarlo, pone que los protagonistas, los amantes, “...hasta con la menstruación tenían sexo...”. Entonces me detengo, y me pregunto: ¿por qué me molesta, por qué me ha molestado siempre esta expresión? ¿Qué puede significar tener sexo? ¿Es tener sexo lo que sucede cuando hombre y mujer, para decirlo con un circunloquio, se unen carnalmente? ¡Ah...! ¡Es un circunloquio! Una perífrasis, un rodeo lingüístico, un eufemismo.

         Sigo escarbando en la expresión y preguntándome por qué no representa en mi mente lo que se supone que significa. ¿Qué pasa con esta perífrasis verbal —¡uf, qué bueno tener un nombre que ponerle!—, que parece esconderme esa unidad indivisible que, según Saussure, existe entre el significado y el significante? Y creo que doy con la respuesta: que pretende nombrar algo que nos cuesta llamar por su nombre, al menos en público o en contextos formales (como un ejercicio de redacción en la universidad); pero no es sólo eso: el dardo de la palabra no llega al blanco preciso. En realidad, intentando eliminar la mención frontal de un asunto delicado, nos inclinamos por una fórmula que, en rigor, da otro resultado, o sea, dice otra cosa.

         Llegado a este punto, comienzo a escribirle a la estudiante: “Todos tenemos sexo todo el tiempo, ¿por qué estos personajes no? Es decir, el sexo es algo con lo que nacemos y no podemos librarnos de él. Uno nace hombre (con el sexo masculino) y sigue siéndolo hasta que se muere, todos los días. Y pasa con las mujeres y el sexo femenino también, por supuesto”. Ahora estoy pensando que hay quienes se lo cambian, pero, incluso con el otro, tienen sexo todos los días.

         Después de leer unos párrafos más, como el erotismo del texto de Rebrij es incesante y el análisis no puede eludirlo, la estudiante vuelve a usar la dichosa perífrasis, pero recurre de vez en cuando a otras fórmulas: hacer el amor, encuentros íntimos, tener relaciones sexu... ¡Tener relaciones sexuales! ¡Eso es! Tener sexo me hace ruido porque en rigor no es eso lo que se hacen, ni los personajes del cuento ni, en la realidad, cualesquiera dos personas que se involucran íntimamente. Lo que se hace es tener relaciones sexuales. Y estas, por lo que entiendo, no son sanas si se practican todos los días. (En la naturaleza, quizá con la única excepción de los bonobos, no hay ser que tenga necesidad de esta actividad con semejante frecuencia. Y excluyo al hombre por la “deformación” que le imprime la civilización que él mismo ha creado.)

         Además de esto, me doy cuenta de que tener sexo, e incluso tener relaciones sexuales, son también eufemismos medio científicos, medio técnicos, medio “políticamente correctos”, y se les nota que lo son en el hecho de que hay que expresarlos con más de una palabra, que no es lo regular en la lengua cotidiana. En el habla cotidiana, desinhibida, natural de los hablantes regulares, serían verbos individuales, no perífrasis; pero estos verbos revelarían con claridad que existe algún detalle delicado, vergonzoso, escabroso en el acto al que se refieren. Llevan a cuestas una historia de vulgaridad tan larga que con razón se nos dificulta exhibirlas en la formalidad. Tirar, coger (que últimamente anda por ahí con unas ínfulas intransitivas incomprensibles para su edad), follar, joder, singar suenan mal, ¿verdad? Lo que nos suena mal es la vulgaridad que, siempre a la primera en la lengua cotidiana, se asocia al acto sexual.

         También hay, sin embargo, verbos individuales que de igual manera dicen lo que deseamos y no nos avergüenza en el discurso formal: copular, aparearse (tan animalesco, ¿verdad?), yacer, amancebarse, fornicar, pero... ¡los utilizamos tan poco! (¿Ustedes no sienten un remoto olor a Roma?)

         ¿Y entonces? ¿A qué se debe que se utilice tanto tener sexo, que tan lejanamente expresa lo que pretende expresar? “Tener sexo es un anglicismo”, sigo escribiendo en el examen. “En inglés tiene sentido y significa lo que quieren los hablantes del inglés que signifique”. En español, quizá ya no para la mayoría, pero es forzado atribuirle ese significado. Otra evidencia es que decirlo así, con el verbo tener, indica que no es una construcción muy antigua.

         Otro detalle es que to have sex también parece un eufemismo en inglés, y, si nos pusiéramos tiquismiquis, podríamos traducirlo incluso como “comer sexo”. (Imagínese usted esa dieta todos los días.)

         En definitiva, en español, siendo rigurosos, tener sexo no es lo mismo que tener relaciones sexuales. Lo uno es un rasgo intrínseco a cada quien pero públicamente visible, lo otro es un acto privado y, aun antes que privado, íntimo.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXXVII / 11 de diciembre del 2023

 



Otros artículos de Edgardo Malaver

Un tiro al gobierno y otro a la revolución

Asesino

Plebiscito

Prohibir la dictablanda

Los números ordinales de la república


2 comentarios:

  1. Gracias mi estimado y admirado Edgardo por allanarme parte del camino, por si alguno de sus alumnos es alumno mío en un futuro próximo, pues oirán de mí los mismos argumentos. "Tener sexo" me saca de los nervios. La mala traducción, claro.

    ResponderBorrar
  2. ¡Gracias a usted, profesor! Lo serán, lo serán. Y qué bien saber que voy a tener quien me apoye en este asunto. Gracias, gracias.

    ResponderBorrar