lunes, 8 de julio de 2019

En paz descanses, mío Cid Campeador [CCLXVII]

Edgardo Malaver


Estampilla española de 1962




         En un mundo que parece pensar que todo aquello que tiene dos días más de edad que uno carece del más ínfimo valor y es, por tanto, vergonzoso mencionarlo, aquí vengo yo a hablar de una persona cuya muerte sucedió hace 920 años. Me gustaría más hablar de su nacimiento, pero esa fecha no se conoce. Ni siquiera se sabe si de veras nació en el lugar donde se dice que nació 50 o 55 años antes. Pero más que de la persona real, Rodrigo Díaz de Vivar, quiero hablar del personaje literario, el Cid Campeador, y más que del personaje, de la más conocida de las obras que hablan de él, el Cantar de mío Cid... y más que de la obra, de la lengua en que fue escrita, el castellano.
         Rodrigo Díaz creció cerca de la corte de Fernando I de Castilla y León, cuyo heredero, Alfonso VI, lo desterraría a causa de las intrigas que urdieron sus “enemigos malos”. Y de este hecho precisamente nace la narración que leemos en el Cantar. Rodrigo debe emprender una larga campaña militar, de al menos tres años, en que derrota a los enemigos del rey e incluso arranca de manos musulmanas la ciudad de Valencia, con el fin de obtener el perdón del rey.
         El Cantar fue escrito unos 40 años después de la muerte del Cid, pero sólo conocemos una copia confusamente fechada en 1207, y muchos dicen que el copista, Per Abat, es en realidad el autor. Andrés Bello, uno de los primeros que estudió el manuscrito, lo descarta del todo, y se concentra en la belleza del texto y su importancia para la literatura española.
         Un detalle ha hecho enigmático este texto durante toda su historia: le falta la primera página, que algunos calculan contendría unos 50 versos. Sin embargo, basándose en las crónicas sobre reyes de la época, algunos investigadores como el propio Bello y, después, Ramón Menéndez Pidal han reconstruido ese breve fragmento perdido. Bello va más allá y llega a la conclusión de que las crónicas y el Cantar son en realidad el mismo texto, puesto que, bastantes capítulos después del segmento faltante, los versos son idénticos, así que su refundición coincide en 10 de cada 12 versos con la muy difundida versión de Menéndez Pidal.
         Bello, elogiado por Menéndez Pidal por “la sagacidad crítica y el seguro tino con que enjuicia el valor literario de la obra”, escribió en 1823, cuando comenzaba a estudiar al Cid:

No es comparable el Mío Cid con los más celebrados romances o jestas de los troveres. Pero no le faltan otras prendas apreciables i verdaderamente poéticas. La propiedad del diálogo, la pintura animada de las costumbres i caracteres, el amable candor de las expresiones, la enerjía, la sublimidad homérica de algunos pasajes, i, lo que no deja de ser notable en aquella edad, aquel tono de gravedad i decoro que reina en casi todo él, le dan, a nuestro juicio, uno de los primeros lugares entre las producciones de las nacientes lenguas modernas.

         Y acerca de la lengua castellana, dice:

Echando una rápida ojeada sobre la lengua castellana del siglo XIII, veremos que no estaba tan en mantillas, tan descoyuntada, por decirlo así, tan bárbara como jeneralmente se cree. En lo que era diferente de la que hoi se habla, no se encuentra muchas veces razón alguna para la preferencia de las formas i construcciones que han prevalecido sino la costumbre.

         O sea, es la misma lengua, que hemos heredado convertida en poesía.
         Y pasado mañana, 10 de julio, que en paz descanses, Rodrigo, hijo de Diego, Cid Campeador.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXVII / 8 de julio del 2019




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