lunes, 31 de marzo de 2025

Tópicos literarios: Beatus ille (II) [DVI]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

Amenodoro Urdaneta, autor de uno
de nuestros
Beatus ille

 

 

 

         En la literatura española, aun antes que fray Luis de León, Íñigo López de Mendoza y de la Vega, es decir, el Marqués de Santillana (1398-1458), se había puesto a soñar también con el campo y sus virtudes en su Comedieta de Ponza (1443). Después de la Batalla Naval de Ponza, Santillana escribió un largo poema narrativo en el cual, aparte de describir el enfrentamiento bélico, les canta al amor y —adivinen— a la vida rural y reposada. Dice el Marqués:

 

¡Benditos aquellos que con el azada

sustentan su vida e viven contentos,

e, de cuando en cuando conocen morada

e sufren pascientes las lluvias e vientos!

Ca estos non temen los sus movimientos,

nin saben las cosas del tiempo pasado,

nin de las presentes se facen cuidado,

nin las venideras do han nascimientos.

 

         Una vez más está claro que el que huye de la complicada vida urbana no rehúye del trabajo, ni siquiera de los fenómenos naturales que a veces pueden considerarse violentos, como “lluvias e vientos”; su vida es tan despreocupada que no sabe del presente, pasado ni futuro, y, sin embargo, el poeta lo llama bendito.

         El inolvidable Lope de Vega (1562-1635) también escribió —¿cómo podría ser que no?— sobre este motivo tan atractivo. En su comedia El villano en su rincón (1617), canta —literalmente unos músicos cantan—:

 

¡Cuán bienaventurado

aquel puede llamarse justamente,

sin tener cuidado

de la malicia y lengua de la gente,

a la virtud contraria

la suya pasa en vida solitaria!

 

Caliéntase el enero

alrededor de sus hijuelos todos,

a un roble ardiendo entero,

y allí contando diversos modos

de la extranjera guerra,

duerme seguro y goza de su tierra.

 

         Además, don Luis de Góngora (1561-1627) se da el lujo de menospreciar el mundo de la política mediante una letrilla en que da la impresión de conocer ya la vida sencilla y sin los afanes de los que buscan poder o al menos su protección. Dice, siendo muy joven aún, en “Ándeme yo caliente” (1581):

 

Traten otros del gobierno

del mundo y sus monarquías

mientras gobiernan mis días

mantequillas y pan tierno;

y las mañanas de invierno

naranjada y agua ardiente,

y ríase la gente.

 

Como en dorada vajilla

el Príncipe mil cuidados,

como píldoras dorados;

que yo en mi pobre mesilla

quiero más que una morcilla

que en el asador reviente,

y ríase la gente.

 

         Y como el motivo del Beatus ille no se circunscribe a la literatura española, llegamos así al poeta venezolano Amenodoro Urdaneta (1829-1905), hijo del célebre general Rafael Urdaneta. Urdaneta hijo escribió sobre diversos temas y llegó a ser miembro de la Real Academia Española. Su educación fue exquisita y el reconocimiento que recibió en vida estuvo a la altura de sus merecimientos. Y aun así se encuentra uno con textos como “El campo”, un largo poema en el cual se presenta la vida urbana y sobrecargada de oficios y mortificaciones en oposición a la vida dulce y campesina que no prodiga más que belleza y los placeres sanos de la vida. Leamos un fragmento:

 

¿Dónde la nitidez y la frescura

del trémulo rocío?

¿Dónde el murmurio y las inciertas ondas

del arroyo fugaz o el sesgo río?

¿Dónde la suave esencia de las flores

y el querellante, imperceptible ruido

del céfiro en los árboles dormido (...)?

Ya en el blando oleaje

de las doradas mieses; ya en el viento;

ya en el flotante, viajador celaje;

ya en el vaivén de la arboleda umbría

o en la plácida calma

de la callada noche...

Desdichados

los que no conocéis la paz del alma.

Ella en el campo habita

y al dulce ardor de una conciencia pura;

no en locos devaneos

de los fingidos pechos cortesanos,

do en sus voraces llamas precipita

el engaño, los goces y deseos;

donde miente la voz de la esperanza,

todo en su balanza

lo fijan insensibles las pasiones,

que nacen de los humanos corazones

náufragos infelices en el hondo

abismo de su furia incontrastable.

 

         Urdaneta no ve más que amorosas bendiciones en la naturaleza que el hombre se ha empeñado en apartar de sí y aplastar no solo bajo el concreto sino, más importante, bajo la bota de su indiferencia e insensibilidad... incluso bajo el culto a sus artes.

         Como si fueran san Francisco de Asís, que ve a sus hermanos en el sol, en las plantas, en los pequeños animales del campo, e incluso en la muerte, que renueva la vida que nace del suelo, estos autores sueñan con una vida sin complejidades, una vida sin las angustias y traiciones que han florecido en la civilización a lo largo del tiempo. Con razón no deja de existir en la poesía este tópico que en la antigüedad otros deben haber captado con tanta claridad como Horacio pero fue su atinada expresión la que consiguió clavarse en los pechos de todas las épocas con su añoranza de la felicidad. Dichoso aquel que, atento al menos poéticamente a su propia vida, tiene la valentía de volver a la tierra sin temer el día en que, libre de toda usura, descanse en ella.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año XIII / N° DVI / 31 de marzo del 2025

 




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