lunes, 5 de noviembre de 2018

Amor con hambre no dura [CCXXXIII]

Aurelena Ruiz



¿Qué culpa tiene el tomate, como decía aquella canción,
de las intromisiones de la lengua en
todos los campos?



         Amor con hambre no dura. ¿Quién no escuchó esto alguna vez? Y es muy cierto, porque la comida no solo es indispensable para la vida, también es un factor muy importante de interacción social y del lenguaje… Sí, del lenguaje.
         En nuestro idioma (y me atrevería a decir que en todos los idiomas) los alimentos están muy presentes como herramienta de comunicación. ¿Lo han pensado alguna vez? Seguro han estado haciendo una tarea que resulta muy lenta y han dicho: “Voy a terminar el año de la pera”, o quizás han pasado tanta vergüenza en algún momento que se pusieron rojos como un tomate, o a más de uno habrá mandado a alguien a freír espárragos cuando ya le colmó la paciencia.
         Ni hablar de la enorme cantidad de eufemismos o coloquialismos que existen relacionados con los alimentos. Las mujeres con senos grandes tienen cocos o melones; pero si los tiene pequeños, entonces tiene limones. Los hombres blancos tienen salchichas y los morenos morcillas; y las palabras yuca, berenjena o huevos no siempre se usan para hablar de lo que vamos a cenar… Bueno, depende del tipo de cena.
         Pero ahora que vivo en otro país, todo esto de los alimentos y el idioma se ha vuelto aún más interesante porque, obviamente, las expresiones cambian entre un lugar y otro y, como todo en la lengua, estas diferencias tienen mucho que ver con la cultura de cada lugar, o al menos esa fue a la conclusión a la que llegué.
         Por ejemplo, en Venezuela, un país donde hay el mejor cacao del mundo, un hombre con unos buenos abdominales tiene unos chocolaticos, pero si el hombre es argentino entonces tiene ravioles. Esto tiene más sentido acá, siendo Argentina un país que tiene tantos descendientes de italianos y donde es muy fácil encontrar buenas pastas.
         Otro buen ejemplo es cuando estamos mentido en problemas; en Venezuela estamos fritos o en salsa (y no precisamente de tomate, agregaría cualquier mamá), mientras que en Argentina estamos en el horno. Las tres frases expresan lo mismo, pero mientras en Venezuela freímos mucho, en Argentina es un poco más común hacer comidas al horno, así que concluyo que por esta razón la frase varía de ese modo en estos dos países.
         Los malos hábitos tampoco se quedan fuera; en Venezuela, a más de uno le han dado un bozal de arepa, es decir, que les dieron algo de plata o algún beneficio solo para mantenerlo contento por un rato. En Argentina, sobre todo en el sector público, hay muchos que son unos ñoquis, porque solo van al trabajo a fin de mes a cobrar. Esto viene de la tradición de comer ñoquis todos los 29, pero bueno, esto ya es harina de otro costal; en otra oportunidad se lo contaré.

Buenos Aires, 3 de noviembre de 2018

aurelena.ruiz@gmail.com



Año VI / N° CCXXXIII / 5 de noviembre del 2018

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