lunes, 28 de septiembre de 2020

¡Puta! [CCCXVIII]

Ariadna Voulgaris




“¡Yo pondría signos de exclamación en todas estas oraciones! ¡En esta! ¡Y en esta!”, dice Elaine en Seinfeld (1993)




El problema no está en la palabra misma. Hay un capítulo de la serie Seinfeld, en el cual Elaine llega a casa y descubre que su novio ha limpiado el apartamento y está haciendo la cena; él le dice que algunos amigos le han dejado mensajes. Uno de los mensajes dice: “Myra tuvo un bebé”. Elaine se alegra mucho y luego de un instante de duda, le dice que no importa mucho pero es curioso que no haya usado signos de exclamación; él se defiende argumentando que había cumplido con tomar el mensaje y no sabía que tenía que captar el ánimo de la llamada. Y de ahí en adelante, después de lo que prometía ser una escena feliz, acaban gritándose y rompiendo, todo por la falta de unos signos de exclamación. Así también, el problema de este insulto está más bien en los signos de exclamación, en el ánimo de quien lo profiere.

Pensaba detenerme a discutir el origen de la famosa palabra, pero esta semana, además de la nota de la Academia de que se trata de un “origen incierto” (otra vez), me decepcionó la simpleza de las hipótesis de otros autores sobre su etimología. Puta proviene de la palabra latina putta, que significaba ‘muchacha’, ‘jovencita’, y aun ‘doncella’. Casi no hay más.

He oído a miles de mujeres decir que este es el insulto más duro y humillante que se les ha echado en la cara (o a sus espaldas); también es el más injusto, pienso yo, porque se trata siempre, siempre, de personas respetuosas e intachables; también es injusto porque no se es puta automáticamente por ser mujer. Y es injusto porque ser mujer es incambiable y no es posible elegirlo ni rechazarlo ni tenemos por qué (lo cual no pasa con la condición de puta, y aunque pasara, no justifica ningún insulto).

Entonces pensé en concentrarme en la forma de usarlo y pronto llegué al punto de que esta palabra, más que un insulto, es una falacia; y es un insulto porque es una falacia. Esta palabra aparece cuando el que la usa ya no tiene (o no ha tenido nunca) nada negativo que decir sobre un adversario y este, ¡oh, azar!, es mujer; un sociólogo que habla en televisión sobre la prostitución nunca va a decir puta.

Pero el endemoniado nombrecito es tan falaz que se entromete también en el trato que unas mujeres dan a otras muchas veces; cuando se pelean dos amigas que conocen la una las intimidades de la otra, una de las dos terminará restregándole a la otra toda las ocasiones en que hizo tal o cual cosa con este o aquel novio, con este o aquel vecino, con el amante del año anterior; un minuto después, con el veneno corriendo a millón en la sangre hirviente, gritará: “¡Eres una puta!”. ¡Es una falacia unisex! Curiosamente es una falacia del tipo “ataque al hombre”. Exquisito.

No hay manera, aparentemente, de librarse de la injusticia que viene en los sonidos estridentes que le inyectan nuestros adversarios (y adversarias) a esta palabra; todos tienen bajo la manga esta arma arrojadiza para lanzárnosla cuando haga falta, pero sobre todo cuando no les queda otra cosa válida con la cual atacarnos o defenderse de nosotras. Sí, la injusticia de esta palabra está en el corazón de la gente, no en la propia palabra.

Aunque ustedes no me están preguntando, no tengo la actitud de tantas mujeres, que dicen: “Si es porque me pongo minifaldas, porque me maquillo, porque tengo novios, entonces sí, soy puta”; o la de otras que parecen querer hundirse en la mugre que les ofrecen los cerdos: “No, yo no soy santa, soy puta, ¿y qué?”. Cuando me gustaban mis piernas, me ponía minifaldas y no soy una santa, pero no me parecen buenas esas actitudes, ninguna de las dos (i).

A lo que hay que aspirar es a que no existan esas armas, o sea, palabras que puedan usarse contra uno solamente por ser mujer, por ser extranjero, por ser judío, por ser indio. Ni por ser cojo o anciano. Ni por ser blanco. Ni siquiera por ser “puta”. Ni siquiera por ser varón.

Y es tan cierto que no se trata de una palabra sino de la actitud con que la lanzamos al rostro de los demás, que la palabra podría ser otra; con la misma dureza en la voz, sería también como una pedrada. Quien pronuncia esta palabra en contra de una mujer se siente en una posición superior a la que no tiene derecho y que no existe. Ayer no más, en la lectura del Evangelio de la misa, los sabiondos que estudiaban la ley judía y se creían santos quisieron desautorizar a Jesús y él terminó desnudando su arrogancia: “Las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos”. ¡De puta madre!


ariadnavoulgaris@gmail.com




(i) No sé si en Ritos caben estas reflexiones, pero voy a argumentar que todo esto nos llega por medio de la lengua, aunque no sea ella la culpable.



Año VIII / N° CCCXVIII / 28 de septiembre del 2020



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