lunes, 11 de noviembre de 2024

Cada quien con su síndrome (IV) [CDLXXXVI]

Ariadna Voulgaris



Mia Wasikowska fue la Alicia
de Tim Burton del 2009


[Ahora continuamos la lectura de la semana pasada 
con el síndrome de Alicia en el país de las maravillas. Adelante.]

Alicia
A pesar de que el propio Lewis Carroll (1832-98), de vez en cuando, parece que tenía su propio trastorno (¿estaba enamorado de una niña pequeña, la Alicia real?), su personaje ficticio bien podría interpretarse como una niña normal que se imagina (o que se aburre, se duerme y sueña) cosas sencillamente fantásticas, como hacemos todos los niños. Aun así, su libro Alicia en el país de las maravillas (1865) le da nombre a un síndrome que afecta a personas que constantemente perciben alteraciones en la forma, tamaño y ubicación espacial de los objetos y de sí mismos.
La alteración, que en ocasiones tiene componentes psicodélicos, fue descubierta por Caro W. Lippman en 1952, al estudiar la migraña. Entre 1955 y el 2015, se registraron apenas 169 casos, la mayoría pacientes de menos de 18 años.
Lewis posiblemente sufría en carne propia muchas de las alteraciones de percepción que aparecen en la novela y que en el siglo XIX (y más tarde) parecían simple y pura fantasía para entretener a los niños. ¡Con razón en las ilustraciones de las primeras ediciones Alicia nunca sonreía!


Pollyanna
El nombre de este síndrome proviene de una novela de 1913, escrita y protagonizada por mujeres: Eleanor H. Porter (1868-1920) y Pollyanna. En Pollyanna, una joven mantiene una constante y excesiva amabilidad hacia los demás, jugando siempre a ver solamente el “lado positivo” de las personas, situaciones y experiencias e ignorando las negativas.
El optimismo exagerado de estos pacientes no guarda relación alguna con los hechos de la realidad tangible, que indican lo contrario. Al igual que Pollyanna, idealizan los recuerdos placenteros y anulan los desagradables.
En la novela y en la vida real, estas personas creen ciegamente que a pesar de las dificultades la alegría y el buen humor, la cordialidad y las palabras suaves pueden transformar las cosas y a las personas para bien.
Dios bendiga a Pollyanna, pero también hace falta un poco de sabiduría para reconocer lo que puede cambiarse de lo que no. ¿O no?


Anna Karenina
La protagonista de la novela Anna Karenina (1877), de León Tolstói (1828-1910), que es una mujer casada, se enamora de otro hombre con una intensidad tal que para ella no existe nadie más que él, ni siquiera se acuerda de sí misma ni de su mundo.
El término síndrome de Anna Karenina fue acuñado por el psicoanalista Stephen Mitchell en los años 1980. Mitchell identificó entre sus características la idealización del amor y del ser amado, la dependencia emocional respecto al objeto del amor y el sacrificio personal; es decir, el sentimiento amoroso y sus expectativas sobre él se distorsionan totalmente, ignoran los defectos de la persona deseada, pierden toda autonomía en busca de atención y validación y se creen capaces de los mayores sacrificios y la negación de sí, a riesgo de la propia salud y la vida.
Es una descripción tan fiel de Anna que más suena a una hipotética consigna que se hubiera impuesto Tolstói para escribir su obra.
Va a sonar muy mal, pero estos personajes son todos unos loquitos. Bien dijo Malaver la semana pasada que haríamos bien en armarnos de alguna forma para defendernos de toda la locura que nos vamos a encontrar al salir a la calle, y ya que es tan hermosa y fiel la fabulosa “herramienta” de la literatura, sería sabio dejarnos invadir de ella, ponernos sus ojos, escuchar las insinuaciones que por nuestro bien nos hace.


emalaver@gmail.com



Año XII / N° CDLXXXVI / 11 de noviembre del 2024


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