lunes, 29 de abril de 2024

La ce, joroba del desierto [CDLVIII]

Ariadna Voulgaris

 

 

 

El problema de la ce y las vocales puede ser sencillo,
pero llevarlo a cuestas... Actor anónimo representa
a Quasimodo en París


 

 

         Después de varios días tratando de hacer espacio en su horario de trabajo presencial y en línea, mi amiga Alejandra, su esposo, su hijo y yo cogimos el carro para venir a Puerto Cabello, donde vive el abuelo de ella, que está enfermo desde hace una semana.

         En el camino les comenté que esta semana, para seguir con la serie iniciada en ese mismo carro diez días antes, tenía que escribir sobre la ce. El niño entonces suelta el cubo de Rubik y se pone a mirar por la ventana y a señalarme los letreros donde veía nombres de lugares cercanos cuyos nombres comienzan con esa letra.

         ¿Y qué palabra conoces que comiencen con ce? —le pregunto.

         —Todas, tía —me responde con entonación de autosuficiente.

         Su papá desde el volante lo anima a recordar el nombre del abuelo paterno, y él piensa en el que vamos a visitar.

         —Simón —responde él.

         Nos reímos.

         —El otro, hijo, el papá de papá —dice la madre.

         —No, mami, Carlos no tiene ce, ¿verdad, tía?

         Qué problema. ¿Quién habrá inventado que la ce se lee diferente ante la e y la i que ante la a, la e y la u? Y quien lo haya inventado, ¿no podía darse cuenta, una semana después, de que el asunto necesitaba una corrección en el diseño? Y yo ahora, como no he sido sistemática con este objetivo didáctico, me acabo de meter por la calle equivocada.

         Por lo que he leído en estos días, hemos heredado la ce de los etruscos, no de los fenicios. La escribían como un ángulo de unos 45 grados con el vértice hacia arriba y con el trazo de la derecha más largo que el de la izquierda. Se llamaba gimel y recordaba inicialmente la joroba de un camello. Simplificando el asunto excesivamente, los etruscos tenían dos variantes de este signo, que los griegos absorbieron —y llamaron gamma—: uno para el sonido sordo, que se combinaba con la vocal a, y otro, también sordo, que ponían antes de las vocales e e i. ¿Ustedes también ven ahí una respuesta a esa bifurcación de usos que todos sufrimos en primaria al aprender a escribir, al menos en español?

         Los romanos escribieron estos signos (o los signos que iban quedando de su evolución) de manera similar a nuestra ka actual. Con el tiempo perdió el trazo vertical y se pareció más al signo de menor que (<). Hubo quienes por eso la relacionaron con un búmeran. Era esa letra, por cierto, con la que escribían el nombre que todos los emperadores querían ponerse: Caesar, que se pronunciaba más parecido al actual Kaiser del alemán que a nuestro César.

         Para no atormentarlos con más datos y datos, sólo les cuento que en Roma, en realidad, durante muchísimo tiempo, la ce representaba también el sonido de la ge, pero pronto lo resolvieron, como es evidente, agregándole un trazo al signo que habían copiado de los griegos.

         Es una larga y, además, compleja historia que uno no entiende a primera vista en la infancia, y cuando crece y memoriza cómo funciona, ya no importa. Y si no lo aprende, importa menos aún.

         La encantadora letra ce es con la que comienza el mayor número de palabras que quedaron registradas en la edición del 2001 del diccionario de la Real Academia Española: 12.577, o 14,29 por ciento. Sin duda, una de las razones importantes del “récord” —que antes ostentaba la a— es la inclusión en la sección de la ce de todas las palabras que comienzan con che.

         E indudablemente es esa también una dificultad nueva para los niños del presente. Mi hermoso sobrino, por fortuna, ha comenzado ya a sortearla: reconoce la ce y se da cuenta del sonido al que corresponde. Y afortunadamente también, un grupo de hombres que cabalgaba al borde de la carretera no bien entramos en la ciudad lo distrajo de las excepciones de nuestro alfabeto.

         Qué felicidad volver a ver Puerto Cabello.

 

 

 

Puerto Cabello, 14 de abril del 2024

 

ariadnavoulgaris@gmail.com

 

 

 

Año XII / N° CDLVIII / 29 de abril del 2024

 

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