lunes, 5 de junio de 2023

La inteligencia artificial y la traducción (III) [CDXXIV]

Luis Roberts

 

Afiche francés de 1968. Los traductores cantan:
“No es más que un comienzo, la lucha continúa”

 

 

 

 

         Como yo siempre, bueno, casi siempre, cumplo mis amenazas, aquí va el tercer artículo dedicado exclusivamente, esta vez, a la traducción audiovisual y a la IA, hoy la más importante (por volumen) en el mundo.

         Hoy los hablantes se guían por el idioma “fabricado” en la televisión y el cine y, últimamente, y desgraciadamente, en las redes sociales. De ahí la gran, la inmensa responsabilidad de los escribientes y traductores de los textos audiovisuales, y de los empresarios que propician, financian y se lucran con ello.  En mi artículo anterior, citando los consejos de ASETRAD decía: “Los campos de aplicación de la posedición (por ahora, pues la IA avanza a pasos agigantados) es útil para textos con lenguaje estructurado, por lo que suele aplicarse a textos de carácter técnico que se caracterizan por su objetividad y por no contener giros idiomáticos ni juegos de palabras, ironía o doble sentido. Existen numerosos contenidos creativos o idiomáticos que todavía no se prestan a la posedición”.

         Es evidente que la traducción audiovisual está incluida en esta excepción. Al menos por ahora.

         Acabo de leer una estupenda novela que me han regalado (el regalo de Sant Jordi, gracias, Yajaira), de una famosa escritora irlandesa, ambientada en la Ferrara de mediados del siglo XVI y traducida por una conocida y excelente traductora. Mi avisado ojo corrector (deformación profesional) “pilló” un laísmo de primaria y un divertido calco anacrónico: “Señora, si necesita algo, toque el timbre”. ¿El timbre en el siglo XVI? Seguro que en inglés decía ring the bell, o sea, “toque la campana.”. Quiero decir que si la traductora, repito, excelente traductora, se equivoca, como lo hacemos todos los humanos, errare humanum est, ¿qué se puede esperar de la inteligencia artificial?

         Hace unos días una persona muy cercana hizo una prueba con la inteligencia artificial con la siguiente frase: It’s exciting because we’ve only teased Dragonstone. ChatGPT tradujo: “Es interesante porque sólo hemos insinuado Dragonstone”.  Añadiendo de “bonus” que era una idea sin sentido. DeepL tradujo: “Es emocionante porque solo nos hemos burlado de Rocadragón”. Dos traducciones erróneas por ignorar el sentido de la palabra tease en el mundo cinematográfico. La traducción correcta era: “Es emocionante porque sólo habíamos hecho un avance de Dragonstone”. Yo mismo he hecho estos días una prueba con algunos de los motores de traducción mejor clasificados en Google, con un video de un conocido show de la TV americana, lleno de rimas, ironías, chistes, juegos de palabras, etc., y el resultado es tan, pero tan lamentable, que no tienen posedición posible.

         Hace unos meses hizo mucho ruido en las redes sociales en España, creo que incluso con la participación de ASETRAD, la asociación de traductores de España, un subtítulo en inglés de una película española, cuando una andaluza, con ese acento tan parecido al del oriental venezolano, dice: “Oye, miarma” (por mi alma, mi amor) y el subtítulo hecho en Netflix con inteligencia artificial decía: “Hey, my gun!”. Los comentarios que cada vez con mayor frecuencia aparecen en las redes sobre los subtítulos de Netflix son demoledores. Netflix pidió disculpas entonces, pero el problema continúa.

         Ya las grandes compañías de televisión, las cadenas, distribuidoras, vendors, cadenas de streaming, etc., están empezando a cancelar a centenares, si no millares, de traductores, sustituyéndolos por inteligencia artificial y “poseditores”, vulgos correctores, pagados con tarifas irrisorias y obligados a “poseditar”, corregir, varias películas en un día, algo materialmente imposible... si se quiere hacerlo bien, claro. A eso ya me refiero en mi artículo anterior. Pero si el problema es grave, aún lo es más si tenemos en cuenta en el momento en el que aparece. Hoy parece que la calidad ya no es un valor importante, un valor preferencial, ni en el supermercado, ni en la vivienda, ni en la traducción. Si el consumidor, el lector, el espectador no exige calidad, no habrá calidad, porque primará siempre la política empresarial de bajos costes y altos rendimientos.  ¿Qué hacer?  No hace falta leer a Piketty, ni Los miserables (aunque hay que hacerlo), para saber que hay que enfrentarse a ello y resistir. ¿Cómo? Seguro que a todos se les ocurren mil maneras. A mí se me ocurrió una hace muchos años, desde que ocupo la cátedra de Traducción Audiovisual en la Universidad Central de Venezuela, pero que nunca he podido llevar a la práctica, y tal vez ahora sea el momento: crear lobbies, grupos de presión en redes, en Internet, de espectadores cítricos denunciando la bazofia, haciéndoles saber a los canales transgresores que su desprecio por la calidad no es sólo un error lingüístico, sino una falta de respeto al espectador, al idioma y a nuestra dignidad de hablantes y de traductores. Esa es la trinchera a la que me refería. Como decían en París en 1968: ce n’est qu’un debut... Esto no ha hecho más que empezar...

 

luisroberts@gmail.com

 

 

 

Año XI / N° CDXXIV / 5 de junio del 2023

 

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