Edgardo Malaver Lárez

Amenodoro
Urdaneta, autor de uno
de nuestros Beatus ille
En la literatura española,
aun antes que fray Luis de León, Íñigo López de Mendoza y de la Vega, es decir, el Marqués de Santillana (1398-1458), se había
puesto a soñar también con el campo y sus virtudes en su Comedieta de Ponza
(1443). Después de la Batalla Naval de Ponza, Santillana escribió un largo
poema narrativo en el cual, aparte de describir el enfrentamiento bélico, les
canta al amor y —adivinen— a la vida rural y reposada. Dice el Marqués:
¡Benditos aquellos que con el azada
sustentan su vida e viven contentos,
e, de cuando en cuando conocen morada
e sufren pascientes las lluvias e vientos!
Ca estos non temen los sus movimientos,
nin saben las cosas del tiempo pasado,
nin de las presentes se facen cuidado,
nin las venideras do han nascimientos.
Una vez más está claro que
el que huye de la complicada vida urbana no rehúye del trabajo, ni siquiera de
los fenómenos naturales que a veces pueden considerarse violentos, como
“lluvias e vientos”; su vida es tan despreocupada que no sabe del presente,
pasado ni futuro, y, sin embargo, el poeta lo llama bendito.
El inolvidable Lope de
Vega (1562-1635) también escribió —¿cómo podría ser que no?— sobre este motivo
tan atractivo. En su comedia El villano en su rincón (1617), canta —literalmente
unos músicos cantan—:
¡Cuán bienaventurado
aquel puede llamarse justamente,
sin tener cuidado
de la malicia y lengua de la gente,
a la virtud contraria
la suya pasa en vida solitaria!
Caliéntase el enero
alrededor de sus hijuelos todos,
a un roble ardiendo entero,
y allí contando diversos modos
de la extranjera guerra,
duerme seguro y goza de su tierra.
Además, don Luis de Góngora
(1561-1627) se da el lujo de menospreciar el mundo de la política mediante una
letrilla en que da la impresión de conocer ya la vida sencilla y sin los afanes
de los que buscan poder o al menos su protección. Dice, siendo muy joven aún,
en “Ándeme yo caliente” (1581):
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y agua ardiente,
y ríase la gente.
Como en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más que una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Y como el motivo del Beatus
ille no se circunscribe a la literatura española, llegamos así al poeta
venezolano Amenodoro Urdaneta (1829-1905), hijo del célebre general Rafael
Urdaneta. Urdaneta hijo escribió sobre diversos temas y llegó a ser miembro de
la Real Academia Española. Su educación fue exquisita y el reconocimiento que
recibió en vida estuvo a la altura de sus merecimientos. Y aun así se encuentra
uno con textos como “El campo”, un largo poema en el cual se presenta la vida
urbana y sobrecargada de oficios y mortificaciones en oposición a la vida dulce
y campesina que no prodiga más que belleza y los placeres sanos de la vida.
Leamos un fragmento:
¿Dónde la nitidez y la frescura
del trémulo rocío?
¿Dónde el murmurio y las inciertas ondas
del arroyo fugaz o el sesgo río?
¿Dónde la suave esencia de las flores
y el querellante, imperceptible ruido
del céfiro en los árboles dormido (...)?
Ya en el blando oleaje
de las doradas mieses; ya en el viento;
ya en el flotante, viajador celaje;
ya en el vaivén de la arboleda umbría
o en la plácida calma
de la callada noche...
Desdichados
los que no conocéis la paz del alma.
Ella en el campo habita
y al dulce ardor de una conciencia pura;
no en locos devaneos
de los fingidos pechos cortesanos,
do en sus voraces llamas precipita
el engaño, los goces y deseos;
donde miente la voz de la esperanza,
todo en su balanza
lo fijan insensibles las pasiones,
que nacen de los humanos corazones
náufragos infelices en el hondo
abismo de su furia incontrastable.
Urdaneta no ve más que
amorosas bendiciones en la naturaleza que el hombre se ha empeñado en apartar
de sí y aplastar no solo bajo el concreto sino, más importante, bajo la bota de
su indiferencia e insensibilidad... incluso bajo el culto a sus artes.
Como si fueran san
Francisco de Asís, que ve a sus hermanos en el sol, en las plantas, en los
pequeños animales del campo, e incluso en la muerte, que renueva la vida que
nace del suelo, estos autores sueñan con una vida sin complejidades, una vida
sin las angustias y traiciones que han florecido en la civilización a lo largo
del tiempo. Con razón no deja de existir en la poesía este tópico que en la
antigüedad otros deben haber captado con tanta claridad como Horacio pero fue
su atinada expresión la que consiguió clavarse en los pechos de todas las
épocas con su añoranza de la felicidad. Dichoso aquel que, atento al menos
poéticamente a su propia vida, tiene la valentía de volver a la tierra sin
temer el día en que, libre de toda usura, descanse en ella.
emalaver@gmail.com
Año XIII / N° DVI / 31 de marzo del
2025
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