lunes, 1 de julio de 2019

Un ex nunca muere [CCLXVI]

Edgardo Malaver


 
Primavera de la vida (1859), de Camille Corot


        Pongo a mis alumnos a investigar sobre algunos venezolanismos “en vías de extinción” y una de las muchachas del grupo se interesa por la palabra coroto. El segundo paso es “averiguarle la vida” a la palabra, utilizarla, encontrar textos en que aparezca, explicarla, hacerle promoción. En pocas palabras, hay que “apadrinar” un venezolanismo y, tal como se haría con un hijo adoptivo, acogerlo en casa: “darle alimento, techo, vestido, educación y, lo más importante, cariño”.
         Esta estudiante, entonces, eligió coroto. Gran alegría para mí porque es de los que más uso. En la primera clase en que tiene una oportunidad, reporta un avance sobre su rastreo etimológico: como por arte de magia, se ha tropezado con la historia de los cuadros de Camille Corot (1796-1875) que tenía el general Antonio Guzmán Blanco (1829-99) en el palacio de gobierno. Sea o no sea cierta esa versión, vamos bien: la estudiante está trabajando con entusiasmo. El tema de Ritos esta semana, sin embargo, aparece cuando la alumna habla de Guzmán Blanco. Lo llama “expresidente Guzmán”. Y yo me detengo: ¿sí?, ¿de veras hay que referirse a un tipo como Guzmán Blanco como expresidente?, ¿contará sólo el hecho de que en el presente ya no lo sea?
         Yo creo que no cuenta. Lo regular, sí, es que un mandatario se convierte en expresidente cuando cesa en sus funciones, y sigue siendo expresidente per secula seculorum, a menos que vuelva a serlo o que asuma otro cargo y se le comience a llamar como corresponde al nuevo cargo, y luego se convierta en exministro, exgobernador, etc. O que muera, ¿no? Me parece a mí —digo yo, se me ocurre, así, como una idea loca, ya me dirán ustedes— que si se trata de alguien que ya no vive, ya no tiene sentido utilizar el prefijo ex-. El uso de la palabra presidente, cuando todo el contexto indica pasado remoto, no significa que estemos hablando el actual jefe del gobierno.
         Al hablar de Vargas, de Monagas, de Gómez, uno dice presidente porque habla de ellos en presente histórico, esa maravilla de conjugación de los verbos en presente que, siendo la misma de siempre, significa pasado y no presente. Por ejemplo, uno dice “Andrés Bello vive en Londres hasta 1829”, y nadie se pregunta si esa es la fecha del día de hoy. Y cuando hoy decimos que el tirano Aguirre entra en Venezuela por el Orinoco, no pensamos que esté explotando petróleo con una empresa rusa o china. No sé si el presente histórico pretende traer frente a nosotros los acontecimientos del pasado o deseamos con él transportar a nuestro interlocutor al día de los hechos. Qué bonita sería lograr esta segunda opción, ¿verdad?
         A pesar de ello, incluso si usamos el verbo en pretérito, nadie necesita que le aclaren que Páez, Rojas Paúl y Betancourt ya no son presidentes. A ver: “La carretera fue construida por Cipriano Castro, presidente de Venezuela entre 1899 y 1908”. No cabe usar el prefijo porque hablamos de aquel momento, no del actual. Otro ejemplo: “Los problemas que agobiaron a la población en los tiempos del presidente Medina no han sido estudiados suficientemente”. Si hablamos del momento en que el general Medina era presidente, no tiene mucho sentido que lo llamemos expresidente porque en ese momento no lo era. Meses después había que hacerlo, pero ahora no.
         Aunque lo menos que quiero es hablar de políticos y, mucho menos, de militares, pienso en aquellos cuatro presidentes de Venezuela que murieron en ejercicio del cargo: Linares Alcántara, Gómez, Delgado Chalbaud y Chávez. Es dudoso en este último caso, y es el más reciente, pero aún así no tiene sentido llamarlos expresidentes. Nunca lo fueron —esto también es muy discutible en el último caso—, pero si no lo fueron en vida, ¿pueden serlo ahora?
         Pero volvamos a lo verdaderamente importante: la lengua. ¿Quién quiere, fuera de mi clase, apadrinar un venezolanismo en vías de extinción? O colombianismo o mexicanismo o uruguayismo, según prefiera cada quien. ¿Alguien quiere rescatar alguno del olvido? ¿O simplemente hablar de él con cariño?

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXVI / 1° de julio del 2019



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2 comentarios:

  1. El venezolanismo favorito de mis compañeros de oficina es "Cónchale"

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  2. Gracias, María Andreína. 'Cónchale' parece ser un eufemismo. ¿Lo ves?

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