lunes, 18 de noviembre de 2024

Síndromes literarios venezolanos (I) [CDLXXXVII]

Edgardo Malaver


Marina Baura y Rafael Briceño personificaron
a doña Bárbara y a Lorenzo Barquero en 1974





Emocionados por haber completado los cuatro artículos anteriores, Ariadna Voulgaris y yo comenzamos a jugar a repetir la experiencia, pero buscando “síndromes literarios” en la literatura venezolana. No nos propusimos encontrar “síndromes” que afecten particularmente a los venezolanos, sino “añadir” a los existentes los que quizá pudiéramos deducir a partir de algunos textos conocidos de la literatura venezolana.
Animados, entonces, por esta lúdica osadía nos pusimos a echar un vistazo a un pequeño grupo de obras y autores muy destacados en busca de “síntomas” de trastornos que típicamente (o mayormente) afecten a los venezolanos o que nuestros autores pudieran haber identificado en los seres humanos en general. No hace falta decir que hicimos esta “tarea” casi sin ningún rigor pero sí dejándonos dirigir, de principio a fin, por el amor y admiración a nuestras obras más excepcionales.
El primero que se nos aclaró fue el síndrome de doña Bárbara, que definimos reflexionando un poco sobre la que tiene la reputación de ser la “novela nacional”. En Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos, la protagonista sufre en su primera juventud una agresión sexual que crea en ella un resentimiento incurable en contra de los varones y la lleva, más tarde, a vengarse de ellos de todas las maneras posibles. Comienza casándose con el hacendado Lorenzo Barquero, a quien destruye anímica y económicamente para quedarse con su hacienda. La Doña, con el tiempo, se reviste de un aura de mujer indestructible, poseedora de poderes sobrenaturales, señora de todo y de todos; sus sirvientes le temen porque se sabe que ella tiene a los espíritus de su lado y le obedecen; las autoridades, representadas por Ño Pernalete, el jefe civil, se pliegan a sus deseos y le consienten impunemente cualquier fechoría en contra de sus vecinos. Todo el llano tiene que llegar a pertenecerle, todas las voluntades tienen que sometérsele, todo lo que existe en el llano tiene que conducir a satisfacer su enfermiza sed de posesión.
Los sentimientos de doña Bárbara han sido anulados por ella misma para lograr sus objetivos. La evidencia más clara de este hecho es el abandono en que crece su única hija, Marisela, que vive en el monte, casi como un animal salvaje. Sin embargo, con la llegada de Santos Luzardo, a la vez protagonista y antagonista de la novela, que viene a imponer el derecho en el llano, comienza a tambalear la dureza emocional de la “Cacica”. Doña Bárbara es apodada “la devoradora de hombres”, pero no a causa de un insaciable apetito sexual, como podría pensarse en primer momento, sino porque era capaz de seducir a cualquier hombre, manipularlo a placer, inducirlo a servirle, incluso a delinquir por ella, y luego humillarlo, postrarlo a sus pies, destruirlo y desecharlo sin remordimiento alguno.
No es difícil observar la manifestación del síndrome de doña Bárbara en algunas personas. No parece ser exclusivo de mujeres ni de hombres, pero carecemos de datos estadísticos. Todo individuo que se crea altamente eficiente, productivo, organizado, infalible para identificar oportunidades de negocios o de beneficio personal, capaz de alcanzar lo que se propone a toda costa, enemigo que perder el tiempo en nimiedades, libre de sentimentalismos, más inclinado a sacrificar el amor por la familia que las metas corporativas, orgulloso de no tomar vacaciones durante años y años, pero que al mismo tiempo muestran sus más elevadas cualidades humanas tratando a sus empleados a gritos, humillando a sus familiares y amigos que le presentan obstáculos emocionales para su carrera, que crea con fe ciega en el poder del dinero, de las influencias y los manejos oscuros, todo aquel que da por sentada la obligación que tienen los representantes de la ley de acomodarse a sus necesidades y caprichos, sufre del síndrome de doña Bárbara. Es obvio que no tiene la libertad de vivir la vida sanamente y, a fin de cuentas, no posee nada.
Puede entenderse en los últimos capítulos de la obra que sólo el amor tiene la fortaleza suficiente para vencer este mal, sólo el amor tiene los anticuerpos necesarios para combatir el miedo, que es lo que al fin y al cabo siente Barbarita, miedo al dolor, miedo a la soledad, miedo a no ser nada, a ser menos que nada. Y por eso se convierte en doña Bárbara, y por eso llama a su hacienda El Miedo y con ese miedo atropella y domina a los demás, se lo contagia y se lo alimenta, y por ese miedo finalmente se deja tragar por el llano, derrotada por el amor.

emalaver@gmail.com


Año XII / N° CDLXXXVII / 18 de noviembre del 2024
 

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