lunes, 6 de abril de 2020

La palabra ‘cura’ no proviene del quechua [CCXCVIII]

Edgardo Malaver



Cosme Cortázar como fray Santiago rodeado
de su nueva familia en
Jericó



         Hay una escena en la película Jericó (1990), de Luis Alberto Lamata, en que un grupo de conquistadores españoles que acompañan al poderoso Ambrosio Alfínger (1500-33) en una expedición al interior del territorio venezolano desertan con el oro que le acaban de robar. Fray Santiago, capellán de la expedición y protagonista de la historia, huye con ellos asqueado de los crímenes de Alfínger. Al pasar los días, mientras el monje se aleja buscando qué comer, el jefe de los rebeldes decapita a un indio y entre todos lo asan y se lo comen. Cuando fray Santiago regresa y protesta enérgicamente ante la horrorosa escena, el asesino lo amenaza gritándole: “Estese callado, padre, que no me han enseñado mis padres a matar curas, pero en las Indias todo se puede aprender”.
         No era la primera vez que sentía yo esta carga de violencia en el uso del sustantivo cura. Lo que es más, crecí pensando que, en su sentido de sacerdote, era despectivo. Por nada del mundo me refería a los sacerdotes de mi parroquia utilizando esta palabra. Tuve esa idea hasta que en el año 2009 me mudé a Los Chaguaramos, Caracas, y comencé a ir los domingos a la cercana iglesia de San Pedro Apóstol, y ahí el párroco, Miguel Acevedo, nunca utilizaba otra forma para referirse a sí mismo. De modo que un día que tuve el diccionario entre manos —sí, el de papel— y me acordé del asunto, busqué la palabra cura y descubrí que había estado equivocado.
         Lo que no supe entonces es que existe la idea (incluso entre gente que escribe sobre etimología) de que cura proviene de kuraka, una palabra quechua que, al menos durante el período incaico, equivalía a ‘jefe de una comunidad’, ‘el de mayor edad’, ‘sabio’. Un sacerdote católico es también el líder de una comunidad, pero es fácil ver el error (hasta se lo puede llamar falacia): los curas existen desde siglos y siglos antes de que los españoles, que los trajeron a este lado del mar, llegaran a los territorios de habla quechua. Y ya se llamaban curas cuando llegaron. Antonio de Nebrija (1441-1522) ya utilizaba esta palabra en el sentido actual en sus libros de gramática.
         El español toma su cura del latín, en el cual equivalía a ‘cuidado’, ‘inquietud’, ‘solicitud’, ‘ocupación’, sentidos que también hemos tenido en el pasado. En Roma también significó ‘administración pública’, ‘cargo u obra públicos’, y, como sustantivo concreto, ‘guardián’, ‘intendente’. Así lo usaron, por ejemplo, Suetonio (70-140) en De vita caesarum (universum denique genus operas aliquas publico spectaculo praeventium etiam cura sua dignatus est [sin excepción, todos los que dedicaban su industria a los espectáculos públicos le parecían dignos de su cuidado]), Salustio (86-35 antes de Cristo) en Historiarum fragmentis (dii boni! Qui hanc urbem omissa cura adhuc regitis [¡Oh, dioses, cuya providencia, aun cuando parece dormitar, gobierna esta ciudad!]) y Tácito (56-120) en Historiarum libri (plus apud socordem animum laetitia quam cura valuit [al final pudo más en aquel holgazán la alegría que las preocupaciones]).
         De la misma raíz de cura tenemos hoy palabras como curar, curación, curandero, curioso, procurar, procura, procurador, incuria, curador, curaduría, y también, claro, curato y curia. ¿Cómo fue que cura llegó a transformarse en sinónimo de sacerdote? A los párrocos se les encomienda la “cura de almas”, es decir, el cuidado espiritual de sus feligreses. Y así, metonímicamente, también es cura el individuo que ocupa ese cargo. Idealmente es para eso que se preparan en el seminario, por lo cual para ellos es un término regular, no peyorativo. Sólo yo no me había percatado; sin embargo, no veo la posibilidad de que cura haya derivado de kuraka. Esa semejanza de forma y de fondo entre la palabra quechua y la española es una casualidad.
         En Jericó, después de desertar con los españoles rebeldes, fray Santiago deserta también de ellos. Y al final deja de ser cura, absorbido por la selva y la forma de vivir de los indios que lo acogen. Es decir, encontró su lugar en el mundo. De igual manera, siento yo que las palabras, después de tantas búsquedas y deserciones, después de todos los tropiezos y todos retornos, van encontrando su lugar en nuestra mente y nuestra vida.

emalaver@gmail.com



Año VIII / N° CCXCVIII / 6 de abril del 2020




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