lunes, 5 de febrero de 2024

Perico de los Palotes existió y era mujer [CDXLVI]

Ariadna Voulgaris

 

 

Primera reportera de guerra que conoció España

 

 

 

         Yo, la primera vez que escuché este nombre, estudiaba sexto grado en Caracas. Mi amiga Alejandra, a quien ustedes conocen —y que es para mí lo que era Cristina de Iturbe para María Eugenia Alonso, pero a prueba de distancias— fue testigo de mi repugnancia inicial cuando el profesor de historia dijo, más o menos: “No es ningún Perico de los Palotes el que redactó el Acta de Independencia”. ¿Quién es ese tal Perico de los Palotes?, me estuve preguntando yo toda aquella mañana y toda la tarde. ¿Y qué tendrá que ver con el Acta de Independencia? Alejandra tenía a quién preguntarle en casa, porque sus padres eran venezolanos, pero yo no la tenía tan fácil. Gracias a Dios, la mañana siguiente, llegando al liceo, vi la luz bajando del autobús: la inigualable Georgina de Bello, la profesora de lengua y literatura.

         —Ciertamente no era cualquier escribiente novato de prefectura —me dijo cuando le conté.

         —¿Entonces quién era?

         —Pues Juan Germán Roscio, mi niña, ¿no lo dijo el profesor?

         —¡No, profe! ¿Quién era el señor Perico?

         La pobre mujer, una semana después, todavía se estaba riendo. Pero esa misma mañana logró explicarme que uno decía así para referirse a una persona indeterminada, a cualquier personaje sin importancia. O puede ser una persona muy popular, incluso apreciada por muchos, pero que normalmente no tiene un alto nivel educativo ni es una referencia concreta en ningún oficio, en ningún grupo. Un ignorante, para decirlo más respetuosamente.

         Más grande, supe que el célebre etimólogo Sebastián de Covarrubias (1539-1613) lo caracteriza como “un bobo que tañía un tambor con dos palotes”. Otros autores dicen que en tiempos idos y lejanos también se llamaba así al demonio. Además, nuestro personaje ha penetrado hasta el teatro y el cine: en el mismo siglo XVII, se publicó en Madrid una comedia Perico el de los Palotes, y en 1984, el mexicano Víctor Manuel Castro dirigió en el cine otra comedia con ese título.

         Ahora, después de tanto tiempo, me entero de que, además de esto, Perico de los Palotes fue uno de los seudónimos que utilizó la escritora, periodista, docente y traductora española Carmen de Burgos. Del tiro, llamé a Alejandra para actualizarla: “¡Perico de los Palotes es mujer!”.

         Carmen de Burgos fue la mayor de los diez hijos de un matrimonio burgués de Almería, donde nació el 10 de diciembre de 1867. Su padre, que era diplomático, la casó a los 16 años con el periodista e impresor Arturo Álvarez Bustos (1857-1906), con quien ella nunca se sintió feliz, ni siquiera acompañada, pero quien la introdujo en el mundo del periodismo. Tras perder a tres de sus cuatro hijos y soportar constantes atropellos, Carmen abandonó a Arturo y se fue a Guadalajara con María (1898-1939), su hija sobreviviente, donde trabajó como profesora. Después, en Madrid, trabajó en varios diarios y se decidió a escribir columnas sobre los casi inexistentes y muy maltratados derechos de la mujer, el voto femenino, el matrimonio forzado, el divorcio, la educación de las niñas, los niños trabajadores y en prisión.

         No fue fácil al principio, porque los editores pretendían que escribiera sobre recetas de cocinas y consejos de belleza para las damas jóvenes; ella, sin embargo, se las arregló para lanzar dardos sobre las reivindicaciones de la mujer en todo lo que publicaba. Logró así hacer reflexionar a muchos y reunió el apoyo de intelectuales varones muy influyentes, como Vicente Blasco Ibáñez, Pío Baroja y Miguel de Unamuno.

         En 1909, el diario El Heraldo le da la oportunidad de convertirse en la primera reportera de guerra, al menos en España, al enviarla a Melilla a cubrir el enfrentamiento armado entre las tropas españolas en aquella ciudad y las del Rif, al norte de Marruecos. Y de esta experiencia también se valió Carmen de Burgos para hacer literatura: en 1920 reunió todas las crónicas que había escrito durante la guerra y los sumó con sus artículos antibelicista y publicó el libro En la guerra, que desagradó a muchos radicales en España.

         Para esa época ya había conocido a un jovencísimo Ramón Gómez de la Serna, con quien, a la vuelta de ella de África, inició una relación sentimental. Veinte años más tarde, Gómez de la Serna y María, la hija de Carmen, que trabajaban juntos en el teatro, se hacen amantes y la escritora se hunde en la tristeza.

         Nunca como en aquel diciembre siniestro se sintió tan insignificante, quizá más que al llegar a Madrid, cuando los editores la obligaban a usar seudónimos para publicar sus notas y artículos. El primero de ellos, Colombine, que usó en el Diario Universal, expresaba ya la humilde condición de una mujer que no significaba nada en el mundo intelectual, dominado por los hombres. Pero luego se hizo llamar también Perico de los Palotes, cuya sonoridad menos elegante y más arrabalera la hacía incluso más desconocida y la ubicaba más lejos del centro de su escena natural. Este seudónimo era también, a pesar de todo, una protesta contra la injusticia.

         Y finalmente llegó la Segunda República, en 1931. Carmen la defiende, trabaja por ella, escribe a su favor, ofrece conferencias. El nuevo sistema de gobierno parece abierto a tantas peticiones que ha hecho durante tanto tiempo; pero una tarde de octubre de 1932, durante un discurso, un dolor en el pecho interrumpe su discurso. Era la muerte.

         ¿Por qué no es más conocida la obra de esta mujer que no eran ningún Perico de los Palotes, como dijo mi profesor aquel día? Sencillamente su obra fue silenciada, negada, escondida a partir de la llegada de Francisco Franco al poder. Era demasiado clara y demasiado firme para dársela impresa en papel a la generación siguiente. Sus ideas eran una amenaza para la España que deseaba la dictadura. Ha tenido que llegar, recientemente, el sesquicentenario de su nacimiento para que se reunieran sus libros y se volvieran a publicar, para que su pensamiento sobre temas aún no resueltos por la humanidad volviera a resonar en el mundo y se comenzara a estudiarlo. Quiera Dios que esta vez sí haya oídos atentos al tambor de sus palabras.

 

ariadnavoulgaris@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXLVI / 5 de febrero del 2024

  

 

 

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